Cosmogonía en los mitos de Oriente

Cosmogonía es una narración mítica que pretende dar respuesta al origen del Universo y de la propia humanidad. Generalmente, en ella se nos remonta a un momento de preexistencia o de caos originario, en el cual el mundo no estaba formado, pues los elementos que habían de Imagen 9constituirlo se hallaban en desorden. En este sentido, el relato mítico cosmogónico presenta el agrupamiento de estos elementos, en un lenguaje altamente simbólico, con la participación de elementos divinos que pueden poseer o no atributos antropomorfos. La cosmogonía pretende establecer una realidad, ayudando a construir activamente la percepción del universo y del origen de dioses, la humanidad y elementos naturales. A su vez, permite apreciar la necesidad del ser humano de concebir un orden físico y metafísico que permita conjurar el caos y la incertidumbre. Para la comprensión de la cosmogonía antigua es necesario el estudio y el análisis comparativo de los mitos de todas las grandes religiones o tradiciones de la antigüedad, pues sólo con este método puede ponerse en claro la idea fundamental. Mientras que los poderes inteligentes de la Naturaleza eran objeto, en algunos países, de honores divinos que difícilmente les correspondían, en otros, como en Europa y en las naciones civilizadas, la sola idea de que tales poderes estuviesen dotadas de inteligencia parecía absurda y era declarada anticientífica. W. S. W. Anson, en su obra: Asgard y los Dioses – Cuentos y tradiciones de nuestros Antepasados Septentrionales, dice: “Si bien en el Asia Central o a orillas del Indo, en el país de las Pirámides, en las penínsulas griega e italiana, y hasta en el Norte, donde los celtas, teutones y eslavos vivieron errantes, los conceptos religiosos del pueblo asumieron distintas formas, sin embargo, su origen común puede todavía notarse. Señalamos esta relación entre las historias de los Dioses y el pensamiento profundo encerrado en ellas, y su importancia, para que vea el lector que  no es un mundo mágico de fantasía divagadora el que se le presenta, sino que la Vida y la Naturaleza formaban la base de la existencia y de la acción de esas divinidades“.  Debo reconocer que todos estos mirtos cosmogónicos llevan a mi mente la creencia en contactos con seres extraterrestres en un remoto pasado. En este artículo nos concentramos en las cosmogonías de Asia, especialmente de China y del Japón, y en menor medida, la de la tundra y la taiga, y la de la India. Pero antes pasaremos una rápida revista a la cosmogonía mundial.

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El hombre siempre se ha hecho preguntas sobre el Universo. Entre otras, si el universo tuvo principio y tendrá fin, o sobre dónde están las fronteras del Universo y qué hay más allá. Los hombres trataron de responder a estas preguntas desde que empezaron a razonar, tal como vemos en los mitos y leyendas sobre el origen del mundo en todos los pueblos primitivos. Para muchos pueblos de la Antigüedad, la Tierra no se extendía mucho más allá de las regiones en que habitaban, y el cielo, con sus astros, parecía encontrarse apenas encima de las nubes. Desde el concepto de la Tierra, la cosmología tuvo que recorrer un largo y accidentado camino, para adquirir, finalmente, el carácter de ciencia. La cosmología moderna, estudio de las propiedades físicas del Universo, nació de la revolución científica del siglo XX. El mito babilónico de la creación es el más antiguo que ha llegado a nuestros días. El Enuma Elis, escrito quince siglos antes de la era cristiana, relata el nacimiento del mundo a partir del caos primordial. En el principio, cuenta el mito, estaban mezcladas el agua del mar, el agua de los ríos y la niebla, cada una personificada por tres dioses: la madre Tiamat, el padre Apsu y el sirviente Mummu. El agua del mar y el agua de los ríos engendraron a Lahmu y Lahamu, dioses que representaban el sedimento, y éstos engendraron a Anshar y Kishar, los dos horizontes, entendidos como los límites del cielo y de la Tierra. En aquellos tiempos, el cielo y la Tierra estaban unidos. Según la versión más antigua del mito, el dios de los vientos separó el cielo de la Tierra. En otra versión, esa hazaña le correspondió a Marduk, dios principal de los babilonios. Marduk se enfrentó a Tiamat, diosa del mar, la mató, cortó su cuerpo en dos y, separando las dos partes, construyó el cielo y la Tierra. Posteriormente, creó el Sol, la Luna y las estrellas, que colocó en el cielo. Así, para los babilonios, el mundo era una especie de recipiente lleno de aire, cuyo piso era la Tierra y el techo la bóveda celeste. Arriba y abajo se encontraban las aguas primordiales, que a veces se filtraban, produciendo la lluvia y los ríos.

La influencia del mito babilónico en la cosmogonía egipcia es evidente Para los egipcios, Atum, el dios Sol, engendró a Chu y Tefnut, el aire y la humedad, y éstos engendraron a Nut y Geb, el cielo y la Tierra, quienes a su vez engendraron los demás dioses del panteón egipcio. En el principio, el cielo y la Tierra estaban unidos, pero Chu, el aire, los separó, formando así el mundo habitable. Para los egipcios, el Universo era una caja, alargada de norte a sur tal como el propio Egipto. Alrededor de la Tierra fluía el río Ur-Nes, uno de cuyos brazos era el Nilo, que nacía en el sur. Durante el día, el Sol recorría el cielo de oriente a poniente y, durante la noche, rodeaba la Tierra por el norte en un barco que navegaba por el río Ur-Nes, escondida su luz de los humanos detrás de las altas montañas del valle Dait. Reminiscencias del mito babilónico también se encuentran en el Génesis hebreo. Según el texto bíblico, el espíritu de Dios se movía sobre las aguas en el primer día de la creación. Pero la palabra original que se traduce comúnmente como espíritu es ruaj, que en hebreo significa viento. Para entender el significado del texto, hay que recordar que, antiguamente, el aire o el soplo tenían la connotación de ánima o espíritu, como el “soplo divino” infundido a Adán. En el segundo día, prosigue el texto, Dios puso el firmamento entre las aguas superiores y las inferiores. Esta vez la palabra original es rakía, un vocablo arcaico que suele traducirse como firmamento, pero que tiene la misma raíz que la palabra vacío. En el tercer día, Dios separó la tierra firme de las aguas que quedaron abajo. Estos pasajes oscuros del Génesis se aclaran si recordamos que en el mito babilónico Marduk, el viento, en la versión más antigua, separa las aguas (Tiamat) para formar el mundo, y la tierra firme surge como sedimento de las aguas primordiales. En los Vedas de los antiguos hindúes se encuentran varias versiones de la creación del mundo. La idea común es que el Universo nació de un estado primordial indefinible. Después de pasar por varias etapas, al cabo de un tiempo finalizará. Entonces se iniciará un nuevo ciclo de creación, evolución y destrucción, y así sucesivamente. Según el Rig Veda, en el principio había el no-ser, del que surgió el ser al tomar conciencia de sí mismo. Se trata del demiurgo Prajapati, creador del cielo y la Tierra, el que separó la luz de las tinieblas y creó el primer hombre. En otro mito, el dios Visnu flotaba sobre las aguas primordiales, montado sobre la serpiente sin fin llamada Ananta. De su ombligo brotó una flor de loto, del que nació Brahma para forjar el mundo.

Según los mitos hindúes el Universo era una superposición de tres mundos, el cielo, el aire y la Tierra. La Tierra era plana y circular, y en su centro se encontraba el mítico monte Sumeru, tal vez el Himalaya, al sur del cual estaba la India, en un continente circular rodeado por el océano. El cielo tenía siete niveles y el séptimo era la morada de Brahma. Otros siete niveles tenía el infierno, en el interior de la Tierra. A raíz de la expedición a la India por parte de Alejandro Magno, en el siglo IV a.C., las ideas cosmológicas de los hindúes se modificaron sustancialmente. Así, se afirma que la Tierra es esférica y no está sostenida en el espacio, y que el Sol y los planetas giran alrededor de ella. Como dato curioso, se menciona a un tal Aryabhata, quien en el siglo V d.C., sostuvo que las estrellas se encuentran fijas y la Tierra gira. A algunos pensadores griegos se deben los primeros intentos de concebir el mundo como el resultado de procesos naturales y no como una obra de los dioses. Tal es el caso de los filósofos de la escuela jónica, que floreció alrededor del siglo VI a.C. y según la cual el Universo se encontraba inicialmente en un estado de Unidad Primordial, en el que todo estaba mezclado. De esa Unidad surgieron pares de opuestos, como caliente y frío, o mojado y seco, cuyas interacciones entre sí produjeron los cuerpos celestes, por un lado, y la Tierra, con sus plantas y animales, por otro. Los filósofos jónicos concebían a la Tierra como un disco plano que flotaba en el centro de la esfera celeste. Pero, ya en el siglo V a.C., los griegos se habían dado cuenta de que la Tierra era esférica. Hasta donde sabemos, el primero en afirmarlo fue el legendario Pitágoras. Seguramente llegó a esa conclusión a partir de hechos observados, pero los argumentos que manejó fueron de índole metafísica. La Tierra tenía que ser esférica porque, supuestamente, la esfera es el cuerpo geométrico más perfecto. Por lo que respecta al movimiento de las estrellas, lo más evidente era que el cielo, y sus astros, giraban alrededor de la Tierra. Sin embargo, Filolao, un discípulo de Pitágoras, propuso un sistema cósmico según el cual el día y la noche eran producidos por la rotación de la Tierra alrededor de un centro cósmico. A pesar de ser erróneo, este sistema tuvo el mérito de asignarle movimiento a la Tierra y dejar de considerarla como un cuerpo fijo en el espacio.

Se sabe también que los filósofos de la escuela pitagórica Ecfanto y Heráclides de Ponto propusieron que es la Tierra la que gira alrededor de su eje y no las estrellas, aunque todavía creían que el recorrido anual del Sol por la eclíptica se debía a que giraba alrededor de la Tierra durante un año. Al parecer, el primer hombre en la historia que propuso el sistema heliocéntrico, según el cual la Tierra gira alrededor del Sol en un año y sobre su propio eje cada día, fue Aristarco de Samos, quien vivió en Alejandría en el siglo III a. C. Desgraciadamente, no se conserva ningún documento escrito originalmente por Aristarco y todo lo que se conoce de él es por referencias que encontramos en escritos de otros filósofos. No sabemos en qué se basó para elaborar una teoría que se anticipó a la de Copérnico en más de diecisiete siglos. No todos los filósofos griegos aceptaban que la Tierra, aparentemente tan firme y sólida, pudiera poseer algún movimiento propio. De hecho, los dos filósofos más importantes, como eran Platón y Aristóteles, sostuvieron lo contrario, y fueron ellos quienes más influyeron en los siglos siguientes. Platón (427 – 347 a.C.) describe su visión de la creación cósmica en el diálogo de Timeo. El relato tiene un alto valor poético pero carece de cualquier fundamento físico. Así, Platón narra, por boca de Timeo, cómo el Demiurgo creó el mundo a partir de cuatro elementos, aire, agua, fuego y tierra, y puso en él a los seres vivos, los dioses que moran en el cielo, los pájaros que viven en el aire, los animales que habitan en la tierra y en el agua. El Universo así creado debía ser esférico y los astros moverse circularmente, porque la esfera es el cuerpo más perfecto y perfecto es el movimiento circular. Aristóteles (384-322 a.C.) desarrolló un sistema del mundo mucho más elaborado que el de su maestro Platón. Declaró explícitamente que la Tierra es esférica y que se encuentra inmóvil en el centro del Universo, siendo el cielo, con todos sus astros, el que gira alrededor de ella. Más aún, postuló una diferencia fundamental entre los cuerpos terrestres y los celestes. Según Aristóteles, los cuerpos terrestres estaban formados por los cuatro elementos fundamentales y éstos poseían movimientos naturales propios. La tierra y el agua hacia el centro de la Tierra, el aire y el fuego en sentido contrario. En cuanto a los cuerpos celestes, estaban formados por una quinta sustancia, incorruptible e inmutable, cuyo movimiento natural era el circular.

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Aristóteles asignó al Sol, a la Luna y a los planetas unas esferas rotantes sobre las que estaban afianzadas. Las estrellas, a su vez, se encontraban fijas sobre una esfera que giraba alrededor de la Tierra y correspondía a la frontera del Universo. Pero una pregunta que se hacía era qué había más allá de la esfera estelar. Aristóteles tuvo que recurrir a varios argumentos filosóficos para explicar que, más allá, nada existía, pero que esa nada no equivalía a un vacío. Con ello nos decía que el Universo realmente terminaba en la esfera celeste. Todo habría funcionado muy bien con el sistema de esferas ideales de Aristóteles si no fuese porque los planetas vagaban por el cielo sin tener en cuenta la perfección del movimiento circular. En general, recorrían la bóveda celeste de oriente a poniente, pero a veces se detenían y regresaban sobre sus pasos, para volver a seguir su camino. Entonces Aristóteles adoptó el sistema de su contemporáneo Eudoxio, que explicaba razonablemente bien el movimiento de los planetas. Este modelo consistía de un conjunto de esferas concéntricas, cuyo centro común era la Tierra, y que giraban unas sobre otras alrededor de ejes que se encontraban a diversos ángulos. Suponiendo que los planetas se encontraban fijos en algunas de esas esferas, se lograba reconstruir sus movimientos con cierta precisión. Pero el sistema necesitaba no menos de 55 esferas concéntricas para reproducir el movimiento de los planetas. Aristóteles también supuso que la esfera correspondiente a la Luna señalaba el límite del mundo material terrestre, y que más allá de la esfera lunar el Universo dejaba de regirse por las leyes de la naturaleza. Los astrónomos griegos fueron los primeros en tratar de medir con métodos prácticos las dimensiones del mundo en que vivían, sin basarse en mitos. Así, por ejemplo, el mismo Aristarco de Samos que sostuvo la doctrina heliocéntrica, intentó determinar la distancia entre la Tierra y el Sol. Para ello, midió la posición de la Luna en el momento exacto en que la fase lunar se encontraba a la mitad, lo cual permitía, con la ayuda de  la geometría, encontrar la relación entre los radios de la órbita lunar y la terrestre. Si bien el método era correcto, la medición era irrealizable en la práctica con la precisión necesaria.

Aristarco (310 – 230 a. C.), astrónomo y matemático griego, calculó que la distancia de la Tierra al Sol es de unas veinte veces el radio de la órbita lunar, cuando el valor correcto es de casi 400 veces. Curiosamente, esta distancia de 20 veces habría de subsistir hasta tiempos de Copérnico, y aún después. Eratóstenes, quien vivió en Alejandría en el siglo II a.C., logró medir con éxito el radio de la circunferencia terrestre. Notó que en el día del solsticio las sombras caían verticalmente en Siena, mientras que en Alejandría, más al norte, formaban un ángulo con la vertical que nunca llegaba a ser nulo. Midiendo el ángulo mínimo y la distancia entre Alejandría y Siena, Eratóstenes encontró que la Tierra tenía una circunferencia de 252.000 estadios, o 39.690 kilómetros, apenas 400 kilómetros menos del valor correcto. En el siglo II a.C., Hiparco, considerado el más grande astrónomo de la Antigüedad, ideó un ingenioso método para calcular las distancias de la Tierra a la Luna y al Sol. Hiparco midió el tiempo que tarda la Luna en atravesar la sombra de la Tierra durante un eclipse lunar y, a partir de cálculos geométricos, dedujo que la distancia Tierra-Luna era de unos 60 5/6 radios terrestres. Fue un excelente resultado si se compara con el valor real, que es de 60.3 radios terrestres. También intentó Hiparco medir la distancia al Sol, pero sus métodos no eran suficientemente precisos, por lo que obtuvo una distancia de 2 103 radios terrestres, un poco más de lo que encontró Aristarco, pero todavía menos de una décima parte de la distancia real. En resumen, podemos afirmar que, ya en el siglo II a.C., los griegos tenían una excelente idea de los tamaños de la Tierra y la Luna y de la distancia que los separa, pero situaban al Sol mucho más cerca de lo que se encuentra. El último astrónomo griego de la Antigüedad fue Tolomeo, que vivió en Alejandría en el siglo II a.C. y cuyas ideas influyeron notablemente en la Europa de la Edad Media. Tolomeo aceptó la idea de que la Tierra era el centro del Universo y que los cuerpos celestes giraban alrededor de ella. Pero como las esferas de Eudoxio eran demasiado complicadas para hacer cualquier cálculo práctico, propuso un sistema diferente, según el cual los planetas se movían sobre círculos girando alrededor de círculos.

Tolomeo describió sus métodos para calcular la posición de los cuerpos celestes en su famoso libro Sintaxis o Almagesto. Pero nunca mencionó en ese libro si creía en la realidad física de los epiciclos o los consideraba sólo construcciones matemáticas. El epiciclo fue la base de un modelo geométrico ideado por los antiguos griegos para explicar las variaciones en la velocidad y la dirección del movimiento aparente de la Luna, el Sol y los planetas. Fue propuesto por primera vez por Apolonio de Perga a finales del siglo II a. C. y usado ampliamente en el siglo II a. C. por Hiparco de Nicea. Casi tres siglos después, el también astrónomo griego Claudio Ptolomeo se basó en él para elaborar su versión de la teoría geocéntrica conocida ahora como sistema ptolemaico. Tolomeo también citó las mediciones que hizo Hiparco de las distancias a la Luna y al Sol, pero él mismo las corrigió para dar unos valores más pequeños y menos correctos. Es digno de mencionar el filósofo romano Lucrecio, del siglo I a.C., y su famosa obra De Rerum Natura, en la que encontramos una concepción del Universo muy cercana a la moderna, en algunos sentidos. Según Lucrecio, la materia estaba constituida de átomos imperecederos. Éstos se encuentran eternamente en movimiento, se unen y se separan constantemente, formando y deshaciendo tierras y soles, en una sucesión sin fin. Nuestro mundo es sólo uno entre un infinito de mundos coexistentes. La Tierra fue creada por la unión casual de innumerables átomos y no está lejano su fin, cuando los átomos que la forman se disgreguen. Mas Lucrecio no podía aceptar que la Tierra fuera redonda. De ser así, afirmaba, toda la materia del Universo tendería a acumularse en nuestro planeta por su atracción gravitacional. En realidad, cuando Lucrecio hablaba de un número infinito de mundos se refería a sistemas semejantes al que creía era el nuestro. Se refería a una tierra plana contenida en una esfera celeste. Pero indudablemente, a pesar de sus desaciertos, la visión cósmica de Lucrecio no deja de ser curiosamente profética. La cultura griega siguió floreciendo mientras Grecia fue parte del Imperio romano. Pero en el siglo IV de nuestra era, este vasto Imperio se desmoronó bajo las invasiones de los pueblos germánicos y asiáticos. En esta misma época, Roma adoptó el cristianismo; y los cristianos, que habían sido perseguidos cruelmente por los romanos paganos, repudiaron todo lo que tuviera que ver con la cultura de sus antiguos opresores. Toda la “filosofía pagana” grecorromana fue sustituida por una nueva visión del mundo, basada íntegramente en la religión cristiana.

El mundo sólo podía estudiarse a través de la Biblia, interpretada literalmente, y lo que no estuviera en la Biblia no era de incumbencia humana. Así, la Tierra volvió a ser plana, y los epiciclos fueron sustituidos por ángeles que movían a los planetas según los designios inescrutables de Dios. Afortunadamente, los árabes en esa época sí apreciaban la cultura griega. Por ello conservaron y tradujeron los escritos de los filósofos griegos mientras los cristianos los quemaban. Así, la cultura griega pudo volver a penetrar en Europa, a través de los árabes, cuando la furia anti pagana había amainado. En el siglo XIII, Tomás de Aquino redescubrió a Aristóteles y lo reivindicó, aceptando íntegramente su sistema del mundo. Tomás de Aquino fue un teólogo y filósofo católico perteneciente a la Orden de Predicadores, el principal representante de la enseñanza escolástica, una de las mayores figuras de la teología sistemática y, a su vez, una de las fuentes más citadas de su época en metafísica, hasta el punto de que, después de muerto, fue el referente de varias escuelas del pensamiento, tanto la  tomista como la  neotomista. Es conocido también como Doctor Angélico, apodo dado por la Iglesia católica, la cual lo recomienda para los estudios de filosofía y teología. Sus obras más conocidas son la Summa theologiae, compendio de la doctrina católica en la cual trata 495 cuestiones divididas en artículos, y la Summa contra gentiles, compendio de apología filosófica de la fe católica, que consta de 410 capítulos agrupados en 4 libros, redactado a petición de Raimundo de Peñafort. Asimismo, fue muy popular por su aceptación y comentarios sobre las obras de Aristóteles, señalando, por primera vez en la historia, que eran compatibles con la fe católica. A Tomás se le debe un rescate y reinterpretación de la metafísica y una obra de teología aún sin parangón, así como unateoría del Derecho que sería muy consultada posteriormente. Canonizado en 1323, fue declarado Doctor de la Iglesia en 1567 y santo patrón de las universidades y centros de estudio católicos en 1880. Y así, ya aceptada por Santo Tomás, la doctrina aristotélica se volvió dogma de fe y la posición oficial de la Iglesia. Ya no se estudiaba al mundo a través de la Biblia, únicamente, sino también por medio de Aristóteles. Y por lo que respecta a la astronomía, la última palabra volvió a ser el Almagesto de Tolomeo, preservado gracias a una traducción árabe.

