George Adamsky

FECHA: 1952

LUGAR: EE.UU.

AUTOR: © George Adamsky

Adamsky vio las mismas «luciérnagas» que el astronauta Glenn

¿Y si Adamsky tuviera razón? Me he hecho esta pregunta en muchas ocasiones. Y debo reconocer que no sé qué pensar.
No tengo pruebas de peso que borren mi desconfianza, pero tampoco quiero caer en el fanatismo seudocientífico de aquellos que niegan estos posibles contactos con seres del espacio, sin conceder siquiera la oportunidad de una exposición abierta de los hechos.
¿Qué puedo pensar entonces de lo sucedido en aquel jueves, 20 de noviembre de 1952, en el desierto de California? Según George Adamsky -que había continuado con sus experiencias fotográficas desde Monte Palomar- fue hacia las 12.30 de dicho jueves cuando tuvo su primer contacto personal con un hombre de otro mundo.

«Llegó en un platillo volante -cuenta Adamsky- y el encuentro se celebró en el desierto de California, a 16 kilómetros de Desert Centre, en dirección a Parker (Arizona).» Afirma el astrónomo aficionado que a lo largo de ese año de 1952, además de sus fotos, había hecho múltiples visitas al desierto, siempre pendiente de los posibles lugares donde podían haber descendido los ovnis. «Pero siempre regresé con las manos vacías…»

En los últimos días de agosto, Adamsky recibió en Palomar Gardens la visita del señor y la señora Bailey, de Winslow, Arizona. Eran grandes aficionados al tema de los «platillos» y, según le explicaron, los habían visto en algunas ocasiones.
Le hablaron de otro matrimonio amigo -el doctor George Williamson y su esposa- igualmente interesados por el fenómeno.

«Poco después -explica Adamsky-, mis cuatro nuevos amigos me visitaron en Palomar. Y tras permanecer unos días en mi casa me rogaron que les avisara si intentaba hacer un contacto con los «platos voladores».
«Así que el día 18 de noviembre por la noche les telefoneé, comunicándoles que pensaba marchar al día siguiente por la noche hacia Blythe, en California. Aceptaron y quedamos en encontrarnos el jueves, 20, por la mañana.»

Así fue. Adamsky, que viajaba en compañía de su secretaria, Lucy McGinnis, y de la señora Alice K. Wells, encargada del café de Palomar Gardens, encontró a los dos matrimonios en el punto convenido de Blythe. Desayunaron y conversaron sobre la zona más propicia para emprender la aventura.
Por fin se decidieron por Desert Centre. Tomaron la carretera que conduce a Parker y cuando habían recorrido unos 17 kilómetros, George propuso aparcar los coches y caminar por el desierto. Antes de emprender la exploración, el grupo resolvió tomar un bocado.
Fue entonces cuando escucharon el ruido de un avión -un bimotor- que volaba sobre la cadena montañosa existente al otro lado de la carretera. Al alejarse, los expedicionarios vieron un gran objeto plateado, en la misma dirección por donde había surgido el avión. Tenía forma de cigarro puro y se mantenía a una gran altura, en completo silencio.

De pronto, la gigantesca nave cambió a un color anaranjado. Adamsky y sus compañeros la contemplaron con prismáticos y observaron que llevaba una marca oscura en uno de sus flancos. Parecía un distintivo. El doctor Williamson, que había servido en las Fuerzas Aéreas durante la guerra, expresó que aquel signo no tenía nada que ver con los de los aviones americanos o de otros países.

El venusino

Adamsky añade «que en aquel momento tuvo el convencimiento de que la misteriosa nave le buscaba…».
Así que pidió a Lucy que le llevara hasta un lugar más apartado, y subieron al coche, juntamente con Bailey. Tras recorrer un kilómetro por la carretera se apartaron de ésta, adentrándose en el desierto. Cuando el coche no pudo continuar, Adamsky sacó su equipo fotográfico, así como su inseparable telescopio de seis pulgadas, y procedió a montarlo. Rogó entonces a sus acompañantes que volvieran con el resto del grupo y que observaran a distancia.

«Transcurrida una hora, volved… «

Ayudado por Bailey, Adamsky montó su cámara Kodak Brownie, así como el telescopio. Al alejarse el vehículo, la nave -que había permanecido inmóvil sobre las cabezas de Adamsky y sus amigos- se alejó hacia el horizonte. Al parecer, se aproximaban aviones de combate. Al poco, Adamsky observó un destello en el cielo. Se trataba de una pequeña nave circular de la que llegó a tomar hasta siete fotografías.

