La revolución interior que transforma el mundo

Por J. Krishnamurti

«Usted y el mundo no son dos entidades diferentes. Usted es el mundo, no como un ideal sino de hecho… Como el mundo es usted mismo, al transformarse usted produce una transformación en la sociedad… Un hombre no puede cambiar el mundo, pero ustedes y yo podemos cambiar el mundo juntos…» – Krishnamurti

J. Krishnamurti

Casi todos nosotros en este mundo confuso y brutal, tratamos de labrarnos nuestra propia vida privada, una vida en la que podamos estar felices y tranquilos y, no obstante, vivir con las cosas de este mundo. Parecemos pensar que la vida cotidiana que llevamos, la vida de lucha, conflicto, pena y dolor, es algo separado del mundo externo de desdicha y confusión. Al parecer, creemos que el individuo, el «uno», es distinto del resto del mundo con todas sus atrocidades, guerras y disturbios, con su desigualdad y su injusticia, y que esto es algo por completo diferente de nuestra vida particular de individuos. Cuando uno mira un poco más atentamente, no sólo su propia vida sino también el mundo, ve que lo que uno es —su existencia diaria, lo que piensa, lo que siente— es el mundo externo, el mundo que a uno lo rodea. Uno es el mundo, es el ser humano el que ha creado este mundo de desorden total, el mundo que llora impotentemente en medio de un gran dolor. Ese mundo es uno mismo, el ser humano que lo ha construido. Por lo tanto, el mundo exterior a nosotros no es diferente del mundo en el que cada cual vive su vida privada.

Esta división entre el individuo y la sociedad realmente no existe en absoluto. Cuando uno trata de labrarse su propia vida, el individuo no es diferente de la comunidad en que vive. Porque es el individuo, el ser humano, el que ha construido la comunidad, la sociedad. Creo que debemos tener muy en claro desde el principio, que esta división es artificial, completamente irreal.

Al producir un cambio radical en el ser humano, en uno mismo, uno está dando origen a un cambio radical en la naturaleza y estructura de la sociedad. Pienso que es necesario comprender muy claramente que la mente humana, con toda su complejidad, su intrincado mecanismo, forma parte de este mundo exterior. El «uno» es el mundo y, al generar una revolución fundamental —ni comunista ni socialista, sino una clase por completo diferente de revolución dentro de la propia estructura y naturaleza de la psique— uno producirá una revolución social. Ésta tiene que empezar, no por lo externo sino internamente, porque lo externo es el resultado de nuestra vida privada, interna.

Cuando haya una revolución radical en la estructura misma del pensamiento, del sentimiento y de la acción, entonces, obviamente, habrá un cambio en la estructura de la sociedad. Este cambio completo en la estructura de la sociedad tiene que producirse. La moralidad social no es moral. Para ser completamente moral uno ha de negar la moralidad social. Esto significa que el individuo, el «uno», tiene que investigar toda la estructura de sí mismo, tiene que comprenderse a sí mismo no conforme a algún filósofo, sacerdote o analista, quienquiera que pueda ser. Tiene que comprenderse a sí mismo tal como es, no de acuerdo con algún otro. Cuando nos comprendemos a nosotros mismos, la autoridad de cualquier especialista, psicológico, sociológico o de otra clase, llega a su fin. Siento que cada uno de nosotros tiene que comprender esto antes de que avancemos más. Porque casi todos nosotros, desafortunadamente, somos esclavos de las ideas de otras personas. Nos persuaden muy fácilmente, somos influidos por el especialista, por la autoridad. Especialmente cuando vamos a investigar esta cuestión de comprendernos a nosotros mismos, que es de primordial importancia, no hay ninguna clase de autoridad, porque ustedes tienen que comprenderse a sí mismos y no a algún otro o lo que algún otro dice acerca de ustedes. Pienso que es realmente muy importante que capten esto porque, como acabo de decir, aceptamos y obedecemos muy fácilmente, nos amoldamos a la autoridad y la consentimos, tanto si es la autoridad de la iglesia como la de algún líder espiritual o especialista analítico. Pienso que uno tiene que descartar completamente todo eso, porque la autoridad ejercida por algunos y la obediencia, por parte de cada uno de nosotros, a un ideal conceptual, han ocasionado muchísima desdicha en el mundo.

