Europa ante un dilema existencial: acercarse a Eurasia o arrodillarse ante EEUU

Apenas 24 horas después de que la Unión Europea insinuara que podría abandonar el Dólar como moneda de referencia en sus intercambios comerciales con Irán, lo cual supondría un golpe de efecto por parte de Europa contra las sanciones de Estados Unidos, la multinacional francesa Total anunció que había decidido abandonar el acuerdo firmado con Irán en 2017 para la explotación del yacimiento de gas South Pars (la parte iraní del gigantesco yacimiento South Pars-North Dome que Irán comparte con Catar).

Casi en paralelo al anuncio de la francesa Total, la televisión estatal iraní informaba que la República Islámica había llegado a un acuerdo con la empresa británica Pergas para la explotación del campo petrolífero de Karanj. La inversión prevista será de 1.000 millones de Dólares para producir 200.000 barriles diarios, según informaba el pasado 17 de mayo la agencia Associated Press.

Europa y EEUU

Esto demuestra lo rápido que pueden cambiar las cosas cuando se juntan la geopolítica y los negocios de las grandes corporaciones en un escenario internacional convulso. Veremos muchos más movimientos contradictorios de este tipo en una y otra dirección en las próximas semanas. Pero hay algo que parece evidente: si las grandes corporaciones europeas ceden ante la presión de Washington y obedecen las directrices de Wall Street cortando sus lazos comerciales con Irán, los gobiernos europeos seguirán tarde o temprano esa misma dirección.

En este sentido, el pupilo de los Rothschild, Emmanuel Macron, que en apenas unos días pasó de arrodillarse ante Trump para bombardear Siria a pedir una Europa más soberana y proteccionista frente a Estados Unidos, ha vuelto a contradecirse afirmando ahora que no va a hacer nada para impedir que la empresa Total abandone sus acuerdos con Irán y que no piensa sacrificar las históricas relaciones de Francia con Estados Unidos por mantener sus acuerdos con Teherán.

Pero en este mundo de las relaciones internacionales, los espacios que uno deja libres son ocupados rápidamente por otros. China ya está negociando la compra de las acciones de Total en Irán, lo que dejaría la mayor parte de ese enorme yacimiento en manos de Pekín.

Las potencias occidentales están intentando acomodarse al nuevo paradigma

Actualmente en el mundo estamos atravesando un proceso de transición que nos lleva desde un orden mundial unipolar hegemonizado por Estados Unidos hacia un mundo multipolar de poderes policéntricos, donde Rusia y China compiten abiertamente con Estados Unidos por la hegemonía de las próximas décadas. Prácticamente todos los acontecimientos políticos actuales en la esfera internacional tienen que ver de una u otra forma con esta lucha de poder.

Moscú y Pekín han condenado la decisión de Estados Unidos de abandonar el acuerdo nuclear con Irán. Sin embargo, las consecuencias derivadas de esta decisión unilateral de Donald Trump pueden ofrecer a estas dos superpotencias una oportunidad con la que debieron soñar durante mucho tiempo: arrastrar a la Unión Europea hacia el eje euroasiático.

En un artículo anterior comenté el riesgo que asumía Washington al arremeter contra sus vasallos europeos. La Unión Europea en su conjunto representa la tercera economía mundial, medido en términos de PIB. No hace falta explicar la importancia que supone este bloque europeo (desde el punto de vista económico, financiero, comercial, demográfico, diplomático, militar, etc.) en la composición del nuevo orden mundial. Por eso llama la atención el desparpajo con el que el presidente estadounidense trata a sus todavía «aliados» europeos. Puede que en el fondo piense que los europeos finalmente cederán ante la presión del poder económico occidental y al vértigo político que supone entrar en un nuevo paradigma geopolítico a nivel mundial sin la tutela de Washington.

La filosofía que aplica Trump para sus negocios es la misma que está aplicando en sus relaciones internacionales: «si mi adversario es débil lo aplasto; y si es fuerte negocio con él» (así lo plasmó en su libro «El arte de la negociación», 1987). Trump está poniendo a prueba la «fuerza» de los dirigentes europeos. Pero el riesgo, aunque controlado, es alto.

Sin una Europa sumisa Estados Unidos perdería de inmediato su hegemonía global

Una de las estrategias de fondo más importantes que los planificadores estadounidenses trataron siempre de implementar a cualquier precio para mantener su hegemonía mundial tras la Segunda Guerra Mundial, fue la de mantener a Europa (tanto a gobiernos como a partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales, medios de comunicación y ciudadanos) bajo su tutela impidiendo cualquier tentación de acercarse a la Unión Soviética y su modelo de Socialismo.

Para ello no dudaron en utilizar todos los métodos a su alcance, llegando incluso a financiar y organizar actos terroristas de «falsa bandera» dentro de Europa para eliminar y desactivar a la disidencia; lo hicieron a través de la creación de la llamada red Gladio por parte de la OTAN, de la que algunos autores han escrito ampliamente (Los ejércitos secretos de la OTAN: Operación Gladio,- Daniele Ganser, Red Voltaire, 7/12/2009).

