Sacrificios humanos y el poder de la codicia

Sabemos poco sobre el significado del ritual en el que se sacrifican seres humanos. Se ha especulado mucho sobre este aspecto cultural desde la colonización europea de América Central, hace más de 500 años. Lo cierto es que este ritual, que se nos antoja espantoso, ha estado presente en numerosas culturas de los cinco continentes. Los sacrificios de seres humanos se han asociado a la necesidad de aplacar la cólera de los dioses, a catarsis sociales o a cuestiones relacionadas con conflictos políticos. Incluso, estos rituales se han combinado con canibalismo, cuando estaban asociados a la escasez de recursos. Joseph Watts (Universidad de Auckland, Australia) y otros colaboradores de diferentes instituciones australianas, europeas y de Nueva Zelanda, han realizado un estudio minucioso de la complejidad cultural de casi un centenar de grupos humanos de regiones de Australia e Indonesia de los que existen numerosos datos etnográficos. Esta región del planeta es extremadamente diversa, entre otras razones gracias a sus características de insularidad.

Civilización del continente americano.

Civilización del continente americano.

Como explican los autores del estudio, publicado en la revista Nature el pasado 14 de abril, esta vasta región del planeta constituye un verdadero laboratorio para indagar sobre la cultura de los pueblos que la han habitado en tiempos recientes. Las características culturales de todos estos pueblos han ido divergiendo en el transcurso de varios miles de años desde la llegada de los miembros de nuestra especie a cada territorio. Watts y sus colegas han partido de la denominada “hipótesis del control social”. Según esta hipótesis, el incremento demográfico de las diferentes poblaciones de Homo sapiens derivó hacia la estratificación social, que dio origen a las diferentes formas de organización política que conocemos. Las sociedades “prehistóricas” seguramente eran igualitarias, tanto por su reducido tamaño como por la necesidad de cooperación entre todos los miembros del grupo para lograr su supervivencia en condiciones generalmente adversas. El crecimiento demográfico de nuestra especie cambió radicalmente el panorama. Los recursos dejaron de ser compartidos de manera igualitaria, y poco a poco la mayoría de los pueblos iniciaron un proceso de estratificación social. En este nuevo contexto era necesario mantener el estatus de los privilegiados mediante los métodos dictados por la autoridad. El poder político y las creencias religiosas fueron entonces de la mano para conseguir un mismo propósito: perpetuar los privilegios adquiridos.

Watts y sus colegas nos han mostrado una relación inequívoca entre los rituales con sacrificios humanos y la estratificación social. Cuanto mayor era esa estratificación mayor era la evidencia de sacrificios humanos. Estos sacrificios contribuyeron primero a fomentar y luego a mantener la separación de las diferentes clases sociales. Los datos etnográficos sugieren que las víctimas de los sacrificios pertenecían a las capas sociales más bajas, incluyendo a los esclavos, mientras que los instigadores eran miembros de las clases dominantes. Los sacrificios humanos podían tener diferentes excusas, como aplacar la ira de los dioses, la celebración de acontecimientos extraordinarios (muerte de reyes y personalidades relevantes) o la violación de tabúes y leyes. En cualquier caso, los rituales con seres humanos contribuían a la desmoralización de quienes aspiraban a mejorar su estatus, establecían las diferencias entre las clases sociales e infundían el miedo necesario para mantener los privilegios de las élites sociales. Además, la estabilidad política quedaba garantizada.

Por último, Watts y sus colegas han sido incapaces de encontrar una relación de causa efecto entre las diferentes religiones y los rituales con sacrificios humanos, como la historia nos ha hecho creer. Las creencias religiosas pueden haber sido una excusa, pero la realidad nos muestra la crueldad que envuelve a la codicia por el poder y el acaparamiento de los recursos. Las sociedades igualitarias dejaron de existir hace mucho tiempo, cuando iniciamos el imparable crecimiento demográfico. Eso no significa que nuestros ancestros del Pleistoceno fueran seres angelicales, desprovistos de violencia. Las evidencias dicen lo contrario. Pero lo peor de nosotros ha llegado cuando hemos tenido que repartir recursos. Había para todos, pero el igualitarismo ha resultado siempre una quimera. Ahí están los resultados científicos para mostrar nuestra realidad. Esos resultados también nos hacen reflexionar sobre la capacidad adaptativa de nuestra especie. El precio que muchos han tenido que pagar (y siguen pagando) por esa capacidad resulta espeluznante.

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