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China tiene una extensión que casi equivale a toda Europa, y dado su vasto territorio podemos entender su variedad climática, ya que en China encontramos casi todos los tipos de climas, como el templado, el subtropical, el tropical y el ecuatorial. Esa gran extensión también nos ayuda a entender su gran variedad étnica, ya que en China conviven hasta 56 etnias diferentes, entre las que destacan los manchúes, los zhuang, los tibetanos y los han, que es la más numerosa, ya que supone el 92% de la población. La historia de China como nación puede remontarse hasta el siglo XVI a. C., momento en el que se fundó la dinastía Chang. Desde entonces y hasta la proclamación de la República Popular China por Mao Zedong, el 1 de octubre de 1949, se sucedieron una serie interminable de reinos y dinastías que han marcado profundamente las tradiciones y las costumbres chinas. Tras la revolución comunista y bajo el sistema de la República Popular de Mao, se iniciaron una serie de profundas reformas económicas, administrativas, sociales, etc… que han terminado con el viejo orden. En efecto, en menos de un siglo se han resquebrajado tradiciones milenarias. Así, los chinos viven un debate interno entre tradición y modernización, entre el inmovilismo y el cambio, entre Oriente y Occidente, entre el comunismo y el capitalismo. La religión China es politeísta y sincrética, pero a pesar de que dominan el Taoísmo y el Budismo, la sociedad de este enorme país nunca ha rechazado la incorporación de otras religiones indígenas o foráneas. A pesar de que aparentemente cada religión defiende una doctrina diferente, algunas de ellas no pueden diferenciarse estrictamente. La sociedad y la religión chinas han sido capaces de cohesionar creencias que en principio parecían opuestas, lo cual revela su carácter sincrético. En China no se conoce ningún mito de creación y ordenación del mundo en sentido estricto, pero sí se puede reconstruir algún mito referente a dioses y seres creadores, como P’an-Ku, también conocido como Pan-gu, o Niu-kua. Además, tenemos la tradición china, con relatos y leyendas de reyes, emperadores o héroes mitológicos en los que aparece alguna referencia al proceso de formación y organización del mundo tal y como lo conocemos, tales como la historia de Yu «el Grande» o la leyenda de Huang-ti. La imaginación de los hombres probablemente distorsionó los acontecimientos y así surgieron estos mitos que con el tiempo se transformaron en leyendas.

Un ejemplo lo tenemos en el mito del huevo cósmico. Encontramos distintas versiones del mismo mito, pero todas ellas coinciden básicamente en la presentación de una misma idea, la que nos lleva a un caos preexistente, a un Universo original sin definir, que sería el huevo cósmico, donde residiría un ser superior, P’an-Ku, de cuya acción y sacrificio procede nuestro Universo. Se dice que ordenó el mundo y, al romperse el huevo, P’an-Ku murió. La primera mención de esta legenda la encontramos en el libro de Xu Zheng durante el Periodo de los Tres Reinos (220-265 d. C.). Los Tres Reinos se refiere al periodo comprendido entre la fundación de Wei en el 220 y la conquista de los Wu por la dinastía Jin en el 280. Sin embargo, muchos historiadores chinos amplían el punto del comienzo de este periodo a la rebelión de los turbantes amarillos en el año 184. La parte del periodo comprendida entre el año 190 y el 220 estuvo marcada por las caóticas luchas internas entre los señores de la guerra en varias partes de China. La parte media del periodo, del 220 al 263, estuvo marcada por el militarmente más estable acuerdo entre los tres estados rivales, Wei, Han y Wu. Para distinguir a estos estados de los antiguos estados del mismo nombre, los historiadores les añadieron un prefijo. Wei es también conocido como Cao Wei, Han es conocido como Shu Han, que posteriormente pasó solamente a ser conocido como Shu, y Wu es también conocido como Wu oriental. La última parte de este periodo estuvo marcada por la destrucción de Shu por parte de Wei en el año 263, el derrocamiento de Wei por la dinastía Jin en el año 265 y la destrucción de Wu por Jin en el año 280. El término “Tres Reinos” es una traducción inexacta, puesto que cada estado estuvo eventualmente gobernado por un emperador que reclamaba su legítimo derecho de sucesión a la dinastía Han. Sin embargo, esta denominación se ha convertido en estándar entre los sinólogos. Este periodo histórico ha sido visto de forma romántica en las culturas de China, Japón y Corea y a lo largo del sureste asiático. Ha sido celebrado y popularizado en óperas, cuentos tradicionales, novelas, y en tiempos más recientes, películas, series de televisión y videojuegos. El más conocido de todos, es sin duda, el Romance de los Tres Reinos, una recreación ficticia de este periodo con un profundo trasfondo histórico.

El periodo de los Tres Reinos es uno de los más sangrientos en la historia de China. Un censo de la población a finales de la dinastía Han oriental calculaba una población de aproximadamente 56 millones, mientras otro censo posterior reporta aproximadamente 16 millones. Teniendo en cuenta las imprecisiones de los registros censales de la época, es seguro asumir que un amplio porcentaje de la población fue exterminada durante las constantes guerras que se desataron durante este periodo. En la cultura china el mito del huevo cósmico y de P’an-Ku está muy arraigado. Incluso hay una frase hecha a partir del mismo: «Desde que P’an-Ku creó el cielo y la tierra», para significar desde hace mucho tiempo.     En una de las variantes del mito se nos relata que, al principio, los cielos y la tierra eran solamente uno y todo era caos. El Universo era como un enorme huevo negro, que llevaba en su interior a P’an-Ku. Tras 18.000 años P’an-Ku se despertó de un largo sueño. Se sintió sofocado, por lo cual empuñó un hacha enorme y la empleó para abrir el huevo. La luz, la parte clara, ascendió y formó los cielos, la materia fría y turbia permaneció debajo para formar la tierra. P’an-Ku se quedó en el medio, con su cabeza tocando el cielo y sus pies sobre la tierra. Entonces la tierra y el cielo empezaron a crecer a razón de diez pies al día, y P’an-Ku creció con ellos. Después de otros 18.000 años el cielo era más grande y la tierra más gruesa; P’an-Ku permaneció entre ellos como un pilar gigantesco, impidiendo que volviesen a estar unidos. El relato sigue contando cómo Pan-Ku falleció y distintas partes de su organismo se transformaron en elementos de nuestro mundo. Su aliento se transformó en el viento y las nubes, mientras que su voz se convirtió en el trueno. De su cuerpo, un ojo se transformó en el Sol y el otro en la Luna. Su cuerpo y sus miembros se convirtieron en cinco grandes montañas y de su sangre se formó el agua. Sus venas se convirtieron en caminos de larga extensión y sus músculos en fértiles campos. Las interminables estrellas del cielo aparecieron de su pelo y su barba, y las flores y árboles se formaron a partir de su piel y del fino vello de su cuerpo. Su médula se transformó en jade y en perlas. Su sudor fluyó como la generosa lluvia y el dulce rocío que alimenta a todas las cosas vivas de la tierra.

En otras versiones del mito de P’an-Ku, sus lágrimas fluyeron para convertirse en ríos y el resplandor de sus ojos se transformó en el trueno y el relámpago. Según esta interpretación, cuando P’an-Ku estaba contento brillaba el sol, pero cuando estaba enfadado negras nubes cubrían el cielo. También la aparición del ser humano se explica en este mito de P’an-Ku, ya que según algunos relatos, las pulgas y los piojos que P’an-Ku tenía en su cuerpo se convirtieron en los antecesores de la humanidad. En otras interpretaciones P’an-Ku es descrito como un gigante chino que nació como un enano dentro del primitivo huevo cósmico. La parte superior del huevo formó los cielos (Yang) y la parte inferior formó la Tierra. P’an Ku creció diez pies por día y empujó la cáscara del huevo un poco más y un poco más. Entonces, transcurridos 13.000 años, en vez de los 18.000 de las versiones anteriores, P’an-Ku estalló. Sus ojos se convirtieron en el Sol y la Luna, su cabeza se transformó en las cuatro montañas sagradas, mientras en otras versiones son cinco, su sangre dio lugar a los mares y los ríos, de su pelo se formaron los campos y los árboles, su aliento se transformó en el viento, su sudor en la lluvia y su voz en el trueno. Las pulgas que vivían en su cuerpo fueron los antecesores de los seres humanos. Encontramos una variante de este mito, en que se nos relata que P’an-Ku se formó a partir de los cinco elementos, y que él creó la tierra y el cielo con el cincel y el martillo. La tradición taoísta suele representar a P’an-Ku como un ser primitivo y velludo que llevaba un gran martillo con el cual rompía la roca primigenia. Algunos estudiosos consideran que el origen de este mito está en el sur de China o en el sureste asiático. Hay zonas del sur de China donde el culto a P’an-Ku todavía pervive, levantándose multitud de templos y pabellones en su honor. Entre esos pueblos donde la leyenda de P’an-Ku está muy extendida, P’an-Ku es representado como un ser con cuerpo de hombre y cabeza de perro y se le conoce con el nombre de rey Pan. En una de esas leyendas, se cuenta que P’an-Ku se casó con una princesa como recompensa por traer la cabeza del rey Fang al rey Gao Xin, quien había prometido la mano de su hija a quien le trajese la cabeza de su enemigo, y fue P’an-Ku quien realizó tal empresa. Pero la princesa no quería ser vista con aquel ser, con cuerpo de hombre y cabeza de perro, y se mudaron a las lejanas montañas del sur de China. Allí pudieron vivir felices y tuvieron tres niños y una niña.

Los relatos coinciden en múltiples detalles, pero también contienen datos diferentes. Sin embrago, en todos ellos apreciamos que es P’an-Ku el creador del Universo y que nuestro mundo existe gracias a su sacrificio. El huevo cósmico donde se formó P’an-Ku es un claro ejemplo de la idea de caos primitivo, el enorme huevo negro. En el mito de la creación de P’an-Ku también encontramos la idea de la formación de la tierra y el cielo a partir de la separación de la materia original y primitiva. Por otro lado, esta leyenda china recuerda al mito nórdico del gigante Ymir, ya que en ambos casos, la tierra, el cielo y otros elementos de la naturaleza, como la lluvia, los árboles, etc., surgen como restos corporales de esos seres primitivos. En la mitología china, Nüwa o Nü Wa es un ser, normalmente una mujer, que suele formar parte de los Tres augustos y cinco emperadores. Ateniéndose a las variadas fuentes no se puede precisar su papel exacto, ya que se la considera creadora, madre, diosa, esposa, hermana, líder tribal o incluso emperador, aunque la mayoría de las veces se presenta como una mujer que ayuda a los hombres a reproducirse después de una calamidad. Otros estudiosos consideran que Nüwa es un título. El historiador Sima Qian, en sus Memorias históricas identifica a Nüwa con un hombre apellidado Feng. En otras tradiciones, Nüwa y su esposo, Ling Tong, el primero de Los Tres Augustos, son conocidos como “los padres del género humano“, ya que se les considera los ancestros del ser humano. Se los suele representar con cuerpo humano y cola de serpiente o dragón, porque supuestamente fue con esa forma como tallaron los ríos del mundo y lo desecaron tras las inundaciones. Según otras versiones, Nüwa rellenó el agujero del cielo con su propio cuerpo para que cesara la inundación por lo que algunas minorías del suroeste de China la tienen como diosa y algunas fiestas se ofrecen como tributo a su sacrificio. Por último, Nüwa también es vista como Creadora. Habiendo existido desde el comienzo del mundo y sintiéndose sola, comenzó a crear animales y seres humanos. El primer día creó el gallo; el segundo, el perro; el tercero, la oveja; el cuarto, el cerdo; el quinto, la vaca; el sexto, el caballo y el séptimo comenzó a crear a los hombres usando arcilla amarilla. Primero esculpió cada uno de ellos individualmente, pero al sentirse cansada decidió introducir en la arcilla una cuerda que luego movía rápidamente provocando que las gotas de arcilla cayeran al suelo, transformándose cada una de ellas en un ser humano. Estos seres serían el pueblo llano, mientras que los primeros creados, hechos a mano, serían los nobles. Según otra variante, algunas de las figuras fueron deformadas por la lluvia, lo que provocó las enfermedades y malformaciones físicas.

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Otro relato nos cuenta cómo Nüwa arregló el cielo. Según esta leyenda, dos deidades estaban en guerra. Se trataba de Gong-Gong, dios del agua, y Zhu-Rong, el dios del fuego. Estos dioses, ferozmente enfrentados, lucharon por todas partes del cielo y de la tierra, causando en todo lugar desorden y destrozos. El dios del fuego ganó, y, encolerizado, el dios del agua golpeó la cabeza de Zhu-Rong contra la montaña Buzhou, que es una cumbre mítica. La montaña se derrumbó y así el gran pilar que sostenía al cielo y lo sujetaba, cayó. Como consecuencia de aquello, la mitad del cielo se desplomó, dejando un enorme agujero negro. De repente, llegó un gran caos, la tierra se agrietó, los bosques ardieron en llamas, las serpientes y otros criaturas feroces atacaban a los humanos. Muchas personas ardieron, otros se ahogaron, y muchos más fueron devorados por las bestias. Fue un desastre sin precedentes. La diosa Nüwa, afectada por lo que le estaba sucediendo a la humanidad y por su sufrimiento y dolor, decidió arreglar el desastre y enmendar el cielo, terminando así con aquella catástrofe. Para ello, mezcló varios tipos de piedras de colores y con la mezcla resultante reparó el cielo. Entonces, mató a una tortuga gigante y utilizó sus cuatro enormes patas para sostener el trozo de cielo caído. Además, cogió un dragón y lo mató, con la finalidad de espantar al resto de las malas bestias. Finalmente, recogió y quemó una gran cantidad de juncos. Con sus cenizas paró la inundación desbordada para que la gente pudiera vivir de nuevo feliz. En otras versiones, se hace referencia a Nüwa como hermana de Fuxi y se les describe como seres superiores con forma de dragón, generalmente unidos por sus colas. Fuxi o Fu Xi fue el primero de los mitológicos Tres augustos y cinco emperadores de la antigua China. También se le conoce como Paoxi. Se le atribuye la invención de la escritura, la pesca y la caza. Al parecer, era mitad hombre y mitad serpiente. Según la tradición fue el descubridor de los Ocho Trigramas, que suponen es la base del I Ching y que le fueron revelados de manera sobrenatural al verlos escritos sobre el lomo de un animal mitológico, descrito como un dragón-caballo, que salió del Río Amarillo. Este dibujo es conocido como el Diagrama del Río Amarillo y se tiene también como el origen de la caligrafía china.

El siguiente párrafo, en el que se describe la importancia de Fuxi, fue escrito por Ban Gu (32 – 92) a comienzos de la Dinastía Han Posterior: “En el principio no existían ni la moral ni el orden social. Los hombres sólo conocían a sus madres, no a sus padres. Cuando estaban hambrientos, buscaban comida; cuando estaban satisfechos, tiraban los restos. Devoraban los animales con la piel y el pelo, bebían su sangre y se vestían con pieles y juncos. Entonces llegó Fuxi y miró hacia arriba y contempló lo que había en los cielos y miró hacia abajo y contempló lo que ocurría en la tierra. Unió al hombre con la mujer, reguló los cinco cambios y estableció las leyes de la humanidad. Concibió los ocho trigramas para conseguir el dominio sobre el mundo“. Fuxi enseñó a sus súbditos a cocinar, a pescar con redes, a cazar con armas de hierro. Institucionalizó el matrimonio y ofreció los primeros sacrificios. Una lápida de piedra del año 160 de nuestra era le muestra con Nüwa, su hermana y/o esposa. También se le atribuye la invención, junto a Shennong y a Huang Di, del guqin, un instrumento chino de cuerda. Según explica una de las legendas, se produjo un diluvio y éste provocó un gran desastre, lo cual es muy similar al «Poema de Gilgamesh» o al «Antiguo Testamento». Nüwa reparó el cielo con piedras de cinco colores y cortó las patas de una gran tortuga para levantar cuatro columnas en los cuatro polos. Después mató al dragón negro (Gong-Gong) para salvar al mundo, acumulando gran cantidad de cenizas para detener las aguas. Una consecuencia de aquel desastre, según cuenta la legenda, fue que el cielo quedó inclinado hacia el noroeste y la tierra hacia el sureste, y esto explica que, desde entonces, el Sol, la Luna y todas las estrellas vayan hacia el oeste y los ríos fluyan hacia el sureste. En este caso el mito de la diosa Nüwa se utiliza para explicar un fenómeno natural, igual que el mito egipcio del dios escarabajo Khepri explica el surgimiento del Sol cada mañana, su avance por el cielo durante el día y su puesta al anochecer. Los chinos frecuentemente se describen a sí mismos como los descendientes de Huang-Ti, también conocido como Huang Di, el «Emperador Amarillo», un personaje mitad ficticio, mitad real, al cual se le atribuye la fundación de la nación china hacia el 4000 a. C., aproximadamente. Han surgido historias extravagantes en torno a su persona, así como una colección de legendas escrita en el periodo de los Estados Combatientes (475-221 a. C.).

Huang-Ti vivió en un maravilloso palacio situado en las montañas Kunlun, en el oeste, muy conocidas en la mitología china y que se considera encierran el paraíso taoísta. Había un guardián celeste en la puerta que tenía la cara de un hombre, el cuerpo de un tigre y nueve colas. Las Montañas Kunlun estaban llenas de pájaros y animales raros, así como de exóticas flores y plantas. Huang-Ti tenía una mascota, un pájaro que le ayudaba a cuidar su ropa y efectos personales. A Huang-Ti se le atribuye la invención de un carro que tenía un mecanismo guía que hacía que siempre indicase al Sur, sin importar hacia donde fuese el carro. En otras fuentes también se le atribuye la creación de la humanidad o la invención de la escritura y el compás. A Huang-Ti también se le atribuye el descubrimiento de las leyes de la astronomía y el diseño del primer calendario utilizado por los chinos. Aparentemente el estímulo de las iniciativas de personas con talento fue una cosa muy apreciada en aquella época y las menciones sobre Huang-Ti, nos indican que éste era uno de los aspectos importantes de este emperador. El «Emperador Amarillo» se ha convertido en un símbolo de la cultura china y un representante de sus talentos. También la mujer de Huang-Ti, Lei Zu, realizó su propia contribución a la humanidad, ya que enseñó a la gente el cultivo del gusano de seda y la instalación de talleres para la fabricación de telas de seda. Una reciente teoría señala que Huang-Ti pudo ser el líder de una confederación tribal de la cultura neolítica de Yangshao. La cultura de Yangshao fue una cultura neolítica que se extendía a lo largo del curso central del río Amarillo en China. La cultura está datada entre el 5000 a. C. y el 3000 a. C. El nombre proviene del primer yacimiento arqueológico representativo, que se descubrió en 1921 en Yangshao, un pueblo de la provincia de Henan. La cultura floreció principalmente en las provincias de Henan, Shaanxi y Shanxi. De acuerdo con diversos lingüistas, la cultura de Yangshao pudo ser el origen de los pueblos que dieron origen a la familia lingüística sinotibetana. Las gentes de Yangshao cultivaban mijo de manera extensiva. En algunos poblados se cultivaba trigo o arroz. Domesticaron animales como el perro y el cerdo, además de ovejas, cabras y vacas, aunque la mayoría del consumo cárnico provenía de la caza y la pesca. También practicaban un tipo primitivo de sericultura.

Sus utensilios de piedra estaban pulimentados y muestran una gran especialización. Esta cultura es conocida por su cerámica pintada. Los artesanos elaboraban una cerámica pintada en blanco, rojo y negro, con dibujos de animales o rostros humanos, o diseños geométricos. A diferencia de la posterior cultura de Longshan, la cultura de Yangshao no conocía el torno de alfarero. Los cementerios se encontraban siempre en el exterior de una amplia zanja, aunque hay dudas de si era meramente defensiva o simbólica. Se cree que separaba ambos mundos, el de los muertos y los seres vivos. Las excavaciones han mostrado que los niños eran enterrados en jarrones de cerámica pintada. El yacimiento arqueológico de la localidad de Banpo, cerca de Xian, es uno de los yacimientos mejor conocidos de esta cultura. Se encontraron casas muy grandes, rodeadas por otras más pequeñas, lo que puede indicar el uso comunal o bien la diferenciación de estatus entre los pobladores. En las viviendas, se puede reconocer hogares para cocinar y/o calentarse, y unas plataformas que pueden ser para dormir. Uno de los relatos más conocidos sobre Huang-Ti, nos narra cómo este personaje encargó a Tch’ong-li romper la comunicación entre la tierra y el cielo, a fin de que cesaran los descensos de los dioses. Esto evoca la posibilidad de contactos con seres extraterrestres. Según esta leyenda, en una época primordial, anterior al mundo tal y como lo conocemos, el cielo y la tierra estaban muy próximos entre sí. Así, los dioses podían descender a la tierra y los seres humanos llegar al cielo, escalando una montaña, o bien subiendo a un árbol o utilizando una liana larguísima. Los dioses descendían a la tierra para oprimir a los hombres. Asimismo, los espíritus también podían bajar a la tierra, con lo cual las posesiones eran frecuentes. En esta leyenda, Huang-Ti es en parte responsable en esa separación entre el cielo y la tierra, con lo cual se convierte en héroe, ya que libera al hombre de esas opresiones y desórdenes. Además, al ordenar a Tch’ong-li la separación del cielo y la tierra, participa en la organización del mundo tal y como lo conocemos en la actualidad. Esta idea de un mundo anterior primitivo era descrito en otras variantes de este mito como un paraíso perdido, que a lo largo de los tiempos se ha querido restaurar.

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Ese paraíso desaparece como consecuencia de algún desastre, que se desconoce y que provocó que el cielo se separase brutalmente de la tierra. Pudiera ser que a causa de ese desastre, se cortasen las cuerdas, o los árboles fuesen destrozados, o bien desapareciese la montaña que permitía el contacto del cielo y la tierra. Sin embargo, algunas personas privilegiadas, como chamanes, sabios y reyes, pudieron mantener el contacto con el cielo, mediante técnicas de concentración. En otras versiones del mito, Huang-Ti se formó a partir de la fusión de las energías que marcaron el inicio del mundo. La idea fundamental es que este mito forma parte de la cosmogonía china, porque nos explica la separación entre el cielo y la tierra, siendo una fase más en el proceso de formación y ordenación de nuestro mundo. Dentro de la mitología china la labor de expulsar de la tierra a los elementos del mal, como serpientes y otros seres mitológicos, también se considera parte de una cosmogonía. Así, podemos seguir la huella de la creación y ordenación del mundo a partir de algunas de las historias conocidas sobre el Emperador Yu «el Grande». Yu el Grande (2200 – 2100 a. C.) es el sobrenombre de Si Wen Ming, fundador de la legendaria primera dinastía de China, la de los Xia, cuya existencia real no está admitida por todos los expertos, algunos de los cuales creen que cae dentro de la mitología. Yu habría gobernado en torno al siglo XXI a. C. En algunos casos se le identifica como uno de los Tres Augustos y Cinco Emperadores y es recordado sobre todo por haber enseñado a los hombres a controlar las inundaciones dominando los ríos y lagos de China. El padre de Yu, Gun, fue asignado por Yao para controlar las inundaciones, pero no tuvo éxito en sus intentos y fue ejecutado por el siguiente gobernante, Shun. Designado como sucesor de su padre, Yu comenzó construyendo nuevos canales, tarea que le llevó trece años y en la que participaron veinte mil trabajadores. Yu es recordado como ejemplo de perseverancia y determinación y reverenciado como el perfecto servidor civil. Una de las historias cuenta que durante esos trece años pasó tres veces por delante de su casa pero ninguna de ellas entró, pensando que el ver a su familia podría apartarle de su cometido. Shun quedó tan sorprendido por los esfuerzos de Yu que le nombró su sucesor en lugar de a su propio hijo.