«Pero -siempre según George Adamsky-, la súbita presencia de otros dos cazas obligó a alejarse al vehículo espacial.» Los aviones describieron dos círculos y terminaron por alejarse. «Tomé otras dos fotografías con mi Brownie, para tener una exacta situación del terreno, en el caso de que mis anteriores fotografías hubiesen salido bien. Al concluir, caí en una serie de reflexiones sobre lo que había visto… Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos por alguien que, desde unos cuatrocientos metros, me hacía señales. Parecía un hombre y me indicaba que me acercase.

Dibujo de Adamsky del supuesto venusino.

«Me pregunté quién podía ser y qué hacia allí, en pleno desierto. Estaba seguro de no haberlo visto antes. Además, ¿por dónde había llegado? ¿Por las montañas? Imposible. ¿Por la carretera? Tampoco, puesto que mis amigos o yo lo habríamos visto. «Por un momento pensé que era alguien que necesitaba ayuda. Así que me dirigí hacia él. «Mientras me acercaba, tuve la extraña sensación de que debía ser prudente. Miré a mi alrededor para asegurarme que los dos éramos perfectamente visibles para mis compañeros. No tenía razón alguna en sentir temor ya que el hombre no parecía tener nada fuera de lo normal. Me di cuenta que era más bajo y mucho más joven que yo. Había solamente dos cosas que me llamaron la atención al acercarme: sus pantalones no eran como los míos. Parecían más bien como los que se utilizan para esquiar. Y me pregunté qué haría con semejante atuendo en pleno desierto… «Sus cabellos, además, eran largos hasta los hombros y el viento los agitaba.» Adamsky señala que en ese momento perdió todo temor. «Ya no me preocupé de mis amigos, ni de saber si estaban contemplando la escena, tal y como yo les había pedido. Aquel hombre estaba ya a un metro de mí… «Entonces lo comprendí todo. Era un ser de otro mundo. Pero yo no había visto su astronave…»

«Me tendió la mano»

Adamsky calculó la edad de aquel «hombre» en unos 28 o 30 años, con un peso de 60 kilos y una altura de 1,67 metros, aproximadamente. «Tenía la cara redonda y una frente muy alta. Sus ojos, de un verde grisáceo, eran grandes y ligeramente oblicuos. Tenía un mirar sereno. Los pómulos se presentaban algo más altos que los de un occidental, aunque no tanto como los de un asiático. Su nariz era recta y no demasiado grande. Tenía una boca proporcionada y descubría al hablar o sonreír una dentadura perfecta y muy blanca. «Para romper el hechizo que me dominaba me tendió su mano. Yo quise corresponder a este gesto con nuestro clásico apretón de manos. Pero él se negó sonriendo y sacudiendo ligeramente la cabeza. En lugar de tomarme la mano, como se hace habitualmente en nuestra sociedad, apoyó su palma contra la mía apretando ligeramente. Interpreté esto como un signo de amistad. La piel de su mano era tan delicada como la de un niño. Y sus dedos, largos y estilizados. Creo que con otra ropa hubiera podido pasar fácilmente por una mujer.
«Recuerdo que me chocó su falta de barba. Tenía la tez tostada, pero sin rastro de pelo.
«Llevaba una especie de mono de una sola pieza. Tuve la impresión de que se trataba de un traje de viaje y de que los hombres del espacio llevaban este vestido como los terrícolas llevan trajes adecuados a su trabajo.
«Aquel buzo o mono de trabajo era de color marrón achocolatado. Lo formaba una blusa bastante ancha con un cuello alto y ajustado y unas mangas largas y amplias -tipo ranglan-, con unos- puños igualmente ajustados.
«El cinturón era de unos 20 centímetros de ancho. Las únicas notas de color en toda su indumentaria consistían en dos bandas de unos tres centímetros de espesor, que ribeteaban los bordes inferior y superior de su Cinturón. Eran más claras: de un marrón dorado.
«Los pantalones eran igualmente anchos y ajustados en los tobillos. No vi botones, ni ojales ni cierres. Tampoco se veían bolsillos ni costuras. La forma con que estaba hecho este vestido es todavía un misterio para mí.
«No llevaba tampoco anillos ni pulseras, ni ningún otro adorno. Tampoco daba la impresión de llevar armas.
«Sus zapatos eran de color sangre de toro. Parecían estar hechos de alguna clase de tejido, pero de textura distinta a la de su vestido, y de una consistencia parecida al cuero. Esta materia era extraordinariamente ligera, ya que permitía percibir claramente los movimientos que hacía con los pies. Sus tacones eran más bajos que los de nuestros zapatos, y las puntas eran cuadradas.»

