LOS VIDEOS DE BEN RIDGEWAY SON ARTEFACTOS PARA EXPLORAR EL ESPACIO INTERNO, Y CAPTAN LA LA ESENCIA DE LOS VIAJES PSICODÉLICOS EN IMÁGENES.

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Ben Ridgeway es un animador digital de lo que el llama «Inner Space Art», se especializa en generar imágenes hipnagógicas y psicodélicas muy estimulantes. Sus videos pueden considerarse artefactos para establecer exploraciones de los mundos internos.

En su último video Ridgeway muestra un flujo similar a las arquetípicas secuencias iniciales de un viaje de DMT, que marcan el cruce del umbral hacia la fortaleza de las entidades que Terence Mckenna describió como «self-transforming machine elves» (elfos mecánico autotransformativos) o lo que los usuarios de DMT Nexus llaman «El Crisantemo», la bóveda cósmica de la geografía triptamínica que marca la entrada al reino, la explosión pura de la conciencia enteógena. Los fractales marcan el camino -como migajas en el bosque del hiperespacio– hacia el núcleo enjoyado del dios en la máquina. No hay duda que el trabajo de Ridgeway capta la esencia de lo que podemos llamar el «approach» del estado, ese comienzo hipnótico que lleva hacia el insondable corazón del estado psicodélico, y que en este caso nos lleva por una caleidoscópica cuadrilla como por dentro de una máquina tragamonedas, un casino cósmico, lenta y deliciosamente… La experiencia se agudiza si vemos el video en pantalla completa y dejamos de pensar, sólo nos dejamos absorber por la posibilidad del trance.

 Anteriormente habíamos reseñado otra obra maestra de Ridgeway, Cosmic Flower Unfolding,:

En menos de 2 minutos podemos entrar al corazón de la materia submarina, en donde cobra vida la información de seres que evocan anémonas, dinoflagelados, medusas, moléculas de sal, algas y flores eléctricas y son también mandalas, glifos, arabescos y partículas de un superorganismo que nos recuerda a una especie de fauno marino o una ondina psicodélica cuyo rostro está compuesto de flores azules transparentes y cuyo cuerpo es un portal como la boca abierta del océano.

El flujo emergente de la animación parece estar sincronizado con un patrón de olas, como la respiració de un mar cibernético o un silencio enteógeno que nos permite escuchar la palpitación de la vida misma, el universo vegetal y mineral con sus secretos. La animación, al final, no es sólo una bella estampa decorativa o una distracción más; cumple la función de revelarnos y hacernos adentrar en la noción de que la materia está hecha de un código, que contiene joyas secretas, y las formas geométricas son un puente de conciencia a la integración de la unidad entre todas las cosas.

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