¿Qué nos dice la mitología sobre las Edades Míticas?

En el Bhagavad Gita, Krisna le dice a Arjuna, uno de los héroes del poema épico hindú Majábharata y tercero de los cinco hermanos Pándava: “Así como un fuego ardiente convierte la leña en cenizas, ¡oh, Arjuna!, así mismo el fuego del conocimiento reduce a cenizas todas las reacciones de las actividades materiales“. Krisna explica a Arjuna que la causa de la ignorancia es el materialismo, que cubre el verdadero Imagen 10conocimiento, y por ello la ignorancia nos ciega. La ceguera es la ignorancia, y la visión es el conocimiento. En la mitología griega, Prometeo es el Titán amigo de los mortales, honrado principalmente por robar el fuego de los dioses en el tallo de una cañaheja, darlo a los hombres para su uso y posteriormente ser castigado por Zeus por este motivo. Como introductor del fuego e inventor del sacrificio, Prometeo es considerado el Titán protector de la civilización humana. Pero, ¿quiénes eran los titanes? En la mitología griega, los titanes y las titánides eran una raza de poderosos dioses que gobernaron durante la legendaria Edad de Oro. El término Edad de Oro proviene de la mitología griega y fue recogido por primera vez por el poeta griego Hesíodo. Se refiere a la etapa inicial de las edades del hombre en la que vivió en un estado ideal o utopía, cuando la humanidad era pura e inmortal. En las obras literarias, la Edad de Oro usualmente acaba con un acontecimiento devastador, que trae consigo la caída del hombre. La idea de una Edad de Oro aparece por vez primera en el poema los Trabajos y días, de Hesíodo, en la mitad del siglo VIII a. C. Según el poeta, se trata de la primera edad mítica, el tiempo de «una dorada estirpe de hombres mortales», que «crearon en los primeros tiempos los inmortales que habitaban el Olimpo. Vivieron en los tiempos de Crono, cuando reinaba en el cielo». Hesíodo describe otras cuatro eras que sucedieron a la edad de oro en orden cronológico. Se trataría de la edad de plata, la edad de bronce, la edad de los héroes y la edad del hierro. Es curioso que el número de cuatro edades del hombre, si no consideramos la edad de los héroes, se correspondan también con el número cuatro para las grandes eras geológicas. La mítica Edad de Oro descrita por Hesíodo está en la base de «toda la historia del pensamiento griego, alimentando los sueños de los que por diversas razones rechazan el mundo en que viven». En la mítica Edad de Oro no se conocía ni la guerra, ni el trabajo, ni la vejez, ni la enfermedad. Las personas morían en un sueño pacífico y la tierra producía bienes en cantidad suficiente para satisfacer todas las necesidades. Por consiguiente, no había razón alguna para que surgiese ningún conflicto, por lo que los hombres de la raza de oro llevaban una vida tranquila y feliz, que se correspondería con la idea del Paraíso Terrenal o Edén.

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Helena Blavatsky, también conocida como Madame Blavatsky, cuyo nombre de soltera era Helena von Hahn y luego de casada Helena Petrovna Blavátskaya, (1831 – 1891), fue una escritora, ocultista y teósofa rusa. Fue también una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica y contribuyó a la difusión de la Teosofía moderna. Sus libros más importantes son Isis sin velo y La Doctrina Secreta (en que está basado este artículo), escritos en 1875 y 1888, respectivamente. En sus escritos, de gran erudición, se refirió a una serie de civilizaciones antiguas, algunas de ellas perdidas, que han servido de inspiración a escritores posteriores que han tratado estos temas.  Me he basado en algunos de sus escritos para redactar este artículo. Blavatsky alegó que no era la autora de los libros sino que habían sido inspirados por los Mahatmas, a través de su cuerpo físico, en un proceso llamado Tulku, que según la autora, no es un proceso mediúmnico. En enero de 1884 se publicó en The Theosophist (revista oficial de la Sociedad Teosófica) la noticia de que Blavatsky escribiría una obra que ampliaría la información contenida en su gran trabajo anterior, titulado Isis Sin Velo. Se escribió entre los años 1884 y 1885. A principios de 1886, en una carta dirigida a Alfred Sinnett, Blavatsky dijo que la obra sería ampliada respecto al plan original, lo que supuso la reescritura de algunos de sus capítulos. En septiembre de 1886, envió desde Europa a la India el que sería el volumen I, pero resolvió inmediatamente después volver a reescribirlo con adiciones y cambios. En 1887, Elena Blavatsky estaba muy enferma, al borde de la muerte. Recibió, luego la visita de uno de sus instructores tibetanos y le dio según dijo, la siguiente elección: o bien morir, liberándose del cuerpo enfermo, o seguir viviendo para poder poner fin a la Doctrina Secreta. Ella se recuperó y siguió escribiendo la obra. En la primavera de 1887 residía en Londres donde completó el trabajo que fue publicado simultáneamente en Londres y Nueva York, a finales de octubre de 1888. Las últimas palabras de Blavatsky acerca del trabajo fueron las siguientes: “este libro está dedicado a todos los verdaderos teosofistas”.

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El mito de la Edad de Oro aparece también en el diálogo Político de Platón: “No había en absoluto constitución, ni posesión de mujeres ni de niños, porque desde el seno de la tierra es de donde todos remontan a la vida, sin guardar ningún recuerdo de sus existencias anteriores. En lugar de esto, poseían en profusión los frutos de los árboles y de toda una vegetación generosa, y los recogían sin necesidad de cultivarlos en una tierra que se los ofrecía por sí misma. Vivían frecuentemente al aire libre, sin cama ni vestidos, ya que las estaciones eran de un clima tan agradable que no les ocasionaban molestias, y sus lechos eran nobles entre la hierba que crecía en abundancia“. Algunas obras pastorales de ficción representan la vida en una imaginaria Arcadia, región de la antigua Grecia que se ha convertido en el nombre de un país imaginario, creado y descrito por diversos poetas y artistas, como continuación de la vida en la Edad de Oro. El poeta latino Ovidio también habla de las diferentes edades del hombre en Las metamorfosis. La Edad de Oro tuvo lugar inmediatamente después de la creación del hombre, cuando Saturno gobernaba el cielo, por lo que igualmente se la llamaba reinado de Saturno.  En la mitología romana, Saturno era un importante dios de la agricultura y la cosecha. Fue identificado en la antigüedad con el titán griego Crono, entremezclándose con frecuencia los mitos de ambos. Saturno es representado como un anciano con larga y espesa barba blanca, con una hoz en la mano. Es el emblema del tiempo y lo simboliza como algo muy antiguo que todo lo destruye y acaba. Los griegos consideraban el cielo como el más antiguo de los dioses y le daban el nombre de Urano, homólogo del dios romano Caelus, o el Cielo. Del firmamento y de la diosa romana Tellus, antigua Cibeles o Tierra, resultaron dos hijos: Titán y Saturno, de los cuales el segundo era el menor. Tendrían un equivalencia en los dos dioses hermanos sumerios Enlil y Enki. Saturno obtuvo de su hermano mayor Titán el favor de reinar en su lugar pero puso una condición: «Saturno no debía criar hijos». Se casó con Ops (Rea), con quien tuvo varios hijos. Pero por causa del pacto que había suscrito con su hermano, decidía devorarlos. Ops ocultó a Júpiter, a Neptuno y a Plutón y los hizo criar en secreto, mostrando solo a su hija Juno. Titán descubrió el engaño y le encarceló junto con su esposa. Una vez adulto, Júpiter hizo la guerra a su tío Titán, derrotándolo, y devolvió el imperio del cielo a su padre, Saturno, equivalente al tiempo. Saturno trató de matar a su hijo Júpiter, pero éste le venció y se apoderó del imperio del cielo. Así la dinastía de Saturno y Ops perduró en detrimento de la de Titán. El mito concluye con que Saturno quedó reducido a la condición de simple mortal, yendo a refugiarse al Lacio, donde puso orden entre los hombres y les dio leyes. Otra versión dice que fue bien recibido por Jano, rey del Lacio.

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La Edad de Oro era un tiempo de inocencia, de justicia, de abundancia y de bondad. La Tierra gozaba de una primavera perpetua, y los campos fructificaban sin necesidad de que los cultivasen. Cuando Saturno fue lanzado a las tinieblas del Tártaro, Júpiter se convirtió en el amo del mundo, con lo que comenzó la Edad de Plata. Se encuentran igualmente evocaciones a la Edad de Oro en otros autores y poetas latinos como Tíbulo, en una de sus elegías, y Virgilio, en las Geórgicas. No sólo la literatura ha recogido la idea de una Edad de Oro, sino que la pintura también recogió el tema, a partir del Renacimiento, usando sobre todo el símbolo del laurel. En el siglo XVII también se acogió como tema literario, y permaneció como tema popular de tipo legendario. Las edades o las razas del hombre son las etapas por las que ha pasado la humanidad desde su creación, según la mitología clásica. Sus fuentes literarias principales son las obras del griego Hesíodo y el latino Ovidio, así como con una versión de San Jerónimo de Estridón en el comienzo de la época medieval. El mito tiene una estructura general que presenta una sucesión de etapas, desde un principio lejano en el tiempo, en el que los hombres vivían de forma semejante a los dioses, y llamada Edad de Oro, hasta la época de quien narra la historia, en la Edad de Hierro actual. Las versiones presentan diferencias significativas. El primer testimonio conocido del mito de las razas proviene del poema Trabajos y días, de Hesíodo. El poeta introduce el relato diciendo que contará cómo los dioses y los hombres tuvieron el mismo origen. De ahí vendría la frase de que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Hesíodo describe que al principio los dioses crearon una estirpe dorada de mortales. Estos existieron en tiempos del reinado de Crono y vivían como si fueran dioses, es decir, sin fatigas, preocupaciones ni miserias. A su vez eran siempre jóvenes y fuertes, disfrutaban de fiestas y no conocían el mal. Poseían alegrías de todo tipo y la tierra fértil los proveía de manera espontánea de abundantes frutos. Alternaban sus trabajos con muchos deleites. Además eran ricos en rebaños, cercanos y agradables a los bienaventurados dioses. No conocían la muerte sino que, en vez de eso, se sumían en un sueño. Una vez que fueron sepultados bajo tierra, Zeus les concedió el rango de démones, y ahora gozan del privilegio de ser protectores de los mortales y proveedores de riquezas. También vigilan las sentencias y malas acciones recorriendo todo el mundo. Un demon, daimon, o daimón es un concepto de la mitología y la religión griega cuyo significado puede ser diferente según el contexto en el que aparece. En los textos de Homero habitualmente tenía el significado de una divinidad indeterminada; cuando se aplicaba a la vida del hombre, equivalía a la fortuna, la suerte, un genio protector, el destino o la fatalidad.

Para Hesíodo, los hombres de la Edad de Oro se habían convertido por voluntad de Zeus en démones que protegían a los mortales. Los pitagóricos distinguían entre dioses, démones, héroes y hombres. Y, más tarde, Platón, en El banquete, definió un demon como un ser intermedio entre los mortales e inmortales, puesto que debía transmitir los asuntos humanos a los dioses y los asuntos divinos a los hombres. Dentro de esta concepción platónica, las principales funciones de los démones eran servir de guías a los hombres a lo largo de su vida y de conducirles al Hades en el momento de la muerte. En lugar de la estirpe dorada, los dioses olímpicos crearon una segunda raza, de plata, que no se parecía a la primera ni en belleza ni en inteligencia, pues era mucho peor. Durante cien años los niños permanecían junto a su madre, en su casa. Luego vivían poco tiempo, en la juventud, y padecían sufrimientos por su ignorancia. Ejercían violencia todo el tiempo, y no querían dar culto a los dioses haciendo sacrificios. Por ello Zeus, irritado, los exterminó. Sin embargo, recibieron el rango inferior de mortales bienaventurados. Zeus creó una tercera raza, a partir de los fresnos. Esta estirpe era temible y fuerte, no comía pan, y sólo tenía interés en la guerra y en los actos de soberbia. Todo en ellos era de bronce, sus armas, sus casas y sus trabajos, pero no había hierro. Aunque eran terribles, de ellos se apoderó la muerte y murieron sin dejar nombre. Una vez enterrados los hombres de bronce, fue creada por Zeus una raza justa y virtuosa : la de los héroes o semidioses. El poeta indica que es la generación que pereció, en gran parte, en las hazañas relacionadas con las Guerras de Troya y Tebas. A unos pocos Zeus determinó alejarlos del resto y darles residencia en los confines de la tierra. Ellos ahora viven en las Islas de los Bienaventurados y no conocen los dolores. Zeus creó otra raza, conformada por los contemporáneos del poeta, que deplora haber nacido en el tiempo de esta estirpe de hierro. Sus hombres no se verán libres de fatigas ni miserias, los dioses los someterán a tribulaciones. Pero, no obstante, conocerán algunas alegrías mezcladas con males. Zeus destruirá también esta raza, cuando sus hombres nazcan ya con canas. Padres e hijos no se parecerán entre sí, el anfitrión no apreciará al huésped, así como los amigos no apreciarán a los amigos y los hermanos no se querrán como antes. En cuanto el padre envejezca el hijo lo insultará duramente, sin advertir la vigilancia de los dioses. Tampoco, estos hombres podrán dar sustento a sus padres en la vejez. Los justos y los honrados no obtendrán reconocimiento, sino que, por el contrario, se beneficiarán los malhechores y los hombres violentos. La justicia se identificará con la fuerza y no existirá el pudor. Los malvados tratarán de perjudicar a los hombres virtuosos con discursos retorcidos y juramentos. La envidia acompañará a los hombres miserables. Entonces, Aidos y Némesis se irán desde la tierra hasta el Olimpo para vivir con los inmortales y los hombres quedarán solos con sus amarguras. Ya no existirá remedio para el mal.

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En la mitología griega Aidos era la diosa de la vergüenza, la modestia y la humildad, siendo al mismo tiempo la deidad que representaba el sentimiento de la dignidad humana. Representa la cualidad de reverencia o la vergüenza que reprime a los hombres de hacer lo inapropiado. También abarca la emoción que una persona rica podría sentirse en la presencia de los pobres, ya que la riqueza era más una cuestión de suerte que de mérito. El concepto de Aidos es complejo y en la filología clásica aún es controvertido. Según Píndaro, Aidos era hija de Prometeo. Y enlos Diálogos a Protagoras, de Platón, se dice que fue enviada por Zeus junto con Dice, el sentimiento de justicia, debido a que éste se compadeció del caos autodestructivo en el que vivía el hombre tras haber recibido el fuego de Prometeo. Hesiodo, por su parte, cuenta que será, junto con Némesis, con la que parece haber estado estrechamente vinculada y de la cuál era compañera, la última diosa en abandonar la Tierra y regresar al Olimpo cuando la Edad de Hierro, nuestra era actual, esté por terminar en un baño de sangre e inmoralidad. También hay referencias a ella en varias obras a principios griega, como Prometeo encadenado, de Esquilo, Ifigenia en Áulide, de Eurípides, y Edipo Rey, de Sófocles. Se le consideraba una deidad física. Y, como tal, tenía un altar cerca del antiguo templo de Atenea en la Acrópolis de Atenas. En Esparta había su imagen sagrada y dos santuarios en Roma fueron dedicadas a ella. En la mitología griega, Némesis es la diosa de la justicia retributiva, la solidaridad, la venganza, el equilibrio y la fortuna. Castigaba a los que no obedecían a aquellas personas con derecho a mandarlas y, sobre todo, a los hijos que no obedecían a sus padres. Recibía los votos y juramentos secretos de su amor y vengaba a los amantes infelices o desgraciados por el perjurio o la infidelidad de su amante. Su equivalente romana, casi en todo, era Envidia, aunque en idiomas romances se usa la palabra némesis con el significado de alguien que es artífice de una venganza en cuanto es la justicia retributiva. Némesis ha sido descrita por Pausanias como la hija de Océano o Zeus. Por su parte, Hesíodo la cree hija de la oscuridad y la noche, Érebo y Nix. En los Cantos ciprios se habla de la unión de Zeus y Némesis, para dar nacimiento a Helena, lo cual expresa la idea de la cólera celeste. Némesis fue perseguida por el dios del cielo, y para librarse de él tomó formas de monstruos marinos y de diversos animales terrestres. Finalmente se transformó en una oca. Zeus transmutado en cisne logró alcanzarla y, fruto de esta unión, la diosa puso un huevo que fue recogido por unos pastores y entregado por ellos a Leda, que lo cuidó. Ésta es una de las versiones del origen de Helena de Troya. Némesis es una deidad primordial, por lo que no está sometida a los dictámenes de los dioses olímpicos. Castiga sobre todo la desmesura. Sus sanciones tienen usualmente la intención de dejar claro a los mortales que, debido a su condición humana, no pueden ser excesivamente afortunados ni deben trastocar con sus actos, ya sean buenos o malos, el equilibrio universal.

