ARCOSIS NARCISISTA: POR QUÉ EN LA ERA DE LAS REDES SOCIALES TODOS SOMOS NARCISO

El filósofo y crítico Marshall McLuhan probablemente siga siendo el autor clave para entender los efectos de la tecnología en la sociedad y en el individuo. Como sugiere Lewis Lapham, quizás la obra de McLuhan sólo se puede realmente dimensionar a la luz de Facebook, YouTube e Instagram, es decir, 50 años después de sus «profecías». En su obra más importanteUnderstanding Media: The Extensions of Man, el profesor de literatura inglesa dedica un capítulo al narcisismo: «The Gadget Lover: Narcissus as Narcosis». McLuhan rápidamente nos recuerda que la palabra Narciso se deriva del griego narcosis, que significa «aletargamiento», «estupefacción» o «entumecimiento». El narcisista es el que está bajo el influjo de un narcótico.

El mito de Narciso, relatado por Ovidio, es la historia de un joven que confunde su reflejo en el agua por el de otra persona, enamorándose perdidamente de la imagen. Generalmente leemos este mito como una advertencia del autoinvolucramiento enfermizo, y creemos que Narciso se enamora egoístamente de sí mismo. Pero como observa McLuhan, en realidad Narciso no se enamora de sí mismo, se enamora de una extensión de sí mismo que cree que es otro. La diferencia es importante, pues si Narciso hubiera sabido que era él mismo no se habría enamorado, es la otredad y la exterioridad material la que ejerce magnetismo. Al final se da cuenta que su amor no podrá ser correspondido y se convierte en una flor. «La extensión de sí mismo por el espejo aletargó su percepción hasta que se convirtió en el servomecanismo de su propia imagen extendida o repetida.» Los esfuerzos de la ninfa Eco por ganar su amor reproduciendo fragmentos de sus propias palabras fueron vanos, pues «se había adaptado a la extensión de sí mismo y se había convertido en un sistema cerrado».

Para McLuhan el mito de Narciso no se trata de una mera autoinfatuación, no es la fascinación directa y no-mediada con uno mismo, sino que es la fascinación con la extensión de uno mismo en un material distinto (exterioridad y no interioridad) y la narcosis perceptual que esto conlleva. El narcisista que describe la psicología moderna es el que está constantemente obsesionado con su imagen corporal, con cómo lo perciben los demás; el narcisismo que describe McLuhan es el de la persona que se ve a sí mismo en sus extensiones, el que ama sus gadgets como si reflejaran su propia preciosa imagen. Más aún es quien narcóticamente embelesado no se da cuenta de que la imagen que persigue es inerte y fatua, que es un espejismo que se hace pasar por algo vivo y real, y así va sustituyendo lo verdaderamente vivo y real, perdiendo confianza en su propia naturaleza y depositándola en la extensión. Narciso se convierte en una flor, pero esta flor es una pálida sombra de su esplendor humano, una flor tóxica, sedante, un mórbido aunque sublime testimonio de la confusión.

Se ha dicho que nuestra era, la era de las redes sociales -particularmente de Instagram y Facebook- es la era del narcisismo, pues la gente parece estar obsesionada con su propia imagen virtual, la cual es semificticia, altamente editada para crear una impresión favorable; y persiguiendo este artificio de la imagen en las vitrinas de las redes sociales perdemos el tiempo, quedando exangües como Narciso. Pero generalmente esa categoría no nos incluye a todos, siempre hay algunos que creen ser conscientes del embaucamiento del mass media y estar por encima de sus trances. Sin embargo, lo que McLuhan muestra es que nuestra aparente superioridad es otra forma de narcisismo y en realidad nadie se escapa de esta condición, pues el narcisismo no es cómo usamos la tecnología, no es el mensaje, es el medio.

