EL SUFRIMIENTO COMO CAMINO HACIA LA SABIDURÍA EN LAS EXPERIENCIAS PSICODÉLICAS

El prime paso hacia la sabiduría es «morir antes de morir». 

Peter Kingsley

Las yeguas que me llevan hasta el límite final del anhelo siguen cabalgando, una vez que habían venido por mí para llevarme por el camino legendario de la divinidad que lleva al hombre que sabe a través del vasto y oscuro misterio…

Poema de Parménides, versión de Peter Kingsley

En las experiencias psicodélicas, y particularmente en las de ayahuasca, existe una especie de modelo o tema recurrente que tiene que ver con un periodo inicial de sufrimiento y dificultad que una vez atravesado da pie a un periodo de aceptación, liberación, unión o éxtasis. Podemos describir esto también en términos de un proceso de catabasis seguido de anabasis, en un descenso al inframundo o al infierno y/o purgatorio y un ascenso al cielo o a un estado de conciencia mística; o, también, en una muerte simbólica o una disolución del ego que es también una fusión del ser con el Ser o del individuo con principios universales: Dios, la naturaleza, la realidad, la conciencia ilimitada, etc.

Ya sea que utilicemos términos de la filosofía, de la psicología o de la ciencia, el viaje psicodélico, cuando realmente tiene un efecto significativo, suele atravesar una trayectoria en la que el psiconauta primero se enfrenta con aspectos de su propia naturaleza o con visiones que a falta de un mejor término podemos llamar negativas. Estos momentos ocurren de manera paralela física y mentalmente, y pueden explicarse en parte por los efectos físicos de las plantas que suelen tener sabores muy amargos y producir ciertos malestares, incluyendo nausea y vomito. Esta fase es llamada a veces «purga», algo que se manifiesta de manera particularmente aguda en la ayahuasca, brebaje que las más de las veces obliga a la persona a vomitar; vomito que en muchos casos marca justamente un proceso de liberación, un cambio y aligeramiento no sólo en el cuerpo sino en la conciencia del individuo. Se vomitan ríos de memorias, traumas, dolores, fantasmas, sangre…

Esta fase «negativa»  puede ir acompañada de un estado de incomodidad también mental, de nerviosismo, tensión, apretamiento, obsesividad, regresividad, miedo, agonía e  incluso de una sensación de estar al borde de la locura y en ocasiones al borde de la muerte. El individuo suele llegar a pensar que fue una mala idea haber tomado la planta y querer que sus efectos se acaben los más pronto posible; puede llegar a buscar ayudar y sentirse atrapado y frustrado (lo cual en ocasiones hace que dejé de tomar más de la sustancia psicodélica, lo cual puede ser necesario para que ésta realmente «trabaje» y pueda romper las resistencias psíquicas que se le oponen y anegar al individuo en su flujo visionario). Se ha dicho que éste malestar no es más que la resistencia del ego a ceder el control -a morir-, aunque esa «muerte» sea sólo momentánea.

Lo que me parece notable de la experiencia psicodélica  -particularmente de la ayahuasca, pues ésta suele ser tomada en la oscuridad y uno de los significados que se suelen dar de la palabra «ayahuasca» es «liana de la muerte»- es que existe en ella una especie de arco dramático, una resonancia con el llamado «viaje el héroe» (con el arquetipo de la integración del sí mismo) y con el proceso iniciático de diferentes religiones. Sabemos que los misterios de Eleusis recreaban en una especie de teatro sagrado el descenso al inframundo de Perséfone (algunos creen que esto era comunicado con mayor viveza con la asistencia de una sustancia psicodélica); aparentemente se vivía una muerte simbólica que era seguida de una demostración de la inmortalidad del alma. Sócrates dice en reiteradas ocasiones que aquel que ha sido recientemente iniciado tiene más facilidad para dejarse poseer por el amor divino y acceder a una ebriedad espiritual que le permite elevar el alma a la visión de lo real. El héroe, Hércules u Odiseo por ejemplo, debe realizar ciertas labores, ciertos trabajos tortuosos que lo ponen a prueba y que significan una cierta purificación para así poder alcanzar su objetivo, llegar a la isla de la bienaventuranza, obtener el néctar de la inmortalidad, regresar a casa… Carl Jung luego notará que en las historias medievales y en las fábulas de los alquimistas, el tesoro que se busca suele estar vigilado por un dragón o una serpiente. Para los alquimistas ésta serpiente será el pecado mismo o la naturaleza corrupta de la materia que debe purificarse; Jung lo interpretará como la propia mente inconsciente con sus cabos sueltos que deben enfrentarse e integrarse: la oscuridad que sólo puede iluminarse haciéndose consciente.

