La investidura de la vergüenza

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La próxima vez que usted y yo nos pongamos en contacto, el martes de la semana que viene, se habrá consumado uno de los sucesos más lamentables, vergonzosos y tristes de la política española. Me refiero a aquel que permitirá al partido más corrupto que pueda imaginar, una organización diseñada para delinquir formada por descuideros y meapilas, gobernar España. La culpa de esta infamia la tendrá un partido también corrupto, pero menos, que ha dado un golpe de estado interno, ha traicionado sus principios fundamentales y ha concedido prioridad al futuro de sus momias antes que al de su país y sus militantes. Los ERE y la Gürtel, cogiditos de la mano en la investidura de la vergüenza.

Unas terceras elecciones no prometían nada bueno para el PSOE. Por eso han preferido pegarse ellos mismo el tiro en el pie. Para poder elegir el dedo que se volaban. O mejor dicho, para elegir los dedos que se salvaban y seguían en su sitio. Días y días de dudas simuladas, de no me abstendré jamás excepto si me abstengo, de falsos interrogantes y titubeos fingidos, de lo menos malo es traicionar nuestros principios. Todo para llegar al punto previsto desde el comienzo: aquel que convertía en presidente al hombre que debió abandonar la política el 12 de febrero de 2013, cuando sabiendo que Bárcenas tenía 22 millones en Suiza le envió un mensaje para la historia de la ignominia: “Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos. Ánimo”.

La abstención socialista es un insulto al socialismo. Y a esos votantes de izquierdas que han sido toreados como si fueran imbéciles, como si no comprendieran lo que estaba pasando, como si por un momento creyesen la pantomima que ha montado Ferraz estos últimos días. ¿Dudas morales? Ninguna, no es una cuestión moral. Es una cuestión de poder y, sobre todo, de supervivencia.  Pedro Sánchez fue sacrificado para salvar a Mariano Rajoy. Es decir, a los barones y a Susana Díaz. O sea, a la política conservadora, a un socialismo podrido, al bipartidismo.

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