McLuhan introduce el concepto de «autoamputación», tomado del trabajo de los médicos Seyle y Jonas. Según McLuhan, invariablemente toda amplificación y extensión es acompañada por una autoamputación que aletarga o entume cierta función. En términos clínicos esto puede apreciarse con el trauma o con la sensación de irritación: en momentos agudos decimos que queremos «salirnos de nuestra piel o de nuestra mente», buscamos proyectarnos -fuera de sí- para escapar el dolor y vivir otra realidad. Bajo una presión irritante nos desdoblamos hacia fuera y creamos una extensión; pero este mecanismo necesariamente requiere de una compensación, de una autoamputación, del entumecimiento de la sensación irritante de la cual hemos escapado. Una nueva tecnología puede verse como un nuevo órgano proyectado en respuesta a una irritación con su correspondiente autoamputación. «Con la tecnología electrónica, el hombre se extendió, o estableció fuera de sí mismo un modelo vivo del sistema central nervioso.» La tecnología sería una forma de protegernos de irritaciones o amenazas percibidas, desdoblando al exterior nuestra propia naturaleza de manera mecánica, para de alguna manera blindarnos de la sensación indeseada. Como escribió Max Frisch, la tecnología puede entenderse como «la habilidad de arreglar el mundo para que no tengamos que experimentarlo». El modelo de la extensión es el de un analgésico o el de una anestesia local.

Es en este sentido que somos narcisistas, al crear extensiones que nos deslumbran y nos embotan y nos hacen dejar de experimentar la realidad desnuda, no mediada. McLuhan compara la tecnología con la producción de ídolos, es decir, de objetos que son animados y venerados, pero que no son la cosa en sí. El culto al gadget es un nuevo Mammon, el smartphone es el fetiche por excelencia. En el poeta William Blake, que hablo de los «molinos satánicos» de la industralización hace 300 años, McLuhan encuentra un precursor de sus ideas. Una de las ideas del poema Jerusalén de Blake es que uno se hace como aquello que percibe o que sostiene en su mente. Blake anticipó la idea de que la propia fragmentación del proceso de producción mecánico, fragmentaba también las facultades mentales, separando a la razón de la imaginación. Hoy en día podemos apreciar esto mejor con los sistemas de notificaciones de los gadgets que en su constante estímulo fragmentario han creado un problema global de atención: nuestra mente se vuelve fragmentaria, dispuesta solamente a cortas rachas de atención. Simplemente esta es la forma en la que está construida la plataforma, no es parte del mensaje: no importa si la interrupción es un verso de la Metamórfosis, un meme o un anuncio del banco.

McLuhan no era un ludita, no se oponía al uso de la tecnología -en ocasiones incluso se explaya místicamente sobre las posibilidades  sinestéticas retribalizantes de la misma-, sin embargo, sí era seriamente crítico. La conciencia crítica era la clave para que podamos utilizar la extensión y amplificación de nuestros sentidos y facultades sin que el aletargamiento narcótico implícito sea un precio demasiado grande que pagar. Al mismo tiempo, esta conciencia de la autoamputación es indispensable para poder reorientar la forma en la que adoptamos las tecnologías y posiblemente reprogramar las mismas, crear, como ha sugerido Douglas Rushkoff, otro «set and setting», una diferente configuración para que el Internet no sea un malviaje colectivo. Sin esta autoobservación de los efectos del medio, corremos el riesgo de convertirnos en las herramientas de nuestras herramientas. «El hombre se convierte, como si fuere, en los órganos sexuales del mundo de las máquinas». Parafraseando a McLuhan, en la era electrónica, «la humanidad usa a la computadora como cerebro», pero su propia atención, la energía de su propio cerebro y la información que genera, está siendo usada por las computadoras para aprender a controlar las conductas de los seres humanos. Evidentemente las computadoras no operan solas; están siendo programadas y diseñadas por humanos, pero justamente por este mecanismo de autoamputación, los humanos nos parecen ser muy conscientes de lo que está en juego al «enamorarse» de las computadoras en las que ven la extensión de su cerebro. La descripción que hace el informático Jaron Lanier de nuestra relación con los algoritmos tiene algo de la confusa espectralidad del mito de Narciso:

El algoritmo está tratando de captar los parámetros perfectos para manipular el cerebro, mientras que el cerebro, para hallar un significado más profundo, está cambiando en respuesta a los experimentos del algoritmo… Ya que el estímulo no significa nada para el algoritmo, pues es genuinamente aleatorio, el cerebro no está respondiendo a algo real, sino a una ficción. El proceso -de engancharse en un elusivo espejismo- es una adicción.

https://pijamasurf.com/2018/09/narcosis_narcisista_por_que_en_la_era_de_las_redes_sociales_todos_somos_narciso/

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