PARANTROPOLOGÍA: RELATOS QUE DESAFÍAN LA LÓGICA

Las cenizas adivinatorias zulúes 

A finales del siglo XIX, D. Leslie penetró en territorio zulú en busca de sus cazadores kafari. Siguió determinadas pistas que le habían facilitado algunos informantes, pero al alcanzar el lugar del posible encuentro no había nadie. Decepcionado y frustrado, uno de sus criados le aconsejó consultar a un vidente a lo que Leslie accedió. El hechicero zulú conocía el secreto arte de “abrir las puertas de la distancia” y para ello prendió ocho fuegos pequeños, tantos como los cazadores que buscaba el explorador. La ceremonia comenzó arrojando a las llamas dos objetos: unas raíces que desprendían desagradable olor y una piedra por cada hoguera. Después, el oficiante tomó una medicina que le indujo un trance muy violento y convulsivo durante diez minutos.

A continuación, empezó la verdadera adivinación, según refirió Leslie en su obra Among the Zulú and Amatongos, publicada en 1875: “Dio la impresión de despertarse, se dirigió a uno de los fuegos, removió las cenizas, miró con atención el guijarro, describió fielmente al hombre y dijo: ‘Este hombre murió de fiebre y tu fusil se ha perdido’. Luego, se situó ante el segundo fuego: ‘Este hombre (correctamente descrito) ha matado cuatro elefantes’ y pasó a describir sus colmillos. Fue luego ante el tercer fuego: ‘Este hombre (tras describirlo también) ha sido muerto por un elefante, pero tu fusil volverá a casa’, y así con el resto, con descripciones minuciosas y correctas de los hombres y con la indicación de su éxito o su fracaso”. Precisa Leslie en su estudio que también le comunicó el hechicero dónde estaban los supervivientes y que regresarían al cabo de tres meses aunque no por el itinerario esperado. Remata la exposición el etnógrafo diciendo: “Estas informaciones, de las que tomé diligente nota, más tarde, para mi gran estupor, se revelaron exactas en todos sus detalles. Que este hombre hubiera podido obtener esa información de los cazadores por vía normal era poco probable: se encontraban diseminados por una región a unas doscientas millas de nosotros”.

El espejo mágico de los pigmeos 

El misionero católico y etnógrafo Henri Trilles publicó un trabajo de referencia en 1932 titulado Les Pygmées de la forét équatorial. Durante 15 años recorrió Gabón explorando y conviviendo con los míticos pigmeos. En la citada obra, el sacerdote francés recopiló sistemáticamente aquellas exóticas costumbres, vida cotidiana y creencias que luego difundió en charlas universitarias y publicaciones académicas. Una vez más, entre las páginas de este voluminoso estudio asoman un puñado de sucesos prodigiosos que desconcertaron la mente del investigador.

Al padre Trilles le desapareció un objeto e, inmediatamente, un amable pigmeo acudió en su ayuda para identificar al posible causante del hurto. Lo curioso del caso es que aquel improvisado detective realizó la pesquisa con un espejo mágico: “Poco después de unos encantamientos me declaró con aire decidido: ‘Veo a tu ladrón; es fulano – y me indicó a uno de los jóvenes que me habían acompañado-. Además, mira tú mismo’. Y, para mi gran asombro, vi reflejarse en el espejo los rasgos de mi ladrón. El hombre, enseguida interrogado, confesó que, en efecto, era culpable”.

