Adriana – Tiempos de la kakistocracia

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Esta es una definición de un diccionario de sociología sobre esta significativa palabra de origen griego: «Gobierno de los peores; estado de degeneración de las relaciones humanas en que la organización gubernativa está controlada y dirigida por gobernantes que ofrecen toda la gama, desde ignorantes y matones electoreros hasta bandas y camarillas sagaces, pero sin escrúpulos». Que conste que el libro es de 1944, a pesar de que parece escrito para este momento global que estamos viviendo.

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Posteriormente, Michelangelo Bovero (profesor de la cátedra de Filosofía Política de la Universidad de Turín) amplió la definición: la kakistocracia es -dijo-: «La combinación de la tiranía, la oligarquía y la demagogia: el pésimo gobierno, la república de los peores».

Lo cierto es que la democracia -tal como siempre se ha definido y buscado establecer- se ha tomado unas largas vacaciones. No solo en nuestro país, donde oficialistas y muchos opositores se han dedicado a olvidarla. En todo el planeta. Lamentablemente es un fenómeno global.

No son buenos tiempos para las convicciones democráticas. Según el informe anual que produce Freedom House -el think tank que elabora este reporte sobre el estado de la democracia cada 12 meses- la democracia estuvo en retroceso durante la última década. El año pasado hubo 72 países que presenciaron una declinación en libertad, el mayor número durante el decenio.

El área geográfica más comprometida es el Medio Oriente y el norte de África, donde los esperanzadores alzamientos contra regímenes autocráticos han sido neutralizados a lo largo de estos pocos años. El Egipto gobernado por Mubarak, derrocado en 2011, es ahora añorado por los rebeldes de entonces que han sufrido permanentes represiones.

En Europa se perciben algunos problemas. Tanto en Hungría como en Polonia está comprometida la independencia judicial y la libertad de prensa. En Turquía, con un gobierno que daba claras señales autoritarias, el fallido -por suerte- golpe militar reciente, ha dado pretexto para una caza de brujas donde están liberando a presos comunes para hacer lugar a los millares de disidentes que el régimen de Erdogan ordena mantener detenidos.

En Asia tampoco abundan las buenas noticias. Tailandia, donde hubo otro golpe militar en 2014 -ya se ha perdido la cuenta de cuántos fueron en este siglo y en el anterior- organizó un nuevo Gobierno civil vigilado y custodiado por los militares que limitan, mucho, su campo de acción. En Malasia, ni siquiera el escándalo de corrupción de las principales figuras de gobierno, consiguió detener los encarcelamientos de prominentes opositores. La rigidez de regímenes como los de Rusia y China, clausura los intentos de liberalización de los opositores.

Incluso, se cuelan en el listado los problemas que confronta la democracia de Estados Unidos, donde aunque Donald Trump falle en su intento de lograr la primera magistratura, ha impregnado la campaña con argumentos de odio a la inmigración, invectivas raciales, y pregonado el aislamiento del país y el retiro de compromisos militares y comerciales. Buena parte de ese debate hace enorme daño al prestigio y la dignidad de Estados Unidos.

Mayor fortaleza de la derecha

El terrorismo internacional angustia a los europeos y alienta la fortaleza de partidos de ultra derecha, como el de Marine Le Pen en Francia. El Brexit demostró que no hay que subestimar el enojo de vastas capas de la población, postergadas en la distribución de riquezas, que viven en áreas desindustrializadas, con viejos en abundancia y pocos jóvenes con trabajo. Gran Bretaña inicia una etapa -abandonar la integración continental- que nadie sabe bien cómo puede evolucionar.

En otros países europeos se habla también de abandonar la Unión Europea, el proyecto de integración más ambicioso que se haya encarado hasta ahora. Rusia busca que se eliminen las sanciones europeas en su contra por su abierta intervención en Ucrania, mientras hace una demostración de poderío militar con activa intervención en Siria.

China, por su parte, insiste en sus reclamos sobre el mar del Sur de la China, aunque tenga un fallo en contra de la corte internacional de justicia.

