Adriana – La Postura del Despertar

Emilio J. Gómez
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Es necesario permitirse un tiempo para conectar con los diferentes detalles de la postura del despertar. Estabilizar el cuerpo sobre los huesos isquiones y sentir cómo la gravedad de la tierra tira del tronco hacia abajo, mientras que la coronilla se eleva hacia el cielo.

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“La forma designa la postura, que debe de ser tan bella como sea posible”.
Taisen Deshimaru, maestro zen

Que la pelvis esté ligeramente elevada por encima de las rodillas y basculada hacia delante, como si se quisiera echar el vientre sobre el regazo. La espalda erguida pero sin tensión, permitiendo las curvaturas naturales de la columna vertebral. El mentón ligeramente recogido para estirar las inervaciones cervicales. Mientras que la mirada se posa sobre la punta de la nariz, realizando Nasikagra Dhristi.

De esta manera tan sutil, poco a poco, la postura adquiere un cierto aire de dignidad y belleza. No es en vano que una de las traducciones de Radja yoga sea “yoga real”, quizás porque es el tipo de yoga que practica la realeza, quizás porque es el auténtico, quizás por ambos motivos… Nunca lo llegaremos a saber a ciencia cierta.

Lo que sí sabemos es la importante herramienta que es la Postura del Despertar para sumergir al practicante conscientemente en el Atman o sí mismo. De un modo u otro, todas las tradiciones la han usado indiscriminadamente. Ello es porque la postura de meditación no es una práctica exclusiva de ninguna tradición en concreto, pasando así a ser patrimonio de la humanidad.

Relajación, imprescindible
Después de ajustar los detalles técnicos hay que permitir que el cuerpo se relaje. Es bien cierto que es necesario que ciertos músculos permanezcan activos, pero no tiene por qué existir tensión ni crispación. Así, por ejemplo, el músculo cuadrado lumbar y los músculos erectores de la espalda ejercen su fantástica labor.

Sin embargo, el resto de los músculos no es necesario que estén activos. De esta manera, es posible -y deseable- relajarse en la postura de meditación. Al hacerlo, se tiene la sensación de “llegar a casa”. Al fin, uno consigo mismo, sin tener que representar ningún papel, sin tener que hablar ni escuchar otra cosa que no sea la propia respiración ni sentir otra cosa que la propia presencia de ser.

En realidad, relajarse en la postura viene a ser casi como un portal dimensional a través del cual es posible entrar en la dimensión interior. Relajarse es imprescindible porque una postura tensa o crispada está siendo realizada desde un ego sobredimensionado que pretende mantener el control de lo que sucede a toda costa, por no hablar del orgullo, la soberbia e incluso la vanidad.

Inmovilidad, el tercer pilar
Sólo cuando sobreviene la relajación aparece la posibilidad de llevar a cabo el tercer pilar sobre el que se asienta la postura del despertar: una amable invitación a la inmovilidad. Se invita al cuerpo a permanecer en una suave quietud, evitando los movimientos parásitos e inútiles. Siempre sin forzar, la conexión con la inmovilidad es el resultado de una comprensión, no de una imposición.

Y el cuerpo obedece. Y cuando el cuerpo se aquieta, la mente también se sosiega. Así, es posible experimentar que cuando el principio dinámico -el cuerpo- se detiene, aparece con mucha evidencia el principio estático, la consciencia. Por este motivo a la postura de meditación se la denomina Postura del Despertar, porque se despierta a la consciencia de sí.

Sólo con mantener el cuerpo cimentado sobre los detalles técnicos, relajado y en quietud, el practicante tiene la mitad del trabajo hecho.

Consciencia de sí
¿Cuál sería la otra mitad por hacer? Permitirse la inmersión en el sí mismo. Indagar, bucear en las profundidades abisales del ser hasta llegar a comprender por vía de experiencia cuál es su auténtica naturaleza. Y, esto es algo que sucede de forma sencilla y natural, no es un trabajo a realizar por la mente ni el ego.

La quietud mental que genera la postura de meditación provoca la entrada en el silencio interior, estado donde se produce la reconexión con la olvidada consciencia de sí, objetivo de la práctica. Y es que todo el drama que vive el ser humano, y que tanto sufrimiento le reporta, es que en la lucha por la supervivencia se ha olvidado de sí mismo.

Por este motivo, en mitad de un mundo tan sobrecargado de impresiones y de necesidades a satisfacer –unas reales y otras no tanto–, se hace imprescindible la posibilidad de aquietarse y de comprender por propia experiencia quién y qué soy yo. Y de esto, precisamente, es de lo que se encarga el Radja yoga, la meditación.

El Radja yoga no es ninguna religión; es la posibilidad real de reconectar con la esencia íntima y olvidada que al mismo tiempo también es la esencia de todas las cosas. Es tener la posibilidad de vivenciar que todos somos el mismo ser. Es comprender a través del silencio interior y la quietud nuestra auténtica y común naturaleza.

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