Al permitirme sentir encuentro mi fortaleza

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Nuestra naturaleza nos permite sentir y, sin embargo, nos empeñamos en construir muros para ocultar nuestro yo más íntimo. No nos permitimos sentir las emociones, las sensaciones y cada experiencia como es. Al sentirnos frágiles y desprotegidos nos volcamos en la razón y nos distanciamos de nuestro ser.

Desde niños estamos construyendo esta fortaleza, al no sentirnos en muchas ocasiones merecedores de afecto. Ante los temores y el dolor emocional hemos aprendido a recluirnos, adaptándonos a un mundo que nos aterra, considerando que está lleno de peligros.

Hemos aprendido que cuando nos hemos mostrado con nuestra debilidad y dificultades, en ocasiones, hemos salido dañados. Ante fracasos amorosos, desengaños, decepciones; hemos sentido la pena y el profundo malestar que supone abrirse a las experiencias. Sin embargo, cerrarse a sentir no es la solución.

Lo que supone cerrarnos ante lo que sentimos

Ante los muros que construimos aprendemos todo un repertorio para ocultar quienes somos. Aprendemos automatismos, adaptándonos a los prejuicios y estereotipos imperantes, buscando la adaptación a nuestro entorno. Nos creemos que hay una forma de ser y de actuar que es la normalidad, y tenemos que acercarnos a ella todo lo que nos sea posible.

La creencia de que existe una forma –apropiada- de comportarse es la que no nos deja ser quienes realmente somos. Luchamos así constantemente hacia lo que sentimos, lo que queremos, lo que nos motiva y lo que nos entusiasma. Dedicamos mucha energía a no reconocer lo que sentimos.

barco navegando

Nos cerramos hasta el punto de volvernos insensibles ante la injusticia y ante las personas que amamos y nos preocupan. Actuamos bajo los automatismos y el deber, perdiendo totalmente la esencia de nuestra persona, el cariño y la bondad.

Cerrarnos a lo que sentimos supone dejar que la vida siga adelante sin nosotros, ya que se pierde la ilusión, la esperanza e incluso el amor.

Dejándonos sentir

No dejarse sentir, como hemos comprobado tiene una razón, ¿lo habrás intentado en muchas situaciones verdad? Has luchado contigo mismo para volverte insensible ante algo que no quieres experimentar. Evitar el dolor es lo que precisamente nos lleva hacia la permanencia del sufrimiento.

La mayor fortaleza que reside en nosotros, es sin duda, la de dejarnos sentir y dejarnos experimentar. Tememos a que esto ocurra y nos quedemos enganchados o perdidos ante ese estado, eso es lo que nos hace salir rápidamente y no querer entrar en lo que sentimos.

Vivir lo que nos resulta desagradable también es necesario, puesto que representa nuestro crecimiento. La madurez y la felicidad se alimentan de estados de dolor, de pena y de tristeza. Al sentir estos estados aprendemos de la experiencia y es así como valoramos todo lo que nos resulta agradable y beneficioso.

La fortaleza radica en la vulnerabilidad

Se confunde habitualmente la vulnerabilidad con la debilidad. La vulnerabilidad forma parte de dejarnos sentir lo que necesitamos, de ser honestos y aceptar que hay muchas cosas que nos afectan y no por ello tenemos un carácter débil.

Mujer que siente el agua

Mediante la aceptación de nuestra vulnerabilidad dejamos apertura para poder experimentar los sentimientos y las emociones que nos evocan las interacciones. Es un estado natural, ¿para qué camuflarnos bajo una máscara que no nos representa y nos hace infelices? Salir de este enmascaramiento es decisión nuestra, rompiendo con esa evitación y represión podemos comenzar a ser.

La única manera de autoconocimiento y crecimiento personal es mostrándonos con nuestras vulnerabilidades. Esto supone un gran valor, auntenticidad, madurez y mucha fortaleza. Al mostrarnos de esta forma natural, damos la posibilidad de obtener lo mismo de nuestro entorno: vínculos sinceros basados en el amor, no en las apariencias.

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