«Rosas y Espinas» Mariano Alameda.

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Dicen los maestros que, al principio de la búsqueda espiritual, el camino está lleno de rosas y rosas. Dicen los maestros que, avanzado el camino, se llena de espinas y espinas.

“Mi vida va claramente a peor”- te dirás cuando avances dudando ya de todo. Sin embargo, estarás atraído por la verdad al fondo y ya no hay modo de retornar. “El camino de la culebra ya no tiene marcha atrás, mijitos”-decía el chamán cuando la planta hacía resplandecer el Sol profundo del inframundo interno. Y es cierto, puesto que una vez que uno ha mirado por encima del muro, ya nunca podrá conformarse con vivir dentro del muro. Ya le ha picado la serpiente y sólo tiene dos opciones: enfrentarse al minotauro que hay dentro del laberinto o renunciar al camino del héroe, volver a la ignorancia –ahora ya conocida- y morirse poco a poco de pena por no haberse atrevido.

El problema del camino es que sólo tiene rosas al principio, cuando uno, sorprendido por la novedad y cargado de euforia intenta transmitir a los demás sus propias rosas, lo aprendido con fascinación, mientras que ellos te hacen la cobra y te perciben como un molesto cebador de ocas para hacer paté intentando hacerles comerles flores que no han pedido. Tus flores en ellos, que no entienden, son espinas desconocidas. No sirve de mucho esa etapa más que para que crean que has enloquecido, puesto que te observan como proclamas la salvación del mundo cual profeta pasado de cigarritos de la risa. A nadie le gusta que le señalen sus propias espinas. No, hasta que noten que desde dentro le pinchan. Sólo hay que esperar. Lo que no se aprende por discernimiento, se aprende por sufrimiento.

El problema del camino es que no puedes decidir lo que te ofrece ni cuándo. Son misteriosos sus ritmos. Tampoco puedes comprar más rosas ni te puedes hartar de las espinas y poner una reclamación. No hay ventanilla. Y si la encuentras, en ella sólo atiendes tú. Y encima, ya sabes que no hay marcha atrás. Estás atrapado. El camino tiene sus propios procesos, se acelera, se estanca, se paraliza, se pone vertiginoso, retrocede, salta, te teletransporta. Es como un descenso de cañones, pero sin cuerdas y sin neopreno. Y tú vas dónde te lleva el agua, mientras pretendes conducir, como un aprendiz en el coche de la autoescuela al que el profesor, de repente, le mete en la M-30. Mejor aún, como un niño al que le sientan en las rodillas del padre para que crea que él conduce. Y das volantazos aquí y allí. E incluso, a veces, parecen que funcionan.

El problema del camino es que habitualmente no te hace caso. Sobre todo cuando quieres que algo que pasa, no pase. O que pase algo que no pasa. Y más aún: probablemente el camino te mate antes de acabarlo, puesto que es posible que no te duren las zapatillas todo el camino. Y si te duran, no te durará la personalidad, pues el pago que hay que hacerle al espinoso barquero, para que te lleve a la orilla de las rosas, es la entrega de tu propia –y falsa- idea de ti.

Tan grande es el desafío como inimaginables los regalos que te esperan. Pero para alcanzarlos no es tan necesario el coger como el soltar. Esos reyes magos no vienen por cartas y demandas sino por cesiones y donaciones. Soltarás todas las ideas que te daban seguridad cuando comprendas que ibas guiado por mapas demasiado pequeños y, muchas veces, falsificados. Mapas que nunca podrán ser tan exactos como el camino y tendrás que dejarlos en la cuneta y atreverte a poner el pico al viento, como las águilas y mirar desde arriba sin saber a qué. Todas las mentiras que te habías y te habían contado sobre ti, sobre el mundo y sobre los demás habrá que lavarlas en el río, pero la corriente de la verdad es tan fuerte que se llevará las prendas y te quedarás desnudo, sin mentiras, sin mapas, sin saber. Todo lo que creíste ser será consumido. Tendrás que asumir que no hay mapas para esos territorios ignotos. Tendrás que asumir que ahora eres un forastero en tierras desconocidas. Lo más increíble es que cuanto más abierto, vulnerable, verdadero y entregado estás, resultas ser más y más invulnerable. Hasta el punto de que llegas a ser inasible. Es la aventura prodigiosa de las paradojas.

Pero para eso todo tendrá que parecer a veces que es de otra manera: los padres serán diablos, los hijos propios, inevitablemente ajenos. Tendrás que dar la bienvenida a los invasores, despedirte de los amores perdidos, perdonar a los monstruos, verás que todos ellos llevan un niño asustado dentro pidiendo amor a hostias. Lo que negabas de ti mismo te devorará. Lo que buscabas ser o tener desesperadamente, merecerá una patada a seguir de campo a campo para liberarte de sus cadenas. Sabrás lo que es la soledad perpetua, infinitamente rodeado por multitudes. Todas las personas tendrán tus rostros. Estarás acompañado por ti mismo siendo otros, todos conocidos, todos misteriosos. Morirás mil veces y mil veces levantarás otra vez  la cabeza sorprendido de tu fortaleza. Cuando menos te lo esperes y más seguro estés, se levantará ante ti la serpiente enfurecida y sabrás que besarla en la boca con pasión, es como se hará una contigo y será sagrada su energía. Comprenderás que la naturaleza no es esclava, sino señora, comprenderás que eres padre e hijo de ti mismo, comprenderás que detrás de todas las miradas siempre está mirando el mismo.

Cuando hayas perdido todo lo que tenías y hayas integrado todo lo que rechazabas y ya no sepas nada, entonces verás el rostro del camino, más allá de las rosas y las espinas de los laterales. Comprobarás cómo levitas entre los opuestos, como un imán equilibrado, danzando ecuánimemente entre los giros de una cosa y su contrario mientras tú eres el funambulista que, por saber ser central, no giras con la rueda: eres la rueda.

Lo bueno del camino es lo te cuenta en un susurro secreto en su mejor momento: no había caminante. Ya lo dijo el poeta. El caminante era sólo el dolor. Todo el dolor. Lo que creías que eras, resulta que no era más que miedo. Un subproducto del sufrimiento, de la carencia, de los anhelos, de los apegos. El caminante sólo era el dolor. Un dolor del que te has desprendido mientras caminabas con dolor, pues ése era el camino de las espinas, para quitarte lo que no era tuyo. Una vez liberado, todo está a tu alcance, nada te es ajeno. Eres el toro y la princesa, el oro y el truño, el centro y la periferia, el roble y el junco, el norte y el sur.

Entonces agradecerás que el camino te eligiera, para regalarte la posibilidad de la paz y la verdad. Una verdad siempre cambiante, siempre prodigiosa, siempre sorprendente, siempre inalcanzable.


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Un comentario en “«Rosas y Espinas» Mariano Alameda.

  1. Magistralmente expuesto el desarrollo del proceso.Desgraciadamente la conclusión es otra utópica promesa de final feliz que no se puede asegurar.

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