La búsqueda del hogar (Jeff Foster)

La ola y el océano

 

La búsqueda del hogar

Vamos directamente a la raíz:

Esto nunca nos parece suficiente.

Lo que está sucediendo ahora mismo en el momento presente —es decir,esto—, nunca nos parece suficiente. De un millón de formas diferentes, nos pasamos la vida buscando, anhelando y deseando otra cosa.

Buscando algo más.
Buscando algo distinto.
Buscando algo diferente a lo que ahora ocurre.
Buscando algo —en el futuro— que nos satisfaga, nos complete y nos salve.
Buscando respuestas… nos asaeteamos a preguntas hasta volvernos locos.

Jamás hemos sabido descansar aquí, jamás hemos sabido relajarnos completamente en lo que está ocurriendo. Siempre hemos estado sometidos a impulsos que nos empujan hacia un momento futuro en el que suponemos que las cosas irán mejor. Y, como nuestra atención está tan atrapada en el futuro —como en su reflejo, el pasado—, lo que ahora ocurre acaba reducido a un medio para alcanzar un fin, un simple momento en una larga secuencia compuesta por muchos otros momentos. Y como nunca estamos contentos con esto, siempre estamos esperando un futuro mejor.

Eso es, precisamente, lo que llamo búsqueda. Y, en este sentido, todos somos buscadores, porque todos estamos buscando algo.

La búsqueda se expresa de un millón de formas diferentes. En el llamado mundo material tenemos la búsqueda de dinero, de felicidad, de estatus, de relaciones mejores y más satisfactorias, de una sensación de identidad más fuerte. Más cosas que nos hagan sentir más seguros. Es muy importante, en el mundo material, saber quiénes somos, hacer que nuestra vida funcione, cumplir con nuestro destino, alcanzar nuestros objetivos y satisfacer nuestras ambiciones. En el mundo material, es muy importante triunfar. La búsqueda se inicia, a fin de cuentas, para ser alguien en el mundo. Queremos hacer algo con nuestra vida antes de morir.

Por ello el mundo material suele ser tan insatisfactorio. Y por ello nos orientamos también hacia las enseñanzas espirituales. Pero nuestro objetivo, a partir de entonces, deja de ser el de tener un millón de libras esterlinas en nuestra cuenta corriente, un coche más rápido o un matrimonio más satisfactorio. Ahora queremos despertar. Ahora queremos la iluminación. Ya no queremos un nuevo coche, sino acceder a un estado alterado de conciencia. Ya no queremos una nueva relación, sino la beatitud permanente. Y, en lugar del éxito mundano, queremos la iluminación, queremos perder algo llamado ego y trascender algo llamado mente.

Pero no, por ello, la búsqueda espiritual deja de ser, como la material, una búsqueda. En ambos casos, tanto si se trata de la búsqueda de riqueza material como de la búsqueda de iluminación espiritual, se trata del mismo movimiento mental, es decir, de una búsqueda, de un movimiento que se orienta hacia un futuro inexistente.

Es la búsqueda, para mí, de algo en el futuro.

Lo que se halla, pues, en la raíz de toda búsqueda es el «yo».

Quiero tener, en mi cuenta corriente, un millón de libras y también quiero tener, para mí, la iluminación espiritual. ¡Yo, yo y más yo!

En el núcleo mismo de toda búsqueda se asienta la sensación de un individuo, una identidad, una persona o un yo separado.

La sensación de ser una entidad separada de la vida, separada de esto, separada de los demás, separada del mundo y separada de la Fuente.

En el núcleo mismo de toda búsqueda se halla la sensación de incompletud, la sensación de no estar completos, la sensación de estar fragmentados, perdidos, alienados y, en suma, alejados de nuestro verdadero hogar.

Esta sensación de carencia impregna todos los resquicios de la vida del individuo separado. El yo separado siempre repite el mismo mantra: «No es suficiente, no es suficiente». Y esta sensación de carencia no es exclusivamente intelectual. No es una mera creencia, sino la sensación, tan profundamente arraigada que impregna toda experiencia, de no estar en casa. En algún momento estuvimos en casa, pero ya hemos dejado de estar ahí. Y, en tanto que individuos separados, vivimos angustiados por el recuerdo difuso de una intimidad tan próxima que ni siquiera podemos nombrarla.

Es como cuando, en la infancia, nuestra madre nos dejaba solos en la habitación. Súbitamente desaparecía y nos veíamos desbordados por una añoranza y una nostalgia que, pese a ser inexplicables, parecían dirigirse al núcleo mismo de nuestro ser.

Esta nostalgia parece brotar directamente de la sensación de ser una persona separada.

Pero, como veremos, no es nuestra madre lo que realmente añoramos. Nuestra madre no es más que el símbolo de algo mucho mayor. Lo único que queremos es regresar a la Fuente, regresar al Océano, regresar a casa… regresar, en suma, a lo que éramos antes de que todo esto comenzase.

***

Donde hay separación también hay nostalgia, la nostalgia de acabar con la separación, de curar la división, de poner fin a la sensación de contracción y de expandirnos de nuevo en la inmensidad.

Es como el anhelo de la ola de volver a fundirse con el océano. Aunque no nos demos cuenta de que jamás hubo ola separada del océano, la ola siempre fue una manifestación perfecta del océano. La ola siempre estuvo empapada, empapada de Ser, siempre fue 100% agua.

Jamás hemos estado separados del océano. Jamás hemos estado separados de la totalidad. Lo único que existe es el sueño de esa separación. Pero siempre, a pesar de ello, hemos estado buscando el camino de regreso a nuestro hogar.

Obviamente, jamás lo reconocimos así, porque esta añoranza se manifestó como el deseo de un coche nuevo, de tener más dinero, de tener a ese hombre o a aquella mujer. Pero, por mundana que fuese su manifestación, siempre hemos añorado secretamente perder el mundo y zambullirnos en la Vida.

Jeff Foster

Copiado del libro «Una ausencia muy presente: La liberación en la vida cotidiana», de Jeff Foster; es una de las secciones del apartado o capítulo 1.

http://jugandoalegremente.blogspot.com.es/

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