No sé si han observado cómo el mundo está dividido en nacionalidades, grupos religiosos, diversas categorías de razas, prejuicios, con una religión en contra de otra, un Dios opuesto a otro Dios. Tienen que haber observado esto. Sin embargo, habiéndolo observado, sabiendo cómo esto crea desdicha, conflicto y división en todo el mundo, siguen adhiriéndose a sus nacionalidades particulares, a sus particulares conceptos religiosos, a sus creencias, todo lo cual engendra división entre hombre y hombre. Infortunadamente, aceptamos la autoridad establecida por la tradición de la sociedad o de la iglesia, los dictados de las jerarquías autoritarias de la religión organizada. Pero rehusamos aceptar la tiranía política; no aceptamos que alguien pueda negarnos el derecho de hablar libremente o de pensar lo que queramos pensar. Por desgracia, no ejercitamos la misma libertad con respecto a las cuestiones espirituales. Esto ha conducido en todo el mundo a indecible desdicha y división entre la gente.

Si queremos comprendernos a nosotros mismos, lo cual es absolutamente esencial —porque sin comprendernos a nosotros mismos no tenemos una base para pensar o para percibir claramente—, si queremos pensar de una manera racional, cuerda, tenemos que conocernos, tenemos que buscar las causas que nos hacen pensar y hacer ciertas cosas, tenemos que descubrir por qué somos agresivos, brutales, codiciosos, dominadores, posesivos, ya que todas estas características son causas de conflicto entre los seres humanos Y cuando anhelarnos producir un cambio social, el cual tiene que ocurrir, éste debe comenzar, sin duda, en la mente humana, no en la estructura externa de la sociedad. Una vez más, ha de comprenderse claramente que para dar origen a un cambio radical en la estructura social de modo que los seres humanos puedan ser libres, que no haya más guerras ni más división entre las personas como cristianos, hindúes, musulmanes, etc., tiene que haber una verdadera comprensión propia mediante el conocimiento de nosotros mismos, de cómo estamos hechos, tanto biológica como psicológicamente. Entonces, en el propio proceso de comprendernos a nosotros mismos, daremos origen a un cambio radical que será natural, no una revolución sangrienta. Todas las revoluciones políticas, religiosas y económicas han producido gran desdicha y confusión en el mundo. Ustedes ven lo que está sucediendo en el mundo comunista, la represión y el retorno al estado burgués.

Viendo todo esto, las guerras, la tiranía, la opresión, la injusticia social, la inanición en Oriente contrastando con las extremas riquezas, observando todo esto, no intelectualmente sino de manera real, observándolo en nosotros mismos, en nuestra vida cotidiana, debemos ver inevitablemente que tiene que haber una revolución radical en la actividad misma de nuestra existencia diaria. Y para producir un cambio semejante tiene que haber conocimiento propio [de sí mismo], tenemos que conocernos tal como somos, las causas de nuestras acciones, por qué somos agresivos, brutales, envidiosos y estamos llenos de odio, el cual se expresa en el mundo externo. Espero que esto esté claro, no sólo lógicamente, verbalmente, racionalmente, sino también porque lo perciben. Si no perciben agudamente, con gran intensidad el estado actual del mundo, el estado real de la propia vida de cada uno de ustedes, entonces lo que hacen es escapar por medio de ideologías y teorías.

¿Saben?, las ideologías no tienen absolutamente ningún sentido, ya sean comunistas, capitalistas o religiosas. Las ideologías —el pensar conceptual con sus palabras— han separado al hombre del hombre. Todos ustedes tienen diferentes ideologías y no ven claramente por sí mismos la necedad que implica tener ideologías. Estas impiden ver lo que realmente ocurre, lo que realmente es. ¿Por qué debemos tener ideologías de cualquier clase sabiendo cómo han dividido al hombre contra el hombre, ya fueran ideologías cristianas, hindúes, musulmanas o de cualquier otra religión, cada cual aferrándose desesperadamente a su creencia? ¿Por qué? Jamás cuestionamos las ideologías, las aceptamos. Si uno cuestiona e investiga profundamente este problema de las ideologías, verá que existen a fin de que podamos escapar de lo real.