De acuerdo con los textos históricos, Yu murió en el monte Kuaiji, al sur de la actual Shaoxing, en Zhejiang, mientras participaba en una cacería en la frontera sur de su imperio y fue enterrado allí, donde se le construyó un mausoleo. Muchos emperadores viajaron hasta allí para realizar ceremonias en su honor, destacando entre ellos Qin Shi Huang, el primer emperador. Existe un templo construido en ese lugar y llamado Dayu Ling, “La tumba de Yu el Grande“. Con anterioridad a Yu el Grande, el título de emperador no era hereditario, sino que se otorgaba a la persona considerada por la comunidad como la de más elevada virtud. Sin embargo, su hijo Qi, sí que heredó el trono, dando así comienzo a la dinastía Xia, la primera dinastía china. Según cuenta la leyenda, en tiempos del Emperador Yu el mundo todavía no tenía el aspecto actual. Según nos relata Mencio, discípulo de Confucio que vivió entre el 371 y el 289 a. C., el Emperador Yu «cavó la tierra e hizo fluir las aguas hacia los mares, expulsó las serpientes y los dragones y los confinó en las marismas». Yu es el encargado de expulsar a las fuerzas del mal y él es el héroe que organiza la sociedad, tal y como la conocemos. Benito Jerónimo Feijoo, en su obra Teatro Crítico Universal, Tomo VIII, Discurso XII, dedica al Emperador Yu un breve apunte: “El Emperador Yu, que sucedió a Chum, arribó al Trono, saliendo del mismo término, y siguiendo el mismo camino. Se hallaban en aquel tiempo muchos territorios bajos inundados de agua, por lo que aquella región perdía mucho terreno. Yu halló el secreto de abrir diversos canales para derribar aquellas aguas al mar, y después para fertilizar con ellas otras tierras. Sobre esto escribió varios libros de instrucciones útiles de agricultura. Estos méritos, juntos a otras buenas partidas, movieron a Chum, para elegirle por sucesor“. Volvemos aquí a encontrarnos con el conflicto presente en buena parte de los mitos. Hay una parte de la leyenda con base histórica y otra parte que es leyenda. Al Emperador Yu se le atribuye una labor que puede partir de algún hecho real, pero en ese acto están involucrados personajes y situaciones fantásticas. Así, según el relato chino, Yu estuvo trece años controlando las aguas y en su obra empleó al dragón alado, animal sagrado en la mitología china, para el dragado. Con el fin de abrir un camino en una montaña escabrosa, Yu se transformó en un oso y logró culminar el gran trabajo que un hombre común no hubiese podido realizar. Por su destacada labor, Yu obtuvo el respeto de los habitantes, que lo bautizaron como «Yu, el Grande» y lo veneraron como dios de la comunidad. Su historia rompió los límites de su tribu y fue conocido en otros lugares.

En otra fuentes, Yu aparece como una divinidad hermafrodita que hizo de la Tierra un lugar habitable para el ser humano. Según esta versión, esta deidad creó los caminos a través de las montañas, abriendo pasos con su fuerza tras adoptar la forma de oso. Yu, bajo la forma de serpiente, desvió las aguas del Río Amarillo hacia el abismo. Los mitos o leyendas de la antigüedad china reflejan en cierto grado la lucha del hombre con la naturaleza y, ocasionalmente, se les atribuye a los personajes una fuerza sobrenatural. El mito de Yi y los diez soles es otro ejemplo de un ser humano que, por sus hazañas y facultades, acaba convirtiéndose en un héroe admirado en la cultura china. Según la tradición china, Yi era un hombre muy conocido en su tiempo por su destreza en el manejo del arco. En época de Yi aparecieron en el cielo diez soles cuyos rayos fueron letales para muchas plantas y, a consecuencia de ello, se perdieron muchos campos. Además, temibles bestias pisoteaban ferozmente lo que encontraban a su paso. Estos monstruos causaban infinitos destrozos y daños al pueblo. Para solucionar aquel desastre, Yi cogió su arco y disparó nueve flechas con las que derribó nueve soles. Después se enfrentó a todos los monstruos y los derrotó. Por estas valientes obras, Yi fue respetado como un dios. Otras versiones de este mito cuentan que existieron diez soles y cada uno de ellos se turnaban para aparecer en el cielo, uno en cada uno de los diez días de la semana de aquel tiempo. Al cabo de los años, los diez soles decidieron aparecer en el firmamento al mismo tiempo. Ello provocó un calor insoportable, tanto que la vida en la Tierra era imposible. Di Jun, el padre de los diez soles, envió a un arquero con un arco y flechas mágicas para asustar a los soles y que volviesen a la normalidad. A pesar de la voluntad de Di Jun, Yi disparó nueve flechas, dejando en el cielo solamente a un sol, que es el que nosotros vemos actualmente. Al ver como sus hijos habían muerto, Di Jun se enfadó tanto con Yi que lo expulsó de los cielos y Yi desde entonces vivió en la tierra como un mortal más.

El alargado archipiélago que emerge en los mares orientales de Asia, conocido actualmente como Japón, en los tiempos primitivos estuvo habitado por unos aborígenes llamados Ainus o Ainu. La palabra ainu significa «hombre» en su lenguaje. Hace unos dos a tres mil años, grupos invasores empezaron a acudir a Japón desde el continente asiático, desembarcando en diversos puntos y en diferentes épocas. Estos invasores fueron empujando gradualmente a los naturales del país, primero hacia el Este y luego hacia el Norte. No se sabe con certeza de dónde procedían dichos conquistadores, si bien la hipótesis más probable es que atravesaron el Mar del Japón partiendo del continente asiático, por la península de Corea. Es conveniente saber que el núcleo básico de los japoneses, como el de los coreanos, difiere en muchos aspectos del de los chinos. El origen de los japoneses hay que buscarlo más al norte que el de los chinos o de la raza Han. Por otra parte, está bien establecida la afinidad de los coreanos con los japoneses y es posible que algún día sea posible comprobar dicha afinidad con otras razas que habitan en el norte de Asia. Los ainu son un grupo étnico indígena de Hokkaidō y el norte de Honshu, en la parte septentrional de Japón, así como de las islas Kuriles y la mitad meridional de la isla de Sajalín, en Rusia. Son también conocidos como Ezo o Yezo, en japonés antiguo, y como Utari (“camarada” en ainu) que es como hoy en día prefieren ser llamados. En la actualidad, hay unos 15.000 japoneses con alguno de sus antepasados  pertenecientes a este grupo. Los ainu tienen orígenes muy antiguos, ya que se les ha atribuido ancestros de tipo caucasoide o australoide. Los ainu habitaban las actuales islas del Japón antes que los de raza mongólica. De hecho, en la raza del Japón actual, aún pueden apreciarse rasgos raciales que indican algún mestizaje con esta raza blanca. Según Charroux, los “gigantes” hiperbóreos tendrían actualmente una descendencia en los “sumotori”, luchadores de sumo, que en el Japón son personajes sumamente populares, situados en la jerarquía inmediatamente después de los dioses y el emperador. Los ainu son blancos caucasianos, que habrían emigrado a través de Siberia. Su dios “Kamu” englobaba el sol, el viento, el océano y el oso.

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Estos montañeses ainu, contrariamente a los de origen mongólico, eran velludos, fuertes y de piel sonrosada, bebedores de alcohol caliente y formidables luchadores. Los demás japoneses, de tez cobriza, serían originarios de las islas polinesias, de Malasia y del sur de China. En su proceso de decadencia, los aínu habrían sido derrotados. Sin embargo, actualmente se les relaciona con la expansión de los primeros pobladores de Asia y con los pueblos actuales de Siberia, especialmente con los nivejí o nivji de Sajalín y los coriacos o koryak de Kamchatka, que hablan lenguas paleo-siberianas, aunque los ainus tienen características genéticas propias, que demuestran su antigua diferenciación con respecto a las demás poblaciones contemporáneas de la región. Estos resultados concuerdan con los hallazgos geológicos y arqueológicos. Se estima que los primeros pobladores de Hokkaidô arribaron durante la última glaciación, hace más de 18 mil años. Las figuras geométricas que decoran la ropa, similares a las que aún hoy usan los ainus, se han encontrado en restos muy antiguos. Desde entonces los ainus ya habitaban Hokkaidô, probablemente en el 5000 antes de Cristo, según hallazgos arqueológicos, pero también vivían en la mayor parte de Honshu y quizás algunas zonas de China. Incluso documentos chinos ya hablan de su existencia con el nombre de Tung I, o bárbaros orientales. La cultura Ojotsk que floreció del siglo V al siglo VII en Hokkaido, las islas Kuriles, la isla de Sajalín y la cuenca del Amur, parece estar relacionada con los ainus y sus rituales espirituales con osos sacrificados. Entre el siglo VIII y el siglo XI floreció en la región la cultura Satsumon, procedente del sur, y produjo cambios culturales en la vida ainu. A partir del siglo XVII, los japoneses ya llegaron a tener presencia en los territorios ainu. En un principio fueron intercambios comerciales hasta el inicio de la era Meiji, cuando el gobierno liquidó el poder del clan Matsumae, que se dedicaban al comercio, e inició una campaña de aculturación de la población ainu, que no estuvo exenta de problemas en cuanto a calidad de vida, por lo que parte de la población nativa se desplazó a la península de Kamchatka. Las clases guerreras del Japón (bushi), tuvieron su nacimiento en el Norte del país, donde los daimyos luchaban por evitar el ataque y la invasión de sus tierras por los ainus.

Se tienen noticias de algunas visitas por parte de europeos, primero por parte de la Compañía de Jesús y luego por parte del viajero holandés Maarten Gerritsz Vries, quien los describió en 1643. Posteriormente, los rusos anexaron algunas regiones del territorio ainu en su imperio hasta 1875, cuando la mitad sur de Sajalín fue cedida a Japón. Las relaciones de los ainu con los japoneses fueron en cierto grado tirantes desde que los integraron al país en el siglo XIX. Durante el siglo XX, su cultura empezó a decaer no sólo por la influencia de los japoneses sino de la cultura estadounidense, que desde 1945 impulsó una mayor vinculación socio-económica. En 1973, los ainus se reunieron por vez primera en una asamblea para reivindicar los derechos de este pueblo en la nación japonesa. Actualmente cuentan con una participación en el parlamento japonés. El viernes 6 de junio de 2008 el parlamento japonés aprobó por unanimidad una resolución en la que se reconoció a los ainus como “un pueblo indígena con su propia lengua, religión y cultura“. Este reconocimiento, si bien tiene un valor más simbólico que práctico, permitirá al Gobierno japonés destinar ayudas en materia de educación y empleo a los miembros de esta etnia. Los ainu tienen creencias animistas, según las cuales todo en la naturaleza tiene un “kamui“, o espíritu divino, en su interior. Hay una jerarquía de “kamuis“. El “kamui” más importante es la abuela tierra, el fuego, luego están los “kamuis” de las montañas, o animales terrestres, y los del mar, o animales marinos. Y luego está todo lo demás. No tienen sacerdotes o chamanes con dedicación exclusiva. El jefe de la aldea dirige las ceremonias religiosas que sean precisas. Se trata de ceremonias que se reducen a la libación del vino, rezos en voz baja y la ofrenda de palillos de sauce con virutas de madera pegadas. Estos palillos se llaman “inau” (singular) y “nusa” (plural), y se colocan en un altar que se utiliza para ofrendar las cabezas de los animales sacrificados. El pueblo de los ainu agradece a los dioses antes de comer y reza a la deidad del fuego (“Huchi“) cuando acaece una enfermedad. Creen que sus espíritus son inmortales y que serán recompensados después de la muerte con el ascenso a Kamui mosir (La tierra de los Dioses) o castigados en el infierno. La cultura tradicional ainu es muy diferente de la japonesa. Al alcanzar determinada edad dejan de afeitarse, así que los hombres más viejos tienen enormes barbas y bigotes.

Hombres y mujeres por igual se cortan el pelo de los lados de la cabeza a nivel de los hombros, pero en la parte posterior el corte es semicircular. Al comenzar la pubertad, las mujeres se tatúan la boca, brazos, los órganos genitales externos y, en ocasiones, la frente, utilizando como colorante ceniza de corteza de abedul que se deposita en un tarro que cuelga sobre el fuego. Su vestimenta tradicional es una capa tejida con hilo extraído de la corteza del olmo. Tiene mangas largas, casi llegan hasta los pies y están arrolladas al cuerpo y atadas con un fajín del mismo material. Las mujeres también llevan ropa interior de paño japonés. En invierno llevan pieles de animal con perneras de piel de ciervo y botas de piel de perro o de salmón. A ambos sexos les gusta llevar pendientes, que en el pasado se decía que hacían con las parras de la uva, y también portan collares llamados “tamasay“, que las mujeres valoran mucho. Cazan con arco y flechas envenenadas. Su alimentación consiste básicamente en carne de venado, oso, zorro, lobo, tejón, buey y caballo, así como pescado, cangrejos, ostras, aves, mijo, frutas, verduras, hierbas y raíces. Nunca comen el pescado o la carne crudos, sino que siempre cuecen o asan dichos alimentos. Habitan en chozas techadas con cañas, en que las más grandes alcanzan casi los 7 metros, sin habitaciones y con un lugar para el fuego en el centro. No tienen chimenea, sólo un agujero en el techo; sólo tienen una ventana en el lado oriental y dos puertas. La casa del jefe de la aldea se usa como lugar de encuentro comunal cuando es necesario. En vez de utilizar muebles, los ainu se sientan en el suelo, que está cubierto con dos capas de alfombra, una de junco y otra de tela; y en vez de camas extienden planchas, las rodean con un acolchado y emplean pieles como cobertores. Cuando comen, los hombres usan palillos y unos utensilios que les sirven para apartar el bigote y las mujeres utilizan cucharas de madera.

Los japoneses son un pueblo con un alto nivel de mestizaje y la raza japonesa parece haberse ido modificando a lo largo de diversas inmigraciones, con más frecuencia desde las costas orientales de China, desde las islas sureñas, y ocasionalmente desde el lado occidental del mar del Japón. Los distintos núcleos son diferenciados por la mayoría de expertos. Usualmente, los japoneses auténticos tienen una cara oblonga con la nariz aguileña. El de origen chino, en cambio, tiene una cara más aplastada, y más prominentes los pómulos. Por otro lado, el tipo del sur o malayo está marcado por una cara redonda y los ojos muy estrechos. Los rasgos predominantes en los chinos de las islas occidentales se explican naturalmente por la fácil conexión por mar entre esa parte del Japón y la desembocadura del río Yangtse. Por otra parte, podría deducirse la existencia de un elemento meridional por el hecho de que los sectores del sur de las islas occidentales, según la historia legendaria, fueron perturbados de vez en cuando por turbulentos invasores del extremo sur, llamados Hombres Halcón (Haya-to) y la raza Oso (Kuma-so). Principalmente en la provincia de Satsuna, donde se dan con más frecuencia los nombres personales compuestos por la palabra «oso». Además, las costas meridionales de la isla Shikoku son ricas en nombres tales como «Tal y cual Caballo», y estas costas fueron naturalmente las más favorecidas por los inmigrantes del sur. Hay que tener en cuenta en estas migraciones prehistóricas al archipiélago, que las tradiciones mencionan con frecuencia inmigraciones de China y Corea. Y estas inmigraciones posteriores se mostraron muy activas en expandir su civilización, que era más avanzada, por todas las islas. Las antiguas leyendas nos hablan del origen y de la llegada de esa gente a su morada actual. Se dice que los creadores de las islas fueron dos «dioses celestiales». Una de sus hijas fue la diosa-Sol, que rige el universo desde el Cielo, y se dice fue la progenitora de la familia que todavía gobierna en Japón. Cierta vez, en agosto, la diosa-Sol bajó la vista hacia la «Tierra Media donde los juncos crecen abundantemente», o sea el archipiélago japonés. Entonces vio que el país estaba conmocionado por varios «malos espíritus», que alborotaban y revoloteaban como «moscardones azules».

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La diosa envió mensajes a dichos malos espíritus, y más tarde mandó varias expediciones punitivas contra ellos y los dioses terrenales, hasta que finalmente rindieron sus tierras a los «dioses celestiales». Entre los que así quedaron dominados se hallaban los descendientes del dios-Tormenta, hermano de la diosa-Sol, que regía las costas del Mar del Japón, opuesto a las costas orientales de Corea. Una vez estuvo allanado el camino, la diosa-Sol envió a su ahijado a las islas para «gobernar el país hasta la eternidad». El grupo del ahijado llegó a la isla de Tsukushi (actual Kyushu), en la cumbre de un pico muy alto, y se asentaron en la región de Himukai, la tierra «que mira al sol», en la costa del Pacífico de la isla occidental. En realidad, esa región es rica en antiguos montículos, que ahora están siendo excavados, gracias a lo cual salen a la luz muchas reliquias interesantes de la antigüedad prehistórica. De la región «frente al sol», las oleadas de migración y conquista marcharon hacia el este, a lo largo del litoral del mar Interior. El objetivo era la región central, conocida como Yamato, que finalmente alcanzó Jimmu Tenno, el legendario fundador de la dinastía imperial. Jinmu Tenno (‘guerrero divino’) fue el fundador tradicional de Japón y el primer emperador de Japón, según el orden tradicional de sucesión. Su reinado abarcó desde el 11 de febrero de 660 a. C. hasta su muerte en 585 a. C.; es decir, gobernó durante 76 años. Su biografía fue escrita como fuente primaria en el Kojiki, escrito en el 712, y en el Nihonshoki, escrito en el 720, crónicas que sirvieron de base literaria para la mitología japonesa y del sintoísmo, religión nativa de Japón. Su vida y obra son consideradas legendarias. En ambas obras se explican como sucesos verídicos hechos extraordinarios desde el punto de vista histórico, tales como la creación del cielo y de la tierra, la aparición de los kami(deidades) y la formación del archipiélago japonés.

Los conquistadores encontraron la resistencia de los «Arañas de Tierra», los «Mochuelos-Ochenta», los «Piernas Largas», los «Gigantes Furias», etc. Pero había otros que pertenecían a la misma tribu que los conquistadores y que se habían establecido antes en la región central. En esas batallas, los descendientes de la diosa-Sol fueron derrotados una vez por luchar frente al sol, de modo que a partir de entonces batallaron con el sol a su espalda. Al final, los descendientes solares consiguieron salir victoriosos y se instalaron en la región de Yamato, que se convirtió en la sede de la residencia imperial hasta finales del siglo VII. La masa principal de japoneses, representados por los descendientes de esos conquistadores, se denomina desde entonces raza Yamato. Sea cual sea el significado mítico o el valor histórico de estas leyendas, la raza Yamato siempre ha creído en su descenso desde el Cielo y en la adoración a la diosa Sol como antecesora de la familia reinante, e incluso de todo el pueblo. También procuraron imbuir esta creencia en el pueblo subyugado, y en parte lograron impresionarle con esta y otras ideas asociadas. Leyendas y creencias, junto con las prácticas religiosas, formaron la religión original de la raza Yamato, conocida hoy día como Shinto. Los datos antiguos del Shinto fueron compilados en el siglo XVIII, con el propósito de confirmar el origen celeste de la raza Yamato y perpetuar la historia de ese pueblo. Estos datos contienen mitos cosmológicos y también historias legendarias, extraído todo ello principalmente de la tradición oral, pero modificada por ideas chinas. Asimismo, gran parte del folclore está lleno de leyendas de la raza, ya que los japoneses siempre han reverenciado cualquier clase de tradición ancestral. Estos datos oficiales del shinto contienen la masa principal de la antigua mitología, y se han mantenido relativamente libres de influencias foráneas que, en los últimos años, han tenido un gran efecto en la literatura y el arte japoneses. La propensión de la gente a contar historias y a utilizar mitológicamente sus propias ideas sobre los fenómenos naturales y sociales añadió más material mítico al de los archivos de datos oficiales. Parte de ello, sin duda, fue introducido por los inmigrantes de otras tierras y son, por tanto, extrañas a las tradiciones primitivas de la raza japonesa. No puede negarse que diferentes pueblos ofrecen distintos rasgos mentales y espirituales en la visualización de su existencia y en sus reacciones ante los distintos ambientes.

