«Aun cuando los humanos han dejado de creer en dioses que celebraban banquetes dónde se les servían néctar y ambrosía, la búsqueda de un elixir, de un brebaje de inmortalidad no ha dejado de preocuparles, y aún en nuestros días. En realidad este elixir está expandido por todas partes en la Tierra, el agua, el aire y sobre todo, en los rayos de Sol. Ahí es pues donde podemos recogerlo, aprendiendo a utilizar con sabiduría y amor todo lo que el Creador ha puesto a nuestra disposición en la naturaleza.
Se puede comprender que cada uno quiera mantenerse con vida y con salud el mayor tiempo posible, pero la vocación del ser humano no es la de permanecer indefinidamente en la tierra; en uno u otro momento, debe abandonar su cuerpo físico. Decimos que muere, pero en realidad continúa viviendo: por su espíritu está vivo. Si aspira a la inmortalidad, es porque tiene, en el fondo de sí mismo, la intuición de que es realmente inmortal. Pero es en su espíritu que es inmortal, no en su cuerpo físico. La conciencia de la inmortalidad, lo mismo que la conciencia de la eternidad, es para el hombre una conquista de la vida espiritual. Así pues, que aprenda a dar a sus actividades cotidianas una dimensión más vasta, un significado más elevado y poco a poco podrá empezar a beber en las fuentes de la vida eterna.»

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