Conocer o Ser

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La escuela de Atenas

“Babilonios somos; no nos vuelva la tentación de levantar ninguna torre juntos. Más bien ¡dejémonos ya de una vez por imposibles los unos a los otros, como buenos hermanos!”

Rafael Sánchez Ferlosio.

Tal como yo lo veo, en sus rasgos más gruesos y generales, las alternativas filosóficas de la actualidad se juegan entre dos modelos principales: un modelo más tradicional, pero ampliamente exitoso, que llamaré aquí -pero las denominaciones, así como la abstracción de su contenido, son exclusivamente míos y a nadie más se debe culpar- de “conocer”, y otro, que se pretende como futuro, pero que sólo se va insinuando, que más bien podría ser calificado como de “ser”. De manera que el pensamiento contemporáneo puede orientarse o bien a conocer o bien a ser, pero no de un modo mutuamente excluyente, en los siguientes y apretadamente resumidos términos:

”Conocer”, como se ha concebido desde Platón, o quizá antes, ha consistido en la aspiración a atrapar desinteresadamente la esencia de los hechos que nos rodean para, una vez obtenida la pieza de tal caza (la metáfora es del propio Platón), entonces adaptar pasivamente nuestro comportamiento a ella –a la esencia, no al grupo de hechos que pretende englobar, esto es importante.  La esencia se expresa mediante un concepto del entendimiento, y, por lo general, hasta Kant, se piensa que tal concepto identifica enteramente y de modo natural las cosas que engloba mejor que las cosas por sí mismas. Para asegurarse de que esto es así, debe, pues, como precaución preliminar, articularse una doctrina de método que garantice de que el acto de aprehensión es efectivamente no emotivo y carente de interés ulterior, o sea, puro (Descartes en la modernidad), y también una doctrina ontológica de fondo que postule que los hechos puntuales poseen efectivamente algo así como una esencia general que los recoge, en el entendido de que sus particularidades, sus diferencias, no los hacen irrepetibles. Sin estos dos requisitos no hay Filosofía posible, exaltada al puesto de Ciencia Primera o Ciencia Fundante de todas las demás, y todo el programa fracasaría. También el hombre mismo posee una esencia, sea porque así está establecido por la Naturaleza (un presunto Aristóteles) o por Dios (Agustín de Hipona), o sea por la propia autoposición del hombre -del yo- como acción teórico-práctica (Fichte) o especulativa (Hegel). No obstante, el hombre real, concreto, puede hallarse separado, enajenado, alienado (Marx) de su esencia por el estado de evolución de la estructura social en relación con el dominio de la naturaleza y de sí misma, consistiendo la actividad del conocimiento en el restablecimiento de las condiciones puras de la apropiación humana de su propia esencia: esta modalidad filosófica, asimismo perteneciente al paradigma del “conocer” por muy materialista que se presente -y a las que tantos se aferran todavía hoy-, denomina a esa coincidencia del hombre concreto con su esencia intemporal como “emancipación”. La emancipación como fin moral de un proceso de conocimiento esforzado.

René Descartes por Frans Hals

En cualquier caso, en el modelo del “conocer”, una vez establecidas ambas doctrinas -una ontología esencialista y una doctrina del método seguro para acceder a ella-, no hay ya lugar posible a la discusión o al debate, puesto que se cree haber determinado el ser invariable de las cosas, y sus resultados deben ser universalizados a escala planetaria de grado o por fuerza -lo cual no deja de ser sobremanera paradójico, puesto que se está obligando a otros a ser como se debe ser, como de todos modos ya son, es decir: que lo necesario, pese a ser ello mismo necesario, precisa de ser, curiosamente, impuesto… Es decir, que otras culturas distintas a aquella que lleva a cabo en nombre de todas ellas el Destino de Conocimiento de la Humanidad se hallan también alienadas respecto de su propia humanidad, sea por alguna clase de error, por maldad intrínseca o por atraso histórico. La cultura verdaderamente humana o que va de camino a lo verdaderamente humano ha de ser capaz de explicar también este desfase, no quedando fuera tampoco tal anomalía del paradigma del Conocer. Todo lo dicho hasta ahora revela que el modelo del Conocimiento debe mucho en último término a que en este planteamiento subyace un dualismo irreductible entre esencia y apariencia de carácter religioso, de modo que la tarea del Conocer consiste en hallar el código gracias al cual atravesemos la confusión mundana de la segunda para alcanzar la claridad celestial de la primera (la “caza del Ser” de Platón vista al principio). Una vez conseguido esto, como señalé  antes, en el plano de la acción, de la praxis, todo se consumaría en adaptar nuestra conducta pasivamente a la esencia, del modo que se diga que sea. La esencia manda, gobierna.