Los rasgos naturales y el clima de la tierra habitada por un pueblo tienen una gran influencia sobre su actividad formadora de mitos. Pero la manera cómo reaccionan ante estas condiciones externas viene determinada por su temperamento, sus ideas tradicionales y por las influencias ajenas a las que han estado sujetos. Los japoneses siempre fueron susceptibles a las impresiones de la naturaleza, sensibles a los diversos aspectos de la vida humana, y dispuestos a aceptar las ideas extranjeras. Todo ello influyó en el desenvolvimiento del folclore y la mitología de los japoneses. La naturaleza parece haber favorecido al pueblo japonés presentándoles los aspectos más suaves y encantadores. Las islas ofrecen casi todas las fases de la formación geológica, y el clima abarca desde el calor semitropical del sudoeste a los fríos inviernos del norte. La magnitud continental es, claro está, nula, pero el paisaje está bellamente diversificado por montes y ríos, ensenadas y promontorios, llanos y bosques. Anesaki Masaharu, en Mitología Japonesa, nos dice: “Es fácil imaginarse a hadas rondando por los bosques y las principales cascadas, ya que en la bruma primaveral y entre las nubes del estío pueden visualizarse con facilidad a los seres semicelestiales. La oscura superficie de los lagos rodeados por acantilados y elevados picos también se adapta a la morada de espíritus siniestros, o a ser escenario de conflictos entre genios fantásticos. Las flores de los cerezos produce, dice la leyenda, la inspiración de una Dama que hace florecer los árboles, y las hojas color carmesí de los arces son obra de una Dama que teje brocados. El espíritu de la mariposa aparece en la noche primaveral, vistiendo ropas de color rosa y velada con tules verdosos. En el canto quejumbroso del «insecto del pino», el pueblo oye la voz del ser querido que ha renacido entre los matorrales del campo. En las altas cumbres de los picos nevados pueden morar grandes deidades, y entre las nubes iridiscentes es posible oír música celestial. Más allá del distante horizonte del mar se halla la tierra perpetuamente verde del palacio del Rey del Mar. La susceptibilidad de la mente del pueblo ante su ambiente se demuestra en el temprano advenimiento de una poesía en la que se canta la belleza de la naturaleza y el patetismo de la vida humana, el amor y la guerra. Esta poesía temprana es sencilla en su forma y muy ingenua en sentimiento, pero es emotiva y delicada. El pueblo se sentía en armonía con los aspectos cambiantes de la naturaleza, exhibidos en los fenómenos de las estaciones, en las variedades de la flora, en los conciertos de los pájaros e insectos cantores. Sus sentimientos hacia la naturaleza siempre se expresaron en términos de emociones humanas; se personificaron las cosas de la naturaleza, y los hombres fueron representados como seres vivos en el corazón de dicha naturaleza. Los hombres y la naturaleza estaban tan cerca entre sí que los fenómenos personificados nunca quedaron disociados de sus originales naturales“.

Los mitos y las historias del Japón no se hallan tan bien sistematizados como entre los pueblos arios. En la mitología japonesa hay un cierto ciclo de ideas cosmológicas, pero a menudo se han perdido los eslabones y muchas historias están totalmente disociadas. La influencia budista ciertamente modificó las peculiares características que determinaron la mitología de la raza japonesa. Sin embargo, el budismo fue adaptado por los japoneses de acuerdo con su disposición mental, y el gran sistema de la mitología budista quedó desmenuzado en relatos sueltos. Delicado, imaginativo, agradable, sensible, pero poco penetrante, así podríamos caracterizar el temperamento del pueblo japonés, manifestado en su mitología, su poesía, su arte y su música. Como consecuencia de esos rasgos hay en su mitología una carencia de fuerza trágica. Los japoneses no tienen idea de una tremenda catástrofe en el mundo, por lo que los conflictos casi nunca terminan en tragedia sublime sino en un compromiso. Incluso las tragedias de los relatos y dramas posteriores se caracterizan por una penosa sumisión del héroe. Esto puede deberse a la suave influencia de la tierra y el clima, aunque en realidad sea el resultado del carácter del pueblo, como consecuencia de sus ideas religiosas nativas. La primitiva religión de ese pueblo se llamaba Shinto, que significa «Camino de los Dioses» o « Camino de los Espíritus». Esta creencia se remonta a una visión animista del mundo, asociada con el culto tribal de las deidades del clan. Se emplea aquí la palabra animismo para indicar la doctrina de que las cosas de la naturaleza están animadas, igual que nosotros, por un alma o por una clase especial de vitalidad. Viendo el mundo bajo esta luz, los japoneses lo veneran todo, tanto un objeto natural como un ser humano, siempre que lo venerado parezca manifestar un poder o una belleza inusuales. Cada uno de esos objetos o seres se llama kami, una deidad o espíritu.

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Kami es la palabra en japonés para aquellas entidades que son adoradas en el shintoísmo. Aunque la palabra se suele traducir a veces como “dios” o “deidad“, los estudiosos del shintoísmo apuntan a que dicha traducción podría producir una grave equivocación del término. Si bien en algunos casos los kami pueden ser deidades personificadas, similares a los dioses de la Grecia Antigua o de la Roma Antigua, en otros casos representan el fenómeno de crecimiento, objetos naturales, espíritus que habitan los árboles o las fuerzas de la naturaleza. Así, entender la palabra kami como “dios” o “deidad” da lugar a una mala interpretación. En su uso en el shintoísmo, la palabra es un honor para los espíritus sagrados y nobles que implica un sentimiento de adoración por sus virtudes y autoridad. Ya que todos los seres tienen dichos espíritus, los humanos, como el resto de seres, pueden ser considerados kami o serlo potencialmente. De cualquier manera, debido a que los japoneses nunca usan un título honorífico para referirse a sí mismo o a un grupo al que pertenecen, no es muy frecuente que un humano normal sea referido como un kami. Ya que el idioma japonés no distingue normalmente el singular o plural de un nombre, no está claro normalmente cuando kami se refiere a una sola entidad o a un conjunto de éstas. La naturaleza está habitada por una cohorte infinita de esas deidades o espíritus, y la vida humana se halla estrechamente asociada con sus pensamientos y acciones. Al genio de un monte que inspire temor se le llama deidad del monte, y puede ser considerado, al mismo tiempo, como el progenitor de la tribu que vive al pie de la montaña o como el antepasado, sí puede al menos ser invocado como el dios tutelar de la tribu. Por consiguiente, la religión shinto es una combinación de adoración a la naturaleza y culto ancestral, y en la mayoría de casos el mito-naturaleza es inseparable de la historia relativa a la deidad ancestral y la de su adoración, porque la curiosidad por saber los orígenes de las cosas actúa con enorme fuerza tanto hacia el mundo físico como hacia la vida individual y social de cada uno. Por este motivo las tradiciones shinto combinan la poesía sencilla de la naturaleza con las especulaciones filosóficas acerca del origen de las cosas. Estos dos aspectos del shinto se hallan tremendamente mezclados en los cultos comunales existentes y han dado lugar a muchos mitos y leyendas locales. En tales historias la fantasía desempeña un papel preponderante, pero nunca hay exclusión de la creencia religiosa. Esto se debe a la tenacidad de las leyendas del shinto entre la gente.

La influencia extranjera más importante de cuantas llegaron a Japón, tanto en relación a la religión, como al arte y la literatura, fue la del budismo. En el campo de la mitología, el budismo introdujo en Japón una gran cantidad de la imaginación india. La literatura budista, importada a Japón y muy bien recibida por el pueblo, pertenecía a la rama del budismo conocido comoMaliayana, o la «Comunión más amplia». En esos libros, se dice que existen un número infinito de tierras de Buda o paraísos, y cada uno de éstos se describe con un lenguaje colorido. En uno de esos paraísos hay avenidas con árboles adornados con joyas, estanques llenos de flores de loto, pájaros que entonan perpetuamente un concierto con la música interpretada por los seres celestiales. El aire está lleno de perfumes milagrosos y la tierra se halla pavimentada con piedras preciosas. Innumerables variedades de seres celestiales, budas, santos, ángeles y deidades habitan estos paraísos. Al hablar de una larga época siempre se refieren a «miríadas de miles de millones». Supongamos que pulverizas el «gran millar» de mundos y lo transformas en un polvo finísimo y que llevas cada partícula a uno de los innumerables mundos esparcidos por el vasto cosmos; el tiempo requerido para esa interminable tarea podría compararse con el número de períodos terrenales que el Buda pasó en su obra. La cosmología budista es la descripción de la forma y evolución del universo de acuerdo con los escritos y comentarios canónicos budistas. No es solamente la forma de múltiples mundos o esferas en un espacio, sino su evolución en el tiempo. Se divide en cosmología espacial y cosmología temporal. En el budismo, el mundo, no fue creado por un ser superior, forma parte de ciclos de destrucciones y de creaciones. Es como una persona que nace y muere y luego vuelve a nacer. Nuestro mundo como miles de los que hay está condenado a morir y renacer, el universo nace, muere y renace. La auto-coherente cosmología budista, que es presentada en comentarios y trabajos de Abhidharma, tanto en escuelas theravada como majáiana, es el producto final de un análisis y reconciliación de los comentarios cosmológicos presentes en las sutras budistas y en las tradiciones vinaia. No hay un solo sūtra que explique toda la estructura del multiverso. Sin embargo, en varios sūtras el Buda Gautama describe otros mundos y estados del ser, y otros sūtras describen el origen y destrucción del universo. La síntesis de estos conocimientos en un solo sistema exhaustivo debió de haber ocurrido tempranamente en la historia del budismo, ya que el sistema descrito en la tradición palí vibhajyavāda concuerda, a pesar de incoherencias de nomenclatura, con la tradición sarvāstivāda que es preservada por los budistas majáiana.

La visión del mundo presentada en las descripciones de la cosmología budista no se debe interpretar como una descripción literal del universo. Es incoherente y no es consecuente con la información astronómica ya conocida en la antigua India. Pero no es su intención hacer una descripción de cómo los humanos ordinarios perciben su mundo, sino, más bien, mostrar el universo visto a través del divia chakṣus, el ‘ojo divino’ por el cual un Buda, o Arhat, que ha cultivado esta facultad, puede percibir todos los demás mundos y seres naciendo y muriendo dentro de estos y saber sus renacimientos pasados y futuros. Esta cosmología también ha sido interpretada de manera simbólica o alegórica. La cosmología budista puede ser dividida en dos clases relacionadas: cosmología espacial, que describe la organización de los distintos mundos dentro del universo, y cosmología temporal, que describe los ciclos de estos mundos empezando y terminando su existencia. No solamente expandieron y estimularon los vuelos de la imaginación budista el desarrollo de la mitología japonesa sino que las numerosísimas historias budistas influyeron notablemente en el nacimiento del folclore japonés. Se representó al Buda como habiendo vivido innumerables existencias pasadas, vidas que ofrecen inagotables aventuras y actos compasivos, y que se encuentran en los Jatakas («Historias del Nacimiento»), Nielarías y Avadarías, o historias de las causas de la iluminación del Buda. Las doctrinas budistas también se elucidan mediante muchos símiles y parábolas pintorescos. Casi todas estas historias hablan de la experiencia del Buda y de otros seres relacionados con su existencia en todas las formas de ser humano, animal o vegetal. A menudo, tales historias se utilizaban con propósitos didácticos en los sermones budistas, aunque también ayudaron a estimular el folclore, familiarizando al pueblo con la idea de animales y plantas personificadas, y suministrando temas y moralidad a los fabulistas. De estos canales del folclore japonés derivó gran parte de los materiales cuyo origen era el mismo del que Esopo, famoso fabulista de la Antigua Grecia, tomó sus fábulas, y muchas historias indias se naturalizaron tan completamente en Japón, que la gente ignora su procedencia extranjera. El folclore japonés está afectado, no sólo por estas contribuciones extranjeras, sino también por el tipo general de idea e imaginación amparado por la religión budista.

El budismo es ante todo una religión preeminentemente panteísta, que es una creencia o concepción del mundo y una doctrina filosófica según la cual el universo, la naturaleza y Dios son equivalentes. Enseña que cada ser, consciente o no, está en comunión espiritual con nosotros mismos, y está destinado, junto con nosotros, a alcanzar el manto del Buda. Todos los seres están separados aparentemente, pero unidos en una continuidad, unidos por un lazo indisoluble de causación moral, y basados en una y misma realidad. La continuidad de la vida que penetra todas las existencias es lo que inspiró a los japoneses una gran compasión hacia sus compatriotas y todos los seres vivos, así como a la naturaleza de su medio. El ideal religioso del budismo consiste en realizar en pensamiento esta verdad de la unicidad de la existencia, y en vivir una vida llena de la mayor de las compasiones. Viendo el universo bajo este prisma, es solamente una fase de la comunión espiritual, y nada en ello queda fuera del más estrecho compañerismo. Esta enseñanza, este último ideal, fundamentales, se acercaron aún más a nuestra vida de compasión gracias a la enseñanza del karma, que significa el lazo de la causación moral. Según esta doctrina, hay que considerar a la vida presente como un eslabón de la cadena infinita de la causación moral. La vida actual del ser está determinada por las cualidades de los hechos pasados de cada uno y está destinada a determinar la vida futura. Esta es la «continuidad serial» de nuestra existencia, pero además hay una continuidad colateral. Esta expresión significa que la vida individual no es el producto aislado del karma propio, sino que siempre desempeña una parte en el amplio destino común, gozado o sufrido junto con los demás. «Hasta el mero roce de las mangas de dos personas, por puro azar, es el resultado del karma que los une». Este sentimiento se experimenta en todas las relaciones humanas. Los padres y los hijos, el esposo y la esposa, y otras relaciones menos íntimas, son manifestaciones de la continuidad que persiste a través de la vida y puede persistir en el futuro.

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No sólo las relaciones humanas sino los entornos físicos de la vida están asimismo conectados por el mismo lazo de karma. «Si un budista ve una mariposa volando entre flores, o una gota de rocío reluciendo sobre la hoja de una planta de loto, cree que la conexión y afinidad que existe entre estos objetos son fundamentalmente como los lazos que unen a los seres humanos en sus relaciones vitales. Que disfrutemos con el gozoso canto de las cigarras entre las flores del ciruelo se debe a la necesidad del karma que nos conecta con esas criaturas». En una religión panteísta siempre hay un gran incentivo en el desempeño de una fantasía poética así como un constante apremio hacia la íntima simpatía con los demás seres y el entorno físico. El mismo Buda, según los relatos de la India, experimentó en sus innumerables reencarnaciones una infinita variedad de vidas animales. Por eso, sus seguidores pueden haber pasado por tales experiencias, y muchas historias cuentan cómo el narrador fue una vez un ave que cantaba entre las flores, y cuyo espíritu, más tarde, se convirtió en su esposa. Si el budismo estimula la imaginación que se refiere a los lazos que relacionan nuestra vida con otras existencias, el taoísmo representó y representa el genio poético y la tendencia romántica del valle chino de Yutzu, en contraste con los rasgos prácticos y sobrios del chino del norte, representados por el confucianismo. Éste enfatiza de modo especial la necesidad de volver a la naturaleza, entendiendo por esto una vida liberada de todas las taras humanas, de todos los convencionalismos sociales y de todas las relaciones morales. Su ideal consiste en alcanzar, a través de un entrenamiento persistente, una vida en comunión con el corazón de la naturaleza, «alimentándose con las ambrosíacas gotas del rocío, inhalando neblinas y éter cósmico». El taoísta que alcanza esta condición ideal se llama Sennin u «Hombre de la Montaña», y se supone que ronda libremente por los aires, llevando una vida inmortal. El ideal de la existencia inmortal estuvo y está a menudo combinado con el ideal budista de una emancipación perfecta de las pasiones humanas. Y esta religión de misticismo naturalista fue el origen natural de muchos relatos imaginarios de hombres y superhombres que vivieron en el «corazón de la naturaleza» y llevaron a cabo sus hazañas milagrosas en virtud de su mérito religioso.

Aparte de los milagros atribuidos a esos «hombres de las montañas», algunas de las personificaciones populares de objetos naturales deben su origen a una combinación de creencias taoístas con el naturalismo budista, representada por la escuela zen. El zen es una escuela del budismo mahāyāna. La palabra zen es la pronunciación en japonés de la palabra china chan, que a su vez deriva de la palabra sánscrita dhiana, que significa ‘meditación’. Cabe destacar que el maestro japonés Daisetsu Teitaro Suzuki iguala el dhyana con el zazen (‘meditación sentado’). Apartándose del conocimiento teórico o intelectual, el zen busca la experiencia de la sabiduría más allá del discurso racional. Las enseñanzas de zen incluyen varias fuentes del pensamiento mahāyāna, incluyendo la literatura Prajñá-paramitá, como el Prajñāpāramitā-sūtra y las enseñanzas de Yogachara y de la escuela Tathagatagarbha. El zen emergió desde distintas escuelas budistas y fue registrado primero en China en el siglo VII, luego se dispersó hacia el sur a Vietnam y al este a Corea y Japón. Tradicionalmente se da el crédito de traer el zen a China a Bodhidharma, un príncipe convertido en monje proveniente de la Dinastía Pallava, de India del Sur, que llegó a China para enseñar una «transmisión especial fuera de las escrituras, no encontrada en palabra o letras». El zen es una de las escuelas budistas más conocidas y apreciadas en Occidente. Con el popular nombre japonés zen suele aludirse en realidad a un abanico muy amplio de escuelas y prácticas de este tipo de budismo en toda Asia. El entorno físico de los japoneses y las influencias religiosas que se han mencionado fueron favorables a un crecimiento opulento del cuento y la leyenda, en que los fenómenos de la naturaleza eran personificados y desempeñados libremente por la imaginación. Sin embargo, hubo una fuerza contraria a ello, que fue el confucianismo. Las enseñanzas de Confucio fueron racionalistas, y su ética tendía a coartar la imaginación humana y a limitar la actividad del ser humano a la esfera de la vida cívica. Aunque la influencia de las ideas de Confucio quedó limitada en el Japón antiguo a las instituciones sociales y cívicas, esas ideas no desalentaron el desarrollo de las creaciones imaginativas y folclóricas. Había mitos y leyendas en la China antigua, pero Confucio los despreció y ridiculizó.

Los literatos confucianistas del Japón, a su vez, consideraron con desdén esos cuentos románticos. Especialmente durante los trescientos años existentes entre los siglos XVII y XIX, el completo dominio de la ética confucianista como la moral normal de las clases rectoras significó un enorme obstáculo para el desenvolvimiento natural del poder imaginativo de la raza japonesa. Sin embargo, las antiguas tradiciones se conservaron en el pueblo, y en Japón existe por eso una gran cantidad de mitos y leyendas. Al considerar la mitología y el folclore de los japoneses, es conveniente dividir tales historias en cuatro clases, que son: mitos e historias de origen cosmológico, o mitos explicativos; productos de la imaginación, o sea cuentos mágicos y vuelos similares de la fantasía; el juego del interés romántico en la vida humana, o sea, las románticas historias de amor y los cuentos heroicos, y historias contadas por su lección moral, o las que pueden interpretarse como moralejas implícitas: fábulas o historias didácticas, junto con el humor y la sátira. La mitología japonesa, como las mitologías de muchos países, nada sabe respecto a la creación por mandato, sino que postula el origen de las cosas por generación espontánea y su desarrollo por sucesión generadora. La explicación del origen del universo por la creación es grande. Los mitos de la generación espontánea y su transformación son consoladores. La primera es monoteísta, ya que todo depende, en su creación, de la voluntad y el poder de un creador todopoderoso; la segunda es panteísta, pues todas las existencias se deben a su inherente vitalidad. Fue este primitivo concepto japonés de las cosas lo que se manifestó en el animismo shinto y, más adelante, armonizó con el panteísmo budista. Naturalmente, existía cierta diferencia entre el animismo shinto y el panpsiquismo budista. El primero postulaba la metamorfosis por azar, o por la voluntad arbitraria de una deidad, mientras que el segundo explicaba todo cambio por la ley de causación, tanto física como moral, negando los cambios por el azar. Sin embargo, esta diferencia teórica no ofrecía graves obstáculos a una armonía entre los dos conceptos, y las mitologías se formaron a partir de ambos. La metamorfosis arbitraria del concepto shinto fue modificado por el concepto budista de la transformación causal, y este se extendió simplemente en la mente popular por una idea más débil de la causación.

Al final, la combinación de estos dos conceptos convirtió en universal la creencia en que todo está dotado de una vitalidad innata, y todo cambia dentro de sí y por las circunstancias externas. La aplicación de esta idea a todas las existencias da lugar a la pauta de todos los mitos y cuentos japoneses. Al principio, como nos dicen los antiguos relatos del shinto, había el caos, equivalente a un mar de aceite. De aquel primer caos surgió algo como el vástago de un junco. Resultó ser una deidad que fue llamada El Señor Eterno Ordenador, y con él se generaron dos deidades llamadas respectivamente dios-Productor de lo Alto y la diosa Productora de lo Divino. No se dice explícitamente que fuesen esposa y esposo, pero es muy probable que fueran concebidos como tales. De todos modos, los tres, al igual que la Trinidad cristiana, se consideran la triada original de la generación de dioses, hombres y cosas. Pero casi nada más se sabe de ellos, excepto que algunos clanes aseguran descender de uno a otro de ellos, y que el Alto Dios Productor a veces se aparece detrás de la diosa Sol, como si fuese su noúmeno o asociado. A la primitiva triada le siguió una serie de dioses y diosas, probablemente por parejas, siendo seguramente personificaciones de fuerzas germinadoras, como el lodo, el vapor y las simientes. Se dice que todo esto estaba «oculto en sí mismo», o sea, muerto, pero no según el concepto de la mortalidad humana. Tras una sucesión de generaciones y desapariciones espontáneas, apareció una pareja destinada a generar muchas cosas y dioses de gran importancia. Fueron el «Macho-que-invita» (Izanagi) y la «Hembra-que-invita» (Izana-mi). Estas dos deidades fueron enviadas al mundo por «orden de las deidades celestiales» a fin de traer cosas a la tierra. Descendieron de su morada por el «Fuente Flotante del Cielo». La deidad macho tanteó a través del espacio con su espada y las gotas de agua salada de la punta de su espada se coagularon en un islote llamado Onokoro, es decir «Autocoagulante». Después, aterrizaron allí y se casaron, y más tarde dieron la vuelta al islote en direcciones opuestas y se hallaron en el extremo más lejano. El primer hijo nacido fue un ser abortado, como una medusa, debido a una falta de la diosa durante la ceremonia de la boda. Ese niño fue arrojado al agua. Más tarde tuvieron muchas cosas, o deidades, como el mar, las cascadas, el viento, los árboles, las montañas, los campos, etc. Fue por la fuerza del dios-Viento que se dispersó la primera bruma y se divisaron con claridad los objetos. Después del nacimiento de éstas y otras deidades, incluyendo las islas del archipiélago japonés y, según una versión, también los gobernantes del Sol, la Luna y la tormenta, el nacimiento de los dioses del fuego fue fatal a la diosa lzana-mi. Su muerte fue semejante a la de cualquier ser humano, a causa de unas fiebres, pudiendo éste ser llamado el primer caso de mortalidad humana. Tras su muerte, descendió al Hades.