En todas partes aparece un nacionalismo en alza, desprecio por las instituciones republicanas y fracturas expuestas en el sistema de convivencia internacional. Los Gobiernos parecen impotentes para controlar la situación y muchos ciudadanos no tienen fe en lo que antes la tenían. La beligerancia interna se refleja en todo el escenario global.

Un punto de fractura fue la grave crisis financiera de 2008 (la verdadera Gran Depresión, como muchos han dado en llamarla). El surgimiento del populismo de izquierda y de derecha creció en este caldo de cultivo y dio vigor a movimientos como el Movimiento de las Cinco Estrellas en Italia, Podemos en España, el Frente Nacional en Francia, e incluso ahora Alternativa para Alemania. Un proceso que se habrá de profundizar antes de declinar y retroceder.

Como dice el excelente historiador británico Eric Hobsbawm en su Historia del Siglo XX, «la destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo en el que viven.»

Sin duda, un concepto que podemos extender a las últimas dos décadas, ya en el siglo XXI.

Un mundo complejo y poco previsible

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Ya no hay debate en torno al tema: el pelotón de vanguardia de las economías emergentes, los famosos BRICS, es un concepto que se ha diluido por la fuerza de la realidad. Está claro que la presunción de que podían desafiar el poderío económico occidental fue exagerada. Sin embargo, esa imposibilidad puede devenir ahora en algo más caótico y peligroso.

Fue una de las consecuencias de la crisis de 2008 y de toda una década con el precio de las materias primas por las nubes. El grupo integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, atraviesan hoy por problemas inimaginables hace pocos años.

Brasil, en recesión y con una grave política que implica el juicio político a la suspendida presidenta Dilma Rousseff. Ni siquiera los recientes Juegos Olímpicos han logrado rescatar al país de ese clima pesimista.

Rusia encuentra que su principal producto de exportación, el petróleo, le genera ingresos menores que hace dos años. El enfrentamiento con Europa a propósito de su agresión en Crimea y su enfrentamiento con Ucrania, no favorece su economía. Como huyendo hacia adelante y buscando demostrar que sigue siendo una potencia de primer orden, interviene en la guerra en Siria. Habrá que ver hasta cuándo podrá sostener este costoso esfuerzo bélico. Mientras tanto intenta -lo que no es nada fácil- anudar una nueva relación con su tradicional rival asiático, China.

La economía de India es la única que sigue creciendo a buen ritmo ?7,5%?, aunque hay recelos sobre la calidad de las estadísticas del Gobierno de Nueva Delhi.

China por su parte, aumenta su postura bélica en el llamado precisamente Mar de la China, lo que la pone en conflicto al menos con media docena de países asiáticos, a pesar de un fallo en contra de la justicia internacional, y de la importante presencia naval estadounidense en la región.
La economía crece a menor ritmo que hace unos años, pero la economía está en medio de una gran transformación: de una centrada en las exportaciones hacia otra orientada a estimular el consumo interno.

En cuanto a Sudáfrica, el partido de gobierno, en el poder desde la presidencia de Nelson Mandela, acaba de sufrir un descalabro en las principales ciudades del país, justo cuando la economía revela debilidad.

A principios del año próximo habrá un nuevo Presidente en Estados Unidos que encontrará un nuevo escenario internacional. Los nuevos actores internacionales demuestran que son menos predecibles, más fragmentados, y en cierto modo reforzando el poderío de Washington de un modo que la Casa Blanca no fue capaz de imaginar hace unos pocos años.

Diez años atrás algunos de los BRICS se pensaban como aliados naturales de la Unión. Todos, parte de una alianza global de democracias. Pero otros analistas lo veían diferente: el surgimiento de nuevos centros de poder solo preanunciaban una declinación de la influencia mundial estadounidense.

Una decadencia que sería acompañada, en la misma dirección, por el continente europeo (el llamado «europesimismo»).

Pero, no tan rápido. Todas estas predicciones que en su momento hicieron mucho ruido se han desvanecido en el transcurso de la actual década. Los poderes en declinación han demostrado más resiliencia de lo que se esperaba. Y los emergentes comprobaron que por delante había problemas económicos, pero lo que es más importante, otros derivados de la inestabilidad política. Los nuevos actores son muy importantes, pero no integran un grupo ni tienen una visión geopolítica común.

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