Un claro ejemplo lo encontramos en Creso, último rey de Lidia entre el 560 y el 546 a. C., que al ser demasiado dichoso fue arrastrado por Némesis a una expedición contra Ciro que provocó su ruina. También se considera que Némesis era la diosa griega que medía la felicidad y la desdicha de los mortales, a quienes solía ocasionar crueles pérdidas cuando habían sido favorecidos en demasía por la Fortuna. Con este carácter nos la presentan los primeros escritores griegos, y más tarde fue considerada como representación de las Furias, es decir, como la diosa que castigaba los crímenes. El poder irresistible de Némesis está expresado por su asociación con Adrastea, divinidad asiática que se confundió con ella, hasta ser este nombre uno de sus epítetos. Némesis es uno de los atributos del dios supremo, y era, en unión de Adrastea, el instrumento de la cólera divina. Solían representarla los artistas de la antigüedad con alas para expresar la prontitud con que atendía todas sus funciones y armada de antorchas, espadas y serpientes como instrumentos de su venganza. El origen del culto a Némesis hay que buscarlo en el temor que sentían los griegos a la cólera divina. Hesíodo presenta a Aidos y Némesis indignadas por el espectáculo de la perversidad humana, huyendo de la Tierra envueltas en velos blancos, de suerte que Némesis no es más que una personificación del sentimiento moral, reprobador de toda violencia y de todo exceso. El primer templo y los primeros altares que tuvo Némesis estuvieron en Ramnonte, situado en la región del Ática. Durante mucho tiempo su culto no salió de allí. Considerada por algunos como la fuerza o poder del Sol, su culto se había extendido por toda la tierra. Era venerada por los persas, asirios, babilonios, egipcios y etíopes. Orfeo llevó su culto a Grecia e Italia y la colocó entre sus principales divinidades bajo el nombre griego de Némesis. Tenía un altar en el Capitolio al que los guerreros iban a sacrificar antes de partir para los combates y le ofrecían un machete o una cuchilla. El poeta romano Ovidio narra un mito similar al de Hesíodo, pero con sólo cuatro edades, en su libro poético Las metamorfosis. Su mito es similar al de Hesíodo, aunque omite la Edad de los Héroes. Ovidio recalca que la justicia y la paz sólo son propias de la Edad de Oro. También añade que, en esta edad, los hombres no conocían aún la navegación y, por tanto, no podían explorar el mundo. En la Edad de Plata, Júpiter da a los hombres las estaciones del año, por lo que éstos aprenden el arte de la agricultura y la arquitectura. En la Edad de Bronce, los hombres viven para la guerra, pero no son impiadosos. Finalmente, en la actual Edad de Hierro, los hombres demarcan las naciones con fronteras y aprenden las artes de la navegación y la minería. Les gustan las guerras, son codiciosos e impiadosos. La verdad, la modestia y la lealtad han desaparecido.

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Una idea análoga puede encontrarse en las tradiciones religiosas y filosóficas de Asia. Por ejemplo, los Vedas, antiguos textos hinduistas escritos en sánscrito, concebían la historia en forma cíclica, con alternancia entre las edades oscuras y las de oro. En el marco del hinduismo, un iugá (‘era’ en sánscrito) es cada una de las cuatro eras en la que está dividido un majā iugá (‘gran era’). Los cuatro iugás son: satiá iugá (edad de oro), de 1.728.000 años; treta iugá (edad de plata), de 864.000 años; duapara iugá (edad de bronce), de 1.296.000 años; y káli iugá (edad de hierro o era del demonio Kali), de 432.000 años. Estas eras se corresponderían con las cuatro edades griegas. En la tradición hinduista, el mundo pasa por un continuo ciclo de estas épocas. Cada satiá-iugá se va degradando hasta convertirse en kali-iugá. Luego viene una etapa de renacimiento que no se describe en las Escrituras, y comienza otro satiá-iugá, seguida de otra fase descendente. Y así continuamente. El descenso de satiá-iugá a kali-iugá está asociado a un progresivo deterioro del dharma, palabra sánscrita que significa ‘ley religiosa’, manifestado en un decrecimiento en la duración de la vida del ser humano y la calidad de los estándares de la moral humana. El satiá-iugá es la primera de las edades del mundo. El satiá-iugá en total dura 4800 años de los dioses, que equivaldrían a 1.728.000 años de los hombres. Curiosamente 1 año de los dioses equivale a 360 años del hombre (360=60*6). El sistema sexagesimal es un sistema de numeración posicional que emplea como base aritmética el número 60. Tuvo su origen en la antigua Mesopotamia, en la civilización sumeria. También fue empleado por los árabes durante el califato omeya. El sistema sexagesimal se usa para medir tiempos (horas, minutos y segundos) y ángulos (grados). En Babilonia se dividió la circunferencia en 360 arcos iguales. Cada una de esas partes recibió el nombre de grado y a cada una de ellas se le asignó un dios. En el zodíaco vuelve a aparecer el doce, pues esa cantidad de signos o «casas» tiene el sistema, abarcando un arco de 30 grados y un conjunto de la misma cantidad de dioses. El sistema religioso era muy estricto y dogmático y exigía que los ángulos fueran construidos mediante regla no graduada de un solo borde y longitud indefinida, más un compás de abertura fija, mientras se trazaba una circunferencia, pero que se cerraba al levantarlo, con lo que no era posible usarlo para transportar segmentos o medidas. Este sistema de construcción geométrica era considerado de origen y uso divino. Según estas creencias el universo había sido creado con ese método de construcción geométrica. Lo que constituye un misterio es saber cómo se desarrolló plenamente ese sistema religioso geométrico, ya que el Teorema General de Ciclotomíade Gauss, de 1801, demuestra imposible la construcción para muchos ángulos de un número entero de grados, cualquiera que no sea múltiplo de 3º.

Es un problema determinar si los sacerdotes se conformaron con aproximaciones o con métodos no sagrados, como hacer marcas en la regla. Esto hubiera destruido toda una filosofía y, si hubiese ocurrido, tendrían que haberlo escondido cuidadosamente de los hombres no pertenecientes al clero. Cuatro períodos abarcan 1260 años, que equivalen a 3 + ½ veces 360 años. El uso del número sesenta como base para la medición de ángulos, coordenadas y medidas de tiempo se vincula a la vieja astronomía y a la trigonometría. Era común medir el ángulo de elevación de un astro y la trigonometría utiliza triángulos rectángulos. Durante el Califato Omeya, el sistema sexagesimal fue empleado por los árabes tanto para contar el tiempo como para la geometría y trigonometría que había evolucionado de los ancestros babilónicos, pasando por el viejo Egipto y muchas otras culturas. Fueron precisamente los árabes quienes asentaron el uso del sistema sexagesimal en la cultura moderna, ya que durante casi 500 años ostentaron todo el potencial científico sin discusión. Al igual que en su momento los babilonios trazaron las primeras líneas para que los árabes utilizaran su sistema años después, estos cimentaron el uso del sistema sexagesimal tal y como lo conocemos hoy día. Y por muy curiosos que resulte todavía sigue funcionando a la perfección. Volviendo al satiá-iugá, vemos que la era propiamente dicha duraba 4000 años de los dioses, el comienzo (amanecer) 400 años y el final (atardecer) otros 400 años. Estos son 4800 años de los dioses, que equivaldrían a 1.728.000 años de los hombres. El método de liberación espiritual en esta primera era es dhiana(‘meditación’). En este iugá más elevado, todas las personas puede experimentar la espiritualidad por intuición directa. El velo entre los reinos de lo material y lo transcendental se vuelve casi transparente. De acuerdo con el Natia Shastra, antiguo tratado hinduista, no hay presentaciones de natiá (danza) en el satiá-iugá porque es un periodo libre de cualquier tipo de infelicidad o miseria. Satiá-iugá es también llamado la Era Dorada o Edad de Oro. En el tréta-iugá, el método de liberación espiritual es el iagñá (‘sacrificio de animales en un altar’). La era en total dura 2400 años de los dioses, equivalente a 864.000 años de los hombres. La era propiamente dicha dura 2000 años de los dioses, el comienzo (amanecer) 200 años y el final (atardecer) 200 años. Se dice que la guerra descrita en el Rāmāiaṇa sucedió en tréta-iugá. En el duapára-iugá, el método de liberación espiritual es archana (‘adoración de ídolos’). En sánscrito, dvā-pára iugásignifica ‘segunda era’’. Sin embargo esta era es la tercera, después de tréta-iugá, ya que el orden de las cuatro eras se trastocó en esta época en particular, y la ‘tercera era’ (tréta-iugá) vino antes que la ‘segunda era’. La era en total dura 3600 años de los dioses, equivalente a 1.296.000 años de los hombres.  El fin de esta era está relacionado con la muerte del dios Krishná, y los sucesos descritos en el Majábharata.

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En el Kali iugá actual el método de liberación espiritual es dāna (‘dar caridad’). Igualmente, las escrituras Védicas recomiendan para esta era: “Cantar el nombre de Hari, Cantar el nombre de Hari, Cantar el nombre de Hari es el principal medio de alcanzar liberación espiritual en la era de Kali. No hay otra manera, no hay otra manera, no hay otra manera“. Es decir, el canto de losSantos Nombres de Dios, de forma colectiva (kirtan) o individual (japa) son las únicas maneras de alcanzar la liberación del espíritu de la contaminación material provocada por la riña e hipocresía que caracterizan a esta era. La era en total dura 1200 años de los dioses, equivalente a 432.000 años de los hombres. En el Vishnú puraná, kali-iugá se describe así: “En el kali-iugá, habrán numerosos gobernantes luchando por el poder entre ellos. Ellos no tendrán carácter. La violencia, las mentiras y la inmoralidad estarán a la orden del día. La piedad y la naturaleza del bien se desvanecerán lentamente. La pasión y la lujuria serán la única atracción entre los sexos. Las mujeres serán objetos de placer sexual. La mentira será la línea límite de subsistencia. La gente culta será ridiculizada y puesta en vergüenza; en el mundo la ley del más rico será la única ley“. Literalmente kali significa ‘el lado del dado marcado con un uno’. No se debe confundir con la diosa Kālī, fundamental en el hinduismo. Estos cuatro iugás juntos (satiá, treta, duapara y kali) completan un majā-iugá (‘gran era’). Una sucesión de 71 maja-iugás completan unmanuantara (‘intervalo de Manu’), la vida de un patriarca Manu. Equivale a 12.000 años de los dioses o a 4.320.000 años de los hombres. Al final de cada manuantara hay un periodo igual de tiempo, de 71 majá-iugas, durante el cual el «mundo», que puede ser este planeta o el universo entero, es inundado. Entonces el ciclo comienza de nuevo. El escritor hindú Sri Yukteswar Giri tenía una interpretación diferente del ciclo de iugás, que lograba explicar la incoherencia de las doctrinas hindúes con la realidad que se vivía en su época, de principio del siglo XX. Se supone que en kali-iugá debería haber menos longevidad y menos desarrollo del conocimiento, y más machismo, crímenes de odio, etc. Para eliminar esa incoherencia, en su libro La ciencia sagrada, él sostuvo con cálculos matemáticos que no estamos en un kali-iugá. Según Sri Yukteswar Giri, el kali iugá comprende un periodo de 1000 +200 años de dioses, dwarpa-iugá 2000 +400, tetra-iugá 3000 +600 y satya-iugá 4000 + 800. A cada iugá le corresponden dos fases de transición, por ejemplo 100 + 1000 + 100. Si representamos las iugás en un reloj, la época espiritual más baja serían las 6 del reloj, hacia al año 1.000 d.C., el centro de kali yuga, más o menos la Edad Media, y el punto más alto estaría en las 12 del reloj, que  es el centro del satya-iugá o Edad de Oro. Tardamos unos 12.500 años de los dioses desde el punto más bajo al más alto, y unos 25.000 en la vuelta completa en el sentido del reloj. Actualmente estaríamos a las 7 y ascendiendo en dwarpa-iugá o Edad de Bronce.

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Creencias similares a las de las cuatro eras o edades pueden encontrarse en el antiguo Oriente medio y en todo el mundo antiguo. Según Giorgio de Santillana, que fuera profesor de historia en el MIT y coautor del libro Hamlet’s Mill, hay cerca de 200 mitos e historias de 30 culturas antiguas que hablan de un ciclo de edades ligadas al movimiento de los cielos. Algunos creyentes utópicos, tanto políticos como religiosos, sostienen que la edad de oro volvería después de un período de decadencia. Otros consideran, en particular los hindúes modernos, que la edad de oro volverá gradualmente como una consecuencia natural de los cambiantes iugás (eras). Antes hemos dejado el tema de los titanes, que volvemos a retomar. Los titanes fueron doce desde su primera aparición en la Teogonía de Hesíodo; aunque en su Biblioteca mitológica, Apolodoro añade una decimotercera entidad, llamada Dione, desdoblamiento de la titánide Tea. Los titanes estaban relacionados con diversos conceptos primordiales, algunos de los cuales simplemente se deducían a partir de sus nombre, tales como el océano y la fructífera tierra, el Sol y la Luna, la memoria y la ley natural. Los doce titanes de la primera generación fueron liderados por el más joven, Crono (o Cronos), quien derrocó a su padre Urano (‘Cielo’) a instancia de su madre, Gea (‘Tierra’). Posteriormente los titanes engendraron una segunda generación, destacando los hijos de Hiperión (Helios, Eos y Selene), las hijas de Ceo (Leto y Asteria) y los hijos de Jápeto (Prometeo, Epimeteo, Atlas y Menecio). Los titanes precedieron a los doce dioses olímpicos, quienes, guiados por Zeus, terminaron derrocándolos en la Titanomaquia (‘guerra de los titanes’). La mayoría de los titanes fueron entonces encarcelados en el Tártaro, la región más profunda del inframundo. En la mitología griega, la Titanomaquia trata de una serie de batallas libradas durante diez años entre las dos razas de deidades muy anteriores a la existencia de la humanidad. Se trataba de los Titanes, luchando desde el monte Otris, y los Olímpicos, que llegarían a reinar en el monte Olimpo. Se la conoce también como la Batalla de los Titanes. Es confundida por algunos autores, como Ovidio, con la Gigantomaquia, o ‘guerra de los gigantes’, que es posterior. Los griegos de la edad clásica conocían varios poemas sobre la Titanomaquia. El principal de ellos, y el único que se ha conservado, era la Teogonía, atribuida a Hesíodo. Un poema épico perdido titulado Titanomaquia y atribuido a Tamiris, un aedo tracio hijo de Filamón y Argíope, a su vez un personaje legendario. Los Titanes también jugaban un papel prominente en los poemas atribuidos a Orfeo. Aunque sólo se conservan fragmentos de los relatos órficos, revelan interesantes diferencias con la tradición de Hesíodo. Estos mitos griegos de la Titanomaquia caen dentro de una clase de mitos similares a otros en Europa y Oriente Próximo, donde un grupo de dioses se enfrenta a los dioses dominantes. A veces éstos dioses son suplantados. Otras los rebeldes pierden y son totalmente apartados del poder o incorporados al panteón.