Si leemos esto desde la psicología profunda de Jung, debemos hablar de la metáfora que Jung encuentra en Nietzsche del árbol que para crecer hacia lo alto debe tener sus raíces en la profundidad, literalmente en el infierno, pues el auténtico crecimiento es el crecimiento espiritual, y la experiencia espiritual o numinosa ocurre en la psicología de Jung cuando se ha integrado la sombra y los opuestos, un matrimonio, a la Blake, del cielo y el infierno. Primero el individuo debe lidiar con sus propios aspectos negativos personales y luego con los aspectos colectivos o arquetípicos. Debe conversar e incluso bailar con el diablo y con sus fantasmas y con el arquetipo femenino (Anima) o masculino (Animus), dependiendo de si es hombre o mujer. Jung creía en la realidad del mal o de lo diabólico y consideraba que éste era parte de la naturaleza humana -no un mero privatio boni como pensaron los padres de la Iglesia-. Como sugiere Jung en Respuesta a Job, la manifestación de la divinidad en el hombre, el arquetipo del sí mismo (Cristo), ocurre una vez que se ha tomado en serio al mal, que se ha puesto atención a los aspectos de nuestra propia psique que preferimos no tomar en cuenta porque no nos gustan o nos dan miedo.

La auténtica experiencia psicodélica recapitula también la pasión de Cristo, el sufrimiento bajo la cruz, la muerte y la resurrección -si bien con esto no quiero en ninguna medida sugerir que son experiencias equivalentes o que las sustancias psicodélicas pueden sustituir el trabajo espiritual. Dicho eso, los mismos padres de la Iglesia han sugerido con su concepto de anakephalaiosis que la pasión de Cristo recapitula la historia entera de la humanidad y por lo tanto cada hombre entonces, en su sufrimiento, en su entendimiento, en su sacrificio, etc., alcanza a resonar con el arquetipo de Cristo, el segundo Adán, el hombre que es toda la humanidad en su arquetipo divino. El mismo Jung consideró que Cristo era el arquetipo del hombre completo o total, el Sí mismo individuado. Existía para el psicólogo suizo una entelequia arquetípica en el inconsciente con una tendencia a manifestarse, a integrar y cristificarse, por decirlo de alguna manera. Para Jung, como para Schelling, la luz quería iluminar la oscuridad de la materia y hacerse conocida y Dios quería nacer en nosotros.