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La muerte de la diosa madre es el comienzo de la antítesis entre la vida y la muerte y de los demás ciclos de similares contrastes, como la luz y las tinieblas, el orden y el desorden, etc. La diosa Izana-mi falleció y bajó al Hades japonés, Yomot-su-kuniTierra de la oscuridad»). Su esposo Izanagi, al igual que Orfeo, personaje de la mitología griega que cuando tocaba su lira, los hombres se reunían para oírlo y hacer descansar sus almas, siguió a Izana-mi hasta la morada subterránea. La diosa le pidió que no la siguiese. Pero, ansioso por verla, su marido encendió una antorcha y en la oscuridad del pozo distinguió la terrible y pútrida figura de la diosa. Ésta se encolerizó ante la desobediencia de su esposo y, deseando castigarlo encerrándolo también en la Tierra de la Oscuridad, le persiguió cuando él huyó. La diosa invocó a todas las Furias, Shikomé, o «las hembras de la gran fealdad», y a los fantasmas del lugar, y casi lo atraparon, pero él arrojó hacia atrás racimos de uva silvestre y vástagos de bambú que crecían en su pelambrera, y las Furias se detuvieron para comer tales frutos. Al cabo de diversas escapadas y experiencias extraordinarias, el dios logró llegar a la frontera entre el Hades y el mundo terrenal. Las Furias y los fantasmas dejaron de perseguirle, pero la diosa llegó hasta el límite del mundo. Allí, su esposo levantó una roca enorme y bloqueó la abertura que llevaba al mundo superior. La diosa exclamó, terriblemente furiosa: “A partir de ahora haré que mueran cada día un millar de los vasallos de tu reino“. “Y yo daré nacimiento —replicó el dios— a mil quinientos todos los días“. Las dos deidades llegaron a un compromiso final, y desde entonces los nacimientos y las muertes en el mundo se mantienen en esta proporción. Gracias a esta ruptura de la pareja primitiva que engendró todas las cosas de este mundo, se produjo la división entre la vida y la muerte. Cuando el dios varón consiguió escapar de la captura por parte de los espíritus de las tinieblas y la muerte, se purificó, según los usos antiguos, en un río. La contaminación debida a su contacto con la muerte en la Tierra de la Oscuridad fue así ahuyentada poco a poco.

De esa contaminación surgieron varios espíritus del mal y también espíritus protectores contra ese mal. Se trataba de las deidades de los rápidos, de los torbellinos, etc. El último en nacer fue la Diosa-Sol, la «Deidad que ilumina el Cielo» (Ama-terasu), del ojo izquierdo del dios-Padre; también el dios-Luna, el «Guardián de la Noche Iluminada» (Tsu-ki-yo-mi), del ojo derecho; y finalmente el dios-Tormenta, la «Deidad de impetuosa rapidez» (Susa-no-wo), de su nariz. De los tres, el dios-Luna se redujo a una insignificancia, y los otros dos iniciaron su lucha. La hermana mayor, la diosa-Sol, resplandecía en su apostura, dignificada con su atuendo, de carácter magnánimo y benigno, y brillaba gloriosamente en el cielo. Tenía a su cargo el gobierno de los cielos. Por otra parte, el hermano menor, el dios-Tormenta, tenía un aspecto oscuro, llevaba barba, era de carácter furioso e impetuoso, aunque su cuerpo mostraba una gran fortaleza. El mar era el reino a él confiado. Mientras la diosa-Sol cumplía sus deberes y se ocupaba en promocionar la vida y la luz, el dios-Tormenta descuidaba su reino y provocaba toda clase de alborotos y revueltas. Llorando y rabiando, declaraba que añoraba la morada de su madre, y en sus transportes de furor destruía todo lo que ordenaba sensatamente su hermana, como los trabajos de irrigación de los arrozales, e incluso los lugares sagrados dispuestos para las fiestas de la nueva cosecha. La división de los reinos hecha por el dios-Padre condujo a interminables conflictos entre la agente de vida, luz, orden y civilización, y el autor del desorden, la destrucción, la oscuridad y la muerte. Así, vemos la antítesis entre el macho primitivo y las deidades femeninas, cuyo resultado ha sido la lucha entre la vida y la muerte, transferida a un conflicto más desesperado entre la diosa-Sol y el dios-Tormenta. Un episodio interesante de la historia es la visita del dios-Tormenta a la morada celeste de su hermana, que terminó en un compromiso entre ambos. Cuando la diosa-Sol vio que su hermano subía hacia su reino, «la Pradera del Cielo» (Taka-ma-no-hata), estuvo segura de que deseaba usurparle este dominio y se dispuso a recibirle bien armada y con instrumentos mortales en la mano. Cuando al fin el dios-Tormenta se le enfrentó a través del río celestial Yasu, explicó que no abrigaba malvados designios sino que sólo deseaba despedirse de su hermana antes de regresar a la morada de su madre. A fin de testimoniar la mutua confianza así establecida, accedieron a intercambiar sus bienes y a tener hijos.

La diosa-Sol le entregó sus joyas al hermano, y el dios-Tormenta le dio a ella su espada. Los dos bebieron del manantial celeste en la cuenca del río y se llevaron a la boca las prendas intercambiadas. De la espada en la boca de la diosa-Sol surgió la diosa de los rápidos y los torbellinos y, finalmente, un espléndido joven, a la que ella llamó su querido hijo. De las joyas en la boca del dios-Tormenta se produjeron los dioses de la luz y la vitalidad. Así concluyó el encuentro a orillas del río Yasu con muestras de confianza mutua que, no obstante, sólo fueron temporales. A pesar de su entendimiento, el dios-Tormenta no cambió su conducta ultrajante. Incluso destruyó los arrozales construidos por la diosa-Sol y contaminó sus más santas observancias. Tras tan intolerables ofensas, no sólo contra ella sino contra las sagradas ceremonias instituidas, la diosa-Sol se escondió de las atrocidades cometidas por su hermano en una cueva celestial. La fuente de luz desapareció, todo el mundo se oscureció y los espíritus del mal asolaron el mundo. Ahora, ocho millones de dioses, confusos y mohínos, se reunieron delante de la cueva, y se consultaron para saber cómo podía restaurarse la luz. Como resultado de tal consulta, surgieron multitud de cosas de eficacia divina, como los espejos, las espadas, y las ofrendas de telas. Se irguieron los árboles, que fueron adornados con joyas; se produjeron gallos que podían cacarear eternamente; se encendieron hogueras, y una diosa llamada Uzume, la diosa japonesa de la alegría y la danza, interpretó una danza con alegre acompañamiento musical. La extraña danza de Uzume divirtió tanto a los dioses allí reunidos que sus risas hicieron temblar la tierra. La diosa-Sol oyó aquel ruido desde su cueva y sintió curiosidad por saber qué ocurría. Tan pronto como abrió una abertura en la cueva y se asomó, un dios poderoso ensanchó el agujero y la sacó por la fuerza, mientras los demás dioses le impedían volver a la cueva. Así reapareció la diosa-Sol. El universo volvió a estar brillantemente iluminado, el mal se desvaneció como una bruma, y el orden y la paz prevalecieron sobre la faz de la tierra. Cuando la diosa-Sol reapareció, los ocho millones de deidades formaron un jubiloso tumulto y sus risas penetraron todo el universo. Ésta es la alegre culminación de todo el ciclo del mito cosmológico, y es un dato interesante que en los tiempos modernos se hayan adaptado partes de La creación de Haydn a los cantos corales que describen esta escena.

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La creación es un oratorio compuesto por Joseph Haydn. El compositor concibió la idea de escribir un gran oratorio en su primer viaje a Inglaterra en 1791. Después de escuchar varias obras de Haendel, entre ellas El Mesías, Haydn manifestó: «Quiero escribir una obra que proporcione fama universal y eterna a mi nombre». Fue compuesto entre 1796 y 1798 y se estrenó el 29 de abril de 1798 en Viena. La obra ilustra la creación del mundo, tal como se narra en el Génesis. Además de este libro del Antiguo Testamento, sus fuentes de inspiración son los salmos y El paraíso perdido, de John Milton. El barón Gottfried Van Swieten fue el encargado de preparar el texto. Tal vez este episodio representase originalmente la reaparición de la luz y el calor después de una gran tormenta o de un eclipse total del sol. Pero los compiladores de los sucesos mitológicos también pensaban en una exaltación del mando supremo de la antepasada Imperial, amenazada por algún tiempo con el peligro de un usurpador, de la victoria del orden y la paz sobre la barbarie, del gobierno imperial sobre los rebeldes traidores. Aunque existen muchas razones para creer que hubo una base puramente natural para el mito de la diosa-Sol y el dios-Tormenta, los sintoístas lo han interpretado como un hito histórico, celebrando el triunfo del mando imperial. Esta interpretación no deja de acercarse a la verdad si consideramos que tratamos con un mito de fenómenos naturales combinados con una visión de la vida social. El gobierno de la diosa-Sol fue restablecido y los dioses reunidos decidieron castigar al cruel dios-Tormenta. Le arrancaron la barba, le confiscaron sus bienes y fue sentenciado al destierro. Entonces, el dios dio comienzo a sus vagabundeos y aventuras. Descendió a la región de Izumo, en la costa del Mar del Japón. Allí mató a una serpiente monstruosa, que tenía ocho cabezas. Cuando despedazó el cuerpo del monstruo, de su cola surgió una espada, y Susa-no-wo, el dios-Tormenta, se la envió a su diosa hermana como tributo para ella y sus descendientes. Se dice que esa espada pasa de uno a otro familiar como una de sus insignias, siendo las otras dos un joyel y un espejo. Debemos pasar por alto otras aventuras de Susa-no-wo, pero es interesante saber que se le considera el pionero de la colonización de Corea y que fue él quien plantó los bosques en la región de Kii en la costa del Pacífico.

El lugar que visitó en Corea se llama Soshi-mori, que significa «Cabeza de Buey», en el que es reverenciado como guardián contra las plagas e identificado con Indra, el dios-Tormenta hindú. La historia de sus tareas en Kii, nombre que podría significar «bosques», es que descendió desde Izumo a la costa del Pacífico y plantó las montañas con cabellos de su cabeza y su barba, los cuales se convirtieron en árboles. Hay un paraje en la costa oriental de Kii en el que se dice que se halla la tumba de Susa-no-wo, y los habitantes del lugar celebran una fiesta cubriendo dicha tumba con flores. Así se ha transformado al dios-Tormenta en el genio de los bosques. Pero el territorio principal de la actividad de Susa-no-wo fue Izumo. Se cree que allí sus descendientes reinan desde aquella época, habiendo instituido un régimen teocrático relacionado con el sacerdocio del santuario de Kitsuki, dedicado a él y a sus hijos. Aquí termina el mito puramente cosmológico y empieza el relato casi histórico, en que el nieto de la diosa-Sol y el yerno de Susa-no-wo desempeñan los papeles principales. El sucesor de Susa-no-wo fue Oh-kuni-nushi, «Gran Amo de la Tierra». La historia de su casamiento con una hija de Susa-no-wo es la misma de cualquier joven raptada sin el consentimiento de su padre o de ella misma. Mientras Susa-no-wo dormía, Oh-kuni-nushi ató su cabellera a las vigas de la casa y huyó con su hija, junto con los tres preciosos bienes de su padre: una espada, un arco y las flechas, y un arpa. Fue esta la que despertó a Susa-no-wo, tocando sola mientras huía Oh-kuni-nushi, pero éste logró escapar mientras Susa-no-wo iba perdiendo sus cabellos, pese a lo cual persiguió al raptor. Ni bien lo atrapó exclamó, al parecer admirado por su astucia: «Sí, te concederé mi hija junto con los tesoros. Gobernarás el país y te llamarás Utsuslii-kuni-dama, o sea “el Alma de la Tierra Hermosa”». Para el gobierno del país y el desarrollo de sus recursos, el Gran Amo de la Tierra halló un poderoso auxiliar en un dios enano llamado Suku-na-biko, «El Hombrecito famoso». Este personaje abordó al Gran Amo de la Tierra cuando éste se hallaba en la playa, viniendo desde el mar en una almadía, ataviado con alas de alevilla y un manto de plumas. El Gran Amo de la Tierra cogió al enano en la palma de su mano y se enteró de que era hijo de la diosa productora de lo Divino y conocedor del arte de la Medicina. Los dos llegaron a ser como hermanos y colaboraron en el desarrollo de la tierra, cultivando diversas plantas útiles y curando las enfermedades del pueblo.

Hay varias historias divertidas relativas a ese dios enano, y algunos de los cuentos de enanos y elfos se derivan de ellos. Sus piernas eran tan cortas que no podía andar, pero sabía todo lo del mundo e iba a todas partes. Su final fue muy especial. Mientras el mijo de sus campos maduraba, él trepó a una de sus espigas y cuando el tallo se balanceó, el enano fue arrojado tan lejos que nunca volvió, ya que saltó hasta Tokoyo, «la Tierra de la Eternidad». Sin embargo, se cree que ese enano todavía se aparece y conduce a la gente a sitios donde hay manantiales curativos. Por eso se le suele llamar «el dios de las aguas termales», función bastante natural para una divinidad médica. La actividad conjunta de ambas deidades estableció la administración de Susa-no-wo en Izumo, donde se fundó un Estado. Mientras tanto, la diosa-Sol deseó enviar a su amado nieto Ninigi («Hombre Prosperidad») a las ocho islas que componen el archipiélago japonés, y que fueron engendradas por la primera pareja. Después de algunos fracasos, sus embajadores lograron al fin obtener lo mejor de los gobernantes de Izumo y los Estados contiguos. El más interesante de todos los episodios es el de la subyugación de Izumo, pues trata de los conflictos y el compromiso final entre los dos clanes, tanto los descendientes de la diosa-Sol como los del dios-Tormenta, respectivamente. Sabedora de las dificultades de la empresa, la diosa-Sol envió a dos de sus mejores generales, Futsu-nushiEl Señor del Filo Agudo, el genio de las armas») y Take-mi-kazuchiel Valiente Trueno de agosto») al reino de Oh-kuni-nushi. Tras una larga resistencia, Oh-kuni-nushi y sus hijos, los amos de Izumo, cedieron a las peticiones de los embajadores armados, según las cuales Izumo debía ser gobernado por el augusto nieto de la diosa-Sol. Pero se impuso una condición: que todo el poder del mundo visible debía ser entregado al nieto, mientras que las cosas «ocultas» estarían sujetas al poder del Gran Amo de la Tierra y sus descendientes. Por «cosas ocultas» se referían a todos los misterios situados más allá del mundo físico visible, las artes ocultas de la adivinación, la brujería, el exorcismo y las artes médicas. El largo conflicto entre ambas partes concluyó con este pacto, que estaba de acuerdo con la ordenanza original dictada por el primer progenitor. El ciclo de la antítesis, entre la vida y la muerte, entre la luz y las tinieblas, entre la sabiduría y la barbarie, no dio lugar a un dualismo trágico contra el que era preciso luchar, como en otras mitologías, sino que acabó en un compromiso que caracterizó a la filosofía de la vida japonesa, hasta que el budismo oscureció estas primitivas creencias.

La parte legendaria de esta historia japonesa menciona a menudo, en relación con varias desventuras, la demanda del Gran Amo de la Tierra sobre la conciliación y la ayuda del consejo de la diosa-Sol dado en nombre de su colega, la diosa Productora de lo Divino. Después del relato del entendimiento entre la diosa-Sol y el dios-Tormenta viene la historia del descenso de Ninigi, elAugusto Nieto de la diosa-Sol, al archipiélago japonés. Con esta historia termina la mitología cosmológica y la historia legendaria del país, empezando la dinastía del gobierno de la dinastía reinante. El ciclo de los mitos cosmológicos tiene como objetivo dilucidar el origen y la formación del mundo, de los objetos naturales y, lo que es mucho más importante según opinión de los compiladores de las antiguas tradiciones, el origen de la dinastía reinante. Al hablar de la antigua mitología hemos omitido muchos episodios que sirven para explicar el origen de los objetos naturales, de las costumbres sociales y de las instituciones humanas. En estos mitos de los orígenes, la imaginación poética colaboró con las ideas supersticiosas, y los conceptos generales del mundo y la vida se combinaron con la creencia en la eficacia de las ceremonias. El dios-Luna desempeña un papel muy pequeño en la mitología, pero existe una historia sobre él que sirve a dos propósitos. La diosa-Sol le dijo en cierta ocasión a su hermano, el dios-Luna, que bajase a la Tierra y viese lo que hacía una diosa llamada Uke-mochi, «el genio de la Comida». El dios-Luna bajó al sitio donde estaba Uke-mochi, cerca de un gran árbol katsura. El genio de los alimentos, al ver bajar al dios celestial, expulsó de su boca cierta cantidad de arroz hervido. Cuando volvió su cara al mar, salieron de su boca peces de todos los tamaños, y cuando miró hacia las montañas vomitó toda clase de animales de caza. En vez de apreciar esta diversión, el dios-Luna se enfureció por ofrecerle la diosa cosas salidas de su boca, llegando a matar a su desdichada anfitriona. Al momento, del cuerpo de la diosa-Comida salieron diversos alimentos. El caballo y la vaca nacieron de su cabeza; sus cejas produjeron las lombrices; su frente dio el mijo; el arroz surgió de su abdomen, etc. Tal fue el origen de estas cosas útiles. Cuando el dios-Luna regresó a los cielos y le contó a su hermana aquella experiencia, la diosa-Sol se enfadó contra la irritabilidad y crueldad de aquél y le recriminó: “¡Oh, hermano cruel, no quiero verte nunca más!”. Por esto la Luna sólo aparece después de la puesta de sol, y los dos jamás se encuentran cara a cara.

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Otra historia relata el origen de una ceremonia que sirve para solicitar los favores del dios de las Cosechas. Cuando el Gran Amo de la Tierra cultivaba sus arrozales, les dio a sus trabajadores carne de vaca como comida. Entonces llegó un hijo de Mitoshi-na-kami, dios de las Cosechas, el cual vio los campos manchados por las impurezas causadas por la ingestión de la carne. Se lo refirió a su padre y el dios de las Cosechas envió a los campos una nube de langostas que al momento devoraron todas las plantas de arroz. Gracias a sus poderes de adivinación, el Gran Amo de la Tierra supo que aquella catástrofe había sido producida por el dios de las Cosechas y a fin de reconquistar el favor de dicho dios le ofreció un jabalí blanco, un caballo blanco y un gallo blanco. El dios de las Cosechas se apaciguó y le enseñó al otro a restaurar sus arrozales, a esparcir el cáñamo, a erguir un falo y a ofrecerle varios frutos y bayas. Las langostas se alejaron y el dios de las Cosechas quedó aplacado. Desde entonces, los tres animales mencionados fueron siempre ofrecidos al dios de las Cosechas. Lo más curioso es que comer ternera debe considerarse una ofensa contra el dios de las Cosechas. Ya hemos visto cómo la relación entre los nacimientos y las muertes tuvo su origen en una disputa entre las primitivas deidades. Pero existe una curiosa historia que explica la corta vida de los príncipes imperiales. Ko-no-hana-akuya-hime, «la Dama que hace florecer los árboles», era la hermosa hija de Oh-yama-tsumi, el dios de las Montañas, y su hermana mayor era la fea Ivva-naga-tsumi, «la Dama de la perpetuidad de las Rocas». Cuando Ninigi, el Augusto Nieto, descendió a la Tierra se sintió atraído por la belleza de la Dama Florida y le pidió a su padre el consentimiento para casarse con ella. El padre le ofreció sus dos hijas, pero la elección de Ninigi recayó en la menor. No tardó la Dama Florida en tener un hijo. La Dama Roca exclamó: “Si el Augusto Nieto me hubiera tomado por esposa, sus descendientes habrían gozado de una larga vida, tan eterna como una roca; mas como se casó con mi hermana menor su posteridad será frágil y de vida breve como las flores de los árboles“. Los árboles a los que se refería eran los cerezos, y la historia probablemente tuvo su origen al pie del Monte Fuji. El Fuji es un elevado volcán y en su cumbre las rocas desnudas se alzan como desafiando al cielo, mientras que su parte inferior está cubierta de árboles y arbustos. Muy común es la especie de cerezo silvestre con ramas colgantes y delicadas flores. La Dama Florida es adorada en un paraje amable donde el agua fría fluye de la roca virginal y su capilla está rodeada por un bosquecillo con esta clase de cerezos. El santuario está allí desde tiempo inmemorial y la personificación del Padre de las Montañas y sus dos hijas debe de ser muy antigua.

