ES MOMENTO DE RECORDAR ESTE DISCURSO Y CAMBIAR COLECTIVAMENTE LA FORMA EN QUE VIVIMOS

Se ha dicho que el ser humano es la única especie que transforma su entorno para sobrevivir. El resto de los seres vivos en este planeta forman parte de un sistema increíblemente armonizado en el que la supervivencia de los individuos y las especies garantiza a su vez la supervivencia del sistema, en un ciclo admirable en su equilibrio y sí, su perfección.

Excepto por el ser humano. La llamada “inteligencia superior” que nos distingue como especie es también resultado de la evolución y, como tal, fue nuestro recurso decisivo de supervivencia, sin embargo, en un giro inesperado, se convirtió también en un elemento capaz de romper con dicho balance, al grado incluso de amenazar con destruir el ciclo mismo de vida en la Tierra.

Estas palabras podrían parecer una exageración, pero tristemente no es así. Basta mirar el presente –pero mirarlo de verdad, sin engaños ni falsa compasión– para darnos cuenta de que nos encontramos en un momento crítico de supervivencia general. Esa transformación de nuestro entorno que necesitamos para subsistir resultó en prácticas, hábitos e ideas que, ejercidos a gran escala y colectivamente, están amenazando con severidad toda posibilidad de vida, incluida la nuestra.

La inteligencia ha sido una arma de doble filo para el ser humano. Como especie somos capaces de crear obras admirables, generosas, respetuosas del entorno; somos capaces de unirnos y trabajar juntos por un propósito común. También, lo sabemos de sobra, podemos hacer todo lo opuesto: destruir, dividir, envenenar los suelos y las aguas, consumir hasta agotar.

Por varios siglos se nos ha hecho creer que esa es la única forma de vida posible. Una forma de vida basada en la acumulación, la fragmentación de las sociedades en individuos celosos de su propia identidad, la competencia entre esos individuos. En años más recientes se nos ha hecho creer que en las posesiones materiales se encuentra la felicidad, que la vida tiene que vivirse con prisa y con ansiedad, que es en la carrera personal donde se encontrará el sabor del triunfo y no en la cooperación con los otros.

Hemos pasado tanto tiempo escuchando esas consignas, repetidas además con notable eficacia, que hemos olvidado que la vida no tiene por qué vivirse así, es decir, que la forma de vida no es absolutamente algo dado e inamovible, fijo de una vez y para siempre en nuestra historia. Todo lo contrario. Si la vida en general se encuentra en cambio constante, esto también se refiere a nuestras formas de vivir.

El video que ahora compartimos no es ninguna novedad, pero en este momento parece urgente recordarlo. Se trata del emblemático discurso que Charles Chaplin pronunció en el marco de su cinta The Great Dictator, de 1940 En ésta, Chaplin interpreta el doble personaje de un peluquero judío y un dictador, Adenoid Hynkel, que es la paradoja evidente de Adolf Hitler.

El discurso comienza con unas palabras muy significativas: “Lo siento, pero no quiero ser emperador”. Más adelante, el mensaje avanza hacia otras frases igualmente elocuentes, pero por un momento vale la pena reflexionar sobre estas iniciales.

La del personaje Hynkel es una renuncia que quizá nosotros podríamos también retomar, emprender. Renunciar a pretender estar por encima de los otros. Detenernos a pensar si de verdad eso es lo que queremos en la vida o si se trata de algo que aprendimos a buscar y que, por ello mismo, es posible dejarlo. Preguntarnos qué queremos más: ¿ser mejores que los otros o estar con ellos?

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