El icono del «Dios Mismo»: ¿Símbolo de un conocimiento universal perdido?

 

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Existe evidencia significativa que apunta a que todas las culturas de la antigüedad estuvieron conectadas por un poderoso símbolo religioso. El autor Richard Cassaro lo llama el icono del «Dios Mismo», y destaca su presencia principalmente en las civilizaciones constructoras de pirámides.

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En el libro de Cassaro intitulado «El Enlace Perdido», se muestran más de 500 imágenes como evidencia del papel fundamental que habría tenido el misterioso símbolo en culturas tan diversas como la egipcia, china, sumeria, griega, inca, o persa, entre muchas otras. De la misma manera que el crucifijo unió a millones de cristianos en una sola religión, el icono del Dios Mismo hizo lo propio por quienes vivieron en tiempos a.C.

El Poder del Símbolo

Si recurrimos a un diccionario encontraremos que «un símbolo es una figura u objeto que tiene un significado convencional». Pero esta definición nos resulta incompleta. Para comenzar, un símbolo bien concebido representa algo más que su significado inmediato y obvio, domina el espacio-tiempo careciendo de coordenadas que lo ubiquen en un punto fijo y actúa de manera independiente de cualquier forma de religiosidad.

El poder de persuasión y de convicción del símbolo estriba, después de todo, en que a través de la imagen se vivencia un sentido, se despierta una experiencia antropológica vital, en la que se ve implicado el intérprete. En el momento de la interpretación, el sujeto debe aportar su propio imaginario que actúa como medio en el cual se despliega el sentido, y debe atender a las resonancias, a los ecos que en él se despiertan, convirtiéndose así en artífice de su propio templo espiritual.

Desde esta perspectiva, los antiguos dejaron pistas sobre más de un secreto universal plasmadas en el arte y la arquitectura. Tal sería el caso del icono del Dios Mismo.

Templos trípticos

Los paralelismos entre diferentes construcciones de la antigüedad, en culturas distantes tanto temporal como espacialmente, son asombrosos, sobre todo si tenemos en cuenta que algunas de ellas jamás tuvieron contacto entre sí. ¿Significa esto que existió una civilización madre que influenció a todas? ¿O acaso los «dioses» antiguos se encargaron de dejar un legado parejo para todos sus mortales adoradores?

Iconos del Dios Mismo en diferentes catedrales.

Iconos del Dios Mismo en diferentes catedrales.

Los francmasones sabían sobre esto y, desde que emergieron oficialmente a principios del siglo XVIII, intentaron inmortalizar estos conocimientos secretos de una religión universal en las catedrales góticas. Algo común en el diseño estándar de estas construcciones medievales es ver una gran puerta central flanqueada por dos más pequeñas, y dos torres a cada lado de un pasillo central. Nada original considerando el diseño de antiguos templos paganos en América, África y Asia:

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La puerta central es la «fuente» —el «alma» dentro del cuerpo—. Las puertas gemelas a cada lado representan las fuerzas opuestas de la dualidad que el alma debe confrontar y dominar en vida.

Este simbolismo tríptico es piedra basal de muchas sociedades secretas además de los francmasones, incluyendo los Caballeros de Pitias, la Antigua Orden Árabe de los Nobles del Relicario Místico, Skull & Bones, etc.

Izquierda: Logo de Starbucks (basado en el icono del Dios Mismo). Derecha: Motivo en el Centro Rockefeller, NYC.

Izquierda: Logo de Starbucks (basado en el icono del Dios Mismo). Derecha: Motivo en el Centro Rockefeller, NYC.

El Dios Mismo

Al igual que con los templos trípticos, el icono del Dios Mismo representa el alma del héroe o sabio que sostiene simétricamente dos objetos gemelos pero virtualmente opuestos a cada lado, dándole balance a la fuerza de la dualidad a través del cultivo de la propia energía física y mental.

Representación de Rebis, un ser mitológico, similar al ser humano pero hermafrodita. Aparece frecuentemente en oscuros textos de alquimistas. Simboliza la dualidad, la perfección, el ideal inalcanzable.

