“La vida es bella” nos habla de la libertad que nos da sentido

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A veces soy tuyo, y a veces del viento dice de Alejandro Sanz y es que nos movemos en un fastidiado equilibrio, entre entregarnos y no pertenecer. En la balanza que tiene en uno de sus platillos al deseo de proteger nuestra libertad, la misma libertad que utilizamos para ser generosos y sentirnos reconfortados por el mero hecho de poder serlo. En el otro platillo, el conocimiento de que “no pertenecer significa no tener” y “no tener significa reconocer la libertad del otro” para que se vaya cuando quiera.

Amamos la libertad de poder elegir, pero al mismo tiempo muchas elecciones son complicadas y difíciles. Encrucijadas y tesituras complicadas en las que de buena gana les daríamos de nuevo para delante al play. Parece que en ese mismo lugar, en el que tenemos que pensar qué camino tomamos, confluyen corrientes muy fuertes. De aire, que nos agitan.

La vida es bella

La libertad nos da sentido

El hombre en busca de su sentido” es una de esas obras que todos deberíamos leer alguna vez, ya sea por acierto o por equivocación. Su autor, Viktor Frankl, fue uno de los muchos judíos que sufrieron en carne propia los campos de concentración de la alemania nazi. Este libro merece la pena en todas sus líneas, pero si una esperanza nos deja es que el último reducto que tiene nuestra libertad es el interior de nuestra mente.

Pueden racionarnos la comida, obligarnos a trabajar todo el día, castigarnos con palizas o amenazarnos de muerte, como hacían los nazis con sus prisioneros, pero lo que no podían hacer aquellos desalmados era controlar la esperanza de quienes cada día se levantaban, en medio de aquel infierno, con la voluntad de sobrevivir. Viktor Frankl nos dice, con toda la crudeza, que quienes hacían uso de esta libertad y no se abandonaban, eran los que mejor soportaban aquellas condiciones.

De la literatura, vamos al cine. Concretamente a una de las películas más maravillosas que se han rodado, hablamos de “La vida es bella”. Guido conserva esta libertad y lo hace para que el pequeño Giosuè no se dé cuenta de qué es lo que realmente está sucediendo a su alrededor. De hecho Guido intenta que su hijo tenga presente en todo momento que ellos han elegido estar allí y que en cualquier momento pueden marcharse. Entiende que su hijo puede soportar todo, menos haber perdido la libertad.

La otra cara de la libertad

La libertad es el mayor de los poderes individuales. En este momento no hay nada material que te impida salir a la calle y dar un abrazo a alguien o coger una manzana de una frutería y salir corriendo. Esto quiere decir que nuestra vida no es un examen tipo test, sino una gran pregunta con la respuesta abierta. Tenemos incluso más opciones en ella que las que de por sí el lenguaje nos brinda para rellenar un folio en blanco.

Los estudios nos dicen que a partir de un cierto número, cuando la cantidad de opciones con las que contamos se dispara, pueden aparecer sentimientos negativos, como el de la frustración. Un frustración que nace de la impotencia de no tener los recursos cognitivos suficientes como para poder hacer una evaluación global y exhaustiva de la situación.

Por ejemplo, los expertos en marketing saben muy bien que una oferta excesiva de opciones provoca en el consumidor una necesidad de alejarse del lugar donde está expuesta dicha oferta, sin llevarse ninguno de los productos. Por un lado el consumidor siente que quiere elegir el mejor producto, por otro lado quiere elegir el mejor para sus necesidades y finalmente le agobia el hecho de no contar con los quince minutos necesarios para mirar detalladamente la oferta que hacen todas las marcas.

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La libertad encierra una bonita paradoja

La misma que nos rescata del horror puede ser la misma que nos sature como consumidores. Es la paradoja de la libertad. En cualquier caso, por mucho que pueda abrumarnos, la lucha por conseguirla ha sido una guerra que ha durado siglos y que ha librado el hombre contra el propio hombre.

De esta manera os animo a que al disfrutéis, a que echéis mano de la intuición en las decisiones pequeñas y a que valoréis cualquier gesto amable que otro os regale en el uso de su libertad. Porque esta es al final la lupa mágica que separa aquello que tiene valor, de lo que no lo tiene y, en caso de no encontrar nada de lo primero, nos permite crearlo.

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