El estrés de las madres altera la genética cerebral de sus hijos

Desde hace décadas se dice que los niños son como esponjas. Ahora la ciencia demuestra que esta afirmación es cierta. Sin embargo, esa enorme capacidad para adaptarse al medio es un arma de doble filo. Durante los primeros años de vida las neuronas tienen una plasticidad enorme, lo cual significa que el cerebro puede alcanzar un gran potencial o, al contrario, puede sufrir daños difíciles de reparar. Y los padres juegan un papel determinante para inclinar la balanza en uno u otro sentido.
La relación que los padres establezcan con su hijo, su capacidad para satisfacer sus necesidades emocionales e incluso su estado de ánimo a lo largo de los primeros años influirá en el desarrollo psicológico del pequeño y dejará una huella profunda que probablemente le acompañará durante toda su vida.

De hecho, diferentes investigaciones han relacionado la depresión materna con la aparición de trastornos mentales en los niños. También se conoce que cuando los padres tienen problemas de pareja y discuten mucho, sus hijos se vuelven emocionalmente inseguros y tienen dificultades para establecer relaciones saludables en la adultez. Además, se ha comprobado que cuando los padres están sometidos a un gran estrés, es más probable que sus hijos desarrollen algún problema emocional.
Ahora un nuevo estudio realizado en la Universidad de Wisconsin desvela que los problemas no se limitan al ámbito psicológico, el estrés de los padres también puede alterar la genética de sus hijos y hacer que en su cerebro se formen conexiones que terminarán influyendo en su reacción ante la adversidad.
De hecho, es la primera vez que los científicos encuentran una relación entre el estrés de los padres y el ADN de los hijos. Este estudio comprueba que la crianza, y nuestras experiencias en sentido general, pueden afectar nuestra genética.
La respuesta ante el estrés también está determinada por los genes
La idea de que el estrés puede afectar el ADN y el desarrollo cerebral proviene de una investigación llevada a cabo en el año 2004 en la Universidad McGill. Estos investigadores trabajaron con un grupo de ratones y comprobaron que cuando las madres cuidaban bien a sus crías, en estos se activaba un gen que desencadenaba un mecanismo a nivel cerebral gracias al cual los pequeños ratones desarrollaban una mayor tolerancia ante el estrés, eran capaces de adaptarse mejor a los cambios, se mostraban menos temerosos y eran más propensos a explorar su entorno.
Más adelante, un estudio realizado con personas en el Douglas Mental Health University Institute desveló que el abuso infantil y la negligencia paterna también pueden silenciar los receptores de las hormonas del estrés en el cerebro. Se apreció que en los niños que sufrieron abusos durante su infancia y que después se habían suicidado, el gen que debía activar los receptores de las hormonas del estrés se mantenía apagado.
El problema es que cuando este gen se silencia, el sistema natural de respuesta ante el estrés no funciona adecuadamente, por lo que resulta más difícil lidiar con los problemas y las adversidades, haciendo que esas personas sean más susceptibles a desarrollar trastornos psicológicos y cometer suicidio.
De hecho, otro estudio realizado en la Universidad de Columbia Británica desveló que cuando las madres estaban deprimidas o ansiosas, el gen que se encarga de activar los receptores de las hormonas del estrés también solía silenciarse en los recién nacidos. Esto hacía que esos pequeños se mostraran más temerosos, que les resultara más difícil adaptarse a los cambios y que tuvieran problemas para lidiar con las situaciones estresantes.
Madres estresadas, hijos menos resilientes
Este nuevo estudio desvela que para que se produzcan cambios a nivel de ADN no es necesario que los niños hayan sufrido abusos físicos. Estos investigadores analizaron a cientos de padres durante más de una década. Los padres respondieron una serie de cuestionarios en diferentes momentos de la vida de sus hijos: cuando estos eran apenas unos bebés, a los 3 y 4 años y más tarde, al llegar a la adolescencia. A través de esos cuestionarios los investigadores evaluaron el nivel de estrés de los padres. Al llegar a los 15 años, los científicos analizaron el ADN de esos 109 adolescentes.
Encontraron diferencias en el ADN de los niños cuyos padres habían puntuado más alto en la escala de estrés. También se apreció que el estrés de ambos padres no incidía de la misma forma. De hecho, un nivel de estrés elevado en las madres durante los primeros años de vida de sus hijos estaba vinculado con alteraciones en 139 genes. El estrés paterno incidía menos, aunque se pudo vincular con cambios en 31 genes. Esta diferencia puede deberse a que muchos padres se implican menos en la crianza de los hijos, por lo que es probable que el impacto de su estado emocional sea menor.
Otro hallazgo importante indica que el estrés de las madres y los padres no provocaba cambios significativos en la expresión de los genes infantiles cuando ocurría después de los 3 años de vida. Es probable que esto se deba a que desde el nacimiento hasta los tres años es la etapa de máxima plasticidad del cerebro, cuando las regiones cerebrales pueden adaptarse más e incluso asumir las funciones de otras zonas si estas sufrieran algún daño. A partir de esa edad el cerebro sigue cambiando pero lo hace a un ritmo más lento.
Entre los genes alterados (normalmente silenciados) por el estrés se encontraban dos particularmente importantes para el desarrollo del cerebro y el comportamiento ya que están relacionados con la comunicación celular y las membranas de las neuronas. Uno de los genes afectados es el NeuroG1, que estimula el crecimiento de nuevas neuronas, lo cual es fundamental para el desarrollo, el aprendizaje y la memoria.
Los investigadores explican que estos cambios en la expresión del ADN influyen sobre la forma en que se establecen las conexiones neurales y, por ende, en el funcionamiento cerebral. En práctica, al silenciarse el gen encargado de activar los receptores de hormonas del estrés, el niño no tendrá las herramientas a nivel neurológico que necesita para lidiar con las situaciones difíciles. Cuando en el cerebro no hay suficientes receptores para estas hormonas, como el cortisol y la adrenalina, estas se mantienen activas, causando daños en el cuerpo, mientras el cerebro es incapaz de buscar una solución adecuada. Por eso, es probable que el niño se muestre más irritable, impulsivo y temeroso.
Aún así, se debe aclarar que nuestro cerebro tiene una plasticidad increíble, por lo que los cambios en la expresión de los genes eso no significa que esos niños no puedan aprender a lidiar de forma asertiva con el estrés y desarrollar unaactitud más resiliente al llegar a la juventud o a la adultez, pero les resultará más difícil.
En cualquier caso, el mensaje para los padres es claro: el estrés no solo es dañino para los adultos sino también para los niños, sobre todo si son muy pequeños.
Fuentes:
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Oberlander, T. F. et. Al. (2008) Prenatal exposure to maternal depression, neonatal methylation of human glucocorticoid receptor gene (NR3C1) and infant cortisol stress responses. Epigenetics; 3(2): 97-106.
Preston, S. L. & Scaramella, L. V. (2006) Implications of timing of maternal depressive symptoms for early cognitive and language development. Clin Child Fam Psychol Rev; 9(1): 65-83.
Weaver, I. C. (2004) Epigenetic programming by maternal behavior. Nature Neuroscience; 7(8): 847-854.

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