Representación de Rebis, un ser mitológico, similar al ser humano pero hermafrodita. Aparece frecuentemente en oscuros textos de alquimistas. Simboliza la dualidad, la perfección, el ideal inalcanzable.

La idea de un «Dios» externo que tanto pregonan las religiones mono y politeístas sería, pues, una distracción para lo que se cree es el verdadero propósito de una verdadera religión: reconocer la naturaleza eterna de nuestro propio espíritu y nutrir ese «Dios Mismo» que habita en nosotros.

La Edad de Oro

Los orígenes del icono del Dios Mismo pueden ser rastreados hasta lo que la mitología griega llama «Edad de Oro», la etapa inicial de las edades del hombre en la que vivió en un estado ideal o utopía, cuando la humanidad era «pura e inmortal». Algunos eruditos victorianos asociaron esta era prehistórica con la Atlántida de Platón y con la idea del surgimiento y caída de las grandes civilizaciones ligadas a ciclos naturales como el año platónico de 25.766 años.

En tiempos modernos, muchos investigadores se han aferrado a la idea que en la Era de Oro florecieron civilizaciones «tecnológicamente» más avanzadas. Sin embargo, e invirtiendo esos valores mecanicistas, Platón destaca a esta era por su civilización «espiritualmente avanzada» que justamente entró en el ocaso debido a olvidarse paulatinamente de su naturaleza «divina» (o Dios Mismo):

«Durante muchas generaciones obedecieron las leyes divinas, siendo así por su correspondencia entre el dios y su propia naturaleza. Predominaba el pensamiento grandioso y puro sobre todos los demás, afrontaban los avatares inevitables desde la virtud que conjuga suavidad y prudencia, y minimizaban las circunstancias presentes, sobrellevando con facilidad, como una molestia, el peso del oro. Es por ello que el equívoco y la pérdida de autodominio resultaban ausentes en su cotidianidad, al no cultivarse ni el vicio ni la riqueza, y que la vía para tal deferencia nacía de la amistad unida a la virtud común, siendo la honra de bienes externos el medio por el cual se suscitaba la pérdida de la integridad de ánimo y la bondad de vida.

»La prosperidad permaneció inalterada hasta llegado el momento en que su parte divina se agotó ante el predominio de lo humano, tantas veces que se mezcló con los mortales. La perversión y la desvergüenza fueron sustitutas de la virtud, confundiéndose la perfección y la felicidad con la injusta soberbia y el poder».

—Platón, Critias.

Más antiguo = ¿Más avanzado?

Los remanentes de la Edad de Oro no solo se evidencian en el lenguaje simbólico dejado por nuestros ancestros, sino también en —como ya hemos visto líneas arriba— la arquitectura. Uno de los hechos más sorprendentes es que muchos monumentos antiguos aún hoy en día siguen ostentando su grandiosidad y desatando la envidia de arquitectos e ingenieros modernos, representando un verdadero compendio de conocimientos astronómicos, geodésicos, matemáticos y geométricos.

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En Italia, por ejemplo, los acueductos y monumentos etruscos están mejor hechos que las posteriores construcciones romanas. La milimétricamente perfecta Gran Pirámide de Guiza es miles de años más antigua que las demás pirámides y monumentos de Egipto. El acueducto en Segovia, España (de autoría romana), es más avanzado que acueductos posteriores. El desarrollo de muchas tecnologías en el mundo antiguo parecen reflejar más una involución que un progreso lineal.

Quizás, y cumpliendo con la ley hermética de la correspondencia, lo anterior sea una muestra palpable del patrón trazado por el ciclo del Gran Año. Al igual que el auge espiritual de la Edad de Oro fue seguido por un decaimiento acelerado de éste, los monumentos antiguos fueron con el tiempo mermando en técnica, conocimiento, y conexión con algo más trascendental que la simple roca, solo conservando unos pocos —en secreto— el legado de la prehistórica religión del Dios Mismo.

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