Dificultades en la conversación

Al parecer, la conversación fue difícil, ya que el supuesto ser espacial apenas si conocía el inglés y Adamsky no comprendía lógicamente la lengua del forastero. Fue preciso recurrir a la comunicación telepática y al universal lenguaje de las señas. De este modo se enteró el terrícola del origen venusiano de su interlocutor, de la preocupación reinante en aquel planeta a causa de las bombas atómicas humanas y del sistema de propulsión de la nave del «venusino»: una especie de aplicación de los principios universales de atracción y repulsión.


Dibujo hecho por Adamsky.


Posible esquema de vuelo de la nave.

El extraterrestre le indicó que dichas explosiones nucleares eran peligrosas, a causa de las nubes radiactivas resultantes y que ello afectaba al espacio exterior. Y le indicó asimismo que si seguían registrándose estas explosiones el planeta entero corría peligro.
Adamsky le preguntó cómo había venido y el «venusino» le mostró una pequeña nave -la misma que había visto anteriormente- suspendida a pocos metros del terreno, detrás de una depresión del desierto. Le explicó que estos pequeños aparatos eran transportados por la gigantesca aeronave que habían visto anteriormente y que las pequeñas bolas de luz o fuego que habían observado en algunas ocasiones eran como una especie de rayo explorador.
El hombre de los cabellos rubios le explicó que varios de los suyos hablan encontrado la muerte en la Tierra, bien por fallos mecánicos o a causa de agresiones de los humanos.

Cuando llevaban casi una hora hablando, el extraordinario visitante señaló sus pies y dejó unas huellas en la arena. Allí aparecieron unos extraños dibujos, provocados por las suelas de los zapatos. Se encaminaron después a su astronave, que Adamsky describe como hecha de un material de gran dureza, pero translúcido. El aparato estaba suspendido en el aire y en su parte inferior había tres bolas que debían constituir un sistema de aterrizaje.
La nave terminaba en una cúpula y en su parte superior había algo que parecía una gruesa lupa, que despedía luz y que en las fotografías que tomó Adamsky se presenta como una especie de anula.

Antes de subir a la astronave, el «venusino» le pidió a Adamsky uno de los carretes fotográficos que guardaba en su bolsillo, prometiendo que se le devolvería. Y así ocurrió semanas después de aquel primer encuentro -el 13 de diciembre-, cuando uno de los tripulantes de una nave lanzó el carrete por una de las aberturas de la aeronave. En el carrete, Adamsky encontró un misterioso mensaje, que todavía no ha podido ser descifrado.
Al concluir la conversación, el «venusino» le señaló que no se aproximara excesivamente a la nave. Pero Adamsky, olvidando la advertencia, penetró bajo el reborde exterior del ovni. «Una fuerza desconocida tiró entonces de mi brazo hacia arriba y un momento después lo lanzó violentamente contra mi costado. Podía moverlo, pero la poderosa energía lo dejó insensible.» El extranjero tranquilizó a Adamsky, asegurándole que recuperaría la sensibilidad del brazo, como sucedió semanas más tarde.

«Mi preocupación en aquel momento -comenta Adamsky- no era el brazo, sino las placas fotográficas que había obtenido con anterioridad y que no sabía si podían haberse visto dañadas por aquellas fuerzas.»