En la historia, los objetos personificados tienen relación con la familia imperial y el mito se cambia en una explicación de la corta vida de sus miembros. En este proceso, la historia ha perdido gran parte de su carácter primitivo y, no obstante, es interesante la transformación de una leyenda local, elaborada con fantasía poética, en un mito explicativo. En otras historias y en representaciones pictóricas, la Dama Florida es un hada que planea sobre los árboles, esparciendo por el cielo nubes rosadas de flores de cerezo. También se la llama «el genio de las cerezas», porque a estos frutos, a veces, se les denomina «flores». La homóloga de la Dama Florida es Tatsuta-hime, «La Dama que teje el brocado de hojas otoñales». Seguramente fue en su origen una diosa del viento y, por tanto, del tiempo climático, pero como el lugar donde se alza su capilla, Tatsuta, era famoso por sus arces magníficamente coloreados en otoño, se la conoció mejor como el genio del otoño. Otra diosa, el genio de la primavera, de nombre Saho-yama-hime, también se menciona en varios poemas. Su nombre deriva probablemente de la colina Sahoyama, que se eleva al este de Nara, la residencia imperial durante gran parte del siglo VIII, puesto que el este se considera el sitio por donde viene la primavera. Asimismo, hay que tener en cuenta que el río Tatsuta está al oeste de Kara, y el oeste es la región por donde aparece el otoño. De los muchos poemas que hablan de estas dos diosas,  hay uno escrito por Clara A. Walsh, en su obra The master-singers of Japan: being verse translations from the Japanese poets: “La diosa de la Primavera ha extendido sobre el florido sauce su amable tejido de hilos de seda; ¡Oh, viento primaveral, sopla con suavidad y dulzura para que se enreden los hilos del sauce! Y: Diosa buena de los pálidos cielos de otoño, quisiera saber cuántos telares posee, pues cuando teje hábilmente su tapicería deja su fino brocado de hojas de arce… Y en cada monte, a cada ráfaga de viento, en distintos matices su vasto bordado resplandece“. La antigua mitología del Japón se halla curiosamente desprovista de historias relativas a las estrellas. Se hizo una leve referencia en relación con el funeral de Amo-no-Waka-hiko, «el Joven celestial», después de cuya muerte un amigo suyo fue confundido con él. En la canción entonada por la esposa de aquél, en la que explica que él no es Waka-hiko sino su amigo, la palabra tana-bata se usa para describir los brillantes rasgos del que brilla en el Cielo, porque el funeral de Waka-hiko tuvo lugar en el Cielo.

Tana-bata es una fiesta celebrada la noche del séptimo mes lunar en honor de las dos constelaciones estelares llamadas Partos y la Tejedora. La historia de ambas es que pueden encontrarse en los dos lados del Ama-no-kaca, «el Río Celeste», probablemente la Vía Láctea,  en esa noche, sólo una vez al año. Evidentemente, esta historia procede de China. Su carácter romántico gustó a los japoneses desde el principio y la fiesta lleva muchos siglos celebrándose. La referencia a tana-bata, por tanto, no es una parte integral de la mitología japonesa, sino una alusión figurativa que todos los japoneses deben entender y apreciar. Pero la historia de la celebración estaba tan completamente aceptada que para la misma se empleó un vocablo japonés. El interés que tuvieron los poetas japoneses por esta historia queda ilustrado por un poema del siglo VIII Master Singers of Japan, de Clara A. Walsh: “La brillante corriente del Río Celeste reluce, una cinta de plata fluye en color azul, y en la orilla donde su resplandor espejea, el solitario Pastor vuelve a sentir su pena. Desde los tiempos en que el mundo era joven, su alma ha suspirado por la Tejedora, y viendo esa corriente un corazón se oprime con un pensamiento de amor ardiente, de pasión eterna. Ansioso cruzaría el río en una barca pintada de rojo, provista de remos poderosos brillantes de espuma, para surcar las aguas con la quilla al oscurecer, o cruzarlo al amanecer en la tranquila marea. Así espera el amante en esas anchas aguas, contemplando sosegadamente el abovedado cielo, así está el amante en la marea resplandeciente, exhalando los suspiros de un corazón desesperado. Y ve ondear la cinta que adorna la cabeza de la Tejedora, con la que juega el viento bravío, y con los brazos extendidos, su alma se inflama de amor, mientras el otoño se demora y no hay alas veloces que abran camino a su deseo“. La celebración de esa fiesta es hoy día universal, observada mayormente por jóvenes y mujeres. Plantan cañas de bambú y cuelgan papeles coloreados de las ramas de los árboles, y en esos papeles escriben poesías en alabanza a las dos estrellas, o bien plegarias pidiéndoles sus favores en los asuntos amorosos. Atan hilos de colores en los bambúes, como ofrendas a la Tejedora, simbolizando el ansia nunca saciada de amor. Aparte de estas ofrendas, las mujeres vierten agua en una jofaina y ponen en ella las hojas del árbol Jeaji, mirando los reflejos de las parpadeantes estrellas en el agua. Creen que así hallarán conjuros en el agua y las hojas.

Pese a la prevalente creencia animista, curiosamente no hay muchas menciones del alma en los antiguos escritos sintoístas. Se concebía el alma como una bola, tal como indica su nombretama-shuo «bola de viento». Se componía de dos ingredientes o funciones. Una suave, refinada y feliz, y la otra tosca, cruel y vigorosa. La primera función siempre está junto al cuerpo, pero la segunda puede abandonar o y funcionar más allá de la comprensión de la persona a la que pertenece. Se decía que el Gran Amo de la Tierra vio en cierta ocasión, ante su enorme asombro, a su «alma tosca» viniendo del mar, y que esa alma era el agente principal de sus logros. Sin embargo, se ignora si todos los individuos poseen un alma doble o sólo los hombres que tienen un poder y una capacidad especiales. Sea como sea, el alma es una existencia que se halla más o menos fuera de los confines del cuerpo, aunque también se ignora si el alma, después de la muerte del cuerpo, va necesariamente a una de las moradas futuras. Respecto a esas moradas futuras, ya hemos hablado de la Tierra de la Penumbra, cuya antítesis es la Pradera del Alto Cielo, donde reinan los dioses celestiales. De todos modos, más extendida que la creencia en estos lugares lo está la de que el alma, después de la muerte, se queda durante un tiempo indefinido cerca de la morada de los seres humanos. Las antiguas creencias sobre el alma, no obstante, eran vagas y poco importantes, siendo principalmente bajo la influencia china y budista, de forma especial de la última, que los japoneses definieron y elaboraron sus ideas acerca del alma y de su futuro destino. El concepto chino del alma se basaba en la teoría de los dos principios: el Yin y el Yang. Según éstos, el alma se compone de dos factores, uno estrechamente relacionado con la materia grosera y el otro sutil y aéreo. Los destinos de estos dos factores vienen determinados en parte por el lugar del entierro. Pero estas ideas no influyeron a los japoneses tanto como las enseñanzas elaboradas del budismo sobre el asunto de la transmigración. El budismo negaba un lugar de descanso permanente al alma y enseñaba un proceso de cambio en el carácter moral del hombre. La continuidad en serie y colateral del karma era un rasgo del alma en la creencia común, y su destino era una transmigración de reino a reino, desde el mundo celestial al peor de los infiernos.

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La mitología budista está llena de detalles minuciosos acerca de la peregrinación del alma hacia y desde esos reinos, y se creía que se aparecían a los seres humanos los fantasmas de los que deambulaban con incertidumbre entre tales reinos. Uno de los cuentos más populares respecto a los vagabundeos del alma dice que hay un río en cuya orilla el alma puede decidir adonde ha de ir. El río se llama Sanzu-no-Kawa, «Río de las Tres Rutas», porque los senderos salen en tres direcciones: uno al infierno, el segundo hacia la vida animal, y el tercero al reino de los «fantasmas hambrientos» (en sánscrito, pretas). En estos tres senderos hay varios puntos en los que el alma es examinada por los jueces, los Platones del budismo; y finalmente hay el temible juez-rey, Emma (en sánscrito, Yama-raja), en el infierno, que dictaba la sentencia del castigo según los pecados de las almas que llegaban ante él. A menudo se pintaban las escenas como las representaciones gráficas del Juicio Final y las penas del infierno, todo ello pintado por artistas de la Europa medieval. Pero el fantasma que tenía un gran papel en el folclore era el que no era bastante bueno para ir al mundo celestial ni bastante malo para ser condenado a un castigo eterno. Un alma de esa clase, la que estaba en «chuu», o sea en los estados intermedios, hacía apariciones fantasmagóricas, a veces como una figura humana pero sin piernas y con una palidez cadavérica. Un fantasma se aparece a los seres vivos, con los que en vida ha tenido alguna relación, bien de amor, bien de odio, porque se siente atraído por tales seres por afecto o por el deseo de venganza. Estas apariciones son frecuentes en el folclore, pero son tan semejantes entre sí que no hay por qué describirlas como casos separados. Existe una melancólica historia sobre la existencia chuu, que trata de las almas de los niños muertos. Su morada es la desolada cuenca de un río formada por grava y arena, llamada Sai-no-kawara, «cuenca del Río de las ofrendas». Extraído del himno dedicado a Jizo, protector de la infancia, tenemos este poema: “En la Tierra gris pálido de Meido («el Reino de la Penumbra»), al pie del monte Shidé («Donde vagas después de la muerte»), desde el reseco lecho del Río de las Almas se eleva el murmullo de voces, el parloteo de voces infantiles, los acentos lastimeros de la niñez”.

Allí, las almas de los niños muertos, privados del afecto amoroso de sus padres, vagan sin esperanza, añorando a sus parientes, aunque no se olvidan de jugar. Tallan piedras y grava con la forma de una pagoda budista y mientras juegan cantan con sus vocecitas infantiles: “Construyamos la primera Torre, y recemos para que los dioses envíen bendiciones al Padre; formemos la segunda Torre implorando a los dioses que envíen bendiciones a la Madre; elevemos la tercera Torre, rogando por el Hermano y por la Hermana, y por los muertos queridos“. Luego acuden unos crueles demonios que destruyen las torretas y ahuyentan a las inocentes almas infantiles. Pero el compasivo dios Jizo viene a su rescate, resonando los aretes en los cayados de sus peregrinos. Entra en el arenoso lecho del río y allí donde pisa crecen flores de loto. Aleja a los demonios y consuela a los aterrados niños: “¡No temáis, mis queridos pequeños, sois muy tiernos para estar aquí… con una travesía tan larga desde Meido! ¡ Yo seré Padre y Madre, Padre y Madre y Compañero de juegos  de todos los niños de Meido! Los acaricia con ternura, arropándolos con sus brillantes vestiduras, levantando a los más pequeños y frágiles hasta su pecho, y sosteniendo su cayado para que se apoyen en él los que tropiecen. A sus largas mangas se agarran los infantes,  sonriendo en respuesta a la sonrisa del dios,  sonrisa que denota su beatífica compasión“. Hay mucho más que decir sobre la teoría budista o mitología de la transmigración, especialmente con referencia a los nacimientos inferiores, en relación con el folclore japonés. Así nos referimos al paraíso budista, distinguiéndolo de los mundos celestiales, porque éstos son el resultado de la transmigración y están sujetos a la descomposición, mientras que el paraíso jamás cambia ni decae. La mitología budista enseñó que existen numerosos «reinos de Buda», o paraísos, proporcionados por varios Budas para recibir a sus respectivos creyentes. Estos territorios budistas son las realizaciones de los votos compasivos de dichos Budas para ahorrarles a los seres humanos la transmigración, y de las manifestaciones de los inconmensurables méritos acumulados por ellos para este propósito. El paraíso budista, por consiguiente, es una encarnación de la sabiduría y la compasión del Buda, así como de la fe y la ilustración de los creyentes, y se llama «Tierra de Pureza» (Jodo), o «Reino de Bendición» (Gokuraku), presidido por uno u otro Buda.

La creencia en estos reinos de bendición ejerció una gran influencia en la imaginación popular, y la descripción de esas condiciones dichosas son frecuentes en mitos y cuentos. Estas descripciones son, no obstante, muy semejantes, y nos dicen que esos paraísos son los reinos del esplendor perpetuo y del infinito bienestar. Sin embargo, cabe distinguir tres paraísos principales, calificados de distintas maneras y situados en localidades diferentes. Así, existe el Tosotsu-ten (Tusita), o «Cielo del Bienestar», del Buda futuro Maitreya (en japonés Miroku), situado muy alto en el ciclo; el Cokuraku Jodo (Sukhavati), realizado por el Buda Ainita, el Buda de la Luz y la Vida infinitas, situado al oeste; y finalmente, el Ryojusen (Grdhra-kuta), idealizado desde el Pico del Buitre, donde se cree que el Buda Sakyamuni predicó el «Loto de la Verdad». El primero, el «Cielo del Bienestar«, es un paraíso aún en formación porque el Señor Maitreya será un Buda completo en el futuro, y su paraíso está dispuesto para los que han de ser conducidos a la perfección final ante él. Por tanto, es una especie de antesala de un verdadero paraíso. La creencia en ese paraíso es común entre la gente, y se cuentan muchas historias sobre visitas ocasionales hechas al mismo por seres humanos. El idealizado Pico del Buitre está situado en el tercer mundo y lo alcanza el verdadero budista en esta vida gracias a su conocimiento de las verdades enseñadas en el Loto. Se le puede considerar como el mundo actual transformado, y esta idealización del mundo presente lleva a los auténticos budistas a tener una visión poética y simbólica de su entorno, incluyendo flores y animales, e impresionándolos con la posibilidad de una estrecha comunión espiritual con el mundo exterior. Cuando hablamos de los cuentos de animales o plantas, nos referimos a la idea de que el alma de un animal o una planta puede salvarse por el milagroso poder de la escritura del Loto. Esta idea es el resultado de la creencia de que el paraíso del Pico del Buitre se halla al alcance de todo el que posee el conocimiento de las verdades reveladas en tal escritura. Pero la concepción paradisíaca que ejerció la máxima influencia sobre las creencias populares fue la del Cokuraku Jodo, y cuando se habla de un paraíso sin calificación explícita, la gente se refiere al paraíso de Amita-Buda. Allí hay una balsa llena de ambrosía en donde surgen las flores del loto, donde hay terrazas con árboles adornados con joyas, y las aves de este paraíso entonan cantos celestiales, en tanto las campanas que cuelgan de los árboles resuenan con una música suave agitadas por la brisa. Y los ángeles (Tennin) vuelan por el ámbito celeste y esparcen flores sobre el Buda y sus santos. Estos detalles descriptivos eran familiares a todos los japoneses, y aparecen una y otra vez en la poesía y en los cuentos, incluso siendo utilizados a menudo en las conversaciones normales.

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Según la cosmología budista, los innumerables paraísos están habitados por seres de una perfección ideal, y el universo, que contiene incontables mundos, está poblado de espíritus, unos benévolos, otros maliciosos. Aquí nos referiremos a los grandes custodios del mundo, los reyes de las hordas de espíritus benévolos. Son cuatro y se les representa como guerreros bien armados, con espadas o lanzas en sus manos, y pisoteando a los demonios. El custodio del Este es Jikoku-ten (Dhrta-rastra), «el Vigilante de las Tierras»; el Sur está custodiado por Zocho-ten(Virudhaka), «el Patrono del Crecimiento»; al Oeste se halla Kornoku-ten (Virupaksa), «el Gran Mirón»; y al Norte está Bishamon-ten (Vaisravana), «el Gran Creyente», o «Renombrado». Siempre vigilan a los demonios que atacan al mundo desde las cuatro esquinas del Cielo, y se ocupan especialmente de los budistas, cuidándoles con celo y ternura. En casi todos los templos budistas había pinturas de estos custodios y asimismo eran las figuras favoritas en la religión del pueblo. De los cuatro custodios, Bishamon-ten fue el más popular y en los últimos tiempos incluso fue vulgarizado como patrón de la riqueza. Es interesante saber algo acerca de los custodios chinos como contrapartida de los budistas. La cosmología china enseña dos principios cósmicos: Yin y Yang, y cinco elementos en la formación del mundo. Los custodios del mundo representaban principios y elementos predominantes en cada una de las cuatro esquinas. El custodio del Sur, donde gobierna el principio positivo Yang, donde predomina el elemento apasionado, vehemente, está simbolizado por el «Pájaro Rojo». Al Norte gobierna el «Guerrero Negro», una tortuga, símbolo Yin, el principio negativo, y del elemento agua. El «Dragón Azul», al Este, simboliza el crecimiento cálido de la primavera y el elemento madera. El «Tigre blanco», al Oeste, representa el otoño y el elemento metálico. Estos custodios del mundo chinos existían junto a los reyes-custodios budistas, sin confundirse con ellos en la mentalidad popular.

Las antiguas tradiciones de Oriente hablan de una raza de serpientes divinas o dragones que viven en el interior de la Tierra. Los mitos de la India mencionan a Bha-gavati, una ciudad intraterrena, regida por Sesha. Esto es un equivalente a Shambhala, un reino mítico escondido en algún lugar más allá de las montañas nevadas de la cordillera del Himalaya, o Agartha, que, según los seguidores del esoterismo y los creyentes en la Tierra hueca, es un reino legendario ubicado debajo del desierto de Gobi. Thoth, el atlante, en Las Tablas Esmeraldas habla de que el espacio está lleno de mundos, unos dentro de otros, separados por la ley de vibración. Se refiere a la palabra Zin-Uru, que abre las puertas entre las dimensiones y explica como la usó en una ocasión mientras buscaba la sabiduría más profundamente oculta: “Toqué el tambor de la Serpiente, me vestí con la túnica de color morado y dorado, coloqué en mi cabeza la corona de Plata. Yo te llamo de Arulu, de los reinos de Ekershegal”. En la tradición sumeria Ereshkigal es la esposa de Nergal, dios soberano de los mundos inferiores. El Génesis narra como la serpiente invita a Eva a comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Por haber probado del fruto de este árbol, Eva y Adán son expulsados del jardín del Edén. Una vez más los mitos y leyendas nos dan noticias de remotos episodios de la historia humana. En Egipto existió la Hermandad de la Cobra Dorada, en referencia simbólica a las serpientes de sabiduría. Según José Trigueirinho, en los Evangelio Apócrifos se hace referencia a los “naasenos”, para referirse a los esenios, y ese término proviene de la palabra hebrea nahas, que también significa serpiente. Los nagas, pueblo de sabiduría, no tienen el mismo origen morfológico que los humanos, sino que aparentemente pertenecen a otra raza cósmica, derivada, como su nombre lo indica, de reptiles. Por ello la piel de sus cuerpos adopta otros colores diferentes a los que estamos acostumbrados, como el verde, el crema y el azuloso. En alguna ocasión esa línea de desarrollo biológico fue experimentada en nuestro planeta a partir de una serpiente marina llamada Leviatán, pero el experimento no prosperó. Los nagas son grandes iniciados que representan en nuestro planeta la sagrada sabiduría cósmica y desde siempre han impulsado las grandes obras del conocimiento.

En la segunda parte del libro En las orillas de los mundos infinitos, Andrew Thomas nos habla del mundo subterráneo. La tesis de Thomas es que el mundo subterráneo es depositario de los registros de civilizaciones perdidas, poseedoras de grandes conocimientos, y que decidieron esperar mejores tiempos para revelar su legado, por ahora negado al mundo. También opina que el gran Nicolás Roerich tuvo acceso a estos retiros ocultos, y los visitó en persona, dejando plasmado su visión en sus inmortales lienzos. H.P. Blavatsky opinaba que muchos rollos de la biblioteca de Alejandría escaparon al fuego causado por el ejército romano, gracias a que habían sido enviados a un museo secreto del Tíbet. Estaba completamente segura de ello y sustentaba su creencia diciendo que los guardianes de estas bibliotecas secretas «podrían, si quisieran, aseverar su derecho a tan extraño linaje y exhibir verdaderos documentos dignos de fe, que explicarían más de una página misteriosa existente en la Historia sagrada y profana». También parece razonable que los esenios de la comunidad de Qumran pudieran haber sido un pequeño grupo de esta clase. Quién sabe si algún día conoceremos documentos mucho más significativos aún que los manuscritos del mar Muerto. En el Himalaya aún pueden hallarse los grandes lamas del monasterio de Tashilhunpo, en el pueblo de Shigatse, en Tíbet. En sus templos elevados, la enseñanza de la ciencia antigua ha quedado siempre reservada para un grupo de discípulos elegidos. Solo un número limitado de lamas sabían algo acerca del misterio que encierra el nevado pico Kanchinjunga. El valle de Kulu está situado en la parte occidental del Himalaya. Allí puede visitarse Naggar, lugar donde habría vivido Nicholas Roerich. Esta apartada región está situada cerca de Ladakh y el Tibet. El pueblo de Naggar deriva su nombre de Naga, la serpiente. En lo alto de las montañas se encuentra la finca de Roerich. Al tratarse de un famoso artista, su casa de dos plantas contiene un museo de sus pinturas.

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Durante épocas anteriores, en los tiempos de la soberanía británica, los peregrinos se dirigían al lago de los Grandes Nagas, el lago Manasorowar, o al monte Kailas, la morada de Síva, en territorio tibetano. Hay quienes dicen haber entrado en el reino montañoso de los nagas, en donde hay abundante luz por todas partes y grandes salones. En el libro de C. W. Leadbeater, The Masters and the Path, se ofrece una descripción de los contenidos de un museo subterráneo tibetano. Dice Leadbeater que el museo contiene estatuas de diferentes tipos raciales que datan desde el comienzo de los tiempos, perfiles de continentes y sus cambios, diagramas de fusiones étnicas y religiosas, y muchas cosas más. Hay, según dice, «extraños manuscritos de otros mundos distintos al nuestro». Ello implicaría que, en un pasado muy remoto, tuvo lugar la comunicación con otros planetas. Pueden encontrarse dibujos hechos al estilo chino que describen una cripta de este tipo. Tales dibujos a pincel incluían estatuas de gigantes humanos puestos en pie dentro de una caverna, iluminada por las antorchas de los estudiantes lamas, solo la mitad de altos que aquéllos. Pero estos dibujos eran menos sorprendentes que el de un tipo de nave espacial, situado sobre una torre cónica. En el cuadro titulado El poder de las cavernas, del Museo Gorky de Arte de la URSS, Nicholas Roerich nos presenta un depósito cavernario de este tipo. La obra representa entradas a espaciosas grutas guardadas por lamas. Hay pocas dudas de que Roerich visitó realmente este antiquísimo museo, como quedó confirmado en una conversación sostenida con un miembro de la expedición asiática de Roerich. El título de la pintura resulta apropiado, ya que el conocimiento implica poder y en tales cavernas se ocultan grandes conocimientos. Existe una gran similitud entre el folklore de muchos países, por separados que se hallen unos de otros. Tradiciones relativas a cavernas, laberintos, túneles y tesoros enterrados, referidos a una remota antigüedad, se encuentran en Creta, Egipto, Tíbet, Angkor, India, México, Ecuador, Bolivia o Perú. Las leyendas usualmente conectadas con el culto a la serpiente proceden en especial de Egipto, Creta, Angkor, Tíbet, India y México. En las mitologías de Egipto, India, Tibet, China, México, Bolivia y Perú existen fábulas relativas a dioses estelares que vinieron a la Tierra para civilizar a la Humanidad, dejando tesoros ocultos para civilizaciones futuras.

