Diez horas de vuelo con el presunto asesino de Pioz. El asesino de Pioz: “Sentí un odio irrefrenable; algo me decía que tenía que matarlos”

Patrick durmió el miércoles en los calabozos del aeropuerto, se despertó ayer tarde y desorientado por el desfase horarioPatrick durmió el miércoles en los calabozos del aeropuerto, se despertó ayer tarde y desorientado por el desfase horario

El vuelo de la TAM 8064 despegó puntual del aeropuerto Guarulhos de São Paulo el martes a las once y media de la noche. Diez horas de plácido vuelo para recorrer los 8.764 kilómetros de distancia que separan la capital brasileña del aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid. El Airbus A350-941 aterrizó a la una y media de la tarde del día siguiente en la terminal 4S. Los más de 300 de pasajeros que llenaban la aeronave se desperezaban en sus asientos. Algunos ya se habían levantado y abierto los compartimentos superiores. De repente, un teniente de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil entró en el avión y en voz alta pidió que la gente regresara a sus asientos. “Patrick”, dijo. Y entre el silencio más absoluto, desde la antepenúltima fila, un joven preguntó. “¿José Miguel?”.

El teniente se dirigió al joven y observó, como el resto de los pasajeros, que la joven que estaba junto a Patrick miró fijamente a su compañero de vuelo, cambió de color, y sin verbalizar palabra, saltó de su asiento. Sin saberlo, ni ella, ni el pasaje, ni la tripulación, todos cruzaron el Atlántico junto al hombre detenido por el asesinato de los cuatro miembros de una familia brasileña el pasado agosto en un chalet de Pioz, Guadalajara.

El guardia civil se colocó tras Patrick Nogueira Gouveia, de 19 años, mientras avanzaba por el interminable pasillo del Airbus, ante la mirada atónita del resto del pasaje. En la puerta del avión, el teniente le leyó sus derechos y le comunicó que quedaba detenido por el asesinato de sus tíos y sus primos, de uno y tres años. Asintió con la cabeza, pidió ponerse unas gafas de sol y alzó las manos para ser esposado.

El pasaje supo después quién era aquel joven. La familia del presunto asesino de Pioz no comunicó a la Guardia Civil que Patrick volaba a España hasta que el avión despegó y ya llevaba tres horas en el aire. A las cuatro de la madrugada el teniente recibió en su teléfono operativo la llamada del abogado del sospechoso para anunciarle que Patrick ya iba de camino.

La inquietud reinó desde ese momento entre los responsables de la UCO. Incluso llegaron a plantearse alertar al comandante del vuelo del individuo que viajaba en el avión, pero tras consultar con autoridades de aviación lo descartaron por temor a crear el peligro que se pretendía evitar. Optaron por monitorizar todo el recorrido.

No era para menos. Los investigadores sabían lo que pasó entre el 17 y 18 de agosto en ese chalet. Habían visualizado como el sobrino, discreto, degolló a su tía y a sus primos para asesinar después a su tío Marcos. Guardó los cadáveres en seis bolsas de basura. El resto de la madrugada la pasó limpiando la escena del crimen. Después tomó un autobús de vuelta a su piso compartido en Torrejón de Ardoz, y ese mismo día, por la tarde, se entrenó con la misma sangre fría y poco temperamento con el que jugaba al fútbol habitualmente.

Patrick se pasó diez horas encerrado en el avión, con más de 300 personas a bordo, sabiendo que al aterrizar sería detenido y acusado de uno de los peores crímenes de la historia reciente. Viajó dándole vueltas a su futuro con la certeza de que la Guardia Civil tiene pruebas demoledoras contra él.

Lo cierto es que podía haber pasado cualquier cosa en ese avión. Si la Guardia Civil hubiera sabido que Patrick volaría solo, dos agentes se habrían desplazado para acompañarle. Pero la familia dudó hasta el último momento sobre la manera en la que regresaría a España. Llegaron a plantearse entregarlo en un tercer país. Al final, lo metieron en el avión. Patrick cruzó todos los controles de seguridad con su documentación pese a tener dos órdenes internacionales vigentes de busca y captura. Le desearon suerte y le dejaron solo para asumir en España su responsabilidad. Tan solo que ni siquiera la familia ha contratado, por el momento, a un abogado, como hicieron en Brasil, cuando aún creían que era inocente. Ahora está asistido por un abogado de oficio. El mismo que le acompañará hoy cuando la Guardia Civil le presente ante el titular del juzgado número uno de Guadalajara, el que durante este mes ha dirigido la investigación de la UCO y la Policía Judicial de Guadalajara.

Patrick durmió el miércoles en los calabozos del aeropuerto, se despertó ayer tarde y desorientado por el desfase horario. El juez de guardia de Madrid por fin autorizó su traslado a Guadalajara y los investigadores pasaron el día con gestiones. Reseñas, huellas y un largo interrogatorio que hoy se repetirá ante el juez. Antes de despedirse sus padres le pidieron que asumiera lo que había hecho y que contara la verdad. Eso estará haciendo.