Tomemos, por ejemplo, toda la cuestión de la violencia que se está extendiendo por el mundo a una velocidad asombrosa. Somos violentos: los seres humanos en todo el mundo son violentos, agresivos, brutales. Ese es un hecho derivado, heredado del mundo animal. Somos personas violentas. No abordamos esa violencia, no averiguamos por qué somos violentos y vamos más allá de la violencia. Pero tenemos al respecto ideas, ideologías. Decimos que debemos ser no violentos, que debemos ser amables, gentiles, tiernos y demás. Esto es meramente un pensar conceptual que nos impide entrar en contacto con nosotros mismos cuando somos violentos. Eso es bastante claro, ¿no es así?

Nos estamos preguntando por qué los seres humanos se complacen en ideales y por qué pensamos que es una cosa de lo más extraordinaria no tener ideales. Ustedes piensan que vivir sin principios —por favor, escuchen cuidadosamente esto—, que vivir sin principios, sin creencias, sin ideales, es muy mundano, muy materialista. Por el contrario, aquellos de ustedes que tienen ideales, creencias, principios, son las personas más materialistas del mundo porque no tratan con la realidad, no tratan con la violencia, no tratan con los hechos tal como son. Estoy seguro de que muchos de ustedes creen en Dios, aunque algunos tal vez no crean. Podrán decir que son ateos, lo cual es otra forma de creencia. Jamás se preguntan por qué creen en Dios, lo aceptan porque esto forma parte de la tradición, de la autoridad ejercida por la propaganda. Tienen este ideal y dicen: «Su Dios y mi Dios, su particular forma de ritual y la mía». Estas creencias y rituales han dividido al hombre. Para encontrar la realidad, para descubrir si existe una cosa como Dios, para encontrar, para descubrir eso, para experimentarlo, para dar con este estado extraordinario, uno debe dejar completamente de lado cualquier forma de creencia. De lo contrario, no está libre para descubrir, y es sólo una mente que está libre para investigar, para observar, la que puede dar con esa realidad que no es creada por la mente temerosa.

¿Por qué debemos tener estos múltiples ideales y principios conforme a los cuales tratamos de vivir? En los tiempos modernos la gente no se preocupa mucho acerca de principios y creencias. En el mundo moderno lo que a uno le interesa es divertirse mucho, lograr cosas, tener éxito y demás. Pero cuando ustedes examinen la cosa más profundamente, verán que en el fondo de todo esto está el miedo. El miedo es el que nos torna agresivos, el que nos exige que escapemos a través de ideales. Y es el miedo el que hace que nos aferremos a nuestra particular forma de seguridad en la creencia. Si un hombre no tiene miedo, si vive completamente, totalmente, sin ninguna contradicción interna, observando dentro de sí mismo al mundo con todas sus contradicciones, con toda su brutalidad, penetrando de ese modo dentro de sí mismo y librándose del miedo, entonces puede vivir sin una sola creencia, sin un solo pensamiento conceptual. Creo que ése es el aspecto principal de nuestra vida: el miedo. No sólo el miedo a cosas tales como perder un empleo, sino el miedo a estar psicológicamente, internamente inseguro.

