Lo que robamos a los niños al ‘encarcelarlos’ en casa

Rincón de la Psicología
Los hijos se han convertido en trofeos para sus padres y, como todo trofeo que se precie, deben estar a buen recaudo, preferentemente entre las cuatro paredes de casa, donde supuestamente estarán seguros. De hecho, la tendencia a encerrar a los niños en el hogar para protegerles de los peligros que les acechan allá “afuera” es cada vez más preocupante.

Los niños pasan menos tiempo al aire libre que los presos

Un estudio realizado recientemente ha desvelado que la mayoría de los niños pasa menos tiempo al aire libre que los reos en las cárceles. Esta investigación analizó los hábitos de 12.000 familias con hijos de entre 5 y 12 años y descubrió que a lo largo de diez países, los niños solo pasaban una media de 30 minutos al día jugando al aire libre.
Este estudio también desveló que en Estados Unidos casi la mitad de los niños y niñas en edad preescolar no salen a jugar fuera de casa todos los días. En el Reino Unido la realidad no es muy diferente: el 64% de los niños sale a jugar fuera de casa menos de una vez a la semana y el 20% nunca se ha subido a un árbol.
Curiosamente, los investigadores no encontraron ninguna relación entre el tiempo que los niños pasaban fuera de casa jugando y los ingresos económicos del hogar o la percepción de la familia sobre la seguridad del barrio. Esto significa que se trata de una tendencia generalizada que va mucho más allá del nivel socioeconómico. El problema de base es mucho más sencillo: la mayoría de los padres no quieren que sus hijos se suban a los árboles, persigan ranas, se ensucien con el barro o jueguen solos con otros niños.
Para poner estos datos en perspectiva, basta pensar que los internos de las prisiones de máxima seguridad de Estados Unidos salen al patio al menos dos horas al día. Es un derecho. Al igual que debería serlo para los niños. Pero los padres y las escuelas se lo están arrebatando, y pretenden que los pequeños ocupen ese tiempo con las pantallas.

De hecho, si les preguntamos a las personas de más de 40 años cuáles son sus mejores recuerdos de la infancia, la mayoría se referirán al juego y la diversión al aire libre. Sin embargo, muchos de los niños de hoy no tendrán esos recuerdos, o al menos no podrán darle forma a tantas memorias de ese tipo. En la actualidad solo el 21% de los niños sale a jugar todos los días al aire libre, aunque al 71% de sus padres sí se les permitía.

¿Por qué es tan importante que los niños jueguen al aire libre con sus coetáneos?