Hans ur Von Balthasar, el teólogo alemán que rescató la belleza en el discurso teológico, en el primero tomo de su Estética Teológica, escribe: «Dios [Cristo] debe sufrir al hombre y aprender al hombre, para que así, junto con él y bajo su guía, el hombre pueda experimentar a Dios a través de su propio sufrimiento… Sólo a través de la experiencia del sufrimiento el hombre adquiere conocimiento verdadero de Dios y de sí mismo». Esta frase de Von Balthasar ilustra muy bien está noción de la participación arquetípica del hombre con lo divino a través del sufrimiento. Si bien se puede leer tanto como una gracia otorgada por la divinidad en su encarnación a la cual el hombre accede a través de la repetición de su teodrama, como también de una forma psicológica, pues el sufrimiento nos introduce a la posibilidad sublime de rendirnos, de sacrificarnos, de desapegarnos de nuestro ego que al final de cuentas es lo que hace que rechacemos el sufrimiento -y ese rechazo, más que otra cosa, es lo que califica nuestra experiencia como sufrimiento-. Pues todo conflicto que surge por sentir tales o cuales sensaciones depende de que haya un ego que las juzgue, que diga que esto que se está viviendo es malo, que es una tortura, que no tiene sentido, etc. En todo caso el sufrimiento es el proceso de aprendizaje y transformación por excelencia, como fue expresado por los mismos alquimistas que describían los procesos de transformación de los metales en la búsqueda de la piedra filosofal en términos de «torturar su materia». Había que torturar: había que someter a la acción del fuego a todo lo burdo, denso e impuro, para que sólo quedara la esencia espiritual. Cabe mencionar que esto no se trata necesariamente de un masoquismo cristiano, de un sentimiento de culpa original que debe expiarse, sino de un profundo proceso de autoconocimiento. La realidad, al menos desde el modo habitual en el que la gran mayoría de las personas vivimos, es sufrimiento, como notó el Buda en su primera noble verdad. El conocimiento de la realidad del sufrimiento es el primer paso a la liberación. El sufrimiento es necesario, aunque sólo porque estamos tan apegados a nuestro ego, sólo porque nos aferramos a actitudes mezquinas y porque no estamos abiertos a la experiencia en sí, a la realidad desnuda, pues miramos a través del filtro de nuestros prejuicios y nuestros atavismos. (Quizás incluso porque añade una dimensión estética y épica a la realidad). Cargando toda una maraña de hábitos, miedos, traumas y demás, para conocernos y conocer la realidad es necesaria una purga, una limpia, una tortura. Las plantas psicodélicas pueden llegar a proveer la energía para que se produzca, no sin cierta violencia, ese sacudimiento que permite ver un poco más claro. Sin embargo, estas plantas no son capaces de mantener ese estado de depuración; el individuo rápidamente cae de nuevo en sus viejos hábitos, se vuelve a poner el mismo traje confeccionado por su ego; él mismo debe esforzarse cotidianamente para establecer las condiciones con las cuales pueda volver a atisbar, y poco a poco estabilizar, esa luz de la conciencia que es un estado de calma, claridad, apertura, gratitud e integridad. Es por ello que muchas personas que toman psicodélicos buscan luego establecer prácticas espirituales como el yoga o la meditación.

Al final el sufrimiento, como si fuera la materia prima de los alquimistas, se transforma en dicha. El filósofo descubre que el plomo nunca fue otra cosa más que oro. Tomás de Aquino habla en su famosa oración Adoro te devote  de la sangre del Pelicano que alimenta a sus crías, de la sangre de Jesús que es capaz de sanar todo el dolor del mundo con una sola gota. El fuego del infierno mismo, entendieron los padres capadocios, no es más que la luz del cielo, sólo que visto desde el rechazo al amor divino o a la realidad espiritual. Esto mismo es expresado por una famosa enseñanza budista: los seres infernales ven una corriente de agua como un fuego tortuoso; los fantasmas hambrientos como pus y sangre; los animales como algo para saciar su sed; los dioses como néctar; los budas como un deleite infinito, la eterna unión de las dakinis y los bodhisattavas. Yo conjeturó que todos nuestros sufrimientos en este «mundo inferior», si son sostenidos con paciencia y atención, finalmente revelarán ser goces infinitos; no porque nuestra experiencia se produzca como en un espejo invertido, como sugirió León Bloy, sino porque, como sostiene el hinduismo, la existencia es en realidad puro deleite (ananda), aunque vista temporalmente bajo un velo. Y porque el mismo aliento, el aire que respiramos, es, como la etimología indica, espíritu, prana, la sustancia misma de la divinidad: el espíritu que sopla por todas partes; el espíritu que en la mística trinitaria es ese excedente de amor, esa gratuidad eflorescente que surge de la perpetua unión de las hipóstasis divinas.

Twitter del autor: @alepholo

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