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Otros ejemplos de la guerra de los titanes serían las guerras de los Aesir con los Vanir y los Jotunos en la mitología escandinava, o bien el épico Enuma Elish babilónico, así como la narración hitita del «Reino del Cielo» y el oscuro conflicto generacional de los fragmentos ugaritas. El marco para esta importante batalla fue creado después de que el titán más joven, Crono, derrocase a su propio padre, Urano, dios del Cielo y gobernante del universo, con la ayuda de su madre, Gea (la Tierra). Crono castró entonces a su padre, se apoderó de su trono y liberó a sus hermanos titanes, que habían sido encerrados en el Tártaro bajo el reinado tiránico y egoísta de Urano. Sin embargo, al ser usurpado su puesto, Urano profetizó que los propios hijos de Crono se rebelarían contra su gobierno igual que habían hecho él y sus hermanos. Por miedo de que sus futuros hijos se rebelasen contra él, Crono se convirtió en el terrible rey que su padre Urano había sido, y se tragaba enteros a sus hijos a medida que nacían de su esposa y hermana Rea. Sin embargo, según una leyenda arcadia recogida por el geógrafo griego Pausanias en suDescripción de Grecia, Rea logró esconder a sus hijos quinto y sexto, Poseidón y Zeus, diciendo a Crono que había dado a luz un caballo, y le dio un potro para que se lo comiera en lugar de Poseidón, y en lugar de Zeus le entregó una piedra envuelta en pañales. Rea llevó a Zeus a una cueva en la isla de Creta, donde éste fue criado por los Curetes y las ninfas Adrastea e Ida. Cuando Zeus se hizo mayor, Metis dio a Crono una poción especial, que provocó que éste vomitara a los hijos que se había tragado. Zeus los condujo entonces a la rebelión contra los Titanes. Entonces los Olímpicos, guiados por Zeus, declararon la guerra a la anterior generación de deidades, los Titanes. Estos fueron encabezados por Crono e incluían a Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto, Atlas y Menecio. Los Olímpicos eran guiados por Zeus e incluían a Hestia, Hera, Deméter, Hades y Poseidón; e incluso a la titánide Hecate. Probablemente Estigia y sus hijos también lucharon en el bando de los Olímpicos. Además, los Hecatónquiros, gigantes con 100 brazos y 50 cabezas e hijos de Gea y Urano, y los Cíclopes, miembros de una raza de gigantes con un solo ojo en mitad de la frente, que habían sido encarcelados por Crono, ayudaron a los Olímpicos. Se decía que los Hecatónquiros ayudaron a los Olímpicos arrojando enormes piedras a los Titanes, de cien en cien. Los Cíclopes ayudaron fabricando las famosas armas de Zeus, los rayos, el tridente de Poseidón y el casco de invisibilidad de Hades. Habiendo logrado por fin la victoria tras toda una década de guerra, los Olímpicos dividieron el botín entre ellos, otorgando el dominio del cielo a Zeus, el del mar a Poseidón, y el del inframundo a Hades. Procedieron entonces a encerrar a los derrotados Titanes en el Tártaro, las más hondas profundidades del inframundo.

Sin embargo, dado que durante la guerra, tanto Océano como las titánides Tea, Rea, Temis, Mnemósine, Febe y Tetis, habían permanecido neutrales, no fueron castigadas por Zeus. Algunos otros titanes que no fueron encerrados en el Tártaro fueron Atlas, Crono, Epimeteo, Menecio y Prometeo. Zeus dio a Atlas un castigo diferente. Urano, el cielo, casi se había derrumbado sobre la tierra tras la guerra, debido a la enorme lucha que había ocurrido bajo él, por lo que Zeus dispuso que Atlas sujetase los cielos por toda la eternidad. Epimeteo, Menecio y Prometeo cambiaron de bando y ayudaron a Zeus en la guerra, por lo que no fueron castigados. Sobre el destino de Crono existen al menos dos variantes míticas. La tradición más antigua, reflejada en ciertos textos homéricos, como la Ilíada, y de Hesíodo, supone que Crono habita en el Tártaro rodeado por el resto de los titanes. Una tradición posterior señala que Crono fue luego liberado por voluntad de Zeus, y que quedó reinando en las islas de los Bienaventurados. Los que no se habían opuesto a Zeus siguieron teniendo de forma más o menos directa un papel en el nuevo orden mundial. Océano continuó circundando el mundo, el nombre de la ‘brillante’ Febe fue empleado como sobrenombre de Artemis y añadido como epíteto de Apolo, como «Apolo Febo», Mnemósine alumbró a las Musas, Temis siguió encarnando el concepto de ‘ley de la naturaleza’ y Metis fue madre de Atenea. En un texto órfico, Zeus no se limitó a atacar a su padre con violencia. En su lugar, Rea preparó un banquete para Crono, y éste se emborrachó con miel fermentada. En lugar de encerrarlo en el Tártaro, Crono fue arrastrado, todavía borracho, a la cueva de Nix, donde siguió durmiendo y vaticinando por toda la eternidad. Otro mito acerca de los titanes no mencionado por Hesíodo gira en torno a Dioniso. En un momento determinado de su reinado, Zeus decidió ceder el trono en favor del infante Dioniso, que, como Zeus a su edad, era protegido por los Curetes. Los titanes decidieron matar al niño y reclamar el trono para ellos. Se pintaron las caras de blanco con yeso, distrajeron a Dioniso con juguetes, y entonces lo despedazaron, y cocieron y asaron sus miembros, dándose un festín con ellos, mientras que de la sangre de la víctima nacía un granado. Zeus, enfurecido, castigó a los titanes fulminándolos con sus rayos. Atenea guardaba el corazón del niño en un muñeco de yeso, a partir del cual Zeus hizo a un nuevo Dioniso. Esta historia es narrada por los poetas Calímaco y Nono, que llaman a este Dioniso «Zagreo», y también en cierto número de textos órficos, en los que no se usa tal nombre. Una variación de esta historia, recogida por el filósofo neoplatónico Olimpiodoro, ya en la era cristiana, dice que la humanidad surgió del humo grasiento que despedían los cadáveres de los titanes al arder, muertos por el rayo de Zeus. Otros escritores anteriores insinúan por el contrario que la humanidad nació de la sangre derramada por los titanes en su guerra contra los Olímpicos.

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Píndaro, Platón y Opiano se referían a la «naturaleza titánica» del hombre. Que esto se refiera a algún tipo de «pecado original» relacionado con el asesinato de Dioniso sigue siendo objeto de debate. En Atenas, se había dedicado un altar a Prometeo en la Academia de Platón. Desde allí partía una carrera de antorchas celebrada en su honor por la ciudad, en la que ganaba el primero que alcanzaba la meta con la antorcha encendida. Prometeo era hijo de Jápeto y la oceánide Asia o de la también oceánide Clímene. Era hermano de Atlas, Epimeteo y Menecio, a los que superaba en astucia y engaños. No tenía miedo alguno a los dioses, y ridiculizó a Zeus y a su poca perspicacia. Sin embargo, Esquilo afirmaba en su Prometeo encadenado que era hijo de Gea o Temis. Según una versión minoritaria, el gigante Eurimedonte violó a Hera cuando esta era una niña y engendró a Prometeo, lo que causó la furia de Zeus. Prometeo fue un gran benefactor de la humanidad. Urdió un primer engaño contra Zeus al realizar el sacrificio de un gran buey que dividió a continuación en dos partes. En una de ellas puso la piel, la carne y las vísceras, que ocultó en el vientre del buey, y en la otra puso los huesos, pero los cubrió de apetitosa grasa. Dejó entonces elegir a Zeus la parte que comerían los dioses. Zeus eligió la capa de grasa y se llenó de cólera cuando vio que en realidad había escogido los huesos. Desde entonces los hombres queman en los sacrificios los huesos para ofrecerlos a los dioses, y se comen la carne. Indignado por este engaño, Zeus privó a los hombres del fuego. Prometeo decidió robarlo, así que subió al monte Olimpo y lo cogió del carro de Helios o de la forja de Hefesto, y lo consiguió devolver a los hombres en el tallo de una cañaheja, que arde lentamente y resulta muy apropiado para este fin. De esta forma la humanidad pudo calentarse. En otras versiones, como el Protágoras de Platón, Prometeo robaba las artes de Hefesto y Atenea, se llevaba también el fuego porque sin él no servían para nada, y proporcionaba de esta forma al hombre los medios con los que ganarse la vida. Para vengarse por esta segunda ofensa, Zeus ordenó a Hefesto que hiciese una mujer de arcilla llamada Pandora. Zeus le infundió vida y la envió por medio de Hermes al hermano de Prometeo: Epimeteo, en cuya casa se encontraba la jarra que contenía todas las desgracias (plagas, dolor, pobreza, crimen, etcétera) con las que Zeus quería castigar a la humanidad. Epimeteo se casó con ella para aplacar la ira de Zeus, por haberla rechazado una primera vez a causa de las advertencias de su hermano de que no aceptase ningún regalo de los dioses. Pandora terminaría abriendo el ánfora, tal y como Zeus había previsto. Tras vengarse así de la humanidad, Zeus se vengó también de Prometeo e hizo que lo llevaran al Cáucaso, donde fue encadenado por Hefesto con la ayuda de Bía y Cratos.

Zeus envió un águila, hija de los monstruos Tifón y Equidna, para que se comiera el hígado de Prometeo. Siendo éste inmortal, su hígado volvía a crecerle cada noche, y el águila volvía a comérselo cada día. Este castigo había de durar para siempre. Pero Heracles pasó por el lugar de cautiverio de Prometeo de camino al jardín de las Hespérides y lo liberó disparando una flecha al águila. Esta vez no le importó a Zeus que Prometeo evitase de nuevo su castigo, ya que este acto de liberación y misericordia ayudaba a la glorificación del mito de Heracles, quien era hijo de Zeus. Prometeo fue así liberado, aunque debía llevar con él un anillo unido a un trozo de la roca a la que fue encadenado. Agradecido, Prometeo reveló a Heracles el modo de obtener las manzanas doradas de las Hespérides. Sin embargo, en otra versión Prometeo fue liberado por Hefesto tras revelar a Zeus que si tenía un hijo con la nereida Tetis, este hijo llegaría a ser más poderoso que su padre, quien quiera que éste fuera. Por ello Zeus evitó tener a Tetis como consorte y el hijo que tuvo ésta con Peleo fue Aquiles quien, tal y como decía la profecía, llegó a ser más poderoso que su padre. La Biblioteca mitológica recoge una versión según la cual Prometeo fue el creador de los hombres, modelándolos con barro. Prometeo se ofreció ante Zeus para cambiar su mortalidad por la inmortalidad de Quirón cuando éste fue herido accidentalmente por Heracles, lo que le produjo una herida incurable. Prometeo puede ser clasificado entre los dioses tramposos, como en la mitología nórdica lo es Loki, quien también es un gigante más que un dios, está asociado con el fuego y es castigado a ser encadenado a una roca y atormentado por un águila. Los mejores simbologistas europeos creen que el nombre de Prometeo tenía en la antigüedad un significado importante y misterioso. Paul Decharme (1839-1905), autor francés de la  Mythologie de la Grèce Antique,  explica la historia de Deucalión, hijo de Prometeo, a quien los beocios, naturales de la antigua Beocia, en Grecia, consideraban como el antecesor de las razas humanas. Paul Decharme dice: “Así, pues, Prometeo es algo más que el arquetipo de la humanidad, es su  generador.  Del mismo modo que hemos visto a Hefesto modelando a la primera mujer (Pandora) y dotándola de vida, así Prometeo amasa el barro húmedo, con el cual modela el cuerpo del  primer hombre, a quien quiere dotar de la chispa del alma. Después del diluvio de Deucalión, Zeus, decían, había ordenado a Prometeo y a Athenaque que produjeran una nueva raza de hombres del lodo dejado por las aguas del diluvio, y, en los días de  Pausanias, el limo que el héroe había empleado con este objeto se enseñaba todavía en Focis. En varios monumentos arcaicos  vemos aún a Prometeo modelando un cuerpo humano, ya solo o con ayuda de Athena“.

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En la mitología griega, Deucalión era hijo de Prometeo y la oceánide Pronea, y reinó en las regiones próximas a Ftía. Su esposa, y a la vez prima hermana, fue Pirra, hija de Epimeteo y Pandora. Cuando Zeus decidió poner fin a la Edad de Bronce con un gran diluvio, Deucalión, por consejo de Prometeo, construyó un arca y, disponiendo dentro de ella lo necesario, se embarcó en compañía de Pirra. Este relato es muy similar al del bíblico Noé, lo que indicaría un origen común. Zeus hizo caer desde el cielo una copiosa lluvia e inundó la mayor parte de la Hélade (Grecia), de manera que perecieran todos los hombres, excepto unos pocos que se refugiaron en las cumbres de las montañas próximas. Después de nueve días y otras tantas noches navegando, al término del diluvio, la pareja volvió a tierra firme y Deucalión decidió consultar el oráculo de Delfos, asistida por Temis, sobre cómo repoblar la tierra. Se le dijo que arrojase los huesos de su madre por encima de su hombro. Deucalión y Pirra entendieron que “su madre” era Gea, la madre de todas los seres vivientes, y que los “huesos” eran las rocas. Así que tiraron piedras por encima de sus hombros y éstas se convirtieron en personas. Las de Pirra en mujeres y las de Deucalión en hombres. El Diluvio de Deucalión es llamado así para diferenciarlo deldiluvio de Ogigia y de otros. La Edad de Plata es el nombre que se suele dar a un periodo histórico particular que se considera sucesor o emulador de una anterior Edad de Oro, aunque su nivel sea inferior. La expresión se acuñó como una de las cinco Edades del Hombre descritas por Hesíodo, y que comienzan con la creación del hombre a partir de las piedras arrojadas por Deucalión y Pirra tras un diluvio. Esta humanidad vivió por cien años como niños, sin crecer; y repentinamente envejecieron y murieron. Zeus los destruyó por su impiedad mediante el diluvio de Ogigia. Tras el exilio de Crono, Zeus gobernaba el mundo, y los olímpicos crearon una segunda generación de hombres, denominados de plata por ser su raza menos noble que la anterior de oro. Zeus redujo la primavera perpetua que existía a una sola estación. Los hombres debían abrigarse, construir casas y trabajar, sembrando para poder cosechar y alimentarse. Los niños crecían al cuidado de su madre durante cien años, y la edad adulta duraba pocos años. Menos noble que la de la Edad de Oro, la humanidad de la Edad de Plata no dejaba de suscitar luchas de unos contra otros, y no honraba ni servía a los dioses inmortales. Estas acciones enojaron a Zeus, y los castigó destruyéndolos. El Diluvio de Deucalión fue provocado por la ira de Zeus contra los impíos hijos de Licaón, el hijo de Pelasgo. El mismo Licaón fue el primero en civilizar la Arcadia e institucionalizó el culto a Zeus Licio, pero enojó al dios sacrificándole un niño. Por esa razón fue transformado en lobo y su casa destruida por el rayo.