Ahora quiero decir algo que considero fundamental: importa mucho cómo escuchan ustedes. O bien escuchan las palabras concordando o discrepando intelectualmente, o escuchan con una mente que interpreta lo que oye traduciéndolo según sus propios prejuicios particulares. Escuchan comparativamente, o sea, que comparan lo que oyen con lo que ya conocen. Todo escuchar de esta clase les impide, obviamente, escuchar. ¿No es así? Si dicen: «¡Bueno, eso de que usted habla es un disparate!», no están escuchando. Después de todo, han venido aquí y yo he venido aquí para que escuchemos, para que discutamos juntos las cosas. Si ustedes tienen sus propios prejuicios particulares, sus conclusiones, sus opiniones definidas, todo lo cual les impide escuchar a quien les habla, entonces se irán de aquí con un montón de palabras que no tienen absolutamente ningún sentido. Mientras que si escuchan sin aceptar ni condenar, si escuchan con cierta calidad de atención, tal como escuchan el viento entre los árboles, si escuchan con todo el ser, con el corazón y con la mente, entonces quizá podamos establecer una comunicación entre nosotros. Entonces nos comprenderemos uno a otro de manera muy simple y directa, aunque estemos tratando con un problema humano muy complejo. Estamos interesados en la estructura total de nuestra vida cotidiana, la cual incluye nuestro sufrimiento, nuestra desdicha, nuestras luchas y pesares. Y si saben cómo escuchar, no sólo ahora a quien les habla sino cuando vuelvan a sus casas, entonces estarán escuchando realmente a la esposa, al marido, a los hijos o a cualquier otra persona, entonces comenzarán a descubrir la verdad al respecto. La mente se vuelve entonces muy sencilla y clara, una mente muy clara que puede observar y aprender, que no está confundida ni atemorizada. Los problemas que tenemos son muy complejos, nuestra vida es muy compleja. Para comprender esta estructura nuestra tan compleja, necesitamos observarnos muy atentamente a nosotros mismos, ver por qué creemos, por qué odiamos, por qué somos agresivos, por qué nos separamos en nacionalidades.

Por lo tanto, como dije, si escucharan con cuidado, con esa calidad de afecto que es atención, verían que aquello de que uno les habla es del descubrimiento de ustedes mismos. Uno está pintando meramente un cuadro de lo que ustedes son. Para observar ese cuadro tienen que concederle atención, cuidado; no condenar ni justificar lo que ven ni avergonzarse de ello. Es sólo viendo lo que realmente ocurre en sus vidas y observándolo muy detenidamente sin condenarlo ni evaluarlo, que lo verán tal como es. Ver es el más grande de los milagros. Por favor, entiendan eso. No vemos por qué nos miramos a nosotros mismos siempre condenando, comparando, evaluando; por lo tanto, nunca nos vemos como somos. Vernos como somos es dar origen a un cambio radical en nosotros mismos y, por consiguiente, en el origen y en la estructura social.

En nuestro fuero interno estamos muy confundidos y somos muy desordenados. No hay orden dentro de nosotros. No me refiero al orden aparente que obtenemos imitando y amoldándonos; esto es desorden y ustedes pueden ver por sí mismos que la vida es fragmentaria, que está dividida. Somos un hombre de negocios, un marido, una esposa, esto o aquello, nuestra vida está dividida en fragmentos. Cada fragmento tiene su propio deseo, su propio propósito, su motivo, uno en oposición al otro, y así hay contradicción. Nuestra vida es una contradicción, un deseo se opone a otro deseo, un placer nos empuja en una dirección y otro placer en otra, haciendo que nuestra vida sea contradictoria, confusa y desordenada. Ése es un hecho obvio. Y tenemos que producir orden, no conforme a algún programa previo o a alguna teoría, sino de acuerdo con ese orden que surge cuando observamos las causas del desorden en nosotros mismos. Espero estar poniendo esto en claro. No es cuestión de retórica ni de teorías, estamos interesados en lo que realmente ocurre dentro de nosotros mismos. Porque en nosotros está el mundo. No podemos separarnos a nosotros mismos del mundo. Somos el mundo. Para cambiar el mundo —y tiene que haber un cambio— es uno mismo el que ha de cambiar. A fin de que ese cambio sea ordenado, tenemos que comprender las causas del desorden que existe en nosotros; eso es todo. No tenemos que hacer nada más que observar las causas del desorden en nosotros mismos.

Para observar tiene que haber libertad. Ustedes saben, casi todos nosotros estamos muy densamente condicionados por la sociedad en que vivimos, por la cultura en que hemos crecido. La sociedad en que vivimos es el producto de nuestra vida, de nuestra manera de pensar. La cultura es la que nosotros hemos hecho. La sociedad nos ha condicionado, nos ha dicho qué debemos pensar y cómo debemos pensar, cuáles deben ser nuestras creencias y cómo debemos comportarnos. Estamos fuertemente condicionados y, en consecuencia, no somos libres. Esto es un hecho real, evidente. Con una mente condicionada es obvio que carecemos de libertad para observar. Y, al estar condicionados, cuando observamos el verdadero estado interno en que nos encontramos, sentimos temor. No sabemos qué hacer. La pregunta es, entonces, si hay posibilidad alguna de que la mente humana se desembarace ella misma de su condicionamiento —por favor, escuchen esto—, que la mente humana se desembarace ella misma de su condicionamiento a fin de que pueda ser una mente libre. Si dicen que es imposible, que la mente humana jamás podrá librarse de su condicionamiento, se han bloqueado a sí mismos, han impedido una investigación ulterior del problema. Y si dicen que es posible, eso también los bloquea, les impide examinar el problema.