En las escrituras de la India, Tíbet y Egipto se mencionan guardianes robóticos o humanos velando por la seguridad de estos almacenes de artefactos procedentes de otros mundos, así como de eras remotas. Hay que investigar para localizar los tesoros dejados por aquellos sabios que gobernaron a la Humanidad de tiempos remotos y en una época dorada. En el gran texto épico Majábharata, la representación de los nagas tiende a ser negativa. El texto los llama «perseguidores de todas las criaturas» y dice que «las serpientes tenían veneno virulento, gran poder y exceso de fuerza y siempre intentaban morder a otras criaturas». Al mismo tiempo, los nagas juegan un papel importante en las leyendas narradas en el texto, frecuentemente no más malvados o engañadores que los demás protagonistas, e incluso a veces del lado de los buenos. Generalmente en el texto aparecen indistintamente con forma humana y de serpiente, como si pudiesen cambiar de forma a voluntad. Por ejemplo, la historia de cómo el príncipe naga Shesha terminó sosteniendo al mundo comienza con la escena en que él aparece como un asceta humano, “el cabello recogido con un rodete, la ropa hecha girones, y su carne y piel seca debido a las austeridades que estaba practicando. El dios Brahmá queda complacido con Shesha, y le encarga sostener el mundo sobre su cabeza. En este punto, Shesha aparece con los atributos de una serpiente. Entra por un agujero en la Tierra y se desliza hasta el fondo, donde carga la Tierra sobre su cabeza”. En el Majábharata el gran enemigo de los nagas es el gigantesco hombre-pájaro Garudá. El sabio Kashiapa tuvo dos esposas, Kadru y Vinata. La primera quería tener muchos hijos, y la segunda quería tener pocos pero muy poderosos. El sabio cumplió sus deseos. Kadru puso mil huevos, de los que nacieron serpientes, y Vinata puso dos huevos, de los que nacieron Aruna, el auriga de Suriá, y Garudá. Por una estúpida apuesta, Vinata se convirtió en esclava de Kadru y el hijo de Vinata Garudá tuvo que cumplir órdenes de las serpientes. Ello le generó un gran rencor. Cuando preguntó a las serpientes que tendría que hacer para ser liberado de su cautiverio, le dijeron que tendría que llevarles amrita, el elixir de la inmortalidad. Garudá robó el elixir de los dioses y se lo trajo a las serpientes, con lo que cumplió con la orden. Pero mediante una trampa evitó que lo repartieran y obtuvieran la inmortalidad.

Kadru, la madre ancestral de las serpientes, hizo una apuesta con su hermana Vinata, en que la perdedora sería esclava para siempre de la ganadora. Ansiosa por asegurarse la victoria, Kadru pidió ayuda a sus hijos. Ellos se negaron, por lo que Kadru se enojó y los maldijo para que murieran en un «sacrificio de serpientes» que realizaría el rey Yánam Eyaiá, hijo de Majarash Paríkshit, a principios de la era kalí iugá, y que era nieto de Abhimaniu y bisnieto de Áryuna. Vasuki, rey de las serpientes nagas, supo de esta maldición. Entonces fue a buscar al asceta Yárat Karu para ofrecerle en matrimonio a su hermana, que quedó registrada en la leyenda como Yárat Karu Priiá (‘amada de Yárat karu’. De la unión del humano con la serpiente nació un niño humano con la piel estriada y brillante. El hijo se llamó Astika. Cuando el rey Yánam Eyaiá finalmente hizo el sacrificio de serpientes, comenzó a atraer hacia el fuego a todas las serpientes del mundo. Entonces el sabio Astika se acercó al rey, y elogió el sacrificio en términos tan elocuentes que el rey le ofreció cualquier favor que quisiera. Astika inmediatamente le pidió que acabara con el sacrificio. Aunque primero se arrepintió de su oferta, finalmente Yánam Eyaiá cumplió su palabra e interrumpió el sacrificio. En los Puranás se dice que Shesha sostiene a todos los astros del universo sobre sus caperuzas, mientras canta las glorias de Vishnú con todas sus bocas. Generalmente Shesha se representa como una serpiente enorme que flota enroscada sobre el océano universal, que representa la cama sobre la que está acostado Vishnú. A veces se lo pinta con cinco o con siete cabezas, aunque la forma más común de representación tiene unas veinte cabezas. A veces cada cabeza tiene una corona. Su nombre proviene de la raíz sánscrita śiṣ (‘lo que queda’), debido a que cuando todo el universo se destruye al final de cada kalpa, Shesha permanece inalterado. A Vishnú acostado sobre Shesha se lo conoce como Shesha-shaii Vishnú. En una historia llamada «el batido del océano de leche», que se presenta en variosPuranás, los devas (dioses) y los asuras (demonios) tiraron de la cabeza y la cola de Shesha para hacer girar el monte Mandara (o el monte Meru) y así batir el océano de leche. De acuerdo con el primera capítulo («Adi Parva») del texto épico Majábharata, el padre de Shesha era el sabio Kashiapa y su madre Kadru. La ciudad de Thiruvananthapuram, en el sur de la India, recibe ese nombre en honor a Anantha (Shesha).

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Ahora pasamos a las regiones de la taiga y de la tundra. Pero antes de iniciar el relato de las representaciones cosmogónicas de estas poblaciones, es preciso hablar de la población en dichas regiones. Si bien la tundra y la taiga son medios fríos, las condiciones climáticas han mejorado respecto de las que se dan en el Círculo Polar Ártico, habitado por los inuit, distintos pueblos esquimales de las regiones árticas. En esos paisajes bioclimáticos podemos distinguir varios pueblos desde el punto de vista etnográfico. Empezando por América del Norte, encontramos tres grupos étnicos; por un lado, el aleutino, formado por los habitantes de las Islas Aleutianas; por otro lado, los inuit («esquimales»), que ocupan las zonas más gélidas, y, finalmente, los indios americanos que pueblan la taiga y la tundra norteamericana. Al otro lado del Estrecho de Bering, también encontramos poblaciones que habitan las regiones de la taiga y de la tundra. Así en Eurasia podemos distinguir un buen número de grupos étnicos: los yakutos (cuenca del río Lena), los tungus (ubicados al este del río Yeniséi), los chukchi (habitantes del extremo nordeste de Siberia), los saami, más conocidos como lapones, etc… La tundra se extiende entre los 50 y 60 latitud sur, y 60 y 70 de latitud norte. Sin embargo, mientras que en el Hemisferio Norte ocupa superficies enormes, y puede considerarse como el medio de transición entre las zonas polares y la taiga, en el sur se reduce a unas pocas islas. En climatología, estos paisajes bioclimáticos están marcados por las bajas temperaturas y las precipitaciones escasas que suelen caer en forma de nieve. Las condiciones para el desarrollo de la vida en la tundra son especialmente difíciles en invierno, ya que se dan períodos de noche continua durante semanas y se asemeja bastante al medio polar. En el verano, época de deshielo, con días continuos que se alargan durante semanas, las temperaturas pueden llegar a superar los 0C, sin rebasar los 10C, lo que nos da una idea de la dureza de este clima. A pesar de la pobreza florística, el tapiz vegetal existente ha permitido el desarrollo de una rica vida animal, diferenciándose los animales que permanecen en la tundra todo el año, de los migratorios que llegan en verano, para regresar en invierno a la taiga o bosque boreal. Esta cubierta vegetal, que da nombre a este medio, presenta una importante discontinuidad y un grado de recubrimiento que varía desde la «tundra desnuda», formada por musgos y líquenes, pasando por la «tundra arbustiva» y finalmente la «tundra boscosa», que da paso al bosque boreal o taiga.

Los pueblos aborígenes de la tundra se establecieron hace ya muchísimos siglos en los límites septentrionales de las tierras habitables, a pesar de que hoy en día estos límites han sido superados por los exploradores árticos, los navegantes que frecuentan las gélidas aguas próximas a la zona polar y el personal de estaciones científicas de las islas árticas. Actualmente, casi todos los pueblos autóctonos de esta zona constituyen una minoría en sus territorios originarios y no superan el 5% del total de la población, que es de origen diverso. canadienses y norteamericanos, en América del Norte, escandinavos en Groenlandia, Islandia y el norte de la península escandinava; eslavos, tártaros y otras nacionalidades de la Federación Rusa, en toda Eurasia. Las poblaciones consideradas autóctonas de la tundra, presentan una serie de rasgos comunes tanto las de la tundra euroasiática, como las de la groenlandesa o la americana. En este medio, donde los humanos han de vivir en unas condiciones que requieren la adaptación al entorno más allá del límite biológico, la adaptación cultural es la que ha hecho posible la supervivencia. Estas poblaciones aborígenes de las regiones más septentrionales del planeta, parecen tener un origen común, tal y como indican recientes estudios de genética. Los rasgos morfológicos mongoloides que comparten los diferentes pueblos de la tundra sugieren un origen asiático. En el caso de los pueblos uralianos, a medida que nos desplazamos hacia el oeste las características mongoloides se van atenuando, de manera que los pueblos más orientales, como nganasans, samoyedos, o ensi, son claramente asiáticos, mientras que los más occidentales, como saami o komis, se asemejan más a los europeos. De todo ello deriva la gran diversidad actual de los pueblos de la tundra euroasiática. Por otra parte, en el extremo septentrional del continente americano distinguimos tres pueblos: los inuits, que ocupan también las costes occidentales de Groenlandia y la península de los chukchis, los aleutianos, en Alaska, las Islas Aleutianas y Komandorski, y las tribus indias norteamericanas. Estos pueblos aborígenes de la tundra tienen como principal actividad la caza de caribú, la ganadería de reno y la pesca, llevando algunos una vida seminómada.

En la zona de la tundra euroasiática occidental, que abarca aproximadamente la Siberia occidental y parte de la Fenoscandia, región fisiográfica del norte de Europa que comprende el escudo báltico, incluyendo Suecia, Finlandia, Noruega, Carelia y la península de Kola, destacan principalmente dos pueblos, los saami y los samoyedos. Los saami son más conocidos con el nombre de «lapones», término que tiene connotaciones despectivas, al igual que sucedía con el término «esquimal» empleado para designar a los inuit. Los saami viven en poblaciones fragmentadas en grupos pequeños y son los descendientes de los habitantes más antiguos de Escandinavia, si bien su territorio llega también a la Rusia al oeste de los Urales. Fueron los primeros habitantes de la península escandinava, pero la posterior llegada de fineses, germanos i eslavos, le hizo desplazarse hacia la zona septentrional de Fenoscandia, Laponia, la «tierra de la frontera». La relación de los saami con los europeos se ha prolongado durante siglos y siempre ha sido desigual, ya que desde el siglo VIII los saami pagaban tributos a los escandinavos. En la actualidad, los saami son ciudadanos de cuatro estados: unos 20.000 de Noruega, unos 8.000 de Suecia, unos 2.500 de Finlandia y unos 1.900 de Rusia. En el espacio de la tundra euroasiática occidental que se extiende desde el mar Blanco hasta el bajo Yeniséi, encontramos las poblaciones samoyedas. Este grupo comprende un buen número de pueblos, entre ellos los nensi, samoyedos de aspecto más europeo, que ocupan un territorio extenso de las tundras rusa, asiática y europea, entre los que se incluyen las penínsulas de Kanin, de Yamal y de Gidanski y los territorios adyacentes comprendidos entre el Dvina y el Yeniséi. La mayor parte de los nensi viven permanentemente en la tundra y solamente cruzan los límites del bosque en el invierno, en busca de pastos y de víveres, o cuando se dirigen a la costa de océano Ártico para pasar el verano. Se trata de un viaje anual que los nensi realizan siguiendo los rebaños de renos y en el cual cubren miles de kilómetros. Dentro de las poblaciones samoyedas encontramos también a los ensi. La mitad de sus efectivos, unas 400 personas, se concentran cerca de Dudinka. Son los llamados «ensi de la taiga», aunque sería más correcto denominarlos como «ensi de la tundra boscosa». Otro pueblo, dentro del grupo samoyedo, lo forman los nganasan que ocupan las tundras centrales de la península de Taimir y alcanzan las mil personas. Los nganasan, no han sido convertidos a la religión mayoritaria, ya que sus creencias todavía son chamanísticas y cuentan con toda una serie de espíritus superiores, tanto buenos como malos.

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La población de la tundra euroasiática oriental, que se desarrolla desde la península de Taimir hacia el este, es todavía más diversa, tanto desde el punto de vista lingüístico como desde el de sus orígenes. Así, encontramos los evenk, los yakuts de origen turco, los yukagir de origen samoyedo, y los chu-ku-tien. Esto sin contar con los pueblos surgidos a partir del mestizaje, como los dolgan, los chuvan, los kolimchan y los itelmen o kamchadal. En el extremo oriental de Siberia, más montañoso, la escasa población se concentra en las zonas costeras. Entre los habitantes autóctonos de esta zona encontramos los yakuts, los yukagir o los chukchis. La mayor parte de las lenguas habladas en la zona de la tundra euroasiática oriental pertenecen a la familia altaica o a la chu-ku-tiana. La primera familia, la altaica, incluye lenguas turcas y mongolo-tungas. La segunda familia, la chu-ku-tiana, abarca las lenguas chukchi, koryak, kamchadal o itelmen. Aparte de estas dos familias dominantes, encontramos otras lenguas minoritarias, como el yukagir o el yupik. De la península de Taimir hasta el bajo Kolima se extienden las tundras habitadas por pobladores de lenguas altaicas o turcas: evenks septentrionales, yakuts y dolgans. Los evenks y los tungus propiamente dichos, ocuparon toda Siberia y su distribución actual sigue siendo extensa, desde el distrito de Primorje hasta las riberas del mar del Japón, y desde el río Khatanga hasta las zonas más meridionales de Siberia central y Manchuria. Sin embargo, la única zona de la tundra que realmente frecuentan es la del norte de Yakutia, cerca de los cursos de los ríos Yana, el Lena, el Indigirka y el Kolima, siendo actualmente unos 17.000 individuos. Los yakuts habitan la República Autónoma de Yakutia (República de Sakha), que se extiende desde las costas del océano Ártico hasta cerca de los confines de Manchuria, alcanzando los 300.000 habitantes. Los dolgan viven al norte de la península de Taimir y son resultado del mestizaje entre yakuts, tungus y rusos. Otro pueblo, los selkup, que ocupan la cuenca del Yeniséi, son también resultado del mestizaje, ya que surgieron de la mezcla entre los primeros rusos que llegaron a la tundra nórdica (siglos XVII y XVIII) y aborígenes samoyedos. En el bajo Kolima, hay otra población mestiza descendiente de los colonos rusos y yukagirs, conocidos bajo el nombre de kolimchan o markovetse. En la península de Kamtchanka, los colonos rusos se mezclaron con poblaciones autóctonas, los llamados itelmens, originando una descendencia mestiza, los kamtchanka.

Entre los pueblos de la tundra euroasiática oriental de lenguas chu-ku-tianas destacan los chukchis, uno de los pueblos más numerosos que habitan la tundra, ya que alcanzan la cifra de 16.000 personas. También es preciso señalar que, generación tras generación, los chukchis han ido asimilando distintos pueblos vecinos como los koryak, los yukagir o los kerek. Así, actualmente sólo quedan unas pocas familias de kereks, ya que la mayoría han sido absorbidos por los chukchis. Los kerek, se establecieron en una franja estrecha a lo largo de la costa del mar de Bering, desde Anadir hasta el norte de Kamtchanka. De todos los pueblos del continente americano, los auténticos pueblos nativos de la tundra son los inuit, llamados esquimales, y los aleutianos. Los aleutianos se extienden por Alaska, las islas Aleutianas y Komandorski. Las lenguas que hablan estos dos pueblos pertenecen a la familia esquimo-aleutiana. Las islas Aleutianas fueron ocupadas aproximadamente hace 4.000 años, fecha de la cual parte la diferenciación entre inuits y aleutianos. Los aleutianos se dedicaban a la pesca y a la caza. La mayoría de los aleutianos fueron convertidos a la fe rusa ortodoxa por predicadores que también levantaron pequeñas iglesias. En 1824 llegó a las islas Aleutianas el primer misionero, el padre Veniaminov. Este sacerdote al que adoraban sus feligreses de Alaska, se convirtió después en el metropolitano de la iglesia ortodoxa, y se le conoce hoy como San Innokenti. Otro de los primeros sacerdotes fue el criollo padre Netsvetov. La respuesta de por qué los aleutianos abrazaron el cristianismo radica en parte en la habilidad de la iglesia para prometer esperanza y socorro, y en parte, se debía a los lazos de parentesco y las uniones de tipo económico entre rusos y aleutianos, con las que se beneficiaban ambos grupos. Para 1867, la sociedad aleutiana se había adaptado a la presencia de los rusos. La población empezó a recuperarse, muchos niños aleutianos iban a la escuela y todos pertenecían a la iglesia rusa ortodoxa. No obstante, con las guerras del opio se hundió el mercado de las nutrias y el esfuerzo por diversificar la economía de Alaska fue inútil. Por otra parte, el territorio americano de Rusia estaba muy lejos de Moscú. Llegado este punto, el imperio ruso aceptó la oferta americana de comprar Alaska por 71.200.000 dólares en oro.

Podemos ver la gran diversidad de pobladores de estas vastas tierras, incluyendo cazadores, pastores, pescadores y recolectores, cada uno con sus características propias, lo cual dificulta su estudio. Sin embargo tienen un rasgo en común, que es habitar la tundra. La taiga es un medio que solamente se sitúa en el Hemisferio Norte. De ahí deriva su nombre de «boreal» y se extiende al sur de la tundra. Su clima es más benigno que el de la tundra. Se trata de un clima templado con inviernos muy fríos, temperaturas muy bajas, con duración prolongada de la nieve en el suelo y con cuatro meses al año en los que la temperatura supera los 10, lo que permite el desarrollo de este bosque boreal. A pesar de que constituye un progreso respecto a la tundra, la flora de este bosque es pobre, siendo la formación vegetal típica el bosque de coníferas, como pinos y abetos, así como otros árboles como el abedul, el aliso o el chopo. También podemos encontrar un tapiz vegetal formado por arándanos, musgos y líquenes. La mejora de las condiciones florísticas se traduce en una mayor riqueza faunística, con alces, lobos, martas, visones y pájaros. Los diversos grupos de habitantes que se asentaron en la taiga, desarrollaron culturas propias, reflejo de las exigencias de la vida en el bosque, cuya base económica fueron la caza y la pesca, desarrollando posteriormente la ganadería, sobre todo del reno. Del bosque tomaron todo lo que necesitaban para sobrevivir, como madera y alimentos. Actualmente, en Eurasia y en América del Norte la población que ocupa este paisaje bioclimático de la taiga, está representada mayoritariamente por los descendientes de inmigrantes europeos, mientras que los sucesores de los primitivos pobladores del bosque boreal se han convertido en minorías insignificantes. En Canadá, los indios representan el 5% de la población del país, si bien la proporción es más alta en la taiga, donde alcanzan el 15% en el territorio del Yukón y un 10 ó 12% en la zona nororiental. En Alaska la población aborigen constituye aproximadamente un 3% del total, porcentaje al que debemos sumar un 3% más representado por los inuit de las zonas litorales. Los descendientes de los pueblos autóctonos de Rusia septentrional y de Siberia son muy escasos y solamente los carelianos, los komis, los yakuts y los evenk superan el 15% de la población.

Se estima que los humanos llegaron a la taiga del continente euroasiático durante el Paleolítico. La distribución de la población humana de la taiga de Eurasia es muy complicada, ya que pocos pueblos que actualmente habitan esta región se pueden relacionar directamente con los que vivieron en esta zona antiguamente. Además, a partir de siglo XVIII, se han instalado en la taiga pueblos de diferentes etnias, como eslavos, en su mayoría rusos y ucranianos, además de noruegos, suecos y fineses. Sin embargo, los descendientes de los pobladores autóctonos de la taiga, anteriores a la colonización europea, conservan todavía muchas particularidades de su cultura tradicional. Nuevamente debemos mencionar a los saami, que habitan la tundra y también la taiga de Escandinavia y de la península de Kola. Entre los karelianos, con más de 100.000 personas entre Rusia y Finlandia, se conserva la caza como principal actividad económica, y lo mismo sucede con los komis, unas 24.500 personas, que residen en su mayoría en la República de Komi, en la parte europea de la Federación Rusa y el resto en otros distritos de dicha Federación. Excepto los yakuts, que son más de 250.000, el resto de pueblos nativos de la taiga euroasiática forman poblaciones muy escasas, tales como los evenks (son más de 30.000), los khantis (unos 22.000), los ainu (16.500), los mansis (poco más de 8.000), los selkups (3.500) y los kets (aproximadamente mil personas). Del mismo modo, la población indígena de Siberia todavía conserva toda una serie de tradiciones culturales propias. En la esfera domestica, utilizan algunos recursos tradicionales para elaborar productos naturales, mientras que en la esfera social se mantienen muchas costumbres antiguas, especialmente las relacionadas con los rituales de nacimiento y enterramiento y con la separación de clanes.