Algunos investigadores dicen que Licaón tuvo en total veintidós hijos, mientras que otros dicen que cincuenta. La noticia de los crímenes cometidos por los hijos de Licaón llegó al Olimpo y el mismo Zeus fue a visitarles disfrazado de viajero pobre. Tuvieron la desfachatez de servirle una sopa de menudos en la que habían mezclado las vísceras de su hermano Níctimo con otras de ovejas y cabras. Zeus no se dejó engañar y, derribando de un golpe la mesa en la que le habían servido aquel repugnante banquete, los convirtió a todos en lobos, menos a Níctimo, a quien devolvió la vida. A su regreso a] Olimpo, Zeus desahogó su disgusto desatando un gran diluvio sobre la tierra con la intención de borrar de su faz a toda la raza humana. Pero Deucalión, rey de Ptía, avisado por su padre, el titán Prometeo, a quien había visitado en el Cáucaso, construyó un arca, la llenó de avituallamiento y subió a bordo con su esposa Pirra, hija de Epimeteo. Luego empezó a soplar el viento del sur y comenzó la lluvia, y los ríos se precipitaban sobre el mar, que subía con asombrosa rapidez, arrasando y cubriendo cada ciudad de la costa y del interior, hasta que todo el mundo quedó inundado, a excepción de unas cuantas cimas montañosas, y todas las criaturas mortales parecían haber desaparecido, excepto Deucalión y Pirra, El arca estuvo flotando durante unos nueve días hasta que finalmente las aguas retrocedieron y la embarcación se posó en el monte Parnaso, o, en opinión de algunos, en el Etna, en el Atos, o en el monte Otris de Tesalia. Se dice que Deucalión obtuvo la confirmación del fin del diluvio por una paloma que él mismo había enviado a explorar. Como vemos, un relato muy similar al bíblico de Noé. Después de desembarcar sanos y salvos, ofrecieron un sacrificio al padre Zeus, protector de los fugitivos, y bajaron a orar en el santuario de Temis, junto al río Cefiso, donde hacía frío y el techo estaba cubierto de algas. Suplicaron humildemente que volviera a renacer la raza humana, y Zeus, escuchando sus voces desde lejos, envió a Hermes para asegurarles que todo lo que pidieran les sería concedido. Temis apareció en persona y dijo: «¡Cubríos la cabeza y arrojad hacia atrás los huesos de vuestra madre!». Deucalión y Pirra eran hijos de distintas madres, ambas ya fallecidas, así que dedujeron que la Titánide se refería a la Madre Tierra, cuyos huesos eran las rocas que yacían en la orilla del río. Por tanto, se cubrieron las cabezas y se inclinaron para recoger las rocas, tirándolas por encima de sus hombros. Las rocas se transformaron en hombres y mujeres, en función de que las hubiera arrojado Deucalión o Pirra, y de esta forma se renovó a humanidad, y desde entonces «pueblo» (laos) y «piedra» (laas) son la misma palabra en muchas lenguas.

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Sin embargo, resultó que Deucalión y Pirra no fueron los únicos supervivientes del Diluvio, pues Megaro, un hijo de Zeus, había sido despertado mientras dormía por los gritos de las grullas que le llamaban para que subiera a lo alto del monte Gerania, que no llegó a ser cubierto por las aguas. Otro que escapó fue Cerambo de Pelión, a quien las Ninfas transformaron en escarabajo, pudiendo así volar a la cumbre del Parnaso. De modo similar, los habitantes de Parnaso, ciudad fundada por Parnaso, un hijo de Posidón que inventó el arte del augurio, fueron despertados por el aullido de lobos, y los siguieron hasta la cima de la montaña. En memoria de estos lobos llamaron Licorea a su ciudad. Así pues, el diluvio sirvió de poco, pues algunos de los parnasianos emigraron a Arcadia y repitieron las abominaciones de Licaón. Se sacrificaba un niño a Zeus Liceo y sus vísceras se mezclaban con otras en una sopa de menudos que se repartía luego entre los pastores junto al río. El pastor que come las vísceras del aúlla como un lobo, cuelga sus ropas en un roble, cruza el río y se convierte en licántropo. Durante ocho años forma parte de la manada de lobos, pero si se abstiene de comer carne humana durante este tiempo, puede regresar, cruzar de nuevo el río y recuperar sus ropas. Según Robert Graves, en su obra Los mitos griegos, este Deucalión era hermano de la Ariadna cretense y padre de Oresteo, rey de los locrios ozolianos, en cuya época una perra blanca parió una estaca que Oresteo plantó y que creció convirtiéndose en vid. Otro de sus hijos, Anfictión, dio alojamiento a Dioniso y fue el primer hombre que mezcló vino con agua. Pero su primer descendiente y el más famoso fue Heleno, padre de todos los griegos. El mito del Diluvio de Deucalión, aparentemente traído de Asia por los hélades, tiene el mismo origen que la leyenda bíblica de Noé. Pero, aunque la invención del vino por Noé es el tema de una fábula moral hebrea para justificar casualmente la esclavización de los cananeos por sus conquistadores semitas y casitas, los griegos han suprimido la invención del vino por Deucalión y se la han atribuido a Dioniso. Sin embargo, a Deucalión se le describe como hermano de Ariadna, que, junto con Dioniso, era la madre de varias tribus seguidoras del culto del vino, y además ha conservado su nombre de «marinero del nuevo vino». El mito de Deucalión recoge un diluvio mesopotámico del tercer milenio a.C., y también la fiesta otoñal del Año Nuevo de Babilonia, Siria y Palestina. Esta fiesta celebraba que Parnapishtim servía vino dulce nuevo a los constructores del arca, en la cual, según el poema épico babilónico de Gilgamesh, él y su familia sobrevivieron al diluvio enviado por la diosa lshtar. Parnapishtim, el Noé babilonio, era conocido por su sabiduría, por lo que también era llamado Atrahasis (el muy sabio). El sacerdote babilonio Beroso le llama Xisuthros, que viene de Hasis-Atra. El arca era un barco lunar y la fiesta se celebraba en la luna nueva más próxima al equinoccio otoñal, como una forma de provocar las lluvias invernales. A Ishtar, en el mito griego, se la llama Pirra, nombre de la diosa-madre de los puresati (filisteos), un pueblo cretense que llegó a Palestina pasando por Cilicia aproximadamente en el año 1200 a.C. Pirra en griego significa «rojo vivo» y es un adjetivo que se aplica al vino.

El arqueólogo Leonard Wooley empezó a excavar la ciudad sumeria de Ur, en el Eufrates, la patria legendaria de Abraham, entre 1927 y 1928. Encontró el mosaico de 3.500 a.C. y la tumba de la reina Shub-ad, acompañada de su corte y servidores asesinados durante su funeral. Excavando a 12 metros de profundidad encontró una capa de arcilla completamente limpia. Tenía un grosor de dos metros y medio, y no presentaba restos de utensilios ni basura. Una capa de aluvión natural se explica por una enorme inundación venida del mar y el cielo al mismo tiempo. Según el cap.VII del libro de Moisés, en la Biblia, el agua debe haberse vertido sobre los valles y las colinas por abrirse las fuentes de las grandes profundidades, y las ventanas del cielo, de tal modo que cayó sobre la tierra lluvia durante cuarenta días y cuarenta noches. Y las aguas siguieron sobre la tierra durante ciento cincuenta días. Recordando la concordancia del relato bíblico con la epopeya mucho más antigua de Gilgamésh y el diluvio sumerio, sirviéndose de las llamadas listas sumerias de reyes, y teniendo en cuenta que todas las excavaciones habían confirmado en el país de los dos ríos la autenticidad de las antiguas leyendas, y en especial de las Sagradas Escrituras, le pareció lógico suponer que esta inundación era el famoso Diluvio. Las representaciones de la media Luna como una barca se encuentran entre los registros sumerios. El dios Luna, navegante del cielo, es el hijo del dios supremo Enlil. El dios de las aguas y ordenador del mundo Enki también es un navegante. Jano bifronte tiene a la barca como emblema para navegar en el recipiente primordial de las aguas. Es el navegador del tiempo, el dios de los misterios y las iniciaciones. El barquero Caronte frecuentemente era representado de pie y con una percha, ayudando a las almas a atravesar la laguna Estigia. Miguel Angel representa en la Sixtina escenas de la vida de Noé y destaca el recurso de una barca para sobrevivir. Según la tradición, Santiago llevó a España el Evangelio de Jesús. Se convirtió en el santo patrono del país. Y Santiago de Compostela, donde supuestamente fue sepultado, se convirtió en lugar de peregrinación desde los primeros siglos de la Edad Media. A orillas del Mar de Galilea Jesús invitó a cuatro pescadores a ser sus primeros discípulos. Simón (Pedro), Andrés, Santiago y Juan estaban en una barca echando sus redes. El Nazareno demostró su dominio sobre la naturaleza haciendo que sus redes se llenaran de peces. “No temáis, les dijo, desde ahora seréis pescadores de hombres“.

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El dios Odin, que creó el mundo con sus hermanos a partir de la carne y la sangre del gigante Ymir, estaba considerado como el jefe de los Ases y el dios de los Dioses. La mitología nórdica nos ofrece, además del Ragnarok, una de las guerras más interesantes de todos los ciclos mitológicos, la guerra entre Ases y Vanes, es decir, entre los Señores del Valhalla y los Dioses del Mar.  La información sobre este remoto conflicto es vaga y fragmentada. Las fuentes confiables son escasas. Una de ellas es la Völuspá, poema recopilado en la Edda poético en algún momento del siglo XII, a partir de una fuente tradicional mucho más antigua.  La guerra entre Ases y Vanes, vital para comprender la unicidad posterior del panteón nórdico, y, en definitiva, para explicar quienes serán dioses y quienes no lo serán nunca; está desperdigada en varios textos.  La guerra es relatada en la Völuspá por una sacerdotisa, y por Odín, participante activo del conflicto.  Allí se nos dice que este conflicto entre el cielo y el mar es el más antiguo del mundo. La diosa marina Gullveig, una Vanir, fue lanceada y quemada viva tres veces en las estancias de Odín, con el inconveniente de que la divinidad renació ante cada muerte. Reformada en el fuego abrasador, Gullveig se hizo llamar Heiðr, palabra que significa “reluciente“. Gullweig practicaba un tipo de hechicería notablemente antigua, que le permitía entrar en un estado de trance y conocer cosas que estaban veladas incluso a los dioses.  Este ataque de Odín a Gullweig nos aclara una cuestión vital para comprender el alcance del conflicto, que podría resumirse como la lucha de un pueblo invasor contra un antiguo culto marino oficiado por mujeres. Los Vanir, Señores del Mar, reclamaron una inmediata reparación por la tortura de Gullweig, y solicitaron los mismos privilegios que los Ases. Todas las fuerzas del mundo se congregaron en un concilio en donde se discutió el problema. Primero se estableció una tregua, por la cual todos los involucrados escupieron en una fuente. De aquella saliva emergió Kvasir, cuya sangre inspiró a los poetas. Finalmente, los Ases se negaron al diálogo y rompieron las negociaciones. La guerra estalló con rapidez y ferocidad; y los Vanir demostraron ser dignos rivales para los inmortales. Así lo señala la sacerdotisa: “Odín arrojó una lanza sobre la multitud; esa sería la primera guerra en el mundo, el muro que cerraba el bastión de los Æsir fue roto; los Vanir, indomables, aplastaron la llanura“. La guerra fue tan equilibrada que ambos bandos se vieron obligados a intercambiar rehenes a cambio de escasos momentos de tregua. Casi todas las batallas se produjeron en tierra firme, cuestión que beneficiaba a los Ases, que siempre se mantuvieron a una distancia prudente del mar. Pero ni siquiera esta ventaja estratégica inclinó la balanza hacia los dioses. Los Vanir, fuertemente armados y poseedores de una magia ancestral, resistieron cada uno de los ataques, devolviendo golpe por golpe y causando estragos en las filas celestiales.

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La guerra entre Ases y Vanes se asemeja a la epopeya hindú relatada en el Mahábharata, e incluso a La Ilíada griega, que, en definitiva, no son más que visiones alternativas de probablemente un mismo conflicto.  Poco sabemos sobre los hechos que precipitaron el final de la guerra. Solo que los Ases vencieron, y que los Vanir fueron incorporados a un segundo orden de divinidades. Curiosamente, son los Vanir los que mejor han sobrevivido a los avatares del cristianismo contra los cultos antiguos. Ellos son, en definitiva, lo que luego se conoció como Elfos en las leyendas medievales; criaturas sobrenaturales que no responden al cielo y que viven ancladas en los círculos de la tierra, añorando la espuma del mar y el susurro casi impronunciable de antiquísimas ciudades bajo las olas. El Enûma Elish es un poema babilónico que narra el origen del mundo. Enûma Elish significa en acadio “cuando en lo alto“, y son las dos primeras palabras del poema. Está recogido en unas tablillas halladas en las ruinas de la biblioteca de Asurbanipal (669 – 627 a. C.), en Nínive. Cada una de las tablillas contiene entre 115 y 170 líneas de caracteres cuneiformes datados del año 1200 a. C. El poema está constituido en versos de dos líneas, y la función del segundo es enfatizar el primero mediante oposición, por ejemplo: “Cuando en lo alto el cielo no había sido nombrado, abajo no había sido llamada con un nombre la tierra firme“. Según esta cosmogonía, antes de que el cielo y la tierra tuviesen nombre, la diosa del agua salada Tiamat y el dios del agua dulce Apsu, engendraron una familia de dioses con la mezcla de sus aguas, y estos a su vez a otros dioses. Estos nuevos dioses perturbaban a Apsu, que decidió destruirlos. Aunque uno de ellos, Ea (o Enki), se anticipó a los deseos de Apsu, haciendo un conjuro y derramando el sueño sobre él, para luego matarlo. Ea, o Nudimmud, el dios parricida, junto a Damkina, engendraron a Marduk, el dios de Babilonia. Al tiempo, Tiamat es convencida de tomar venganza y rebelarse, por lo que decide dar mucho poder a Kingu, su nuevo esposo, y le entrega las tablillas del destino. Marduk es nombrado por los dioses para enfrentar a Tiamat. Accede con la condición de ser nombrado “príncipe de los dioses o dios supremo“. Finalmente vence a Tiamat, la mata y con su cuerpo crea el cielo y la tierra. Luego le son arrebatadas las tablas del destino a Kingu. Marduk, exultante, planea realizar obras estupendas y las comunica a Ea: “Amasaré la sangre y haré que haya huesos. Crearé una criatura salvaje, ‘hombre’ se llamará. Tendrá que estar al servicio de los dioses, para que ellos vivan sin cuidado“. Kingu es condenado a morir por ser el jefe de la rebelión, y, con su sangre, Ea crea a la humanidad. En honor a Marduk se construyó el Esagila en el Etemenanki, nombre de un zigurat dedicado a Marduk en la ciudad de Babilonia en el siglo VI a. C. de la dinastía caldea. Originalmente de siete pisos de altura, pocos restos permanecen en la actualidad. El Etemenanki fue popularmente identificado con la Torre de Babel en cuya cúspide estaba la Esagila, que era el templo de Marduk.