Por lo tanto, es preciso comprender este condicionamiento. Está claro qué es lo que entendemos por esa palabra «condicionamiento»: ustedes están condicionados como cristianos, se han educado en una cultura particular, una cultura que acepta la guerra, que persigue un patrón particular de existencia, etc. Ése es el condicionamiento de ustedes, del mismo modo que la gente de la India está condicionada por su propia cultura, su religión y superstición, su estilo de vida. Y esa palabra «condicionamiento» es una palabra muy clara y simple que contiene una gran profundidad de significado.

Ahora bien, ¿es posible eliminar ese condicionamiento de modo que nuestra mente sea una mente libre? ¿Saben?, la libertad es una de las cosas más peligrosas que hay, porque para casi todos nosotros implica que podemos hacer lo que se nos antoje. Para la mayoría de la gente es un ideal, algo que está muy lejos, que no podemos tener. Y están los que dicen que para ser libre uno tiene que disciplinarse muchísimo. Pero la libertad no se encuentra al final; la libertad está en el primer paso. Si ustedes no son libres, no pueden observar las nubes, las aguas centelleantes, no pueden observar la relación que tienen con la propia esposa, el marido, el vecino. La mayoría de nosotros no quiere observar, porque a casi todos nos asusta lo que podría pasar si observáramos muy atentamente.

No sé si alguna vez han observado sus relaciones, por ejemplo, la relación que cada uno tiene con su esposa, con su marido. Éste es un tema muy peligroso. Porque si observamos con gran atención vemos que tiene que haber una clase diferente de vida que nunca observamos. Lo que observamos es la imagen que hemos formado el uno del otro y esa imagen establece cierta relación entre el hombre y la mujer. Esa relación entre las imágenes es lo que contemplamos como estando en contacto, en relación con el otro. Por lo tanto, cuando investigamos esta cuestión de liberar a la mente de su propio condicionamiento, en primer lugar queremos saber si esto es posible. Si no es posible, entonces somos esclavos para siempre. Si no es posible, inventamos un cielo, un Dios. Sólo en el cielo podemos ser libres, pero no aquí. Para liberar a la mente de su condicionamiento y yo digo que esto es posible, que puede hacerse, tenemos que volvernos conscientes, darnos cuenta de cómo pensamos, por qué pensamos y qué son nuestros pensamientos. Darnos cuenta, no condenar, no juzgar sino sólo observar, como uno observa una flor. Eso que está frente a nosotros no es bueno que lo condenemos —de nada sirve que digamos «me gusta» o «me disgusta»—, eso está ahí para que lo miremos. Y si tenemos ojos para ver, veremos la belleza de esa flor. Del mismo modo, si estamos atentos a nosotros mismos sin condenar, sin juzgar, veremos toda la estructura y la causa de nuestro condicionamiento. Si proseguimos con eso profundamente, entonces descubriremos por nosotros mismos que la mente puede ser libre.

Esto saca a relucir otro problema: estamos acostumbrados a pensar en términos de tiempo, o sea, que estamos acostumbrados al proceso gradual de cambio, al proceso gradual de realización; cambiar de esto a aquello implica tiempo, es tiempo. Existe no sólo el tiempo del reloj, el cronológico, sino que también está el tiempo psicológico, el tiempo interno que dice: «Soy iracundo, celoso, y gradualmente superaré esto». Eso constituye la gradación, el lento proceso de cambio, pero psicológicamente, internamente no existe tal cosa como lo gradual. O uno cambia inmediatamente o no cambia en absoluto. Cambiar gradualmente de la violencia a la no-violencia implica que uno está sembrando la semilla de la violencia todo el tiempo, ¿no es así? Si me digo que siendo violento, gradualmente, algún día, llegaré a ser no violento, en ello está involucrado el tiempo. En este intervalo de tiempo estoy sembrando continuamente las semillas de la violencia; esto es muy obvio.