Concluido así el encuentro, el «venusino» se despidió de su amigo. Escaló un terraplén situado detrás del platillo, saltó el reborde de la estructura y penetró en el vehículo, sin que Adamsky acertara a ver por dónde lo había hecho. Segundos después, la nave -semejante a una gran campana de cristal- se perdía en el espacio. Había transcurrido una hora.
El relato fue publicado en los periódicos y, lógicamente, se estableció una gran polémica. Algunas sociedades místicas americanas creyeron que Adamsky era un profeta y el asunto se desbordó. Un grupo abrió la George Adamsky Subscription Found y George se hizo mundialmente famoso. Dio conferencias y, finalmente, en una gira por Europa tuvo incluso una entrevista con la reina Juliana de Holanda, que causó un gran escándalo.
Después de este primer encuentro con el supuesto «venusino», Adamsky afirmó haber tenido otras entrevistas, habiendo llegado a penetrar en una de estas naves, de las que facilitó dibujos y croquis. Según el astrónomo aficionado, los hombres del espacio lo trasladaron en uno de sus vehículos hasta la Luna.
El primer relato de Adamskiymereció una gran credibilidad, puesto que se había efectuado en presencia -aunque a cierta distancia- de otros seis testigos. Este grupo hizo, incluso, una declaración jurada ante notario cuyo texto fue el siguiente:

«Los abajo firmantes declaran solemnemente que, habiendo leído los detalles facilitados por George Adamsky sobre su entrevista con un extraterrestre llegado en un platillo explorador, éstos coinciden con cuanto ellos presenciaron.»

Los testigos, como ya he citado anteriormente, eran el matrimonio Bailey, de Winslow (Arizona), el doctor George Hunt Williamson y su esposa, residentes en Prescot (Arizona), la señora Alice K. Wells, propietaria de los Jardines Palomar y administradora de la cafetería de los mismos, y la señora Lucy McKinnis, secretaria de Adamsky.


Curiosas coincidencias

Adamsky falleció en 1965, a los 74 años, y por causas naturales. Y fue sepultado en el Cementerio Nacional de Arlington, destinado a los héroes de la nación. Allí está la tumba al soldado desconocido, así como la del presidente Kennedy. Nadie ha podido averiguar hasta ahora por qué un humilde ciudadano, que regentaba un restaurante en Monte Palomar, recibió tal distinción. Por supuesto, personalmente me he propuesto averiguarlo. Y sé que lo lograré… Pero, además de este hecho -de una cierta significación-, algunas de las afirmaciones de George Adamsky, reveladas en los primeros años de la década de los cincuenta, han empezado a ser confirmadas a niveles científicos. Veamos algunos ejemplos. En 1953, en su obra «Los platillos voladores han aterrizado», y en 1955 con «Dentro de las naves espaciales», Adamsky lanzó una serie de noticias, absolutamente desconocidas en aquellos años por la clase científica. En su libro Inside the space ships aparece algo que resultaría clave y que años más tarde repetirían los astronautas norteamericanos en Cabo Cañaveral. En la página 76 de dicho obra se dice:

«… estaba muy sorprendido al ver el panorama del espacio que es totalmente oscuro; sin embargo, alrededor nuestro tenían lugar extrañas manifestaciones como si billones de billones de luciérnagas volaran por todas partes, moviéndose en todas direcciones tal y como lo hacen las luciérnagas. Sin embargo, éstas eran de muchos colores, como un celestial y gigantesco fuego pirotécnico, tan hermoso hasta el punto de ser imponente.»

Hay que recordar que esto fue escrito en 1955.

Sólo siete años después, en 1962, John Glenn, astronauta de los EE. UU. diría lo siguiente durante una conferencia de Prensa:

«Cuando miré hacia afuera, mi primera impresión fue que estaba observando un campo completo de estrellas, y que la cápsula en que viajaba se habría elevado mientras yo miraba por la ventana y me encontraba ante nuevos campos dc estrellas.
Pero esto no ocurría así. Descubrí que infinidad de cosas pequeñitas, que en un principio tomé por estrellas, eran objetos brillantes de color amarillo, verde, y muchos más, que poseían la apariencia de luciérnagas volando durante una noche oscura. «Estas pequeñas partículas -prosiguió Glenn- estaban a una distancia de la cápsula de unos 10 pies -unos tres metros- y había literalmente miles de ellas.

«Todo lo que yo alcanzaba a ver a los lados de la cápsula también lo veía a lo largo del trayecto; más tarde, cuando di la vuelta y me dirigí hacia la dirección de la cual parecían provenir las lucecitas y en donde la luz del Sol venía de abajo, muchas de esas cositas parecieron desaparecer. Sin embargo, muchas más aún venían detrás de la cápsula. En este campo viajaba a una velocidad muy lenta; creo que era de tres a cinco millas por hora, y aquellas cositas parecían estar distribuidas alrededor de la cápsula y no como si hubieran emanado de ella.