No fue la única vez que el padre Trilles contempló hechos de difícil explicación para él efectuados con un espejo mágico: “Un día yo conversaba con un hechicero pigmeo. Mis hombres, con sus piraguas, debían alcanzarme para traerme provisiones. Incidentalmente hablé a mi hombre de esto, preguntándole: ‘¿Estarán todavía muy lejos? ¿Me traerán lo que les he pedido?’. ‘Decírtelo es facilísimo.’ Tomó su espejo mágico, se concentró, pronunció unos encantamientos. Después: ‘En este momento los hombres están doblando tal punto del río (estaba a más de un día de piragua), el más alto acaba de disparar con la escopeta a un gran pájaro; lo ha abatido; los hombres reman enérgicamente para alcanzarlo; ha caído al agua. Lo han agarrado. Te traen lo que les has pedido’”. No cabía duda de que el hechicero empleaba aquel espejo mágico como si se tratara de la pantalla de un televisor transmitiendo una remota señal en directo. Trilles verificó las apreciaciones del pigmeo y anotó en su estudio: “En efecto, todo era verdad: provisiones, disparo, ave abatida; y estaba, lo repetimos, a un día de distancia del lugar”.

El rudimentario espejo de los pigmeos siguió asombrando a Trilles, quien describió en su libro alguna otra de sus funcionalidades extraordinarias. Además de identificar malhechores o visualizar sucesos a increíbles distancias, cuenta el sacerdote que aquel objeto mágico era utilizado para traducir idiomas desconocidos: “En uno de los viajes que hicimos con monseñor Le Roy, el hechicero de la aldea donde llegamos por la noche nos describió con suma exactitud el camino que habíamos recorrido, lo que habíamos comido y hasta las conversaciones mantenidas. Uno de los detalles de nuestra conversación era particularmente típico. Habíamos encontrado una pequeña tortuga. ‘Puede servir para la cena de esta noche’, me dijo monseñor Le Roy, y yo añadí riendo, ya que teníamos mucha hambre: ‘Si hace falta, agregaremos la cabeza del guía’. Hablábamos en francés, idioma del que el hechicero no entendía una palabra, y sin embargo, sin moverse de su aldea, en presencia de todos, él nos había ‘visto’ en su espejo mágico ¡y nos repetía lo que habíamos dicho!”.

En otras ocasiones, la adivinación se efectuaba sin la mediación de ningún objeto prodigioso: “poco a poco el hechicero se exalta; cantando, gira con rapidez sobre sí mismo, se curva en forma de arco, la cabeza echada hacia atrás toca el suelo golpeándolo con violencia. Después brinca ininterrumpidamente: sumido en un estado psíquico intermedio entre lo consciente y el trance”. Bajo esas condiciones el brujo pigmeo describe al consultante qué suerte correrá durante la caza de elefantes que “es representada mímicamente con una precisión extraordinaria: el hechicero ve. Se lanzan las azagayas: el hechicero ha designado al cazador, muestra al que huye, al que ataca, al que es atacado por el animal agonizante, dilacerado, ya no hay nada que hacer. Luego muestra a los vencedores y los vencidos de esta caza siempre peligrosa”. El padre Trilles no puede disimular su fascinación al terminar subrayando que: “algo de lo más extraño – he podido constatarlo-, esta visión a distancia del futuro se realiza hasta en los más mínimos detalles: no sólo el lugar de la caza, no sólo los hombres muertos o heridos y el número de los elefantes matados, sino también el número de los colmillos [capturados]. ¡Todo es exacto!”. En la sesión adivinatoria de la que Trilles fue testigo “el clan supo con satisfacción que se matarían ocho elefantes, de los cuales cinco serían machos y un solo cazador encontraría la muerte”. Pues bien, “lo que luego encontré más sorprendente es que las predicciones del mago se cumplieron exactamente”.

El reiterado contacto del padre Trilles con los pigmeos le deparó la contemplación de otro episodio extraordinario: el ritual en el que los magos más ancianos aceptaban a nuevos discípulos para transmitirles su saber. Los neófitos se sentaban en el extremo de la tabla de un balancín. Bajo la otra punta del rudimentario columpio se ubicaba el hechicero con los brazos estirados. Entonces, los neófitos procedían a impulsarse y elevarse, pero cuando el extremo opuesto iba a golpear la cabeza del viejo brujo, una suerte de fuerza invisible lo impedía. El hechicero detenía el movimiento de la tabla y conseguía equilibrar el balancín sin tocarlo, sin que hubiera ningún peso en el otro extremo. Tan solo apuntando con las palmas de sus manos en dirección a ese lado del columpio. El rito dejaba exhausto al veterano brujo que perdía el conocimiento, caía bruscamente al suelo y era alejado de la ceremonia por los compañeros para reanimarlo.