Por lo tanto, el problema es —hablando muy seriamente en un mundo que está desorganizado, que se destroza a sí mismo y se distrae mediante las diversiones—, este problema no es sólo el del tiempo sino el de todo el conflicto que implica el esfuerzo. Espero que esto no se esté volviendo demasiado difícil. Tal vez lo sea si no estamos habituados a esta clase de pensar y sentir intensivos. Pero el problema está ahí y les incumbe a ustedes. Vean, cuando una casa se está quemando, como nuestra casa nuestro mundo se está quemando, uno no discute acerca de teorías, no pregunta quién le puso fuego (si los comunistas, los capitalistas, los socialistas, los católicos o los que fueren). Uno se interesa en apagar el fuego y en ver de construir una casa que nunca más se pueda incendiar. Y eso exige gran seriedad e intensidad, no comprometerse meramente en una acción por la acción misma o en hacer algún bien o en cambiar de una religión a otra o de un concepto a otro.

De modo que uno tiene que ser serio y esto significa estar libre para observar la vida, para observar el modo como vivimos, para observar nuestra relación con los demás y ver claramente lo que sucede. ¿Saben?, uno no puede observar si entre uno mismo y la cosa observada hay espacio. ¿Tiene esto algún sentido para ustedes? Les mostraré lo que quiero decir. Para observar, para ver muy claramente, uno tiene que estar en contacto muy estrecho con la cosa que observa. Debe ser capaz de tocarla, de sentirla, de estar completamente en contacto con ella. Y si hay un espacio entre uno mismo, el observador, y la cosa observada, entonces uno no está en contacto. Por consiguiente, para observarnos a nosotros mismos tal como somos —por favor, escuchen esto, sólo escuchen—, para observarnos a nosotros mismos no tiene que haber división entre el observador y lo observado. ¿Tiene sentido esto? Lo verán. Si me miro a mí mismo y hay una separación entre yo y lo que observo, y veo que soy celoso, iracundo, violento, el observador y lo observado son dos cosas diferentes, ¿verdad? Está la violencia y el observador que dice: «yo soy violento». Son dos cosas diferentes. Esta separación entre el observador y lo observado origina conflicto. Obsérvenlo realmente dentro de ustedes mismos y lo comprenderán de manera muy sencilla. Si uno se separa a sí mismo del temor, entonces tiene que superarlo, tiene que pelear con él, luchar contra él, escapar de él. Pero cuando uno ve que es el temor, que el observador es lo observado, el conflicto entre ambos se termina. Y cuando el observador es lo observado, entonces el tiempo llega a su fin.

Lo que estamos diciendo es esto: El hombre ha viajado por muchísimo tiempo, su vida es un campo de batalla no sólo dentro de sí mismo sino externamente. Todas sus relaciones están en conflicto, ya sea en la fábrica, en la oficina o en el hogar, todo es una lucha constante, una batalla. Y estamos diciendo que una vida semejante no es vida en absoluto. Ustedes podrán tener sus dioses, sus riquezas, podrán tener una capacidad extraordinaria, pero no están viviendo, no son personas dichosas. No hay felicidad, no hay bendición en esa vida. A fin de dar con esta felicidad, con esta bendición, tenemos que comprendernos a nosotros mismos y para comprendernos a nosotros mismos debemos tener libertad para mirar. Para que podamos mirar debidamente, no tiene que haber división entre el observador y lo observado. Y cuando ello ocurre, todo este sentido de luchar para llegar a ser, para ser algo o alguien, desaparece. Somos lo que somos. Al observar esto, adviene un cambio radical, inmediato, el cual pone fin a la idea del tiempo y de lo gradual.

10 de septiembre de 1968
Universidad de Puerto Rico, San Juan, Puerto Rico
http://www.advaitainfo.com/charlas/revolucion-interior.html

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