«El personaje: lo aprendido en la tribu» Diana Paris.

Comunicación EDBO – www.descodificacionbiologica.es


¿La foto que más te favorece es la del vengador anónimo? ¿Eres la cuidadora o la cuidada? ¿Te sale en automático la maestra o la madre, aunque la situación no requiera ni enseñar ni amamantar? En situaciones límites, ¿te ves como la Mujer Maravilla o como Robin Hood? ¿Te sientes siempre el/la más débil y te crees un “patito feo”? ¿Te compraste que eres “la enfermita” o “el loquito” de la familia para que todos estén pendientes de ti? ¿Todos te consideran en el grupo de amigos el héroe o prefieres ser el villano? ¿Eres el juez de tu familia, el que tiene la balanza en mano cuando surge un conflicto? ¿Te adjudican el rol de la vampiresa o de la princesita? ¿Te queda cómodo ser siempre un Peter Pan aunque hayas pasado los 30 años? ¿Cuál es tu personaje: la salvadora a tiempo completo, el guerrero siempre listo, la pobre Cenicienta o el depredador Lobo Feroz?

Los ancestros modelan los rasgos que vamos sumando como capas de ho­jaldre en nuestra personalidad: sus deseos insatisfechos, sus expectativas, los logros que quieren hacer que perduren, las funciones que venimos a cumplir se imprimen en los mandatos que asumimos como “las propias decisiones”.

Gene­ración tras generación nos alimentan con cuentos: cada relato pone en acción a sus actores con sus correspondientes ropajes. En el repertorio de personajes no es casual cuál nos calzan: ajeno como un órgano trasplantado, un personaje se incrusta en nosotros, se superpone a la información genética y asume su rol. Esa máscara empieza a tatuarse en la piel con tal intensidad que —ya de adultos— sentimos que somos lo que nos dicen que somos o que debemos ser.

La narración que cada grupo “se construye”, la “novela familiar” funciona como alimento del clan. En la infancia de todos los tiempos, la sangre, la leche y la canción de cuna acompañaron con cuentos aquello que los mayores desearon para nosotros. ¿Cumplimos esas expectativas? ¿Aceptamos sin protestar el “traje” impuesto? ¿Nos dolieron las botas de siete leguas o los zapatitos de cristal y, sin embargo, los seguimos usando? ¿Nos “compramos” el personaje que nos ofrecieron?

En cada tribu impera una necesidad: quien lave culpas ajenas, quien soporte el peso de los muertos sin sepultar, quien ponga cerrojos a los secretos que deben perpetuarse para mantener limpia la honra, quien vista santos, o sea el santo o derrote a los santos de una familia para humanizar a ese ancestro tan idealizado…

¿Eres el iconoclasta, el rebelde o el que acepta sin cuestionar los mandatos de tu linaje?

EL PERSONAJE: LO APRENDIDO EN LA TRIBU

Según el grado de conciencia que ilumine nuestro actuar en reflejo con las demandas de los ancestros, sabremos cuánta obediencia ciega, cuánta disponibilidad o manipulación hemos sufrido de niños y hasta dónde se extienden las consecuencias de tal exigencia.

Como sea, en reacción o sumisión, ahí estamos, congelados en un arquetipo. Sólo mirando de frente y oyendo en profundidad la propia voz seremos capaces de hacer uso de la libertad: quién quiero ser, qué quiero hacer, cómo me gusta vivir, qué sistema de creencias sostener…De lo contario, sin preguntarnos por qué volvemos a caer siempre en “el mismo cuento”, repetiremos la historia.

¿Y si cambiamos el color del cristal para poder ver de nuevo lo viejo, sopesarlo, indagar sus efectos, revisar sus trampas, advertir las lealtades invisibles que nos atan a aquello a lo que ya no queremos responder?

Volver a empezar: el método es des-programar. Es desordenar el mazo que muy prolijamente nos entregaron para honrar “el apellido”: ser buenos hijos/hijas, estudiantes obedientes, castas doncellas, hermanos sacrificados, valerosos caballeros, sostenes de hogar, amorosas madres, triunfadores profesionales, esposas sumisas, hombres que no lloran, viejitas calladas…

Nos alimentaron con historias y seguimos creyendo que ser y hacer lo que somos y hacemos “es lo que toca”.

Des-programar es aprender a vivir mejor. Eso no significa ser otra persona ni hacernos millonarios en una hora o viajar a la Luna. Vivir mejor es vivir con-con­ciencia, estar en con-sonancia con quien somos realmente, aprender a resonar con nuestro ritmo natural y no con el “patrón” que nos dijeron que debíamos cumplir para ser aceptados en ese árbol ancestral del que somos parte.

Cuando vemos en toda su amplitud nuestro árbol genealógico, es como comprender un sueño que regresa desde sus raíces para darnos un mensaje: tomar esa decisión postergada, advertir un peligro, sospechar sobre un estado de salud, escuchar la voz onírica, creer en el centro del corazón, animarse a dar un paso fundamental… ¡Y cambiar de personaje!

Los talleres de análisis transgeneracional ofrecen las herramientas necesarias para enfocar la lupa interior y vernos en acción, vistiendo y calzando un personaje que –tal vez- ya no nos simpatiza, ya nos perturba demasiado y ya decidimos abandonar. Reconocer el repertorio que nos habita, nos permite elegir y transformar.

¿Puedes identificar tu personaje?

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