Una hipótesis sobre el origen de la consciencia

Foto: Erik Johansson

Los psicólogos de la Gestalt utilizaban el término insight para referirse al momento en el cual nuestro sistema cognitivo dota de sentido una imagen percibida, cuando “descubre la figura oculta”. Tras un breve rato observando la imagen a nuestro cerebro se le enciende la bombilla y descubre al dálmata olisqueando el suelo. El todo (la gestalten) no es solo una suma de propiedades sensibles de una imagen, sino algo más: el sujeto descubre o pone en la realidad algo diferente a los meros colores y formas (en función de que enfaticemos “descubrir” o, en cambio, “poner” seremos realistas o constructivistas): una estructura, un patrón, un objeto ¿Por qué? ¿Por qué distinguimos la “figura-dálmata” de entre esa aparentemente caótica amalgama de manchas negras, y no cualquier otra cosa?

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Leamos este texto de Derek Denton en El despertar de la consciencia hablando de las teorías del psicólogo norteamericano Homer Smith:

 “Homer Smith creía que [la consciencia] se había desarrollado progresivamente en el reino animal en relación con la movilidad del organismo, a las necesidades de ir de un lugar a otro. Cree que todos los animales dependen de plantas y de otros animales para alimentarse. La evolución del reino animal ha presentado un espectáculo de depredador y presa: ¡comer o ser comido! Ese fue el origen de la evolución de la consciencia.

 El hábito de depredador móvil requirió que el animal con éxito resolviera el problema cartesiano de los cuerpos que se mueven, pero en cuatro dimensiones. El espacio y la sincronización precisa eran una condición sine qua non. La sincronización precisa requería la integración de acontecimientos del pasado reciente con los del momento presente, lo que permitía la extrapolación hacia el futuro. Smith proponía que dada la corta duración de los acontecimientos neurales individuales en la periferia, los problemas de ir de aquí a allí sólo podían resolverse mediante fusión de eventos neurales rápidos en una imagen continua o persistente en que el tiempo trascurrido aparece como una dimensión. Considera que esta fusión neurofisiológica es la esencia de la consciencia.”

Foto: Erik Johansson

 

Si partimos de la tesis de que la consciencia no tiene un origen sobrenatural, no es una fuerza vital ni un espíritu inmaterial, su origen tiene que ser tan intrascendente como el de cualquier otro órgano o función del organismo. Parece razonable partir, tal y como dice Searle, de la idea de que la consciencia es un fenómeno biológico tal y como lo son la digestión o la fotosíntesis. Según Homer Smith, en un ámbito tan mamífero como el de presa-depredador, tuvo que ser crucial tener un buen instrumento para predecir la trayectoria de los movimientos de tu rival. La consciencia, en tanto que capaz de integrar los sucesos del pasado con los del futuro en un falso continuo, tuvo que evolucionar en esa dirección. La consciencia fue la capacidad de retener algo lo suficientemente en la memoria para poder efectuar una predicción efectiva de un próximo movimiento.

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Volvamos a la imagen del dálmata. Supongamos que somos una nerviosa liebre escondida entre los matorrales huyendo del sabueso. Si queremos sobrevivir, en primer lugar, tenemos que tener un buen mecanismo de detección de nuestro depredador. Entre la incalculable cantidad de estímulos que golpean nuestra retina tendremos mucha urgencia en detectar las que representan a nuestro potencial depredador. He aquí el insight, la localización de una figura concreta sobre el fondo. También habría que mencionar todos los medidas que los depredadores tomaron a lo largo de toda la historia biológica para evitar los insights de las presas: el camuflaje. Y también habría que mencionar algo aún más interesante: este es el posible origen del concepto de identidad: ¿qué es un sujeto, un objeto, una cosa, una entidad? Aquello que mi aparato cognitivo es capaz de reconocer como predador o presa o, más originariamente, como comida ¿Y cómo definimos los objetos? Por su perímetro, por sus contornos. Un objeto siempre se presenta cerrado (según la ley de cierre de la Gestalt): su perímetro siempre está completo (y si no nuestro cerebro se lo inventa). Curiosa definición: un objeto es algo que se nos presenta rodeado por una línea más oscura que nos permite diferenciarlo de un fondo. Y si queremos seguir dando definiciones, un sujeto o agente, será aquel conjunto de propiedades sensibles que se mueven sin perder su unidad estructural (el patrón que nos permitía identificarlo en todo momento). La consciencia será ese espacio de trabajo en donde se integra esa información para posibilitar la predicción futura.

Foto: Erik Johansson

Expliquemos mejor esto último. Pensemos en el mínimo necesario de imágenes que tenemos que percibir para poder predecir un movimiento: mínimo dos. Si solo percibimos la imagen estática de un objeto jamás podremos predecir la dirección en la que va. Necesitamos al menos dos para trazar una línea entre la posición inicial y la siguiente, y calcular, a partir del tiempo que ha tardado en recorrerla, la posible posición futura. Por eso es necesaria una memoria a corto plazo o de trabajo (que podríamos, a grosso modo, identificarla con la consciencia) que dure lo suficiente como para establecer la predicción.

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Seguramente, la selección natural premió a las memorias de trabajo que podían retener un mayor número de posiciones el tiempo suficiente para poder ir realizando predicciones más precisas y sofisticadas. Así, la duración de nuestra MCP se iría prolongando, nuestro presente se hizo más largo. Sería interesante hacer experimentos para comprobar si puede establecerse una correlación entre la duración de esta memoria y el tiempo necesario para poder predecir con cierta efectividad el comportamiento de un depredador o presa habitual de nuestra especie.

 

Foto: Erik Johansson

 

Fotografías: Erik Johansson

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