Un elefante en el Vaticano

Hannón (boceto de Rafael)
En 1962 se decidió instalar un sistema de climatización en el Vaticano, para lo cual fue necesario realizar unas excavaciones en el patio de Belvedere, un espacio abierto que está encima de la colina del Palacio Apostólico. Fue ahí donde, cuatro siglos antes se encontró el espléndido Apolo de Belvedere, pero está vez fue algo muy diferente -y menos esbelto- lo que apareció al remover la tierra: cuatro enormes piezas dentales, una mandíbula gigante, huesos de gran tamaño… En un principio se pensó que era un esqueleto de dinosaurio pero el encargado de la Biblioteca Vaticana aclaró algo la cuestión: era un esqueleto de mamífero; de elefante, para mayor exactitud.
Qué demonios hacía un elefante enterrado en la Santa Sede fue algo que, al parecer, no despertó mayor curiosidad durante décadas, hasta que el historiador emérito del Smithsonian Institute, Silvio Bedini, realizó una investigación y publicó los resultados en 1997. Sorprendentes. Aquellos restos eran de Annone, un paquidermo albino que perteneció al papa León X. El trabajo de Bedini se tituló, lógicamente, El elefante del Papa y lo que cuenta es realmente curioso.
Annone es el equivalente de Hannón, uno de los líderes de la antigua Cartago, enemigo político de los Barca -Amílcar y Aníbal- al preferir expandirse por el norte de África en vez de enfrentarse a Roma en la primera y segunda guerras púnicas, que, a la sazón, acabaron en derrota. El caso es que el Hannón con trompa había llegado a Roma en invierno de 1514, causando sensación porque era el primero de su especie que pisaba la ciudad (los de Aníbal no llegaron a hacerlo).
No era muy grande, ya que se trataba de un ejemplar traído de la India, donde la especie es más pequeña que la africana. Portugal controlaba entonces varias ciudades en ese subcontinente y ya habían traído numerosos animales exóticos a la casa de fieras de Lisboa. De hecho, Hannón fue un regalo del rey Manuel I a Giovanni di Lorenzo de Medici, que subió al trono de San Pedro con el nombre de León X. Ambos habían acordado una alianza estratégica para potenciar la ruta marítima de las especias que mantenían los portugueses, ante la inestable situación de la franja sirio-palestina.
Así que el pontífice bendijo el expansionismo luso, recibiendo a cambio una oleada de regalos en forma de oro, joyas, brocados… y Hannón, que tras su largo viaje por mar desembarcó en el puerto de Hércules y realizó el trayecto a Roma andando, seguido de una multitud de curiosos. Un centenar de kilómetros durante los cuales se vivió emoción, asombro, fascinación y preocupación, esta última por temor a que se desmandara. Al entrar por fin en la Ciudad Eterna, debidamente engalanado, se le presentó al Papa: sus cuidadores le hicieron arrodillar sus patas delanteras y bajar la cabeza para luego barritar potentemente tres veces. El magnífico espectáculo pudo no haber terminado bien porque, a continuación, el elefante llenó su trompa de agua en una fuente cercana y regó a todos los presentes, incluido León X. Por suerte, éste no se lo tomó a mal.

 

León X
Es más, el Sumo Pontífice se mostró entusiasmado con Hannón, tal como muestran las cartas que escribía al rey Manuel, y mandó trasladarlo del Belvedere -por entonces un huerto-, a un alojamiento ex profeso construido entre la Basílica de San Pedro y el Palacio Apostólico, permitiendo que el pueblo entrara a visitarlo los fines de semana. A veces incluso lo sacaba de paseo por las calles romanas, algo que ocasionalmente resultaba conflictivo, como cuando un cañonazo le asustó y en su intento de huir hirió a algunos espectadores, o cuando en un desfile también se asustó por el estruendo de trompetas y tambores, derribando a un famoso poeta que llevaba encima ataviado a la usanza de los antiguos romanos.
Hannón no fue el único animal exótico que pudo haber vivido en Roma en el siglo XVI, pues Portugal envió también un rinoceronte indio dos años más tarde. Procedía de la casa de fieras lisboeta y tenía en su currículum un enfrentamiento en la arena contra un elefante, precisamente, al que derrotó sin llegar siquiera a combatir, únicamente con su amenazadora presencia; al parecer, el paquidermo, presa del pánico, huyó hacia su establo rompiendo una puerta de hierro. Pero el rinoceronte no disfrutó mucho de su victoria. El barco que lo trasladaba a Italia se hundió y el animal, que podía haberse salvado -saben nadar, pese a lo que parezca- se ahogó porque iba atado a la cubierta con una cadena. Unos dicen que se rescató el cadáver y se llevó a Roma, mientras que otros creen que León X se lo regaló a su familia y se exhibió en un museo de Florencia hasta no hace mucho; no hay nada seguro.
Volviendo al proboscidio, lamentablemente el invierno europeo le sentó bastante mal, como pasó con sus predecesores cartagineses y enfermó. Empezó a tener problemas respiratorios, dolores articulares y estreñimiento por una alimentación inadecuada. El tratamiento médico, a base de un supositorio con alto contenido en oro según la costumbre de la época, fue fatal. Tenía cuatro años cuando llegó y sólo había podido sobrevivir otros tres, muriendo en 1516 tal y como había profetizado uno de aquellos monjes de entonces que azotaban con sus discursos la corrupción de la ciudad y tenían miles de devotos fanáticos.
León X lamentó mucho el fallecimiento de su mascota y escribió un epitafio en su honor, además de encargarle una pintura al mismísimo Rafael. Esa afección desató la burla de sus críticos y de los primeros protestantes que precedieron a Lutero. Por ejemplo, el escritor Pietro Aretino, de pluma muy afilada, publicó una obra satírica titulada El testamento del elefante Annone en la que proponía sarcásticamente que la curia conservara los restos del animal en plan reliquias sagradas. Sus colmillos sí que se guardaron pero, como se ha visto, el cuerpo fue inhumado en aquel patio de Belvedere donde vivió inicialmente.

Fuente:
* http://www.labrujulaverde.com

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