El asesino de Pioz: “Sentí un odio irrefrenable; algo me decía que tenía que matarlos”

Patrick Gouveia, a su llegada a la Comandancia de Guadalajara. Patrick Gouveia, a su llegada a la Comandancia de Guadalajara.

Patrick Gouveia Nogueira se fue de Brasil el martes pasado diciéndole a sus padres que iba a España «para aclarar las cosas». La única que sabía que realmente venía dispuesto a confesar el crimen de cuatro miembros de su familia era su hermana Hanna Gouveia Nogueira, abogada, la misma que le adelantó el billete de regreso a Brasil para que volara el pasado 22 de septiembre, dos días después de que la Guardia Civil hallase los cadáveres degollados y descuartizados de sus tíos en un chalé de Pioz (Guadalajara).

«Sentí un odio irrefrenable; algo me decía que tenía que matarlos», aseguran fuentes familiares que ha confesado el único sospechoso del que pasará a la historia como «el crimen de Guadalajara». A sus 20 años, Patrick es, según su propia familia, un tipo frío, con las capacidades empáticas mermadas. Y con esa misma frialdad ha confesado su cuádruple crimen, sin omitir detalle alguno, según fuentes cercanas a la familia, que aseguran que los investigadores llevan día y medio hablando con él.

A falta de que se le diagnostique —algo que su propia hermana asegura que no llegó a producirse nunca—, detrás de este brutal asesinato se esconde «un psicópata de libro», como determinó la Guardia Civil cuando dio por resuelto el caso. Nadie, ni su propia familia, podía creerle capaz de lo que hizo, pese a haber agredido brutalmente a un profesor a los 16 años. De hecho, cuando su hermana le adelantó el billete de regreso tras el hallazgo de los cadáveres, fue «porque pensaba que podía ser él el siguiente en ser asesinado».

El móvil del crimen pasional no se desprende de su declaración, aunque, según los familiares, es cierto que en algún momento pudo intentar algo con su tía Janaina y que eso enfureció a su tío Marcos. Su defensa se va a centrar precisamente en esa especie de brote psicótico que le llevo a ver a su tío como «un hijo de puta» y a sentir que tenía que matar a toda su familia. Lo hizo sin darles opción a defenderse. Ninguno sospechó que fuese a ser degollado. El mismo corte seco en todos los cuerpos, practicado con un cuchillo de carnicero, de esos que usan los brasileños para cortar la carne de los asados.

Una frialdad psicopática

La frialdad de Patrick se hace evidente cuando se conoce que su intención era la de esconder los cuerpos y mantener el viaje por Europa que tenía previsto con su padre, que debía haber llegado a España a final de este mes. La idea era que después, para finales de noviembre, cuando tenía ya reservado un billete de avión, regresarían los dos juntos a Brasil. Pasó un mes entero hasta que el fuerte olor de los cadáveres incomodó a los vecinos que alertaron a la Guardia Civil. Y el hallazgo de los cuerpos el pasado 18 de septiembre precipitó todo y le obligó a cambiar los planes.

La declaración de esta tarde ante el juez se prevé larga y extensa.  Se remontará a su llegada a España, en la primavera de este año, cuando llegó a casa de su tío Marcos Nogueira y su familia en Torrejón dispuesto a convertirse en un gran futbolista, animado por su tío Walfran Campos, que lleva en España casi tres semanas para tratar de gestionar y lograr financiación para la repatriación de los cuerpos de sus familiares. Él tampoco creyó inicialmente que el asesino pudiera ser su sobrino.

Las contundentes pruebas en su contra convencieron a Walfran, primero, y a su hermana Hanna, después, de que podía ser el asesino. Sus huellas y su ADN encontrados en las seis bolsas de plástico en las que metió los cuerpos descuartizados de sus familiares. La geolocalización de su móvil que le situaba el 17 de agosto, el día en que presuntamente llevó a cabo la carnicería, en esa casa de Pioz, en la que, según declaró a la policía de Brasil, «nunca había estado». Allí se declaró inocente, en un principio. Pero el viaje de su hermana Hanna a España lo cambió todo.

Ella pudo ver con los investigadores y el juez gran parte de las evidencias que había en contra de su hermano. Regresó a Brasil hace unos días y pactó con él su entrega, a sabiendas de que si el proceso se abría en Brasil y era condenado, no sobreviviría en la prisión ni un mes. La Constitución brasileña impedía la extradición de Patrick a España, pero un juez se comprometió a abrir allí el proceso judicial con las pruebas aportadas desde España. Estaba acorralado. Así se lo hizo ver Hanna, que la única condición que le puso a los investigadores españoles fue «que garantizasen su integridad física».

Con toda probabilidad, Patrick ingresará esta noche en la prisión de Alcalá Meco, mientras comienza a desarrollarse un proceso judicial que será largo y en el que aún quedan muchas pruebas por confirmar.

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