El barco de Oseberg La tumba secreta de una reina vikinga

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En 1903, tras excavar una trinchera para drenar el agua del terreno, Oskar Rom encontró un pequeño fragmento de madera tallada de unos 20 centímetros: era el principio del que sería el mayor descubrimiento arqueológico de Noruega.

Rom se presentó en la oficina del profesor Gabriel Adolf Gustafson, director del Museo de Antigüedades de la Universidad de Cristianía (Oslo), el patrón de la decoración no dejaba lugar a dudas sobre el origen vikingo del descubrimiento, Gustafson viajó a Oseberg y el 10 de agosto informaba en el periódico Aftenposten que se había hallado un nuevo barco funerario vikingo y el 13 de junio de 1904 se inició la excavación.
El túmulo, de 40 metros de ancho por 6 de alto, había sido construido con arcilla azul y piedras cubiertas con turba, un material vegetal que se obtiene en pantanos, eso es lo que explica el estado de conservación del barco de Oseberg.
El peso de la tierra había aplastado la estructura del navío y la tumba alojada en su interior, la excavación se convirtió en un gran rompecabezas que los conservadores tardaron décadas en recomponer.
Se comprobó que el barco medía 21,44 metros de largo por 5 de ancho y se había dispuesto con la proa mirando hacia el mar, en la popa, tras el mástil, se halló la cámara funeraria, cuya madera se ha datado en el año 834, la tumba había sido saqueada, tal vez poco después del entierro, los ladrones entraron por la proa e hicieron un agujero para acceder a la cámara funeraria y robar el ajuar.
Estudios indican que los huesos corresponden a dos mujeres, una de entre 70 y 80 años y otra más joven, de unos 50, seguramente una de ellas fue sacrificada para acompañar a la difunta de mayor rango al mundo de los muertos, pero las dos mujeres siguen siendo un misterio de quienes fueron en el pasado.
El ajuar funerario incluía objetos de uso cotidiano, como camas, ropa, peines, útiles de cocina, etc., además de una carreta y cuatro trineos, así como los restos de quince caballos, seis perros y dos vacas.
Los vikingos tenían una firme creencia en la vida mas allá de la muerte, por lo que las tumbas debían ser abastecidas de todo aquello que fuera a necesitar el difunto.

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