Hoy en día, con una Rusia recuperada y convertida nuevamente en una superpotencia que compite directamente con Estados Unidos, esa estrategia de cooptación política y social en Europa sigue muy viva. El demonio actual es Vladimir Putin, y los terroristas actuales que utilizan como arma geopolítica son los herederos de Al-Qaeda reconvertidos ahora en el Estado Islámico y sus múltiples ramificaciones.

Desde Washington (con la colaboración de Reino Unido) a los europeos se les enfrenta artificialmente a una falsa dicotomía política que los mantiene secuestrados: o estáis con la «democracia» y «los valores occidentales que nos unen», o por el contrario estáis con los «gobiernos autoritarios» que están socavando esos valores y «poniendo en peligro la paz mundial» y pisoteando los «Derechos Humanos». O dicho de otra forma, no hay alternativa democrática al liderazgo mundial estadounidense. Los dirigentes europeos compartieron, aceptaron y defendieron esta posición a cambio de su cuota de poder y de beneficio económico y político.

Esto fue así hasta ahora, cuando Trump ha puesto en marcha su guerra contra el déficit comercial estadounidense, lo que incluye atacar a las inversiones de sus enemigos/competidores en Europa, como en el caso del estratégico gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania, a cuyas empresas participantes también está amenazando.

En estos momentos la UE está inmersa en una encrucijada. Para romper las cadenas que la atan a Washington y aguantar su embestida en forma de sanciones los países europeos necesitan diversificar sus relaciones estratégicas, tanto financieras como económicas, energéticas, comerciales, militares, etc. Esto, por decirlo directamente, significa «pivotar» hacia Eurasia y establecer acuerdos estratégicos con China y Rusia similares a los que ha establecido Irán con ambos, algo que le está permitiendo a Teherán resistir (no sin problemas) las sanciones y ataques de Estados Unidos contra su economía.

Por ejemplo, la UE puede eludir las sanciones sustituyendo el Sistema Internacional de Pagos Interbancarios (SWIFT, por sus siglas en inglés) por otros sistemas bilaterales que no están bajo el control de Washington. Sólo con la decisión de abandonar el Dólar como moneda de referencia para pagar el petróleo, el gas y el resto del comercio la UE le daría un mazazo a la economía estadounidense. Pero Europa también sufriría estos efectos económicos negativos a corto plazo, por lo que en paralelo debería establecer acuerdos económicos y comerciales estratégicos con aquellas potencias y países/regiones que están sufriendo también las sanciones, y que han creado toda una infraestructura alternativa fuera del alcance del poder económico occidental. De nuevo hablamos de Rusia y China y del eje euroasiático. Hablamos de un cambio de paradigma global de proporciones históricas. ¿Están los dirigentes europeos dispuestos a llegar tan lejos para lograr su soberanía? Parece que no.

Claro que, aquí nos encontramos con un gran problema: con unas poblaciones europeas cuyas mentes han sido totalmente colonizadas por la cultura, los dogmas y doctrinas imperialistas anglosajonas, ¿quién va a tener la osadía de colocarse del lado del nuevo «Eje del Mal» del siglo 21? ¿quién tiene el valor político ahora de exigir, aunque sea por un puro interés mercantilista, que Europa gire hacia Eurasia y se alinee con el nuevo liderazgo global encabezado por China y Rusia, cuando al mismo tiempo desde Europa están atacando y difamando a esos países a los que convendría acercarse? Nadie lo hace, absolutamente nadie, como podemos comprobar cada día. La izquierda europea en su conjunto, de quien podría esperarse un discurso diferente, está alineada con la dictadura unipolar y la Globalización y repiten los mismos mantras con los que nos intoxican a diario los grandes medios corporativos occidentales.

No se trata de «cambiar de dueño», como algunos malinterpretan de forma sibilina, sobre todo desde algunos sectores de «la izquierda». China no exige sumisión política ni impone «reformas» económicas a sus socios, al contrario que Estados Unidos que impone por la fuerza su modelo neoliberal para saquear los recursos y anular la soberanía de sus subordinados. Por eso en África, donde China gana cada día más terreno frente a Occidente, los ciudadanos de ese continente aprueban la presencia china por considerarla positiva para su desarrollo, al mismo tiempo que rechazan cada vez más la presencia estadounidense (y europea). Se trata, por lo tanto, de que la Unión Europea ejerza su soberanía (la misma soberanía que las instituciones europeas niegan a sus Estados miembros, por cierto) y pueda en consecuencia tomar las decisiones políticas y estratégicas que más convengan a los intereses de los europeos en cada momento.

En conclusión: Sin dominar y someter a Europa a sus intereses, Estados Unidos perdería su hegemonía mundial de forma definitiva y casi inmediata, aunque causaría todo el daño posible para impedirlo. Sin estrechar sus lazos con Rusia y China, Europa no resistirá la guerra comercial y tendrá que arrodillarse nuevamente ante Estados Unidos.