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La mayoría de los relatos de la mitología hitita se han perdido, y se carece de los elementos que podrían dar una visión equilibrada de la “religión hitita” entre las tablillas recuperadas en la capital hitita Hattusa y otros lugares hititas: “no hay escrituras canónicas, ni disquisiciones teológicas ni discursos, tampoco ayudas para la devoción privada“. Algunos documentos religiosos forman parte del corpus con que fueron entrenados jóvenes escribas y han sobrevivido, datando la mayoría de ellos de las últimas décadas históricas, antes de que los lugares fueran quemados. Los escribas de la administración real, algunos de cuyos archivos han sobrevivido, formaban parte de una burocracia encargada de organizar y mantener las responsabilidades reales en áreas, que hoy día, se considerarían parte de la religión, tales como organización del templo, administración del culto o informes adivinatorios. Todo esto ha conformado el cuerpo principal de los textos que se han podido recuperar. La comprensión de la mitología hitita ha dependido de las lecturas de determinadas tallas de piedra que han sobrevivido, el desciframiento de la iconología representada en sellos de piedra o de la interpretación de las plantas de los templos. Además, se han conservado unas cuantas imágenes de deidades, pues, a menudo, los hititas adoraban a sus dioses a través de piedras Huwasi, que representaba deidades y eran tratadas como objetos sagrados. Los dioses eran representados a menudo de pie sobre el lomo de sus respectivos animales, o bien han podido ser identificados por su forma animal. Entre otros, Tarhun, el dios del trueno y la tormenta, cuyo emblema era un hacha, y donde su conflicto con la serpiente Illuyanka se asemeja al conflicto entre Indra y la serpiente cósmica Vritra en la mitología indoaria. Su consorte es la diosa solar Arinna. Se rendía culto divino a la pareja, presumiblemente, en el más grande templo de Hattusa. Los hititas, que se refieren a sus “mil dioses“, que aparecen en un número asombroso de inscripciones. Pero sólo son conocidos sus nombres en la actualidad.  “Muchas ciudades hititas mantuvieron dioses de la tormenta individuales, y no quisieron identificar a las deidades locales como manifestaciones de una única figura nacional“, observó Gary Beckman. La multiplicidad es, sin duda, un hecho de localización socio-político dentro del Imperio hitita y no es fácil de reconstruir. Por ejemplo, el centro de culto de Nerik, en la Edad de Bronce, al norte de la capital Hattusa y de Sapinuwa, era un lugar sagrado de los hititas dedicado a un dios local de la tormenta, que era hijo de Wurusemu, diosa solar de Arinna y que fue propiciado desde Hattusa. Según un texto hitita: “Puesto que los Gasgas han tomado la tierra de Nerik por sí mismos, estamos constantemente enviando material para los rituales del dios de la tormenta en Nerik y para los dioses de Nerik desde Hattusa en la ciudad de Ḫakmišša, (es decir) gruesos panes, libaciones, bueyes y ovejas“.

El dios del tiempo atmosférico fue identificado allí con el monte Zaliyanu, cerca de Nerik, responsable de la asignación de la lluvia en las tierras de cultivo de la ciudad. Entre la multitud de dioses, unos pocos se destacan como algo más que locales. Teshub es el nombre dado al dios del Cielo y de la Tormenta en la mitología hitita, que previamente lo había tomado de loshurritas, que era su dios principal, el rey de los dioses. Su nombre hitita y luvita fue Tarhun. El lugar principal de culto era en Kumme, en el Kurdistán, pero también era venerado en los templos consagrados en general al dios de la Tormenta, como en Alepo, Arrafa, Kumani y en el santuario rupestre hitita de Yazilikaya. Los hititas lo representaban usualmente como un guerrero y dios que sostiene un rayo triple, casco y armas, generalmente un hacha y espada. También viajaba sobre las espaldas o en el carro que llevaban los toros de las mitologías hurrita e hitita, Seri y Hurri (‘Día’ y ‘Noche’), que pacían en las ruinas de las ciudades. Teshub es descrito en la cultura hitita como el esposo de Arinna, con la cual tuvo muchos hijos. Igualmente se le describe como el dios que mató al dragón Illuyanka, pero que previamente había sido derrotado por él. Este mito se recitaba en el Festival hitita del Año Nuevo. Tarhun tuvo un hijo, Telepinu y una hija, Inara. Inara es una deidad protectora involucrada en la fiesta de la primavera y del Año Nuevo, Purulli. Ishara es una diosa del juramento, y una lista de tratados y testigos divinos parece representar el panteón hitita más claramente, aunque algunos dioses han desaparecido inexplicablemente. La ciudad de Arinna, a un día de marcha desde Hattusa, fue quizás el centro de culto principal de los hititas, y desde luego de su más importante diosa del sol, conocido como “diosa solar de Arinna“. Durante el siglo XIII a. C. aparecen en las inscripciones algunos gestos explícitos hacia el sincretismo, o intento de conciliar doctrinas distintas. Puduhepa, reina y sacerdotisa, trabajó en la organización y la racionalización de la religión de su pueblo. En una inscripción invoca: “Diosa solar de Arinna, mi señora, ¡eres la reina de todas las tierras!. En la tierra de Hatti has tomado el nombre de diosa solar de Arinna, pero con respecto a la tierra que hiciste de cedros, has asumido el nombre de Hebat“. Kumarbi es el padre de Tarhun y su papel en la Canción de Kumarbi recuerda al de Crono en la Teogonía de Hesíodo. Kumarbi es el dios principal de los hurritas, padre de dioses. Era hijo de Anu, dios del cielo, y padre del dios de la tormenta, Teshub. Fue identificado por los hurritas con el sumerio Enlil y por los ugaritas con El. Kumarbi es conocido por una serie de textos mitológicos hititas, a veces resumidos bajo el término de “Ciclo de Kumarbi“. Estos textos incluyen, en particular, el Cantar de Kumarbi o la Teogonía hitita.

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El Cantar de Kumarbi o la Realeza en el Cielo es el título dado a una versión hitita del mito hurrita de Kumarbi, que data del siglo XIV a. C. Se conserva en tres tablillas, aunque sólo una pequeña fracción del texto es legible. El cantar relata que la deidad primigenia y rey de los cielos Alalu, después que fuese derrocado por Anu, se refugiaría en el mundo subterráneo. Kumarbi pasaría a servir a Anu durante nueve años hasta que consiguió derrotarle. Cuando Anu trató de escapar volando hacia el cielo, Kumarbi le persiguió y al darle alcance, le mordió sus genitales, y una parte de la virilidad de Anu penetró en su cuerpo. En el texto, Anu advierte a su hijo que había quedado embarazado de tres dioses: Teshub, Tigris y Tasmisu, el dios hitita Suwaliya. Al oír esto, Kumarbi escupió el semen en el suelo que quedó impregnado con dos hijos. De Kumarbi nace Teshub. Juntos, Anu y Teshub depondrán a Kumarbi. En otra versión de la Realeza en el Cielo, los tres dioses, Alalu, Anu y Kumarbi, gobiernan el cielo, cada uno sirviendo al que le precede en el reinado, durante nueve años. Es Teshub, hijo de Kumarbi, dios del tiempo atmosférico, quien comienza a conspirar para derrocar a su padre. Desde la primera publicación de las tablillas de la Realeza en el Cielo, los estudiosos han señalado las similitudes entre este mito de la creación hurrita-hitita y la historia de Urano, Crono y Zeus de la mitología griega. En el Cantar de Ullikummi, para poder vencer a Teshub, Kumarbi impregna una roca con su semen, de donde nacerá Ullikummi, un monstruo gigantesco de piedra diorita que llega a crecer tanto que puede tocar el cielo. Kumarbi le había entregado a las deidades de Irsirra para mantenerlo oculto del dios de la tormenta Teshub, el dios Sol del Cielo e Ishtar. Después de que estas deidades lo presentaran a Enlil, le colocaron en el hombro de Upelluri donde creció una hectárea en un mes. Después de quince días, crece lo suficiente en el mar para que el dios Sol pueda darse cuenta y alerta de inmediato a Teshub, que se prepara para la batalla en lo alto del Monte Imgarra. Sin embargo, su primera batalla resulta en una victoria incompleta. Conduce a Hebat a su templo, cortando su comunicación con los otros dioses. Astabis lidera a setenta dioses para atacarle, tratando de sacar el agua de su alrededor, tal vez con el fin de detener su crecimiento. Caen al mar y Ullikummi crece hasta 9000 leguas de alto y ancho, agitando los cielos y la tierra y empujando hacia arriba el cielo, elevándose sobre Kummiya. Piden ayuda a Ea, que le localiza y corta los pies con el cuchillo de cobre que había separado el cielo de la tierra. A pesar de sus heridas, se jacta de que la realeza celeste le ha sido asignada por su padre. Presumiblemente, llegaría a tener una derrota a manos de Teshub.

El dios del tiempo y el relámpago Pihassassa pueden estar en el origen del griego Pegaso. Las representaciones de animales híbridos, como hipogrifos o quimeras, son típicos del arte de Anatolia de este período. En el mito de Telepinu, la desaparición de este dios de la agricultura y la fertilidad provoca que toda la fertilidad se desvanezca, tanto en vegetales como en animales. El resultado es la devastación y desesperación entre los dioses y los seres humanos por igual. Con el fin de detener este caos y devastación, los dioses buscan a Telepinu pero no lo encuentran. Sólo una abeja, enviada por la diosa Hannahanna, encuentra a Telepinu, dormido en el bosque y le pica con su aguijón para despertarlo. Sin embargo, esto enfurece a Telepinu y “desvía el curso de los ríos y destruye las casas“. Al final, la diosa Kamrusepa utiliza la sanación y la magia para calmar a Telepinu, después de lo cual vuelve a su casa y restaura la vegetación y la fertilidad. En otras referencias, es un sacerdote el que ora por todos para que la ira de Telepinu sea enviada a recipientes de bronce en el inframundo, del que nada escapa. Otros dioses importantes eran Aserdus (diosa de la fertilidad), su marido Elkunirsa (creador del universo) y Sausga (equivalente hitita de Ishtar). Ugarit, actual Ras Shamra, en Siria, fue una antigua ciudad portuaria, situada en la costa mediterránea, al norte de Siria y a pocos kilómetros de la moderna ciudad de Latakia, en la región asiática conocida como Levante. Esta ciudad fue fundamental en la historia de las grandes civilizaciones del Cercano Oriente, especialmente durante el período de esplendor, en el cual Egipto tuvo estados vasallos en el Levante. Este período quedó registrado con precisión en la correspondencia de Tell el-Amarna entre funcionarios egipcios, ugaríticos, y de otras nacionalidades. El pueblo ugarítico, además, hizo importantes contribuciones a la escritura y a la religión, tanto semítica pagana como en las fases iniciales del judaísmo. Por estas contribuciones se puede identificar al pueblo que habitó Ugarit en su etapa histórica, que fue su período de esplendor, como un pueblo semita nororiental, emparentado lingüística y religiosamente con los cananeos ubicados más al sur. Las fuentes históricas destacaban que esta ciudad-estado, de alrededor de 2.000 Km² de superficie con sus áreas rurales, envió tributos al faraón de Egipto durante ciertos períodos, y mantuvo importantes relaciones políticas y comerciales con el Reino de Alasiya, estado que posiblemente comprendía la isla de Chipre. Su período de esplendor se extendió entre el 1450 a. C. y el 1180 a. C., aunque la ciudad surgió en el Neolítico, como todo asentamiento de importancia en el Levante. La correspondencia egipcia ya la menciona en su estadio histórico clásico; y no solo como un poblado neolítico, hacia el siglo XX a. C., fecha desde que se tiene conocimiento preciso de la ciudad.

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Hacia el siglo XIX a. C. el contacto comercial con la Ugarit histórica hacia el interior del Próximo Oriente ya estaba consolidado, tal como demuestran estelas que mencionan la ciudad en Ebla, otra ciudad-estado semita. En 1928, Mahmoud Mella Az-Zir, un campesino local alauíta descubrió la entrada a la necrópolis de Ugarit. Este fue el descubrimiento de la ubicación exacta de las ruinas de la ciudad, de la cual sólo se tenían referencias históricas. Comparado el lugar descubierto en 1928 con grabados en vasijas cretenses, confirmaron la ubicación de la destacada ciudad perdida. Su descubrimiento arqueológico moderno permitió abrir un importante campo de exploración, la cual fue principalmente efectuada por el arqueólogo francés Claude F. A. Schaeffer. Buena parte de sus descubrimientos se encuentran en el museo Prehistórico de Estrasburgo, Francia.  Las investigaciones más importantes las efectuó Claude Schaffer en el edificio que pudo ser identificado como el Palacio Real durante buena parte del período de esplendor de la ciudad. Allí se hallaron 90 habitaciones y dos librerías privadas, con textos grabados en tablillas. Una de estas bibliotecas pudo identificarse como perteneciente a una persona llamada Rapanou, que posiblemente fue un diplomático, dada la gran cantidad de manuscritos referentes a relaciones internacionales encontrados allí. Es una prolífica biblioteca, donde se encontraron textos no sólo diplomáticos, sino también religiosos, políticos, legales  o listas deReyes Ugaríticos, costumbre registral que los diversos pueblos de la zona aplicaban desde los tiempos sumerios. Estos textos, escritos principalmente en alfabeto cuneiforme, fueron hallados no sólo en idioma local, sino también en los grandes idiomas del Próximo Oriente de la época. Todo ello demuestra la estratégica posición de la ciudad, tanto como nudo de comunicaciones terrestres entre Asia Menor y Mesopotamia, como puerta de entrada por vía portuaria de esta ruta comercial hacia otros pueblos del Próximo Oriente. Este cruce de caminos se desarrolló desde el 6.000 a. C., todavía en tiempos neolíticos. Pero especialmente se destacó en el período más tardío e histórico de la ciudad, durante la Edad del Hierro, que hizo que por lo tanto ésta fuese su época más clásica y esplendorosa en población y de desarrollo económico y cultural, hacia el siglo XII a. C. Excavaciones posteriores, en 1958, 1973, en la que se encontraron 120 tablillas, y 1994, en la que se encontraron 300 tablillas, permitieron detectar respectivamente en cada una de ellas una nueva biblioteca, totalizando cinco, con las dos previamente descubiertas del Palacio Real. La colección de tablillas correspondiente a la primera fue vendida en el mercado negro, y rescatada casi en su totalidad por el Instituto de Antigüedad y Cristiandad de la Escuela de Teología de Claremont. Su traducción e interpretación científica fue publicada por Loren R. Fisher en 1971.