«Hay muchas personas -finalizó el astronauta- que han realizado investigaciones y han formulado sus hipótesis. Yo no tengo ninguna teoría, simplemente acepto que vi aquellas cosas en las tres órbitas que realicé alrededor de la Tierra y durante el mismo período de tiempo»
(publicado el 2 de febrero de 1962 en el New York Times).

¿Cómo podemos explicar esta coincidencia entre lo descrito por Adamsky en 1955 y John Glenn en 1962? Personalmente hace mucho tiempo que no creo en la casualidad… Los cinturones de Van Allen He aquí otra curiosa «coincidencia». En la página 199 de su libro Las platillos voladores han aterrizado, Adamski escribe:

«… La fuerza radiactiva de las bombas nucleares, probadas por algunas naciones de la Tierra, puede llegar a tener efectos más intensos en el espacio si sale de la atmósfera terrestre.»

Esto era escrito en 1953. Y en las páginas 91 y 92 de Dentro de las naves espaciales se dice también:

«A causa de que la radiación y la fuerza provocadas por las explosiones de potencia nuclear no han salido aún de la influencia o atmósfera de la Tierra, las radiaciones están poniendo constantemente en peligro la vida de los habitantes de este planeta… «

Resulta curioso que fuera cinco años después, en 1958, cuando los científicos descubrieron los llamados cinturones de Van Allen. Estos cinturones, como se sabe, están formados por radiación. Atmósfera en la Luna Resulta igualmente insólito que en 1955 y en la página 158 de su obra Dentro de las naves espaciales, el astrónomo aficionado de Monte Palomar hablase de la existencia de una cierta atmósfera en la Luna y de la presencia de un pequeño animal, «peludo de cuatro patas», que corría por el terreno que observaba Adamsky. La existencia de un tipo determinado de atmósfera en nuestro satélite natural fue confirmado por los científicos el 13 de septiembre de 1959, cuando la cápsula soviética Lunik II radió información relativa a una atmósfera y a una ionosfera de la Luna. Uno de los primeros reportajes sobre este hecho desconocido hasta ese momento fue publicado el 12 de octubre de 1959 en la revista Aviation Week. En síntesis decía así:

«La Luna parece estar envuelta por una cubierta o cinturón de baja energía de gases ionizados. La cubierta de estas partículas parece ser una ionosfera a una distancia relativamente alta del suelo lunar. Esto significa que nuestro satélite natural posee atmósfera bien definida, condición que muy pocos científicos pudieron siquiera imaginar.»

Y aunque las «coincidencias» siguen apareciendo en sus libros -caso del «agua de Venus», descubierta por el doctor Moore el 30 de noviembre de 1959- no es menos cierto que algunas afirmaciones de Adamsky resultan muy difíciles de sostener, a la vista, por ejemplo, de los últimos hallazgos de la exploración espacial soviética o norteamericana. ¿Cómo es posible que pueda haber vida -y civilizada- en el planeta Venus, cuando las temperaturas en la superficie del «lucero de la mañana» alcanzan hasta 400 grados sobre cero? ¿Es qué entendió mal Adamsky? ¿O se trata de un fraude? ¿Puede ocurrir que nuestros cálculos científicos estén equivocados respecto a Venus? La incógnita -sencillamente fascinante- sigue ahí.

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2 comentarios en “George Adamsky

  1. Bueno, es que debería irse por partes, una cosa es establecer que efectivamente en la inmensidad ya no digo del Universo, tan solo en la de nuestra galaxia, la posibilidad que existan otras inteligencias no puede ni debe ser negada, en eso estoy plenamente de acuerdo, pero otro asunto es narrar historias completas sobre contactos con extra terrestres y esperar que en el marco de la premisa anterior que es muy válida demos por válidas todas estas afirmaciones, eso no es posible, pues no sería serio de nuestro lado establecer hechos a partir de simples especulaciones o la narración de experiencias propias y no pasibles de prueba alguna que las eleve a la categoría de hechos ocurridos o que ocurren.

  2. La historia de adamski no es verdadera / fidedigna /real . Hay varios puntos en la misma que no son estables.
    Mas bien es un buen relato de ciencia-ficcion.

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