Aida. Causas y efectos: la responsabilidad de lo ejecutado

por  David Topí

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El mundo en el que vivimos está conformado por múltiples niveles que nos permiten estar conectados y sintonizados con una u otra sub-realidad. El mundo del día a día que cada uno percibe depende de a qué nivel de frecuencia o vibración estás conectado, así que cuando alguien ve la vida de forma completamente diferente a ti, como ya sabéis y hemos explicado muchas veces, es porque posee unos componentes psíquicos, energéticos y mentales que le hacen decodificar las cosas de forma completamente distinta al resto.

Hasta aquí, nada nuevo, ahora, ¿que sucede cuando te manipulan tu percepción de la realidad para que creas o hagas ciertas cosas, y para que tomes una determinada acción que luego tendrá unas repercusiones por aquí y por allá de las cuales no podrás escapar, ya que tu mismo las has puesto en marcha, aun cuando hayas sido, supuestamente, manipulado o inducido o simplemente dirigido para ello? Hace unos días, viendo la película Eye in the Sky (Espías desde el Cielo), me di cuenta que mostraba perfectamente este tipo de situaciones, y lo ridículo que es el ser humano cuando intenta evadirse de las responsabilidades de sus acciones, o manipula a otros para que tomen la misma, en la película, en un contexto bélico.

El ejecutor de la acción, el receptor del efecto

El ser humano es la fuente co-creadora de la realidad en la que existe, y por eso hemos de apechugar con aquello que nosotros mismos manifestamos en nuestro mundo particular, ya que, te hayan inducido a crearlo o no, las leyes cósmicas no eximen de responsabilidad a quien generó algo por el hecho de haber sido empujado o engañado a hacerlo, consciente o inconscientemente.

Aquel que ejecuta la acción de hacer algo es el responsable máximo de lo ejecutado y, energéticamente, el instigador o manipulador, si lo hay, y si acaso, se lleva a lo sumo otro tipo de “karma” o efecto asociado mucho menor. Los que ejecutan físicamente las órdenes de otros proveniente de niveles percibidos como superiores en la escala de poder, sean soldados, policías, personas de a pie, empleados, subordinados, o lo que sea, son los que se llevan las consecuencias “energéticas” y efectos de aquello que se pone en marcha, de ahí la importancia de la responsabilidad personal ante lo que hacemos en todo momento.

Por mucho que un teniente coronel mande a batallones de soldados a una guerra y se maten miles de personas de ambos bandos por ello, son los soldados los que cargan con la responsabilidad de la causa y el efecto por lo ejecutado (p.ej. la muerte de otra persona), y no el teniente coronel, aunque de cara a nuestra sociedad, y sus leyes, quizá también se juzgue al impulsor de la idea o de la orden. Pero, a nivel energético, quien va a recibir el paquete de vuelta, ahora o dentro de 50 años, siempre es el ejecutor el que lleva el peso, y quien cargará con las consecuencias de ello en su camino personal y proceso evolutivo.

Excusas que eluden la responsabilidad

Cuando alguien se escuda en que hice esto o aquello por que me lo mandó mi jefe, mi amigo, mi padre, mi profesor, mi superior, etc., la responsabilidad de cara a la galería es posible que pase públicamente hacia esa persona que instigó tal o cual acción, pero la responsabilidad de cara a las leyes cósmicas, a los procesos evolutivos, a las consecuencias que tendrá la acción ejecutada, si es evidentemente contraria al bien mayor de aquellos que la sufren, es siempre e inequívocamente para los que la ejecutan. Así, sabiendo esto, aquellos que dirigen el cotarro en el centro del sistema de gestión humana, nunca toman acción directa ellos mismos, pues saben que así evitan la repercusión en sus vidas y en sus procesos evolutivos de cualquier efecto producido por lo que ellos han maquinado, instigado, pero no han ejecutado. Es un conocimiento que se dispone desde hace siglos entre los que mueven los hilos, y por ello siempre serán otros los que “paguen” principalmente por las causas puestas en marcha y los daños sufridos hacia terceros, sean del tipo que sea, pues energéticamente, el que induce a otro a cometer un acto negativo sobre un tercero, no tiene la responsabilidad al mismo nivel que el que se deja inducir y ejecuta el acto.

Volver a tomar el control de las causas y efectos

El hecho de retomar el control de nuestros propias acciones requiere ser conscientes de que uno es el último responsable de todo, y será el receptor de todo efecto que aquello que realiza tenga, y que, para las dinámicas que existen por debajo de todos los eventos, situaciones, procesos y sistemas bajo los que vivimos, el que recibe el bumerán de vuelta siempre es quien lo ha lanzado, no quien te dijo que lo lanzases.

Si todo el planeta fuera consciente de esto, y supiéramos ver las repercusiones personales y evolutivas de aquello que hacemos, no acataríamos órdenes ni directrices de los demás sin tener claro que tipo de consecuencia traerá para con aquellos que son receptores de nuestros actos, ni para con nosotros mismos. El hecho de que el efecto de nuestra causa puesta en marcha ahora no nos llegue hasta dentro de un cierto tiempo, sean días, semanas, meses, años o vidas, no exime de que así sea el 100% de las veces. Somos inconscientes por naturaleza y programación de que vivimos en un mundo donde no existe nada que hagamos que no tenga una repercusión a muchos niveles, como no hay piedra lanzada a un estanque que no genere ondas de reverberación, las cuales, si las comprendiéramos, nos abrumarían al ver cuanto llegan a abarcar e influenciar lo que nos pasa a cada uno de nosotros. El efecto mariposa es real, en infinitos gradientes, y la sola emisión de pensamientos, emociones, palabras y actos tiene consecuencias, nimias o importantes, buenas o malas, pero siempre las hay.

No hay poder más importante sobre uno mismo que recuperar la capacidad de poner en marcha solo aquello que deseamos poner en marcha, es decir, hacer, sentir, pensar, decir y ejecutar solo lo que realmente uno desea y siente como correcto, y no lo que hacemos, decimos o ejecutamos porque nos lo imponen otros, sean personas directas, sean estructuras sociales, financieras, jurídicas, sanitarias, políticas o económicas.

El hecho siempre es igual, las fuerzas (y son fuerzas conscientes de alto nivel jerárquico, no es una mera metáfora) que mantienen las dinámicas de la manifestación de la realidad en marcha no juzgan, no interpretan, no hacen juicios morales, sino que atienden únicamente a los procesos energéticos que cada uno de nosotros ponemos a rodar, y así se aseguran de que empecemos a ser conscientes de la responsabilidad que conlleva ser el conductor de nuestra propia vida. De no ser así, siempre tendríamos la excusa para darle la responsabilidad de nuestros actos a otros, que nos dijeron que hiciéramos tal cosa, que nos dijeron que hiciéramos tal otra…

No existe la idea de “pobrecito, se dejó engañar o fue manipulado, o no sabía lo que hacía”, cuando se trata de este tipo de mecanismos, ni siquiera existe el concepto asociado a los mismos para aquellos niveles que los rigen. Es todo cuestión de causa y efecto, y por eso la responsabilidad siempre es individual y hacia el ejecutor o manifestador final del acto. Mientras no comprendamos esto, seguirán saliéndose con la suya aquellos que nos mandan a luchar en sus conflictos, nos mandan a hacer tal o cual cosa, nos empujan a pensar esto o aquello, no abruman para que nos movamos para aquí o para allá, etc., sin “pagar” directamente nunca por ello, pues sus vidas, al no ser los ejecutores finales, no se verán afectadas en el consecuente grado que les tocaría por las leyes que subyacen bajo los procesos de la causalidad.

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