Paul Decharme nos recuerda otro personaje igualmente misterioso, aunque menos conocido que Prometeo, y cuya leyenda presenta analogías notables con la del Titán. El nombre de este segundo antecesor es Phoroneo, héroe de un poema antiguo llamado Phoroneida, que desgraciadamente ya no es accesible. En la mitología griega, Foroneo, o Phoroneo, era un rey del Peloponeso, península de Grecia, unida al continente por el istmo de Corinto. Era hijo del río Ínaco y de la ninfa Melia. Reunió y civilizó a los habitantes del país, hasta entonces salvajes y errantes, les enseñó cómo hacer fuego, ya que fue el primer hombre que lo descubrió después de haberlo robado Prometeo. Les introdujo en el culto a Hera y construyó para ellos la ciudad de Foronea, que su nieto bautizaría con el nombre de Argos. Fue el primer hombre que construyó una ciudad y Zeus le dio permiso para reinar sobre otros humanos por haber sido tan piadoso con los dioses, en particular con Hera, a la que construyó un templo. Fue durante el reinado de Foroneo cuando Hermes enseñó a los hombres las distintas lenguas, pues hasta entonces habían hablado un idioma común. Pero, por esta razón, Eris (la discordia) se asentó entre los mortales, dividiéndolos en distintas naciones. Foroneo se casó con la ninfa Laódice, con la que tuvo a Níobe, Apis y Car, a los que otros autores, como Apolodoro y Paternio, añaden los nombres de Lirco y Ctonia. También se le atribuye la paternidad de Licaón, Espartón y Europs. Eurípides le atribuye, sin embargo, dos mujeres. Con la primera, llamada Peito, fue padre de Egialeo y Apia, y con la segunda, Europa, tuvo a Níobe. Helánico afirma que tuvo tres hijos (Pelasgo, Yaso y Agenor), que se distribuyeron el reino cuando Foroneo murió. Plinio le daba el título de rey más antiguo de Grecia, mientras que un poema anónimo, tituladoForónides, le llama padre de los mortales. Por él los habitantes de Argos en general, y en especial Anfiarao y Adrasto, recibieron el epíteto de Foroneidas. La  leyenda de Foroneo estaba localizada en Argolis, en el Peloponeso griego, en donde se conservaba una llama perpetua en su altar, como recordatorio de que era el portador del fuego a los humanos de la Tierra. Era un bienhechor de los hombres que, como Prometeo, les había hecho partícipes de todas las felicidades de la tierra. Platón y Clemente de Alejandría dicen que Foroneo fue el primer hombre, o el “padre de los mortales”. Su genealogía, que le asigna el río Ínaco como padre, nos recuerda la de Prometeo, que hace a este Titán hijo de la Oceánica Climene. Pero la madre de Foroneo fue la ninfa Melia, descendencia significativa que le distingue de Prometeo. Cree Decharme que la ninfa Melia es la personificación del  fresno , del cual, según Hesiodo, salió la raza de la Edad de Bronce, y que, para los griegos, es el  árbol celestial común a toda mitología aria. Este árbol de gran resistencia y fuertes raíces ha sido venerado desde antiguo en la mayoría de las culturas paganas, incluida la Celta.

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Este fresno es el Yggdrasil de la antigüedad escandinava, al que las Nornas rocían diariamente con las aguas de la fuente de Urd para que no se seque. Permanece lozano hasta los últimos días de la Edad de Oro. Yggdrasil es un fresno perenne, el árbol de la vida, o fresno del universo, en la mitología nórdica. Sus raíces y ramas mantienen unidos los diferentes mundos: Asgard, Midgard, Helheim, Niflheim, Muspellheim, Svartalfheim, Alfheim, Vanaheim y Jötunheim. De su raíz emana la fuente que llena el pozo del conocimiento, custodiado por Mímir, gigante mitológico escandinavo. Mímir era tío materno de Odín y guardián de las fuentes de la sabiduría, ubicadas en las raíces de Yggdrasil. En su momento negó a Odín beber de dichas fuentes. Odín tuvo que negociar y ofrecerle uno de sus ojos. Mímir es uno de los dioses fundamentales en la mitología nórdica, cuya cabeza fue amputada y mandada a Odín durante la guerra entre los Æsir y los Vanir. Era reconocido por su conocimiento y sabiduría. Odín viajó a la tierra de los gigantes, Jötunheim, para adquirir la sabiduría y el conocimiento omnisciente de Mímir. El conocimiento fue obtenido al beber del pozo mágico de Mímir, pero como precio por beber de él, Odín fue forzado a sacarse uno de sus ojos. Luego de lo cual, volvió a Asgard con la cabeza de Mímir para consultas oraculares de acuerdo a algunas historias. Mímir fue también el consejero de Hœnir, después de que se convirtiera en el soberano de los Vanir. A los pies del árbol se encontraba el dios Heimdall, que era el encargado de protegerlo de los ataques del dragón Níðhöggr y de una multitud de gusanos que trataban de corroer sus raíces y derrocar a los dioses a los que este representaba. Pero también contaba con la ayuda de las Nornas que lo cuidaban, regándolo con las aguas del pozo de Urd. Un puente unía el Yggdrasil con la morada de los dioses, el Bifröst, el arco iris, por el que todos los dioses cruzaban para entrar en el Midgard. Yggdrasil rezuma miel y cobija a un águila sin nombre que entre sus ojos tiene un halcón que se llama Veðrfölnir, a una ardilla llamada Ratatösk, a un dragón llamado Níðhöggr y a cuatro ciervos, Dáinn, Dvalin, Duneyrr y Duraþrór. Cerca de sus raíces habitan las Nornas,  que son tres hermanas que contemplan respectivamente el Pasado, el Presente y el Futuro, y hacen conocer el decreto de Orlog o el Destino (Karma). Pero los hombres sólo son conscientes del Presente. Cuando Gultweig, el Ascua de oro, viene, la encantadora hechicera, que por tres veces es arrojada al fuego, surge cada vez más hermosa que antes y llena las almas de los dioses y hombres de deseos devoradores. Entonces las Nornas entran en la existencia y la paz bendita de los sueños de la infancia se desvanece, y el pecado hace su aparición con todas su malas consecuencias y con el correspondiente Karma. El Oro tres veces purificado es el Manas, el Alma Consciente.

Para los griegos, el Fresno representaba la misma idea. Sus frondosas ramas son los Cielos Siderales, dorados durante el día, y tachonados de estrellas por la noche. Son frutos de Melia e Yggdrasil, bajo cuya sombra protectora vivió la humanidad durante la Edad de Oro, sin deseos y sin temores. “Aquel árbol tuvo un fruto, o un brote inflamado, que era el relámpago”, según dice Decharme.  Después de no ver en Prometeo más que el “fuego por fricción”, Paul Decharme, el autor de la Mythologie de la Grèce Antique, percibe en este “fruto” muy poco más que una alusión al fuego terrestre y su descubrimiento. No es el fuego debido a la caída  del rayo encendiendo alguna leña seca , y revelando así todos sus inapreciables beneficios a los hombres paleolíticos, sino algo más misterioso.  Un pájaro divino que anidaba en las ramas del fresno celeste cogió aquel fruto y lo llevó a la Tierra en su pico. Ahora bien, la palabra griega utilizada es el equivalente de la palabra sánscrita bhuranyu (“el rápido”), epíteto de Agni, el dios védico del fuego, considerado como portador de la chispa divina. Foroneo, hijo de Melia o del fresno celeste, corresponde así a un concepto mucho más antiguo, probablemente, que el que transformó el pramantha, o los palos utilizados por los brahmanes para encender fuego por medio de la fricción, por parte de los antiguos indo-arios, en el Prometeo griego. Foroneo es el ave personificada que trae a la tierra el rayo celeste. Las tradiciones referentes al nacimiento de la raza de Bronce son una prueba de que este rayo, como en la leyenda de Hefesto o Pometeo, fue el origen de la especie humana. El nombre de Foroneo, lo mismo que el de Prometeo, tiene toda una serie de significados esotéricos. Ambos se refieren a los  siete Fuegos Celestes. A Agni Abhimânin, sus tres hijos, y los cuarenta y cinco hijos de estos, constituyendo los cuarenta y nueve fuegos.  Ahora los orientalistas conocen el verdadero significado de los dos nombres. La leyenda está basada en un suceso de importancia universal. Celebra un gran acontecimiento que debió de haber impresionado fuertemente la imaginación de los primeros testigos del mismo, y cuyo recuerdo no se ha desvanecido nunca, desde entonces, de la memoria popular. Una nueva vida principió realmente para el hombre el día en que vio la primera chispa producida por la fricción de dos pedazos de madera, o procedente de las vetas de un pedernal. Ello generó el mito de Prometeo. Pero el estado miserable de la humanidad descrito por Esquilo y Lucrecio no era entonces más desgraciado, en los días de los arios, que lo es ahora. Aquel estado estaba limitado a las tribus salvajes. Y si existen hoy bosquimanos, en nuestra época de alta civilización, que no tienen un mayor desarrollo que la raza de hombres que habitó el Devonshire y el Sur de Francia durante la edad paleolítica, ¿por qué no habrían podido vivir estos últimos simultáneamente y como contemporáneos de otras razas más civilizadas?

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El tamaño del cerebro de los pueblos más antiguos que conocemos, no implica un nivel intelectual inferior al de los habitantes actuales de la Tierra. Esto hace desvanecer el concepto de “eslabón perdido”. Según nos dice el  Prometheus Vinctus  de Esquilo, la raza que Júpiter deseaba ardientemente “destruir para implantar otra nueva en su lugar”, sufría angustia mental, no física. El primer don que Prometeo concedió a los mortales fue imposibilitarle “prever la muerte”.  Prometeo “salvó a  la raza mortal de hundirse abatida en la tristeza del Hades”, y sólo entonces les dio el fuego. Esto muestra el carácter dual del mito de Prometeo. El fuego no fue nunca  descubierto , sino que existía desde su  principio. Existía en la actividad sísmica de las edades primitivas; pues las erupciones volcánicas eran frecuentes y constantes en aquellos tiempos. En el supuesto de que una raza nueva de hombre aparezca en cualquier punto inhabitado del globo, exceptuando quizás el desierto de Sahara, no pasarían más de dos años sin que “descubrieran el fuego” por medio del rayo que quemase la yerba o cualquier otra cosa. Esta suposición de que el hombre primitivo vivió en la Tierra edades antes de conocer el fuego es una de las más ilógicas de todas. Pero el viejo Esquilo era un iniciado, y sabía bien lo que comunicaba.  El mito de Prometeo llegó a Europa procedente de Âryâvarta, el norte de la India en la literatura sánscrita.  Frédéric Baudry muestra, en Les Mythes du Feu et du Breuvage Céleste, uno de los aspectos de Prometeo y su origen de la India. Muestra al lector el  supuesto proceso primitivo para obtener el fuego, hoy en uso todavía en la India para encender la llama del sacrificio. He aquí lo que dice: “Este proceso, tal como se halla minuciosamente descrito en los Sûtras Védicos, consiste en dar rápidamente vueltas a un palo dentro de un alvéolo hecho en el centro de un trozo de madera. La fricción desarrolla un calor intenso, terminando por encender las partículas de madera que están en contacto. El movimiento del palo no es una rotación continua, sino una serie de movimientos en sentido contrario, por medio de una cuerda fijada en el centro del palo; el operador tiene un extremo de la cuerda en cada mano, y de ellos tira alternativamente. Todo el proceso se designa en sánscrito con el verbo  manthâmi, manthnâni, que significa “frotar, agitar, sacudir y obtener por frotación”, y se aplica especialmente a la fricción rotatoria, como se prueba con su derivado  mandala , que significa un círculo. Los pedazos de madera que sirven para producir el fuego tienen cada uno su nombre en sánscrito. El palo que da vueltas se llama  pramantha; el disco que lo recibe es llamado  arani y araní: “los dos aranis” designan el  conjunto del instrumento“.  Decharme parece tener una visión correcta  de la verdad, pues inconscientemente corrobora todo lo que las ciencias ocultas enseñan respecto de los Mânâsa Devas, los devas rûpa o arûpa del mundo mental, que han dotado al hombre con la conciencia de su alma inmortal, esa conciencia que impide al hombre “prever la muerte”, y le hace saber que, de alguna manera, es inmortal.

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Pero, ¿cómo entró Prometeo en posesión de la chispa divina?”. Según parece: “Teniendo el fuego su mansión en el cielo, allí debió ir a buscarlo antes de que pudiera traerlo a los hombres; y, para acercarse a los dioses, tiene que haber sido él mismo un Dios“.  En el ámbito de la mitología budista, el Reino de los Devas es uno de los Seis Reinos de Existencia por los cuales, según el budismo, deambula la conciencia, un nacimiento tras otro, en el ciclo conocido como samsara. La palabra deva suele traducirse como dios. Pero, sin embargo, cabe señalar que los devas budistas, como los hinduistas, no son seres omniscientes ni todopoderosos, y ni siquiera son inmortales. Para los budistas, los devas son seres que habitan diferentes “cielos“, donde gozan de múltiples placeres en recompensa a sus buenas acciones anteriores, ya que aún no han superado los niveles kármicos y están sujetos a nuevos renacimientos. Los griegos creían que Prometeo era de Raza Divina y era un Deva. Puesto que el fuego celeste pertenecía en un principio sólo a los dioses; era un tesoro que reservaban para sí y que vigilaban celosamente. “El prudente hijo de Iapetus –dice Hesiodo– engañó a Júpiter robando y ocultando en el hueco de un narthex el fuego inmarcesible de fulgor resplandeciente”. Así, el don concedido a los hombres por Prometeo fue una conquista  obtenida del cielo. Ahora bien, según las ideas griegas, esta posesión arrancada a Júpiter, esta violación humana de la propiedad de los dioses, tenía que ser expiada. Prometeo, además, pertenecía a esa raza de Titanes que se habían rebelado contra los dioses, y a quienes el señor del Olimpo había precipitado en el Tártaro.  La idea moral del mito,  tal como la presenta la Teogonía de Hesiodo, representa cierto papel en el concepto griego primitivo. El Titán es más que un ladrón del fuego celeste. Es la representación de la humanidad que desea alcanzar los poderes divinos. De aquí que la humanidad sea castigada en la persona de Prometeo. Pero para los griegos, Prometeo no es un criminal, salvo a los ojos de los Dioses. En su relación con la Tierra él es, por contra, un Dios amigo de la humanidad, a la que él ha elevado a la civilización e iniciado en el conocimiento de todas las artes; concepto que encontró su intérprete más poético en Esquilo. Pero para todas las demás culturas ¿quién es Prometeo? No es el Ángel caído, o Satán, que dice la Iglesia.  Es simplemente la  imagen de los efectos   perniciosos y temibles del rayo. Es la representación de un genio cósmico del fuego.