Existe un sinfín de buenas razones para que los niños pasen tiempo jugando al aire libre, preferentemente con sus coetáneos.
1. Aprenden a tomar decisiones, resolver problemas, autocontrolarse y seguir las reglas. El juego al aire libre, sin la supervisión de los adultos, es un excelente maestro para que los niños vayan aprendiendo a resolver los problemas que se presentan. De hecho, si quieren ser aceptados por el resto del grupo, también se verán obligados a controlar algunos de sus comportamientos y a seguir las reglas pactadas.
A medida que los niños negocian con sus coetáneos van aprendiendo a controlarse, tomar decisiones y resolver sus propios problemas. Se trata de habilidades fundamentales que les enseñan que ellos tienen el control de sus vidas, una sensación de empoderamiento que les protege de la ansiedad y la depresión, trastornos muy difundidos que suelen ser el resultado de la sensación de falta de control sobre la vida.
2. Aprenden a manejar sus emociones, incluyendo la ira y el miedo. En el juego al aire libre, sin la supervisión de los padres, a menudo los niños se meten en situaciones complicadas, tanto desde el punto de vista físico como social. Si quieren salir airosos, deben aprender a controlar sus emociones. Por ejemplo, es probable que la primera vez que un niño tenga que subirse a un árbol sienta miedo, pero muy pronto lo dominará, sobre todo si está delante de sus amigos.
De esta forma ese niño aprenderá a regular sus emociones y a tomar el mando. Aprenderá que hay situaciones que dan miedo pero que ese temor se puede vencer sin necesidad de sentirse ansioso o abrumado porque en realidad no hay ningún peligro. Este “entrenamiento emocional” natural le permitirá ir creando un arsenal de herramientas psicológicas que le serán muy útiles en su vida futura.
3. Aprenden a ser más creativos. Cuando los niños juegan fuera de casa se sienten más libres, por eso suelen apostar por juegos no estructurados que estimulan su fantasía, creatividad e inteligencia. Imaginar castillos en el aire, criaturas mágicas o convertir la rama de un árbol en una espada estimula las conexiones neurales y potencia el desarrollo del cerebro, sobre todo del hemisferio derecho.
Por otra parte, los juegos al aire libre les permiten explorar el mundo que les rodea y hacer nuevos descubrimientos sorprendentes. Las cosas que encuentran a su paso estimulan constantemente su fantasía ya que no son juguetes diseñados para un fin preciso, sino que pueden tener mil usos diferentes en función de cuánto dejen volar su imaginación. Por eso, los niños que pasan más tiempo en la naturaleza suelen fijarse más en los detalles y aprenden muy pronto a apreciar los pequeños placeres de la vida.
4. Aprenden a ser independientes y responsables. Cuando los niños están lejos de sus padres y estos no pueden fungir como mediadores ni resolver los problemas en su lugar, deben aprender a encontrar soluciones por sí solos. Esto significa que deberán valorar diferentes alternativas, probar distintas soluciones y quizá equivocarse, hasta que encuentren la respuesta que necesitan.
De esta manera los niños aprenden a ser autónomos e independientes, van tomando las riendas de su vida y desarrollan una mayor responsabilidad pues poco a poco van comprendiendo que sus decisiones tienen consecuencias, y que estas dependen casi exclusivamente de ellos. Así se formará un adulto consciente y seguro de sí.
5. Aprenden a apasionarse y a desarrollar intereses propios. En la escuela los niños no suelen elegir las actividades en las que se involucran, deben seguir a la letra el plan de estudios. Además, en muchas ocasiones se esfuerzan solo por alcanzar una buena calificación, un trofeo o una alabanza, pero no porque les interese realmente la actividad.
Al contrario, el juego libre es una oportunidad única para que los niños exploren sus intereses, sin ningún tipo de presión social. En este caso, los niños pueden abandonar la actividad cuando se aburran, porque el objetivo final no es alcanzar un resultado sino disfrutar de lo que hace. De esta forma los niños aprenden a apasionarse por lo que hacen, buscan sus pasiones y comprenden que más allá de los resultados, lo importante es disfrutar del proceso. Así escapan de las garras del «conclusionismo«.
6. Aprenden a hacer amigos y a llevarse bien con los demás. El juego social es una forma natural de hacer amigos y aprender a relacionarse con los demás de una manera justa. De hecho, como el juego es una actividad voluntaria y los niños pueden abandonarlos en cualquier momento si se sienten incómodos, muy pronto los pequeños comprenden que para divertirse necesitan a sus compañeros de juego y tratan de limar las asperezas que puedan surgir para seguir jugando.
Por eso el juego, sin la supervisión de los adultos, les permite a los niños entrenar sus habilidades sociales, desarrollar la sensibilidad y la empatía. Los pequeños aprenden muy pronto a detectar las emociones de los demás y a responder en consecuencia, modulando sus actitudes y comportamientos. De esta forma se estimula su inteligencia social, que es fundamental para tener éxito en la vida e incluso para evitar el acoso escolar.
7. Aprenden a ser felices. El juego no es solo una actividad desarrolladora sino que es una fuente de felicidad, satisfacción y bienestar. La mayoría de los niños se sienten felices jugando al aire libre con sus amigos. Cuando corren, juegan y están en contacto directo con la naturaleza sus sentidos se estimulan, lo cual genera sensaciones muy placenteras.
Por otra parte, este tipo de juegos les ayuda a liberar energía y, a la larga, genera una agradable sensación de tranquilidad. De hecho, un estudio llevado a cabo en la Universidad de Cornell desveló que los niños que vivían en grandes ciudades y no solían estar en contacto con la naturaleza tenían niveles más elevados de estrés y ansiedad, en comparación con los pequeños que vivían en entornos rurales y salían a jugar a menudo, quienes también eran más resilientes ante la adversidad.
Por tanto, no les robemos a los pequeños estas increíbles experiencias, que son también una valiosa oportunidad para crecer. No olvidemos que los niños deben jugar, salir a la calle y ensuciarse, esa libertad les convertirá en adultos más seguros y felices.
Fuentes:
Berland, E. et. Al. (2016) Why dirt is good? RSPB.
Wells, N. M. & Evans, E. W. (2003) Nearby Nature: A Buffer of Life Stress Among Rural Children. Environment and Behavior; 35(3): 311-330.

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