La verdadera Arcadia.

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La palabra «Arcadia» forma parte de la cultura popular. Son incontables las referencias a este nombre, incluyendo desde pueblos de Estados Unidos hasta navíos, pasando por la fantasía y la Ciencia Ficción (¿alguien recuerda la Arcadia de «Espartaco y el sol bajo el mar»?). Y sin embargo, la más olvidada de todas las Arcadias es probablemente la Arcadia misma, la región que lo comenzó todo.

La chifladura por la «Arcadia» comenzó con Virgilio (el mismo de la «Eneida»), que ambientó en dichas regiones un conjunto de poemas, que son las «Eglogas». Como los renacentistas estaban cucufatos con Virgilio, los humanistas restauraron el mito de la Arcadia. Un poeta llamado Jacopo Sannazzaro le dio finalmente carta de naturaleza, escribiendo un poema llamado precisamente la «Arcadia», que apareció publicado por primera vez en 1504. El poema refiere la historia de un poeta desengañado de amores, que se marcha a la región de Arcadia justamente, y descubre un mundo idílico, pastoril, etcétera, en donde unos afectados pastores se lanzan bonitos poemas sobre la naturaleza bucólica y soñolienta los unos a los otros. Se abrió así la compuerta para toda la mitología pastoril, tan cara a los soñadores renacentistas y sus continuadores.

Pero como decíamos, la Arcadia de verdad fue bastante más bruta. En la geografía griega antigua, Arcadia era la región central de la península del Peloponeso, la única que carecía de acceso al mar (el Peloponeso es famosa por ser el emplazamiento de Esparta, pero esta ciudad estaba más hacia el sureste, en la región de Laconia, no en Arcadia). La región que nos ocupa era pobre y mugrienta, agreste y llena de montañas, y por lo tanto muy poco productiva. Sus habitantes eran terriblemente rústicos, con apenas un barniz de civilización encima, y parece ser que en épocas tan avanzadas para la Hélade como el Siglo de Pericles, ellos aún conservaban la costumbre de hacer sacrificios humanos en ciertos rituales religiosos. En lo político ni siquiera adoptaron el sistema de la pólis o ciudad estado, porque no tenían ciudades de importancia: se organizaban como en una especie de confederación de cantones o de clanes, un poco como Suiza o Escocia, pero a lo bestia. Tan pobre era su suelo y tan salvaje sus habitantes, que ningún conquistador, ni siquiera los fieros espartanos, se sentían tentados a invadirlos. Los árcades (habitantes de Arcadia) se salvaron así de numerosas invasiones, lo que creó la leyenda de que los arcadios era uno de los dos pueblos originarios de Grecia anteriores a todas las invasiones (incluyendo los antiquísimos aqueos y dorios), y que poseían dicho territorio desde antes de la creación de la Luna (el otro pueblo es el de Atenas, pero ellos por otras razones). El estudio de la toponimia, los nombres de lugares geográficos, parece darles la razón, porque muchos nombres árcades ni siquiera pertenecen al idioma griego.

¿En qué minuto se produjo entonces la transformación literaria? Los culpables fueron los poetas alejandrinos. En la Grecia Helenística, dentro de una cultura sofisticada y artificiosa, los poetas sintieron la pulsión de «regresar a la naturaleza» dándole un puntapié a la ciudad, demasiado grande y opresiva para su gusto. En este escapismo, dieron con referencias de esa región montañosa y salvaje, y en vez de imaginársela sucia y miserable, la creyeron una especie de refugio natural intocado por la «civilización». Estos poetas dieron nacimiento a la novela y la poesía pastoril, aunque como se ha observado varias veces, y el caso de los árcades parece confirmar, en realidad estos pastores son más nobles disfrazados que otra cosa. Milagros que produce la literatura de ficción…

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