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Como el fuego fue usado por el hombre, los arios  deben de haber asignado el mismo origen al fuego celeste, y debieron de haber imaginado que un dios, armado con un pramantha divino, producía una fricción violenta en el seno de las nubes, que engendraba relámpagos y truenos.  La idea se apoya en el hecho de que, según testimonio de Plutarco, los estoicos pensaban que el trueno era el resultado de la lucha de las nubes tormentosas, y el rayo una conflagración debida al rozamiento. Mientras que Aristóteles veía en el trueno solamente la acción de las nubes que chocaban unas con otras. Esta teoría era la interpretación científica de la producción del fuego por fricción. Todo nos hace creer que desde  la más remota antigüedad y antes de la dispersión de los arios, se creía que el pramantha encendía el fuego en las nubes tormentosas. Decharne confiesa: “Esta idea del poder creador del fuego queda explicada por la antigua asimilación del alma humana a una chispa celeste“.  El lenguaje primitivo y puramente espiritual de los Vedas, concebido muchas decenas de milenios antes que los relatos Puránicos, fue revestido de una expresión puramente humana para describir los sucesos que tuvieron lugar hace unos 5.000 años, fecha de la muerte de Krishna, desde cuyo día principió para la humanidad el Kali-iugá, o Edad Negra. Así como Aditi es llamado Surârani, la Matriz o “Madre” de los Suras o Dioses, de la misma manera Kunti, la madre de los Pândavas, es llamada Pândavârani en el Mahâbhârata. En la mitología hindú, Devakī es la esposa de Vasudeva y madre de Krisná y Balarama. Es hija de Devaka, el hermano menor del rey Ugrasena de Mathura. Según el Jari-vamsa, ella es una encarnación parcial de Áditi, la madre de los devás. El Matsya-purana también la identifica con la diosa Dakshaianí, la esposa del dios Sivá. El sabio Nárada Muni, que fue el encargado de desencadenar el advenimiento de Krisná, visitó al malvado rey Kamsa, durante el casamiento de su prima Devakí con Vasudeva, y le advirtió que sería asesinado por un hijo de ella. Entonces Kamsa encarceló a la pareja. Cuando estos tuvieron su primer hijo, Kamsa llegó a la mazmorra y lo asesinó. Entonces Vasudeva y Devaki comenzaron a tener un hijo tras otro, y Kamsa los fue matando. El séptimo, Balarama, escapó de la muerte al ser transferido desde el útero de Devakī al de Rójini, otra esposa de Vasudeva, que vivía en Gokula, mientras que una niña, encarnación de Ioga Maia, fue transferida al útero de Iashodá, amiga de Rójini. Finalmente, cuando ya habían tenido 7 hijos, una medianoche se les apareció el dios Visnú de cuatro brazos, y les dijo que serían los padres de su encarnación como Krisná. Según la leyenda, Krisná no nació a partir de la conexión sexual entre Devakí y Vasudeva, sino que fue transferido desde el corazón de Vasudeva al útero de Devakí. El bebé apareció ante ellos mágicamente.

Ese octavo hijo sólo estuvo un instante en la cárcel. Pero los guardias se durmieron, las puertas de la prisión se abrieron solas, y Vasudeva tomó en brazos al bebé y caminó hasta Gokula, a unas tres horas de camino. Para protegerlo de la lluvia, la serpiente Ananta Sesha, encarnación de Sankarshana, lo cubrió con sus mil caperuzas. Cuando Vasudeva se encontró con el río Iamuna, las aguas se abrieron para él. Eso demostraría que en la antigüedad Gokula se encontraba en la ribera izquierda del río Iamuna. En Gokula entró en la casa de Nanda y Iashodá, que se encontraban durmiendo, y dejó a Krisná en reemplazo de Maya, la hija recién nacida de Iashodá. Volvió a la cárcel en Mathura, se volvió a encerrar en la mazmorra, y Kamsa vino y tomó a la niña para asesinarla. Devakí le pidió por la vida de ella, indicando que la profecía se refería sólo a sus hijos varones. Pero Iogamaia se escapó de las manos del rey y se convirtió en la diosa de ocho brazos, armada hasta los dientes, que le espetó: «Estúpido, tu muerte ya ha nacido en este planeta». Y desapareció. Al darse cuenta de que Krisná había escapado vivo, Kamsa mandó matar a todos los bebés recién nacidos en toda la zona. Ello es similar al mito cristiano de la Matanza de los Inocentes. Devakī y Vasudeva siguieron presos hasta que Krisná los liberó 16 años más tarde, al matar al rey Kamsa. En total estuvieron presos unos 24 años. Según algún otro autor, Kamsa liberó a Devaki y Vasudeva, y ellos vivieron en Mathura. Luego de ser liberado, Vasudeva se juntó con su segunda esposa Rohini, con quien tuvo una hija, Subhadrā, quien se casaría con Árjuna, el amigo de Krisná, y fue la madre de Abhimaniu. Luego, tras los ataques del rey Yarásandha a Mathura y la incapacidad de Krisná para defender a sus habitantes, todos emigraron a Dwaraka, donde vivieron el resto de sus días.

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La historia de la evolución del Mito Satánico no sería completa si omitiésemos observar el carácter del misterioso Enoc. De su libro fue de donde los escritores cristianos primitivos tomaron sus primeras nociones de los Ángeles Caídos. El  Libro de Enoc se ha declarado apócrifo. En realidad era un libro  secreto, que pertenecía al catálogo de las bibliotecas de los templos bajo la guarda de los Hierofantes y Sacerdotes Iniciados, y que no fue destinado jamás al profano. Durante edades el Enoïchion, el Libro del Vidente, fue conservado en la “ciudad de las letras” y obras secretas, la antigua Kirjath-sepher, más tarde Debir, que designa el lugar más sagrado del Templo de Jerusalén, el “Santo de los Santos”. Algunos de los escritores interesados en el asunto, especialmente los masones, han tratado de identificar a Enoc con Thoth de Memfis, el Hermes griego, y hasta con el Mercurio latino. Como individuos, todos ellos son distintos. Todos pertenecen a la misma categoría de escritores sagrados, de iniciadores y de recopiladores de la Sabiduría Oculta y Antigua. Son los que en el  Korán se llaman genéricamente los Edris, “Sabios”, o Iniciados, que llevaban en Egipto el nombre de Thoth, el inventor de las Artes y de las Ciencias, de la escritura y de las letras; de la Música y la astronomía. Entre los judíos, Edris se convirtió en “Enoc”, que, según Bar-Hebraeus, obispo católico de la Iglesia ortodoxa siria en el siglo XIII, “fue el primer inventor de la escritura”, de los libros, de las Artes y de las Ciencias, y el primero que ideó un sistema para el progreso de los planetas. En Grecia fue llamado Orfeo, cambiando así de nombre en cada nación. Estando el número siete relacionado con cada uno de estos Iniciadores primitivos, esto identifica la misión, el carácter y el cargo sagrado de todos estos hombres, aunque ciertamente no sus personalidades. Enoc es el  séptimo Patriarca; Orfeo es el poseedor del Phorminx, la lira de siete cuerdas, que es el séptuple misterio de la Iniciación. Thoth, con el Disco Solar de siete rayos sobre su cabeza, viaja en el Barco Solar. Finalmente, Thoth-Lunuses es el Dios septenario de los siete días. Esotérica y espiritualmente, Enoïchion significa el “Vidente del Ojo Abierto”. La historia acerca de Enoc, referida por Josefo, indicando que había ocultado sus preciosos rollos bajo los pilares de Mercurio o Seth, es la misma que se cuenta de Hermes, el “Padre de la Sabiduría”, que ocultó sus Libros de Sabiduría bajo una columna, y luego, descubriendo las dos columnas de piedra, encontró la Ciencia escrita en ellas. Sin embargo, Josefo, aunque atribuye esa Ciencia al Enoc  judío, habla de estas columnas como existiendo todavía en su tiempo. Nos dice que fueron construidas por los “Hijos del Dios -Serpiente”, o “Hijos del Dragón”, nombre bajo el cual eran conocidos los Hierofantes de Egipto y Babilonia antes del Diluvio, como lo fueron sus antepasados, los Atlantes.

Según la versión de Josefo, las dos famosas columnas estaban enteramente cubiertas de jeroglíficos, los cuales, después de su descubrimiento, fueron copiados y reproducidos en los lugares más recónditos de los templos secretos de Egipto, y se convirtieron así en la fuente de sabiduría y conocimientos excepcionales. Estas dos “columnas”, en todo caso, son los prototipos de las “dos tablas de piedra”, talladas por Moisés por orden del Señor. Los grandes adeptos y místicos de la antigüedad, tales como Orfeo, Hesiodo, Pitágoras y Platón, dijeron que obtuvieron los elementos de su teología de aquellos jeroglíficos. La Doctrina Secreta enseña que las Artes, las Ciencias, la Teología y especialmente la Filosofía de todas las naciones que precedieron al último Diluvio universalmente conocido, pero no universal, habrían sido registradas en los anales orales primitivos de la Cuarta Raza, la cual los había heredado de la  primitiva Tercera Raza-Raíz, antes de su caída alegórica. Las columnas egipcias, las tablas, y hasta la “piedra blanca de pórfido oriental” de la leyenda masónica, que Enoc ocultó antes del Diluvio en las entrañas de la Tierra, temiendo que sus preciosos secretos se perdiesen, fuesen simplemente copias alegóricas de los anales primitivos. El Libro de Enoc sería una de tales copias. Como ya se ha dicho,Enoïchion significa en griego el “Ojo Interno” o el Vidente, en hebreo. Enoc es un título genérico. Y, además, su leyenda es la de otros varios profetas, judíos y paganos, con diferencias de detalles, siendo la forma fundamental siempre la misma.  Otro ejemplo lo tenemos en el profeta Elías. El ministerio profético de Elías comienza en la época del reinado de Acab, hijo de Omrí, quien gobernó el Reino de Israel entre 874 a.C. y 853 a.C. Los autores de los Libros de Reyes citan como fuente de sus relatos otro libro hoy perdido, más conocido como “el libro de las crónicas de los Reyes de Israel“. Posiblemente de tal fuente u otra referida al profeta surge la narración sobre el enfrentamiento entre Elías y el rey Acab, “quien hizo el mal a los ojos de Yahvé, más que todos los que le habían precedido” y “tomó por mujer a una cananea, Jezabel, hija de Itobaal, rey de Sidón y se fue tras Baal y Asera, le sirvió y se prosternó ante él“. No solo el corazón de Acab se desvió de los preceptos de Yahvé, sino también todo el pueblo, lo que provocó la ejecución de la mayoría de los profetas de Israel y como consecuencia de la iniquidad, Yahvé hizo que sobreviniera una gran sequía en Samaria y por ende, una hambruna en la región.

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Elías aparece sorpresivamente en el relato anunciando a Acab la sequía. Luego, se esconde en un arroyo cercano al Jordán y es alimentado por cuervos. Después, por mandato de Yahvé, va a Sarepta, un poblado cercano, a la casa de una viuda, en donde el profeta multiplica la comida y resucita a su hijo. Se trata del primer caso documentado de resurrección de un muerto. Elías se enfrenta a Jezabel, que había mandado que mataran a los profetas de Yahvé. Elías desafía a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal a que acepten el sacrificio de un buey en un altar preparado para ser incinerado; Elías hace que le preparen un altar igual y además hace que mojen la madera tres veces hasta que se llena un foso alrededor del ara. Yahvé acepta el sacrificio de Elías, para confusión de los profetas de Baal, y en el monte Carmelo los derrota y los degüella con la ayuda del pueblo, tras lo cual termina la sequía. Elías era un humano sujeto a pasiones similares a las nuestras. Tras su victoria, huye por temor a la venganza de Jezabel y se adentra en el desierto, deseándose la muerte. Sin embargo, después de que el Ángel de Yahvé le da de comer y beber se sintió reconfortado y anduvo hasta el monte Horeb, donde se esconde en una cueva. En medio de una depresión, el profeta Elías ora a Yahvé y demuestra un exceso de celo en su misión. Dios se le manifiesta y le apoya presentándose como una voz apacible y suave tras vientos, temblores y un fuego y le da nuevas misiones, y acaba señalando a Eliseo como su sucesor. La maldad de Acab y Jezabel enfrentada por Elías no se limitaba al culto de Baal, sino que se proyectaba en el despojo de sus súbditos. El episodio de la viña de Nabot es representativo de la repetida historia del despojo de las tierras de los campesinos por los gobernantes y grandes propietarios. Otros profetas se referirían a estas situaciones, tales como Isaías y Miqueas. Elías expresa la sentencia divina contra Jezabel y contra la descendencia de Acab. Derrotado y muerto éste en combate con las tropas del rey de Aram, a pesar de los buenos augurios de los falsos profetas, le sucedió su hijo Ocozías, que anduvo por el camino de su padre y de su madre e hizo pecar a Israel y murió pronto. Según Reyes, tras la muerte de Ocozías, el 852 a. C., Dios traspasa el oficio de profeta a Eliseo, «un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino» a la vista de Eliseo. Eliseo toma el manto de Elías y es de este modo reconocido por Yahvé como su profeta. Vemos que Elías, al igual que Enoc, es también llevado “vivo” al Cielo; y el astrólogo de la corte de Isdubar, el Hea-banicaldeo, es igualmente elevado al Cielo por el dios Hea, que era  su patrón, como Jehovah lo era de Elías. Las variaciones sobre este tema no tiene fin, pero el significado secreto es siempre el mismo. La expresión de Pablo de “que él no vería la muerte”, tiene por tanto un sentido esotérico, pero nada de sobrenatural .

El Libro de Enoc es un libro que forma parte del canon de la Biblia de la Iglesia ortodoxa etíope pero no es reconocido como canónico por las demás iglesias cristianas, a pesar de haber sido encontrado en algunos de los códices por la Septuaginta, Códice Vaticano y Papiros Chester Beatty. Los judíos etíopes lo incluyen en la Tanaj, conjunto de los 24 libros de la Biblia hebrea, a diferencia de los demás judíos actuales, que lo excluyen. Las únicas versiones íntegras de este libro que se conservan están en ge’ez, lengua litúrgica de la Iglesia etíope, pero son conocidas varias partes en griego, y un fragmento en latín. También ha sido encontrado, en Antínoe, ciudad egipcia edificada por el emperador Adriano en honor de su favorito Antinoo, un fragmento en copto y, además, en Qumrán fueron hallados múltiples fragmentos en arameo y uno en hebreo. La tradición atribuía su autoría a Enoc, bisabuelo de Noé. En la actualidad se cree que el texto fue redactado por varios autores judíos entre los siglos III a. C. y I d.C. Se conocen otros tres Libros de Enoc, el Segundo Libro de Enoc, escrito a finales del siglo I o después y conservado en eslavo eclesiástico, y el Tercer Libro de Enoc, en hebreo, así como el Enoc copto, que data del siglo V y del cual apenas se han encontrado partes. El libro que hoy se conoce fue editado tal vez en el siglo I de nuestra era, y consta de varias partes escritas entre los siglos III a. C. y I d. C. Una parte es el Libro del Juicio, que en los capítulos 1 al 5 trata de las palabras de bendición de Enoc a los justos, que vivirán cuando los impíos sean condenados. Se estima que su composición data de antes del 200 a. C. Ota parte es el Libro de los Vigilantes oCaída de los ángeles, que en los capítulos 6 al 36 se centra en el tema de los Vigilantes, o ángeles, que interpretando el Génesis 6, dice que estos ángeles tuvieron relaciones sexuales con mujeres y engendraron gigantes, llamados nephilim, seres famosos que desataron la violencia sobre la tierra y pervirtieron a la humanidad. Además, el Libro de los Vigilantes se caracteriza por unir y complementar las historias de los Vigilantes con la historia del Diluvio universal, presentes en el Génesis, y hace una descripción detallada del mundo y los cielos en las fábulas populares judáicas de su tiempo. Fue escrito antes del 160 a. C. Otra parte está representada por el Libro de las parábolas o El mesías y el reino, que en los capítulos 37 al 71, de carácter mesiánico, profetiza la venida del Hijo del Hombre, la caída de los reyes y poderosos y el día del Elegido. Es la única parte que no se ha encontrado en los manuscritos de Qumrán. Se estima que fue escrito después del 63 a. C. a finales del siglo I a. C. o en el siglo I d.C. Otra parte la constituye el Libro del cambio de las luminarias celestiales o Libro astronómico, que en los capítulos 72 al 82 expone en detalle el antiguo calendario solar hebreo, en concordancia con el Libro de los Jubileos, que cita este libro de las luminarias del cielo. Fue escrito entre el 250 y el 190 a. C. Otra parte la forma el Libro de los sueños, que en los capítulos 83 al 90 refiere dos visiones apocalípticas experimentadas por Enoc en sueños. La primera visión simplemente anuncia que la Tierra será destruida y la segunda visión es una historia de la humanidad y de Israel hasta el fin de los tiempos, en la que los actores son representados como animales simbólicos. Se calcula que fue escrito entre los años 161 y 125 a. C.