Johann Gottlieb Fichte

Pero, como, finalmente, la “esencia”, tras muchas propuestas y contrapropuestas filosóficas, se resiste a ser descubierta de una vez por todas porque la implicación subjetiva, histórica o mundana del cognoscente tarda en desaparecer completamente, entonces se introduce, además, una doctrina del tiempo que viene a tratar de salvar el modelo: lo que ocurre en el Ser no se “caza” en un solo acto de epifanía casi teológica, sino que el Conocimiento va perfeccionándose, eliminando errores: hay que producir gradualmente la esencia en la apariencia… En esta tesitura, en sus formas finales el modelo del Conocer postula un tiempo lineal que será el tiempo necesario para la producción de la esencia en la Historia, concebida ésta como un bloque unitario, y, mientras, para el paciente cognoscente particular lo que resta es instalarse en un periodo de espera potencialmente indefinido. Se dice: hoy no vivimos todavía en el mejor de los mundos posibles, o en el más humano de ellos, pero vamos en el camino correcto hacia ello, y la ciencia nos promete con fundamento que en algún mañana indefinido lo conseguiremos –el Cielo descenderá sobre la Tierra.

”Ser”: modelo post-heideggeriano, únicamente posible y tentativo, pero más ajustado a las borrosas condiciones de la actualidad, consistente en haber alcanzado la madurez científica y tecnológica suficiente para haber tomado conciencia del acto de conocimiento mismo como un acto irremisiblemente práctico. No habría, por tanto, que adaptarse pasivamente a los presuntos hechos de la Naturaleza, quizá radicalmente irrepetibles, porque todo hecho es, en realidad, subsumido en un proyecto activo de vida desde el cual es comprendido. Lo que cabe hacer, entonces, es definir, consecuentemente, de un modo transparente los fines del proyecto mismo en que se está en cada caso inmerso, para que sean objeto de discusión universal en un debate abierto con todos los demás proyectos posibles, pasados o vigentes. Esta discusión plural es el pensamiento humano mismo en su dimensión universal (como he señalado antes, sólo el debate es universal, no los enunciados calificados como científicos o morales), no el establecimiento o conocimiento de “hechos” -que se configuran tan sólo como jalones en el camino-, y lo que se juega en ella son instalaciones reales de las comunidades humanas en el mundo, modos de estar en la realidad. Es decir, que una comprensión de la realidad -y cualquiera puede constatarlo empíricamente en su propia vida- maneja mucho más elementos que los estrictamente cognoscitivos, de manera que no se alberga temor a la influencia de las instancias emotivas, identitarias, históricas, mundanas o comunicativas (el Segundo Wittgenstein). Porque el resultado último, y el propósito de partida, no será levantar una torre entre todos, la torre del Conocimiento que iguale a toda la humanidad siempre que se avenga a esperar indefinidamente la vida mejor, emancipada, sino simplemente vivir, ser, y para vivir y ser no renunciar a nada, no esperar a nada, sino negociarlo todo ya, ahora, en pro no del Cielo sobre la Tierra, sino del Sentido de la propia Tierra (Nietzsche), la Tierra por fin reconocida, por fin querida por sí misma, enriquecida desde todas sus perspectivas posibles habidas y por haber, y que no debe ni puede ser sustituida por un sueño que sin embargo exige tan altos precios.

Friedrich Nietzsche

Como todos y cada uno de los proyectos, pasados, presentes y futuros, expresan posibilidades de vida, el tiempo se concibe como un tiempo que retorna, puesto aquí no se establece distinción alguna (secretamente teológica) entre esencia y apariencia: todo es sentido, sentido potencialmente asumible en la comprensión de mundo, de realidad, que arroja un proyecto. Ningún significado, ningún sentido, es, pues, desechado de antemano, sino, si acaso, en el curso del debate universal nunca cancelable que busque las condiciones de la vida mejor. Ahora no la esencia, sino el debate, la controversia manda, gobierna. Pero la vida mejor no tiene por qué ser una sola, única y definitiva, sino que pueden coexistir varias, pluralmente y no sin zonas de fricción inevitables. No es, por tanto, como dice Ferlosio,que nos demos totalmente por imposibles, como buenos hermanos, pero sí que no sacrifiquemos la riqueza de la variedad humana y natural en nombre de la unión de cada grupo de seres en una esencia hipotética. Si hubiera algo así como una esencia humana, lo que habría que decir es que esta se cumpliría siempre y plenamente en cada proyecto, puesto que se trata de proyectos reales, vividos, no imaginarios, y una emancipación deseable sería un asunto  inherente a la controversia racional del debate humano, no un dato o un estado natural monológico e irrebatible. Por tanto, tiempo circular como tiempo de habitar la Tierra, no como tiempo lineal de la producción sin fin, con sus imperfecciones, sus problemas, pero sin esperas ni mentiras, y para el cual el Conocimiento es sólo una clave más del habitar, no una especie de misión trascendente.

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