El exprisionero que intenta olvidar dibujando los horrores de las cárceles en Siria

Un artista sirio, que fue acusado de ser un activista de la oposición y torturado en un centro de detención, ha hecho dibujos a partir de su experiencia en los que describe cómo se volvió insensible ante la muerte, mientras los cadáveres se apilaban en una celda que compartía con decenas de otros prisioneros desnudos.

Algunos lectores encontrarán su relato perturbador.

Está oscuro, hace frío y hay un penetrante olor a muerte y enfermedad. Casi 70 hombres están apretujados en un cuarto de 3 x 4 metros, una de las centenares de celdas de los conocidos centros de detención sirios.

Los hombres están delgados, desnudos y tiritan de miedo. No tienen dignidad. Un día sí y otro también, la muerte y el miedo les rodea hasta que ellos los aceptan como algo normal.

«Solían traer los cadáveres desde el sótano y apilarlos frente a nosotros», comenta el artista, a quien llamaré Sami.

«Cada día había unos ocho nuevos cuerpos. Luego de una semana logré acercarme y ver el número escrito en la frente de un cadáver. Era el 5.530. Luego de un mes y medio, el número que llevaba otro cuerpo era 5.870».

«Me acostumbré a eso. La primera noche que vi y olí un cadáver, me sentí tan mal y triste que no pude dormir. Pero luego incluso comíamos con un cuerpo junto a nosotros. Recuerdo haberme apoyado en un cadáver preguntándome cuándo se lo iban a llevar para que pudiéramos tener más espacio».

El infierno de Dante

Sami fue arrestado en dos ocasiones desde el inicio de las revueltas en Siria en 2011. Su delito era provenir de un pueblo, un grupo religioso y una familia que se habían alzado en contra del presidente Bashar al Asad.

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«Yo tenía el cabello largo y ondulado cuando fui detenido por primera vez. Esa apariencia moderna era para el gobierno un signo de que pertenecía a los comités de coordinación que organizaban las protestas. El funcionario de seguridad me arrastró por el cabello y le dijo a su jefe: `Tenemos a uno de los coordinadores, señor`».

Sami continúa con su relato: «Me agarraron cuando iba camino al trabajo. Cubrieron mi cabeza y me metieron en un auto. No sé adónde me llevaron pero me pusieron en un salón con mis manos atadas con cintas. Comenzaron a golpearme como locos».

«Entonces, llegué al centro de detención. Estaba sangrando, con los huesos rotos y los oídos dañados, por lo que no podía oír bien. El lugar era como el infierno de Dante. Constantemente eras torturado y escuchabas los gritos de la gente siendo torturada. Yo estaba en el sótano, probablemente siete pisos bajo tierra».

El segundo período de detención de Sami fue incluso peor. Pasó tres meses en una celda de detención antes de ser referido a una corte para casos de terrorismo, establecida bajo una ley antiterrorista aprobada en 2012.

Fue acusado de incitar al terrorismo y amenazar la seguridad del Estado. Estuvo preso a la espera de un juicio durante nueve meses.

El precio de la libertad

Eventualmente, Sami encontró la manera de salir pagando sobornos. Pagó casi US$15.000 para salir de prisión y, más tarde, del país.

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«Tu familia paga dinero para encontrar a una persona clave dentro de la celda de detención que ayude a mantenerte con vida», dice y añade: «Se paga para que los prisioneros sean transferidos de una celda de detención a una prisión, de donde son referidos a la corte de terrorismo».

Su esposa Fidaa (no es su nombre real) tuvo el difícil trabajo de hallar a la persona indicada para sobornar. Le costó US$3.000 sólo para descubrir dónde estaba detenido.

Luego pagó para asegurarse de que no siguiera siendo torturado. Una de las personas que había prometido ayudarla a conseguir la liberación de Sami desapareció al cabo de una semana, forzándola a buscar otro contacto que pudiera ayudar.

Entonces, un día recibió una llamada de un familiar diciendo que Sami, en realidad, estaba preso en otro sitio.

«En ese momento sentí pánico. Sentí que había perdido su pista y que lo perdería para siempre. Durante los siguientes 18 días estuve aterrada hasta que conseguí ubicarlo».

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Entonces, tuvo que hacer nuevos pagos para conseguir que lo trasladaran a una corte de terrorismo. En ese momento, sus contactos la llevaron a verlo.

«Dijeron su nombre. Alguien apareció en la habitación. No podía creer lo que veía. Era una persona distinta, casi de un tercio de su tamaño. Cuando corrió hacia mí me di cuenta de que era él».

Cuenta Fida que su marido se lanzó hacia ella: «Quería besarme y tocar mis manos. Yo no sabía qué hacer, llorar o reír».

Pero fueron necesarios nueve meses. Durante ese tiempo, Fidaa realizó 38 viajes peligrosos a la prisión de Adra para verlo.

«El camino a la prisión era aterrador», relata. «Toda la zona había sido brutalmente destruida. Querías llorar y no podías. Era el cadáver de una ciudad. El auto iba muy rápido. Nos habían dicho que había francotiradores. Así que ibas a visitar a un preso y podías terminar muerto».

Sami ha perdido a 40 miembros de su familia. Todos muertos por el régimen. Se mudó en dos ocasiones dentro de Siria buscando un lugar seguro dónde vivir junto a su esposa y a su hija. Su propia casa y otra de su familia fueron quemadas por las fuerzas gubernamentales en el barrio residencial de Damasco de donde él proviene.

A los ricos los torturan menos

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Durante casi dos años antes de su segundo periodo de detención, él se movilizaba por Damasco a pie, en lugar de usando un auto, para evitar ser atrapado en un control policial.

El gobierno de Siria dice que está luchando contra el terrorismo, pero Sami dice que ninguna de las personas que conoció en prisión eran terroristas.

«No vi ningún islamista ni yihadista ni radicales en la cárcel. Sólo conocí a sirios comunes», afirma. «Sobra decir que casi todos los presos son sunitas».

Advierte que algunos prisioneros eran tratados peor que otros.

«Ellos te miran y deciden cómo te van a tratar. Hombres de la ciudad con dinero son tratados de forma distinta a aquellos que proceden de las zonas pobres y rurales. Mientras más dinero y conexiones tienes, menos torturas sufres«.

Muchos consideran que este tipo de trato diferencial empuja a los jóvenes pobres sunitas a los brazos de los islamistas radicales, pese a que Sami dice que él personalmente nunca se encontró con un islamista en Siria.

Asegura que para él, la amenaza provino exclusivamente del gobierno de Asad y que fue éste el que eventualmente lo llevó a abandonar el país.

Él, su esposa y su hija están ahora en Europa, donde Sami se recupera de su dura experiencia.

«Intento superar mis miedos dibujando y tocando música», dice. «Es la única manera en el que puedo sobrevivir».

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