domi ALQUIMIA.


Ya sé que andar citando fragmentos de Boris Mouravieff en un blog no es el mejor modo de exponer sus enseñanzas, y menos viniendo de alguien como yo, que no acaba de asimilar toda la información y mucho menos de ponerla en práctica como debería. No sólo corro el riesgo de dejar fuera elementos fundamentales de la Tradición Esotérica, sino que además soy un eslabón más en la cadena de transmisión de información, y mientras más eslabones mayor es la posibilidad de distorción.

De cualquier modo, no me resisto a las ganas de compartir con ustedes algo de lo que he aprendido de Gnosis (y otras fuentes), y espero que mis mensajes sirvan no tanto para enseñarles algo nuevo y enteramente fiel a la verdad como para estimularlos a buscar por sí mismos y a leer los textos originales. Si resultan de su interés, claro está.

Una vez hecha la advertencia, continuemos.

El amo no se puede subir al carruaje sin que éste se encuentre funcionando correctamente. ¿Pero cómo arreglar el carruaje sin la ayuda del amo? Para ello necesitamos de un precursor del amo…

El hombre, dice Mouravieff, está expuesto a dos tipos de influencia. El primer tipo es el de influencias creadas dentro de la vida por la vida misma y que hacen reaccionar al hombre mecánicamente; por ejemplo estimulado por hambre, sexo, miedo, ambición, etc.

La influencia de [los impulsos] «A» sobre el hombre exterior [el que no ha realizado el trabajo esotérico] es imperativa; empujado, vaga en el círculo de su vida de nacimiento a muerte, siguiendo una línea rota que está a veces sujeta a peligrosos cambios de dirección.

El conjunto de influencias «A» forma la Ley del Azar o Ley del Accidente. El hombre está sujeto a su gobierno, pero… [cada influencia «A»] está balanceada, neutralizada [por alguna otra] igual en fuerza y diametralmente opuesta, de modo que si se dejaran efectivamente neutralizarse unas a otras la fuerza resultante sería igual a cero. Esto quiere decir que en su conjunto las influencias «A» son ilusorias en su naturaleza, aunque el efecto de cada una de ellas es real, de modo que el hombre exterior las toma por realidad.

Es decir, las influencias «A» no llevan a ningún lado; sólo nos mantienen dando vueltas en círculo dentro de la Matrix.

Las influencias «B», en cambio, entran a la vida originadas desde el «Centro Esotérico». Éstas son las influencias del espíritu.

[…] Creadas fuera de la vida, estas [influencias «B»] están todas orientadas en la misma dirección. En su conjunto forman una especie de campo magnético.

Ya que las influencias «A» se neutralizan unas a otras, las influencias «B» de hecho constituyen la única realidad. […]

Si el hombre gasta su vida sin distinguir entre las influencias «A» y «B», terminará donde comenzó, uno podría decir mecánicamente, empujado por la Ley del Accidente. Sin embargo, de acuerdo a la naturaleza y la intensidad de las fuerzas resultantes a las cuales está sujeto, puede ocurrirle que haga una brillante carrera, en el significado que el mundo le da a esta expresión.

Pero llegará al fin de sus días sin haber aprendido o entendido nada de la Realidad. Y la tierra regresa a la Tierra.

En la vida, cada ser está sujeto a una especie de prueba competitiva. Si discierne la existencia de las influencias «B»; si adquiere un gusto por colectarlas y absorberlas; si continuamente aspira a asimilarlas mejor; su naturaleza interna mezclada lentamente sufrirá una especie de evolución. Y si los esfuerzos que haga para absorber las influencias «B» son constantes y suficientes en fuerza, un centro magnético puede ser formado dentro de él. […]

Si este centro una vez nacido en él es desarrollado cuidadosamente, toma forma, y a su vez ejercitará una influencia sobre los resultados de las [influencias «A»] que siempre están activas, desviándolas. Tal desviación puede ser violenta. En general transgreden las leyes de la vida exterior y provocan muchos conflictos en y alrededor del hombre. Si pierde la batalla, emerge con la convicción de que las influencias «B» eran nada más que una ilusión: que la única realidad está representada por las influencias «A». Lentamente el centro magnético que había formado dentro de él es reabsorbido y se desvanece. Entonces, desde el punto de vista esotérico, su situación es peor que con la que había comenzado, cuando apenas discernía las influencias «B».

Pero si emerge triunfante en esta primera lucha, su centro magnético, consolidado y reforzado, lo llevará a un hombre con influencias «C» más fuertes que las suyas, y poseedor de un centro magnético más fuerte. Y así en sucesión, el último hombre estando en conexión con otro teniendo una influencia «D», que será su vínculo con el Centro Esotérico «E».

A partir de este punto en adelante, el hombre ya no estará aislado. Ciertamente continuará viviendo como antes bajo la acción de las influencias «A», que por mucho tiempo continuarán ejerciendo su poder sobre él; pero poco a poco, gracias al efecto de la influencia de la cadena «B»-«C»-«D»-«E», se desarrollará su centro magnético. En la medida de este crecimiento, el hombre escapará el dominio de la Ley del Azar y entrará el dominio de la Conciencia.

Si alcanza este resultado antes de su muerte, puede decir que su vida no ha sido vivida en vano. [Boris Mouravieff, Gnosis, Tomo I, p. 51-53]

Lo descrito arriba es la verdadera alquimia del alma. ¡Olvídense de Paulo Cohelo!

Eugène Canseliet, el único alumno del alquimista Fulcanelli, escribe en el prólogo de la tercera edición de El Misterio de las Catedrales:

¿Qué es la alquimia para el hombre sino – verdaderamente, y nacidos de cierto estado del alma derivado de la gracia real y eficaz – la busca y el despertar de la Vida secretamente adormecida bajo la gruesa envoltura del ser y la ruda corteza de las cosas? En los dos planos universales, donde se asientan juntos la materia y el espíritu, existe un progreso absoluto que consiste en una purificación permanente, hasta la perfección última.

Con este fin, nada expresa mejor el modo de operar que el antiguo apotegma, tan preciso en su imperativa brevedad: Solve et coagula;disuelve y coagula. Es una técnica sencilla y lineal, que requiere sinceridad, resolución y paciencia, y que apela a esa imaginación, ¡ay!, casi totalmente abolida, en nuestra época de saturación agresiva y esterilizadora, en la inmensa mayoría de las gentes. […] [El Misterio de las Catedrales, p. 26]

Disuelve: Las cristalizaciones de las influencias «A»: los programas y hábitos mecánicos que nos hacen egoístas e inconscientes.

Coagula: Las influencias «B» hasta formar un centro magnético que regule a los centros motor, emocional e intelectual, y que anuncie la próxima aparición de la Piedra Filosofal.

http://parenelruido.blogspot.com.es/

 

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