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El amplio abanico de pueblos nativos que habitan la tundra y la taiga de nuestro planeta, refleja una riquísima variedad cultural que ha permitido al ser humano adaptarse a estos paisajes bioclimáticos. Es precisamente esta compleja variedad la que convierte en ingente la tarea de describir la cosmovisión de cada uno de esos pueblos. Sin embargo, podemos encontrar algunos puntos en común que nos permiten realizar explicaciones generales sobre sus representaciones cosmogónicas y su visión del mundo, así como el origen del mismo. Muchos pueblos nativos han mantenido vivas algunas de sus tradiciones, transmitidas de generación en generación, aunque con diferentes niveles de conservación. No debemos olvidar que el contacto con los colonos europeos, principalmente a partir del siglo XVII y XVIII, tanto para las poblaciones de Eurasia como para las de América del Norte, supuso importantes cambios en los modos de vida de estos indígenas. La religión cristiana se introdujo con los primeros colonos y fue uno de las transformaciones más importantes. El grado de cristianización varía de unos pueblos a otros. Así, a pesar de que el cristianismo fue introducido en Siberia durante los siglos XVII y XVIII, la vida de los habitantes autóctonos siguió dominada por muchas creencias y costumbres ancestrales, como por ejemplo el chamanismo o celebraciones paganas, como la llamada fiesta de la primavera de los yakuts, o la «fiesta del oso» de los khantis y los mansis. Los dolgan, por ejemplo, se consideran cristianos, pero solamente de nombre, ya que han llegado a una especie de religión sincrética en la cual sus chamanes han incorporado muchos de los santos cristianos dentro del círculo de los principales espíritus que invocan durante sus rituales. Del mismo modo que los inuit, los pobladores de la tundra y de la taiga muestran en sus creencias un gran respeto hacia el medio natural que les rodea. Se trata de la naturaleza que les permite subsistir y de la que ellos forman parte. Según este concepto religioso, no existían fronteras entre el mundo de los seres humanos, el de los animales y el de las plantas. Los indios americanos se caracterizan por la creencia en un «padre cielo» y una «madre tierra», que permitían explicar la resurrección anual de la naturaleza. Todos los pueblos de la taiga creían en la existencia de espíritus «amos» de los animales, creencia que recuerda a la de los inuit. Así, por ejemplo, se respetaba de manera especial al oso, respeto que se manifestaba con las fiestas que le dedicaban y con la muerte ritual del animal.

También comparten con los inuit la importancia de la figura del chamán, que es un símbolo de vital importancia en el sistema de creencias de los pueblos nativos de la tundra y la taiga. La importancia de la figura del chamán radica principalmente en su papel de intermediario entre mundo físico y el mundo de los espíritus, ya que mediante sus ceremonias rituales y cantos son capaces de convocar a los espíritus y hablar su lengua especial. Pero el chamán también se destaca en su vertiente como curandero sabio o «médico» de la tribu. El oso es reverenciado por todos los pueblos de la taiga, desde Escandinavia al Japón, y desde Alaska hasta Quebec. Se le denomina el «señor del bosque», el «animal sabio y sagrado», o el «viejo de zarpas pulidas». Se supone que el oso todo lo oye y todo lo comprende. Por eso, a la hora de cazarlo, se habla de manera alegórica y en voz baja. Y antes de matarlo dentro de su guarida, le despiertan por respeto. Un especial interés ritual tienen las relaciones de los siberianos con los osos de la taiga. Antiguamente, por ejemplo, cuando los evenks se adentraban en la guarida del oso, gritaban como si fuesen cornejas, y una vez habían matado al animal, le decían: «No somos nosotros, quienes te hemos dado muerte, sino las cornejas». Las mujeres comenzaban a lamentarse, mostrando un gran dolor y exclamando: «¿Por qué habéis matado al «abuelo»?». Según la leyenda, algunas fratrias, o agrupamiento de dos o más clanes de una tribu, de evenks, de khantis y de mansis, provenían del matrimonio entre un oso y una mujer. Los rituales del culto del oso, como también de la fiesta especial que se le dedicaba, tenían una doble finalidad. En primer lugar, desligarse de la culpa por la muerte, y en segundo lugar ofrecer la posibilidad de resucitar. Sin embargo, este culto al oso muestra rasgos especiales en cada pueblo. Para facilitarle las cosas, los evenks disponían los huesos del animal en una plataforma especial, ordenados anatómicamente, mientras que los khantis los enterraban juntos en el bosque o los lanzaban a un lago. Algunos pueblos, como los ulchs, los nanays, los nivkhos y otros, capturaban una cría de oso y la mantenían durante dos o tres años en cautividad. Y, en determinados casos, las mujeres amamantaban a la cría con su pecho. Las fiestas del oso se hacían coincidir con los funerales de algún familiar muerto, y eran de carácter tribal. El oso era conducido y festejado por todo el poblado, y después, en una plaza destinada a este fin, el marido del ama de la casa donde había vivido el animal le disparaba con un arco.

Dentro de estas fiestas dedicadas al oso, la de los khantis y la de los mansis son remarcables. Una vez que habían matado al animal, los cazadores lo transportaban fuera del bosque en una barca, durante el verano, o en un trineo, durante el invierno, y le dejaban en el granero. Durante el recorrido, todos los que se encontraban con los cazadores se regaban los unos a los otros con agua. Se trata de un antiguo ritual de purificación que ha acabado convirtiéndose en una diversión. Por la tarde, todos los habitantes del poblado eran invitados a «la Fiesta del Oso», llamada también «el juego del oso». El lugar de honor se destina a la piel del animal, que conservaba la cabeza y las patas. La colocaban de manera que pareciera que el animal estaba dormido y no muerto, con la cabeza sobre las patas. Delante del morro, siempre había un obsequio, que podía ser vodka, pan, etc. Los que entraban en la casa saludaban al oso con una reverencia, las mujeres le daban un beso en el morro, a través de un pañuelo, y le ofrecían monedas, cintas o dulces. Todos se mojaban nuevamente con agua. La madre del amo de la casa aromatizaba le estancia quemando «chaga», que es una excrecencia resinosa de abedul. Después entraban dos hombres con máscaras hechas también con abedul y, al ritmo de un instrumento musical parecido a la lira, cantaban canciones sobre el oso y su vida en el bosque. Detrás de los cantantes aparecían tres o cuatro actores, también cubiertos con máscaras y que siempre eran hombres, aunque representaban papeles de mujeres. Asimismo representaban escenas sobre la caza, la pesca y la vida cotidiana. Después de uno de los interludios, aparecía una mujer con un vestido de color rojo brillante y con franjes blancas bordadas en la faldilla. Llevaba la cabeza y el rostro cubiertos con un gran pañuelo adornado con borlas, para que el oso no pudiese ver su cuerpo. Siguiendo el sonido de la música, la danzarina giraba y giraba moviendo los brazos. A continuación otra mujer representaba la pantomima de «el oso cogiendo frutos del bosque». Con gestos torpes, iba saltando cómicamente sobre un pie y sobre el otro como si fuese un oso. La diversión se alargaba hasta la madrugada y se retomaba a la tarde siguiente.

Dependiendo de si el animal era macho o hembra, la fiesta duraba cinco noches (macho) o cuatro (hembra), de acuerdo con un cálculo sagrado, ligado a las representaciones del alma. La segunda tarde guarnecían la cabeza del oso con figuritas de renos hechas de pasta, utilizando ramitas para representar las cornamentas. Con ello, la dueña de la casa daba a entender que había preparado obsequios para los invitados. Cada noche la fiesta comenzaba con representaciones de leyendas o canciones sobre el origen del oso y su vida. En la fratria de Por, supuestamente descendiente de un oso y una mujer, se anticipaba cada danza con una canción en la que los pretendidos descendientes del oso invocaban sus antepasados y les invitaban a la fiesta «para el éxito de la caza y el bienestar de la gente». Las fratrías fueron un tipo de agrupaciones sociales propias de la Antigua Grecia. En sentido antropológico, se trataba del agrupamiento de dos o más clanes de una tribu o un pueblo. Antes de la última noche, que se consideraba la más importante y durante la cual se volvían a recitar leyendas sobre el oso y se bailaban las danzas de los antepasados de las tribus, algunos hombres hervían la carne del oso en un recipiente especial. El banquete colectivo tenía lugar esta última noche. No se podían utilizar cuchillos ni cubiertos metálicos, únicamente unos bastones especiales que no rompiesen los huesos ni las articulaciones. La cabeza quedaba reservada a los hombres. Al acabar se enterraban los huesos, en que los extraídos del cráneo se conservaban en un lugar preeminente. Antiguamente, hasta la primera mitad del siglo XX, los khantis y los mansis celebraban periódicamente la fiesta del oso como una fiesta de sus fratrias. Se trataba de una fiesta privada y destinada a los miembros del grupo. Parece ser que originariamente tenían prohibido comer la carne del oso porque se trataba de un antepasado. Gradualmente, las prohibiciones se fueron debilitando, igual que sus tradiciones. Su fiesta se abrió a todas las otras tribus y finalmente a todo el mundo. Por si acaso, al oso se le explicaba frecuentemente que había muerto por culpa «del fusil ruso».

Algunas narraciones míticas de estos nativos de la taiga y de la tundra fueron transmitidas oralmente de generación en generación. Hay miles de leyendas, que varían de unas tribus a otras. Como sucede con muchas otras poblaciones indígenas del planeta, como los aborígenes australianos, los pueblos nativos africanos, los inuit, etc., todas estas leyendas explican fenómenos naturales y el lugar del ser humano en el Universo. Además, justifican determinadas normas para el comportamiento humano y preservan sus tradiciones. En estos pueblos indígenas los relatos relacionados con la creación se asocian a seres mitológicos, a dioses bondadosos, a animales sagrados que residen en un mundo superior y que a partir de su obra o de su propio sacrificio dan lugar al origen del mundo tal y como lo conocemos. Generalmente, parten de un mundo pasado donde imperaba la oscuridad o donde dominaban las aguas. También es frecuente, como en muchas otras culturas, que en estos mismos relatos se introduzca el mito de la creación del hombre o de su tribu. En muchas de estas cosmogonías aparece un ser supremo que ha existido desde siempre, ya que nunca fue creado sino que siempre estuvo ahí. Ese ser superior creó la Tierra y le dio la forma actual y, además, es el creador de la vida de plantas, animales e incluso seres humanos. En esta ingente tarea, ese dios o ser supremo puede contar con la ayuda de otros seres sobrenaturales y divinos, aunque de rango menor. Esa oscuridad primordial o ese mundo primario de agua fue sustituido por la luz y por tierra cuando intervino ese ser supremo y divino. Los algonquinos forman un grupo de pueblos nativos de Canadá, Estados Unidos y norte del estado mexicano de Coahuila, que hablan las lenguas algonquinas. Cultural y lingüísticamente, están estrechamente relacionados entre ellos. Entre los pueblos algonquinos tenemos los odawa y los ojibwe, junto a los cuales forman el agrupamiento Anishinaabe, que también incluye los cree, los kikapú, los pies negros o los innu. «Algonquino» es en realidad el nombre de una de sus tribus. Los pueblos algonquinos se extienden desde Virginia a las Montañas Rocosas y por el norte a la bahía de Hudson. La mayoría de los algonquinos, no obstante, viven en Quebec. Las nueve tribus algonquinas en esa provincia y una en Ontario tienen actualmente una población total de unas 11.000 personas.

Los algonquinos fueron las primeras personas en vivir en lo que hoy es la ciudad de Nueva York. Eran parte de un gran grupo que hablaba la misma lengua y que vivía a lo largo de la costa este de Norteamérica. Estaban divididos en muchos grupos familiares, y en cada grupo se llamaban a sí mismos por el lugar o área geográfica donde vivían. Los Canarsies vivían en Brooklyn, Los Rockaways, Manhassets y Massapequas vivieron en lo que hoy es Queens y Long Island. Según el relato algonquino relacionado del origen del mundo, la Tierra tuvo dos hijos polares. Ppor un lado estaba Glooskap, que era piadoso, bueno y creativo, y, por otro, Malsum, que, al contrario que su hermano, era malvado, destructivo y egoísta. Cuando la Madre Tierra murió, el primero de los hermanos, el bondadoso, creó las plantas, los animales y también a los seres humanos a partir de su cuerpo. Malsum también contribuyó en la tarea de la creación, pero dando origen a las plantas venenosas y a las serpientes. Pasó el tiempo y Malsum se obsesionó con su bondadoso hermano y planeó cómo matarle. Malsum bromeaba con su hermano sobre lo invencible que él era. Sin embargo, sí que podía ser muerto por las raíces de un helecho. En su delirio, Malsum intentaba sonsacar a su hermano Glooskap, de qué modo podía morir. Tan bueno era Glooskap que no podía mentir a su hermano y finalmente le dijo que podía encontrar la muerte mediante una pluma de búho. Triunfante, Malsum había averiguado la forma en qué podía asesinar a su hermano. Elaboró un dardo hecho con plumas de búho y mató a su hermano. Sin embargo, según cuenta esta leyenda, Glooskap regresó de entre los muertos, ya que el poder del bien es más fuerte que el del mal, y tuvo que vengarse de su perverso hermano, ya que sabía, muy a su pesar, que Malsum seguiría intentando deshacerse de él. Así, Glooskap tuvo que matar a Malsum para que las criaturas que había creado y él mismo, pudiesen sobrevivir. Glooskap atrajo a Malsum a una corriente y le dijo que también podría ser matado con una especie de planta. Entonces el dios bueno arrancó un helecho y se lo arrojó a su hermano que murió inmediatamente. Según este mito, el espíritu de Malsum se transformó en una especie de lobo y ahora, por las noches, caza humanos y animales.

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Otro relato nos cuenta cómo otro dios, Michabo, estaba un día cazando con su manada de lobos, cuando se percató de que sus lobos se metieron en el lago, pero no regresaron. Michabo se introdujo en el lago para sacarlos fuera y de repente el mundo se inundó al tiempo que él lo hacía. Entonces este dios, envió un cuervo para que buscase tierra con la que poder construir un nuevo mundo, pero el pájaro no encontró nada. Entonces, una nutria partió con el mismo objetivo, pero tampoco obtuvo buenos resultados. Como se puede ver, este relató tiene algunos puntos en común con el de Noé. Michabo mandó entonces a un nenúfar que regresó con suficiente tierra para crear una nueva tierra. Michamo se sintió complacido y los dos se casaron y se convirtieron en los padres de los seres humanos. En la mitología de varias tribus de la tundra norteamericana, se habla de un «Tiempo Lejano» (Khadontsídnee) en el cual todas las criaturas, incluyendo plantas, animales y seres humanos, vivían interrelacionadas entre sí, como en el Jardín del Edén. Todos hablaban el mismo idioma y tenían una forma parecida. En esos relatos se explica cómo esos humanos terminaron por convertirse en los animales y plantas que actualmente conocemos. Esta mitología ofrece una percepción particular de la naturaleza, ya que recuerda que debemos respetar a la naturaleza, ya que animales y plantas también tienen espíritu. En los relatos que se desarrollan en ese Tiempo Lejano se explica el origen del Sol, de la Luna y de otros astros, así como ciertos elementos de la naturaleza, como las montañas, el viento o las tormentas. Una figura principal en esos relatos cosmogónicos es el Cuervo. Se trata de un ser impreciso que finalmente adopto la forma de un cuervo siendo el responsable de la creación del mundo. El Cuervo es el protagonista en muchas leyendas de estas tribus de la tundra norteamericana y ocupa un lugar fundamental en la mitología y en los rituales de estos pueblos. Es conocido por los tanaina, los kutchin, los tinglit y kaska, por los cree, que lo llamanWísakedjak, y también por los ojibwa, que lo denominan Nanabush, y los naskapi, quienes lo conocen como Djokabísh. Para todos estos pueblos el Cuervo creó al hombre a partir de la piedra. Sin embargo, en cada tribu podemos encontrar mitos que cuentan el origen particular de su propia tribu. Así es el caso, por ejemplo, de los chippewa, los dogrib, los haré, los slave y los yellowknife, que según sus mitologías, sus pueblos compartían el nacimiento mítico de una mujer casada con un perro, que se convertía en un hombre por la noche. Ello recuerda las leyendas sobre hombres-lobo.

Las leyendas de los haida hablan de Nankí’IsLas-lina´-i, que viene a significar «Él se va a transformar en aquel cuya voz se ha de cumplir». De él cuentan que creó la Tierra cuando sobrevoló sobre el mundo cubierto por las aguas. Desde la forma de la Tierra, hasta las pulgas, pasando por el comportamiento de ciertos animales, todo ello y mucho más fue creado por el Cuervo. En muchos relatos, como el de la luz del día, el Cuervo embustero puede cambiar de forma. Al principio, solamente había oscuridad. La gente hablaba y se hacía preguntas sobre algo que nunca habían visto, como era la luz del día. Algunos comentaban que el jefe del río había guardado la luz del día en una caja especial. El Cuervo vivía en este mundo sin luz. Era ambicioso, embustero, entrometido y orgulloso. Además este animal podía cambiar de forma para satisfacer sus propias necesidades. Un buen día, El Cuervo decidió hacer averiguaciones para hallar la luz, así es que se transformó en una aguja de cicuta y se deslizó cayendo dentro de un arroyo de agua fresca. Cuando la hija del jefe del río llegó al lugar para beber, El Cuervo fluyó hasta su copa y la chica se lo tragó. A su debido tiempo, el Cuervo nació del interior de la hija del jefe, apareciendo como su legítimo nieto. El Cuervo creció rápidamente con el cariño y la adoración de su abuelo, a pesar de que sus ojos se parecían mucho a los de un cuervo. Un día, cuando el bebé berreaba, su abuelo le dejó jugar con la Caja de la Luna. Entonces, abrió la caja y la Luna se escapó subiendo hasta el cielo. Cuando el Cuervo se enfadó nuevamente, su abuelo, le dejó jugar con la Caja de la Luz del Día. Tan pronto como la tuvo en sus manos, el Cuervo se transformó en pájaro y echó a volar y desapareció en la oscuridad. El Cuervo llevó la Caja a los seres humanos y la abrió sigilosamente, permitiendo que algunos rayos de luz escapasen de su interior. Sin embargo, aún desconfiaban de este animal tan embaucador y no creían que realmente tuviesen en su poder la luz del día. Encolerizado por la incredulidad y el escepticismo de la gente, el Cuervo abrió por completo aquella caja y inundó el mundo con la brillante luz del día. Esto recuerda el caso de Prometeo, que entregó a los hombre el fuego de los dioses, así como el caso de la Caja de Pandora. La importancia del Cuervo en la mitología de estos pueblos se refleja en sus manifestaciones artísticas. Así los haida, que son magníficos artesanos de la madera, elaboraban silbatos con forma de cuervos, de compleja decoración cuya interpretación se nos escapa. Los primeros silbatos con forma de cuervo pudieron ser empleados por los chamanes en sus complejos ritos y en la actualidad son empleados en ocasiones especiales.

La mitología ojibwa era muy elaborada. Antes del contacto con los colonos europeos, la religión de los chippewa tenía un organización similar a la política. Los principales ritos eran religiosos y supersticiosos y se centraban en torno del Medewiwin, o Gran Sociedad de la Medicina, abierta a hombres y mujeres que tenían funciones chamanísticas, curativas y mágicas. Según cuenta un mito ojibwa, Nanabush, que es el ser superior (el Cuervo), enseñó a esa Gran Sociedad de la Medicina de los pueblos los rituales para salvarlos de la extinción provocada por una enfermedad mortal. Nanabush contaba con una tienda que le habían construido los poderes superiores e inferiores, donde recibió la sabiduría para curar. Aprendió a utilizar las medicinas y las plantas y los rituales adecuados. Además, estudió el modo de venerar a la Nutria Sagrada y al Oso. Entonces, Nanabush descendió a la Tierra con su bolsa de medicinas y enseñó al pueblo, introduciéndolo en los enigmas de la Gran Sociedad de la Medicina o Medewiwin. El «atrapa-sueños» en la mitología ojibwa, es un objeto de gran significado y vital importancia, relacionado con el origen de su pueblo. Los ojibwa se llaman a sí mismos anishinabe, que viene a significar «los primeros hombres». En ocasiones utilizan una especie de abreviatura, Shinob, que es empleada como un apodo entre ellos. Los ottawa y los potawatomi también se autodenominan anishinabe, y se cree que en algún momento del pasado lejano de estas tribus, las tres formaban un único pueblo. Según cuenta una leyenda chippewa, en el pasado, en el antiguo mundo, los clanes ojibwa estaban ubicados en la zona conocida como Islas Tortuga. Los sabios cuentan cómo en este tiempo lejano, Asibikaashi (la Mujer Araña) ayudó a Wanabozhoo a traer de vuelta al Sol (giizis), para que alumbrase nuevamente a la gente. Fue entonces cuando Asibikaashiestableció el sitio donde debía quedarse, un lugar ideal para ella, que se encuentra antes del anochecer. Según la leyenda, si todavía estás despierto al anochecer, puedes buscar ese sitio especial donde Asibikaashi se encuentra, y puedes ver el milagro de cómo ella capturó los rayos de Sol, al tiempo que la luz centelleaba. Asibikaashi cuidó de sus niños y de la gente de la tierra, y todavía se preocupa por ellos. Cuando el pueblo de los ojibwa se dispersó por todo el continente, a Asibikaashi se le complicó la tarea de hacer su viaje a cada uno de esos recién nacidos. Así es que las madres, las hermanas y las abuelas adoptaron la costumbre de tejer telarañas mágicas para los bebés. De ese modo, se adoptó la forma de un círculo que viene a representar el viaje del Sol que cruza diariamente en cielo.

Fuentes:

  • Roland Barthes – Mitologías
  • Edouard Schure – Tratado de Cosmogonía
  • Anesaki Masaharu – Mitología Japonesa
  • María Delia Solá –  El origen mitológico de los pueblos
  • Anne Birrell – Chinese Mythology: An Introduction
  • Nivedita, Sister & Coomaraswamy, Ananda – Mitos y leyendas Hindúes y Budistas
  • Derk Bodde – Myths of Ancient China
  • John S. Major – Myth, Cosmogony, and the Origins of Chinese Science
  • E.T.C. Werner – Cosmogony – P’an Ku and the Creation Myth, in Myths and Legends of China
  • Martin Haug – The Aitareya Brahmanam of the Rigveda, Containing the Earliest Speculations of the Brahmans on the Meaning of the Sacrificial Prayers.
  • Subhash C. Kak – Birth and Early Development of Indian Astronomy
  • Dick Teresi – Lost Discoveries: The Ancient Roots of Modern Science – from the Babylonians to the Maya
  • G. Aston – Nihongi: Chronicles of Japan from the Earliest Times
  • Robert S. Ellwood, Richard Pilgrim – Japanese Religion: A Cultural Perspective
  • Joseph Mitsuo Kitagawa  – On Understanding Japanese Religion
  • Peter Torbay – Creation Myth
  • Jeremiah Curtin – Creation Myths of Primitive America

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