Sueños premonitorios en tierra de fuego 

Los fueguinos son una etnia de cazadores-recolectores y pescadores que habita en los archipiélagos más meridionales de Chile y Argentina. El sacerdote y etnólogo alemán Martin Gusinde convivió con ellos durante muchos años a principios del siglo XX, justo en un momento en que dicha comunidad era considerada una raza inferior y objeto de exterminio por el hombre blanco. La monumental obra etnográfica publicada en tres gruesos tomos por Gusinde el año 1937 contribuyó a eliminar todos esos prejuicios, denunciar las matanzas y dar valor a la cultura de los fueguinos.

Pues bien, cita el misionero alemán en su estudio una premonición de la que fue testigo y que protagonizó una mujer de la etnia yamana: “El 26 de julio de 1923 Nelly me contó afligida que la noche anterior había soñado cosas muy feas: ‘De Mejillones (Isla Navarino) vinieron aquí (a Punta Remolino) algunas familias y me han contado que en aquel lugar reina un luto general. Hoy seguramente arribará alguien de allá y podremos saber quién ha muerto. Después de este sueño me he desvelado y ya no he podido dormir’”. Cuenta Gusinde que trató de tranquilizarla y convencerla de que las pesadillas no servían para hacer vaticinios. Sin embargo, durante varios días no se recibieron noticias de Mejillones y comenzaron a sospechar que algo extraño había pasado allí. Finalmente, “para nuestra gran sorpresa, Alejandro llegó a Punta Remolino y enseguida contó: ‘La noche pasada murieron allá dos mujeres entre nosotros. Anita, mujer de Willer y Sara, mujer de Masemikens. El propio Masemikens y la vieja Emilia están seriamente enfermos y sucumbirán pronto’”.

Desmaterializaciones ilusiorias 

El antropólogo y lingüista ruso Vladimir Bogoraz recoge en su obra de 1910 Chukchee Mythology que las chamanas de esta comunidad autóctona de la península de Chukchee junto al Océano Ártico realizaban prodigios en público con absoluta naturalidad. En una ocasión, una chamana entró en trance después de atraer a ciertos espíritus. Luego, colocó una gran piedra redonda sobre su tambor. La mujer comenzó a apretarla como si la exprimiera y de su interior cayeron infinidad de piedras que se fueron apilando sobre el suelo durante cinco minutos. Durante dicha acción, la piedra redonda no experimentó ningún cambio.

Permaneció intacta y lisa. Apunta Bogaraz que “yo estaba sentado muy cerca de la prestidigitadora, y no logré descubrir de dónde provenían estas piedras. Además, toda la parte superior de su cuerpo estaba completamente desnudo y accesible a la inspección. Al cabo de unos momentos pedí de pronto a la chamana que repitiera el truco, para tratar de sorprenderla desprevenida, pero enseguida tomó la piedra y de nuevo hizo brotar de ella un flujo de pequeñas piedras, aunque de mayores proporciones que las anteriores”.

Bogaraz nunca dio credibilidad a aquellos efectos anómalos aunque no detectara la manera en que se llevaban a cabo. Para él, “todas estas cosas sucedieron muchas veces en mi presencia” y “todos estos trucos se parecen de manera extraordinaria a los hechos de las modernas sesiones espiritistas, y sin duda no pueden realizarse sin ayuda de asistentes humanos”.

Juan José Sánchez Oro
(Visto en https://libertaliadehatali.wordpress.com/)

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