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Otra parte del Libro de los Vigilantes es la Carta de Enoc y Apocalipsis de las semanas, que en los capítulos 91 al 105 divide la historia en diez hipotéticas «semanas», interpretando el pasado y proyectándose escatológicamente al futuro. Fue escrito después del año 135 a. C., probablemente entre el 110 y el 60 a. C. La última parte del libro está formada por los Fragmentos, cuyos capítulos 106 y 107 parecen ser una parte del Libro de Noé, que se ha perdido pero que está presente en los manuscritos del Mar Muerto. Predice los crímenes de la humanidad y el advenimiento de tiempos mesiánicos con el triunfo de los justos. El capítulo 108 explícitamente dice que es otro Libro de Enoc, pero falta en varios manuscritos. Algunos autores consideran que el Libro de los Vigilantes fue, al menos en parte, redactado hacia el 400 a. C., pero la mayoría estima que las primeras secciones fueron compuestas en el siglo II antes de Cristo, a más tardar en el 166 a.C. Los autores podrían basarse en parte del Pentateuco, y habrían ampliado las secciones de Génesis, Números y Deuteronomio. Por ejemplo, el Libro de Enoc podría ser originalmente un midrash, método de exégesis de un texto bíblico, del Deuteronomio. En el Deuteronomio leemos: “Yahveh vino de Sinaí y de Seir les esclareció; resplandeció desde el monte de Parán y vino con diez mil santos; con la ley de fuego a su diestra“. Y en el Libro de Enoc leemos: “El Señor vino con muchos millares de Sus santos, para ejecutar juicio sobre todos, y para condenar a todos los impíos de todas sus obras de impiedad, que han hecho impíamente, y de todas las cosas ofensivas (duras) que pecadores impíos dijeron contra El“. También tenemos la parte en que en el Libro de Enoc se habla de Enoc, séptimo desde Adán. Por otro lado, en Judas 1 leemos. “De los cuales también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, el Señor ha venido con sus santos millares a hacer juicio contra todos, y á convencer a todos los impíos de entre ellos tocante a todas sus obras de impiedad que han hecho impíamente, y a todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él“. La parte que hemos nombrado El libro astronómico es anterior al Libro de los Jubileos y, por lo tanto, se remonta por lo menos al siglo III a. C. Algunos de los fragmentos de esta parte encontrados en Qumram han sido datados por los paleógrafos a finales de ese siglo III a. C..El calendario solar que expone fue el adoptado por la comunidad de Qumran, la cual consideraba que, así como Israel se había desviado del verdadero camino y del testimonio justo, el calendario oficial erraba al determinar las fechas de las fiestas establecidas en la Torah.

 

El Libro de Enoc es un libro apocalíptico perteneciente a la apocalíptica judía.  En el capítulo 7 narra la caída de los Vigilantes, que engendraron con mujeres humanas a los nephilim o ‘gigantes’, a los cuales también se refiere el Génesis 6:  “Ellos devoraron todo el trabajo de los hombres hasta que estos ya no alcanzaron alimentarlos más. Entonces los gigantes se volvieron contra los hombres y empezaron a devorarlos y empezaron a pecar contra los pájaros, y contra las bestias y los peces y a devorar unos la carne de los otros y se bebieron la sangre. Entonces la tierra acusó a los violentos por todo lo que se había hecho en ella“. Se acusa a los ángeles guardianes por haber desviado su misión y encarnado la explotación, la opresión, la destrucción de los ecosistemas, la guerra, el oro, la vanidad, la brujería, la fornicación y el engaño. «Y como parte de la humanidad era aniquilada, su clamor subió al cielo». Los arcángeles Miguel, Sariel (Uriel), Rafael y Gabriel, al ver la sangre derramada y la injusticia se dijeron que «la tierra desolada grita hasta las puertas del cielo por la destrucción de sus hijos». Dios los envía entonces a encadenar a los Vigilantes y a destruir a los gigantes «pues han oprimido a los humanos». Los ángeles caídos rogaron a Enoc que intercediese por ellos y los gigantes ante Dios. Luego el libro describe la visita de Enoc al cielo en forma de una visión, y sus revelaciones. Una parte significativa del texto se dedica a describir sorprendentemente los movimientos de los cuerpos celestes, vinculados al extraño  viaje de Enoc por el cielo, que más parece una historia de abducciones extraterrestres. Buena parte del libro se dedica a denunciar a los opresores y reyes de la tierra y anuncia su derrota final: «Este castigo con que son castigados los ángeles es un testimonio para los reyes y los poderosos que poseen la superficie de la Tierra». Esto es similar a lo que se dice en Pedro 2: «Desgracia para los que edifican la iniquidad y la opresión y cimientan sobre el fraude, porque serán derrumbados de repente y no habrá paz en ellos. Habrá un cambio y los justos serán victoriosos….. Desgracia para vosotros ricos, porque os confiáis en vuestras riquezas, seréis privados de ellas». El Libro de Enoc asume la continuidad del discurso de los profetas y anticipo del mensaje cristiano, enfatizando en la venida del Hijo del Hombre. Es una expresión de la literatura apocalíptica como esperanza para los humildes. Debido a la contradicción de fechas y al no contar con la antigüedad debida, la mayoría de los traductores no incluyen el Libro de Enoc. Ya que el patriarca Enoc no parece ser el editor del Libro de Enoc, éste es considerado un libro apócrifo, no inspirado, que se escribió probablemente durante los siglos II y I a. C. Por tal razón esto no coincide con el dato que da el libro del Génesis sobre Enoc, que relata lo siguiente: “hijo de Jared; nació cuando su padre tenía ciento sesenta y dos años, y fue el séptimo hombre en la línea genealógica desde Adán. A los sesenta y cinco años llegó a ser padre de Matusalén, y después tuvo otros hijos e hijas“.

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Enoc, según la Biblia, formó parte de la “gran nube de testigos” que fueron ejemplos sobresalientes de fe en tiempos antiguos. Según el Génesis 5: “Enoc siguió andando con el Dios verdadero”. Como profeta de Yahveh, predijo la venida de Dios con sus santas miríadas para ejecutar juicio contra los impíos, y éste quizás fue el motivo por el que se le persiguió. Sin embargo, si fue perseguido, Dios no permitió que sus opositores lo matasen, de modo que “lo tomó”, es decir, interrumpió su vida a los trescientos sesenta y cinco años, edad muy inferior a la normal de la época, que era de muchos más años. La Biblia dice que Enoc fue “transferido para que no viera la muerte”, por lo que se supone que fue trasladado vivo al reino de Yahveh, su Dios, tal vez una gran nave espacial. Según el Pirkah de Midras; “Hanokh comunicó a Noé la ciencia del cálculo (astronómico) y del cómputo de las estaciones”. El rabino Eliezar atribuye a Enoc lo que otros atribuyeron a Hermes Trismegisto; pues los dos son idénticos en su sentido esotérico. En este caso Hanokh, o Enoc, y su Sabiduría pertenecerían al ciclo de la Cuarta Raza Atlante, y Noé al de la Quinta.  En este sentido ambos representan la presente raza raíz y la que le precedió. En otro sentido, Enoc desapareció, “se fue con Dios, y no existió más, porque Dios se lo llevó”. Enoc, interpretado en clave simbólica, es el tipo de la naturaleza doble del hombre, espiritual y física. Por esto ocupa el centro de la Cruz Astronómica, según la presenta Eliphas Lévi, que es la estrella de seis puntas de David, el “Adonai”, uno de los nombres en hebreo de Dios. En el ángulo superior del triángulo superior está el Águila; en el ángulo inferior izquierdo está el León; en el de  la derecha el Toro; mientras que entre el Toro y el León, sobre ellos y debajo del Águila, está la faz de Enoc o del Hombre. Ahora bien; las figuras del triángulo superior representan a las Cuatro Razas, omitiendo la Primera, los Chhâyâs, o Sombras, y el “Hijo del Hombre”. A esta raza de Chhâyâs se refiere el Libro de Dzyan cuando dice: “Siete veces siete sombras (Chhâyâs) de Hombres futuros (amânasas, sin mente) nacieron. Cada una de su propio color y especie. Cada una inferior a su Padre (creador). Los Padres, los Sin-huesos, no podían dar vida a seres con huesos. Su prole eran bhûtas (fantasmas o larvas), sin forma ni mente. Por esto son llamados Raza chhâyâ (sombra o imagen astral)“. De esta raza, andando el tiempo, y con ayuda de grandes Seres, como los  Dhyân Chohans, Pitris, etc., procedió el hombre físico y dotado de inteligencia.  Volviendo al triángulo superior, Enoc está en el centro, colocado entre la Cuarta y Quinta Razas, pues representa la Sabiduría Secreta de ambas. Estos son los cuatro animales de  Ezequiel y del Apocalipsis .

En este doble triángulo, que en  Isis sin Velo, de Blavatsky, se presenta frente a la diosa hermafrodita Ardhanâri hindú, están simbolizadas solamente las tres razas históricas: la Tercera, por Ardhanâri; la Cuarta, por el fuerte y poderoso León; y la Quinta, la aria, por lo que es su símbolo más sagrado, el Toro. Louis-Silvestre de Sacy (1654 – 1727), distinguido hombre de letras y abogado francés, encuentra varias declaraciones de lo más singulares en el  Libro de Enoc:  “El autor (Enoc) hace constar el año solar de 364 días, y parece conocer períodos de tres, de cinco y de ocho años, seguidos de cuatro días suplementarios que, en su sistema, parecen ser los de los equinoccios y solsticios…. Sólo veo un medio de excusar estos “absurdos”, y es el de suponer que el autor explique algún sistema fantástico que pueda haber existido  antes que el orden de la naturaleza hubiese sido alterado en la época del Diluvio Universal“.  La Doctrina Secreta enseña que este “orden de la naturaleza” fue alterado, como también la serie de las humanidades de la Tierra. Pues, según el ángel Uriel dice a Enoc: “Mira, te he mostrado todas las cosas, ¡oh Enoc!; y todas las cosas te he revelado. Tú ves el sol, la luna y los que conducen las estrellas  del cielo, los cuales hacen que se repitan todas sus operaciones, y estaciones. En los días de los pecadores, los  años se  acortarán y la luna cambiará sus leyes“.  En aquellos días también, años antes del gran Diluvio que hizo desaparecer a los Atlantes y cambió la faz de toda la Tierra, porque el eje de la Tierra se inclinó, la naturaleza geológica, astronómica y cósmica, en general, no podía ser la misma, precisamente porque la Tierra se había inclinado. En el Libro de Enoc leemos: “Y Noé gritó con amargura; óyeme, óyeme, óyeme; tres veces. Y dijo: La Tierra trabaja y se estremece con violencia. Seguramente, pereceré con ella“.   Esto se parece  a una de las muchas contradicciones que se ven en la Biblia cuando se lee literalmente. Pues es extraño que se dijera de Noé que había “encontrado gracia a los ojos del Señor”, y se le había dicho que construyera un Arca. Pero aquí vemos al venerable patriarca Noé expresando tanto temor como si, en lugar de “amigo” de Dios, fuese uno de los Gigantes condenados por la Deidad encolerizada. La Tierra se había ya  inclinado ; el diluvio sólo era simplemente cuestión de tiempo, y sin embargo, Noé parece ignorar que ha de salvarse. Había llegado el decreto de la Naturaleza y de la Ley de Evolución, para que la Tierra cambiase su raza, y que la Cuarta Raza fuese destruida para hacer sitio a una nueva. El Manvántara, era de un Manu, el progenitor hindú de la humanidad, había alcanzado su punto de regreso de tres rondas y media, y la Humanidad física gigantesca había alcanzado el punto culminante de la materialidad.

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De ahí el versículo apocalíptico, que habla del mandamiento emitido para su destrucción,  para que tuviese lugar el fin de la Cuarta Raza: “Pues ellos conocían verdaderamente todos los secretos de los ángeles, todos los poderes secretos y opresores de los Satanes, y todos los poderes de los que ejercen la hechicería, así como también de los que hacen imágenes fundidas en toda la tierra“.  ¿Quién pudo informar al autor del Libro de Enoc de que la Tierra podía ocasionalmente inclinar su eje? En efecto, resulta curioso leer: “La posición del globo terrestre respecto del Sol ha sido, evidentemente, en los tiempos primitivos, distinta de lo que es ahora; y esta diferencia debe haber sido causada por un desplazamiento del eje de rotación de la tierra“.  Esto recuerda la declaración que hicieron los sacerdotes egipcios a Herodoto en el sentido de que el Sol no se había levantado siempre donde ahora se levanta, y que en tiempos pasados la eclíptica había cortado al Ecuador en ángulos rectos. Hay muchos de estas frases misteriosas esparcidos por los Purânas, la Biblia y otras mitologías. Ello pone de relieve que los antiguos conocían muy bien la Astronomía y la Cosmografía en general, que el modo de conducirse la Tierra ha variado más de una vez desde el estado primitivo de las cosas. Así, Jenofonte asegura que Faetón, en su deseo de aprender la verdad oculta , hizo que el Sol se desviase de su curso natural. Sin embargo, no es tan sorprendente lo que dijo Josué, parando por completo el curso del Sol. No obstante, ello puede explicar la enseñanza de la mitología de los países del Norte, de que antes del actual orden de cosas el Sol se levantaba al Sur, al paso que colocaban la zona frígida (Jeruskoven) al Este, mientras que ahora está en el Norte. El  Libro de Enoc es un resumen de los principales rasgos de la historia de la Tercera, Cuarta y Quinta Razas. También contiene unas cuantas profecías de la presente época del mundo, un largo resumen retrospectivo y profético de sucesos universales y completamente  históricos, desde el punto de vista geológico, etnológico, astronómico y psíquico, de los anales antediluvianos. El Libro de Enoc es citado muchas veces en el Pistis Sophia, importante texto gnóstico escrito posiblemente en el siglo II, y también en el Zohar, libro central de la corriente cabalística. Orígenes y Clemente de Alejandría lo tenían en muy alta estima. Orígenes, entre otros, que vivió en el siglo II de la Era cristiana, lo menciona como obra venerable y antigua. El Nombre secreto y sagrado y su potencia están bien y claramente descritos en el antiguo libro, aunque de modo alegórico. Desde el capítulo dieciocho al cincuenta, las visiones de Enoc son todas descriptivas de los misterios de la Iniciación, uno de los cuales es el valle ardiente de los ángeles caídos. Quizás tuvo San Agustín mucha razón al decir que la Iglesia rechazaba el  Libro de Enoc de su canon, a causa de su gran antigüedad, ya que entonces la Iglesia no aceptaba una antigüedad del mundo superior a los 4.004 años antes de Cristo.

Fuentes:

  • H.P. Blavatsky – La Doctrina Secreta
  • H.P. Blavatsky – ISIS sin velo
  • Pauwels, Louis & Bergier, Jacques – El retorno de los Brujos
  • El Libro de Enoc

¿Qué nos dice la mitología sobre las Edades Míticas?  

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