Controlando la moral

En 2015, la psicóloga cognitiva Roberta Sellaro y su equipo de la Universidad de Leyden, sometieron a una serie de sesenta estudiantes a estimulación craneal de corriente directa (tDCS). Concretamente les estimularon sus cortezas prefrontales mediales, una zona del cerebro relacionada con la capacidad para contrarrestar sesgos xenófobos. Cuando está muy activa, el individuo no se deja llevar tan fácilmente por estereotipos o prejuicios hacia personas que no pertenecen a su propio grupo. Y, efectivamente, el experimento demostró que los individuos a los que se les estimulaba demostraban conductas menos racistas que el grupo de control a la hora de relacionar nombres con características positivas o negativas (Aquí el paper. Fuente: el muy recomendable libro Transhumanismo de Antonio Diéguez Lucena).

Fotografía Paolo Ventura

Conclusiones:

Que nadie tenga ya en la cabeza la idea de que nuestra capacidad de elección moral es una cualidad espiritual, un don divino, independiente de la ruin y despreciable materia. La elección moral es tan abordable científicamente como la digestión o la elasticidad de los metales.

La noción de libertad o libre albedrío es un residuo mítico, mera forma de hablar que no refieren a nada real. Hay que tener clara la idea de que no existe en nosotros ninguna estancia X que elige una opción sin ningún tipo de causa que le obligue necesariamente a ello. Suponerla sería aceptar la existencia de algo así como un “yo metafísico” que se salta a la torera las leyes de la física (y de la lógica, siendo un claro error categorial).

Elementos como la temperatura, el ritmo circadiano, alimentación, deporte, etc. interfieren en la concentración química de neurotransmisores en nuestro cerebro y, en consecuencia, influirán determinantemente en nuestra toma de decisiones. Todos sabemos cómo cambia nuestra conducta cuando estamos enfadados, borrachos o sin dormir lo suficiente. Sería entonces, bastante interesante tener un buen control del momento y el contexto en el que decidimos, saber “automanipularnos” para tomar las mejores decisiones posibles.

Fotografía Paolo Ventura

Supongamos que descubren un medicamento que produce una mayor activación de la corteza prefrontal medial y que, por tanto, nos vuelve menos xenófobos. Y supongamos también que pudiésemos, por ejemplo, introducir este medicamento en la composición de la Coca-cola, sin que nadie que la ingiriese notase nada extraño. Millones de personas se volverían menos xenófobas sin darse cuenta y, seguramente, habríamos conseguido un mundo mucho mejor ¿Sería ético hacer algo así?

O pensemos en un criminal, un famoso líder del Ku Klux Klan quien, a pesar de ser encarcelado, no se arrepiente de sus crímenes ni renuncia a sus creencias ¿Sería ético administrarle tal medicamento? Estamos ante la siguiente dicotomía: ¿un mundo mejor rescindiendo “libre albedrío” o un mundo peor a base de respetar un concepto mítico?

Controlando la moral

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