Los globalistas europeos contra el nacionalismo económico de Trump

No deja de resultar una paradoja que ahora la Unión Europea sea víctima de la misma política de agresión, intimidación y sanciones que ellos mismos llevan años aplicando a terceros países bajo las órdenes de Estados Unidos. La Unión Europa está probando ahora de su propia medicina. Sin ir más lejos, Bruselas todavía mantiene las sanciones contra Rusia ordenadas por Obama y seguidas por Trump, a pesar de que son los países europeos – y no Estados Unidos – los más perjudicados con la aplicación de las mismas.

¿Por que la UE, si realmente busca ahora su «independencia» frente a Washington como dicen, no comienza por eliminar esas sanciones y se replantea su relación con su vecina Rusia que, entre otras cosas, es la primera potencia energética mundial y una superpotencia militar-nuclear?

Al mismo tiempo que la Unión Europea critica las sanciones y aranceles propuestos por Washington por ir en contra de sus intereses y del «libre mercado», resulta que 27 de los 28 embajadores de la Unión Europea en Pekín firmaron un documento interno donde condenan las prácticas proteccionistas de China y piden un frente común contra su megaproyecto de la Nueva Ruta de la Seda. Es decir, que aplican contra China la misma lógica que Trump está aplicando contra Europa. Deberían aclararse.

¿No sería del todo más lógico, que los países de la Unión Europea en crisis permanente desde 2008 trataran de beneficiarse de las grandes inversiones planteadas en la Nueva Ruta de la Seda, o incluso llegando a un acuerdo comercial con China que, entre otras muchas cosas, es la primera potencia geoeconómica mundial? ¿No era «captar inversiones» una de las grandes preocupaciones de los gobiernos neoliberales europeos cuando iniciaron los «ajustes económicos» tras la crisis de 2008?

Es decir, que la «Globalización» y el «libre mercado» eran una buena idea (hasta el punto de imponerla por la fuerza al resto del mundo) siempre que fueran las grandes corporaciones occidentales las que dominaran los mercados. Pero cuando surge un competidor como China que, utilizando las mismas reglas del juego capitalista, pone en riesgo esa hegemonía económica occidental, entonces se rompen las reglas y se inicia una guerra asimétrica contra sus competidores/enemigos.

El problema de fondo que observo en este enfrentamiento entre Washington y Bruselas, es que los líderes europeos no están enfrentados con Estados Unidos, ni tampoco cuestionan su forma de ejercer su liderazgo global en las últimas décadas, ni su modelo de globalización neoliberal, ni su dictadura financiera global (Deuda), ni su política imperialista belicista (bases militares, «cambios de régimen», financiación del terrorismo yihadista…) o sus crímenes contra la humanidad cometidos por todo el mundo en nombre de la «democracia» y la «libertad». No, no están cuestionando todo eso sencillamente porque los ahora «indignados» dirigentes europeos son parte esencial de ese criminal modelo y son corresponsables directos de esos crímenes cometidos a lo largo de la historia. Y además continúan cometiéndolos, como vemos en Siria o con su apoyo al régimen de ocupación sionista en su holocausto cometido contra Palestina, por ejemplo.

Con quien están enfrentados es con Donald Trump y sus políticas proteccionistas que conducen a una «desglobalización» y a un retroceso de la hegemonía occidental (retroceso «aceptado» por un Donald Trump que inicialmente buscaba un acuerdo global con Rusia, pero no por el «Estado Profundo» que se lo impidió). Y ese retroceso incluye a la propia UE como parte integral que es de ese eje colonial-imperial occidental.

Esta guerra soterrada entre los globalistas europeos y el nacionalismo representado por Trump, así como la posterior situación de incertidumbre en la que se encuentra la UE, era algo predecible desde su llegada a la Casa Blanca.

La Unión Europea se encuentra descolocada y desconcertada ante tanta incertidumbre. Su escalada en contra de Rusia obedecía a una histórica supeditación de sus propios intereses frente a los de EE.UU. en un contexto de Globalización y grandes tratados comerciales impuestos a través de la coacción y las guerras imperialista. Ahora las cosas han cambiado en Occidente, y los gobiernos europeos se encuentran atrapados entre un Donald Trump al que odian y una Rusia a la que siguen acosando por pura inercia del pasado. Se encuentran en tierra de nadie, abrazados a un viejo modelo que no quieren abandonar pero incapaces de frenar el nuevo esquema que se impone. [La vieja Unión Europea atrapada entre Washington y Moscú, Mirador Global, 24/2/2017]

Es más que probable que la intención de los «indignados» dirigentes europeos sea tan solo aguantar la embestida por un tiempo hasta que «caiga» Trump, y poder reconducir posteriormente sus relaciones de sumisión con el nuevo presidente del imperio. El riesgo es que para entonces no quede ya ninguna «Unión Europea» a la que salvar. Si, es muy probable. O puede que no.

Este es el segundo artículo que escribo sobre este asunto y, sinceramente, todavía no sé qué rumbo tomará la Unión Europea. ¿Alguien lo sabe realmente?

https://es.sott.net/article/60164-Europa-ante-un-dilema-existencial-acercarse-a-Eurasia-o-arrodillarse-ante-EEUU

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