El estanque, una antigua leyenda zen

Cuenta una antigua leyenda zen que existía un reino encantado en el que ningún ser humano había estado. Vivían allí todos los vicios y las virtudes en relativa armonía. A todos les gustaba jugar en un gran jardín, que siempre estaba lleno de luz y de misteriosos aromas. A veces también conversaban durante largo rato y aunque no se ponían de acuerdo en algunas cosas, nunca había conflictos.

Pese a todo, dice esta antigua leyenda zen que había dos habitantes con los que era difícil tratar. Uno era la furia y el otro la tristeza. Tanto la una como la otra eran las que más amigos tenían. La furia, por ejemplo, iba de un lado para otro con la envidia, el resentimiento y los celos. La tristeza, por su parte, no era tan sociable, pero solía departir con la pereza, el conformismo y la desconfianza.

Tanto la furia como la tristeza eran excesivamente sensibles. Les costaba tolerar que hubiera sol, lluvia, día o noche. También eran extremadamente delicadas. Apenas se les podía hablar. En cuanto encontraban algo que no les gustaba, comenzaban a crecer y a crecery a crecer… A veces no dejaban espacio para nadie más. Por eso los otros las trataban con extrema cautela y, en realidad, preferían no departir mucho con ellas.

La tristeza no es más que una valla entre dos jardines”.

-Khalil Gibran-

La antigua leyenda zen y una competencia

La furia y la tristeza solían deambular por los mismos lugares. A ambas les gustaban los pantanos y los bosques llenos de maleza. Por casualidad, una tarde ambas decidieron ir a pasear cerca de un maravilloso estanque cristalino que había en el jardín. Se pusieron a conversar y, perezosamente, la tristeza le dijo a la furia que había escuchado rumores acerca de un tesoro escondido al estanque. La ilusión juraba que allí estaba sepultado y que su valor era incalculable. Claro que el pesimismo no lo creía.

La furia, que reaccionaba siempre sin pensar, desafió a la tristeza. Le dijo que también había escuchado rumores similares y que le proponía una competición para hacerlo todo más interesante. Cada una debía elegir un tramo del terreno, a la suerte, y buscar allí. La que encontrara el tesoro se quedaría con él. La tristeza pensó que quizás ella perdería. Sin embargo, aceptó. Pensó que tal vez encontrar un tesoro la haría sentirse menos triste.

Las dos se dividieron el terreno y comenzaron a escarbar. La furia actuaba como si se fuera a acabar el mundo. Escarbó con mucha energía y en menos de tres horas ya había completado su parte. Estaba furiosa al pensar que seguramente el tesoro estaba en el lado de la tristeza. Cuenta esta antigua leyenda zen que la tristeza se tomó su tiempo. Escarbaba por unos minutos y luego se quedaba pensando y suspirando. Terminó después de una semana, mientras la furia la miraba, a punto de estallar. Ninguna encontró tesoro alguno.

Flor de nenúfar representando la meditación

El estanque y la moraleja

Dice esta antigua leyenda zen que las dos, furia y tristeza, comprendieron que habían sido engañadas. También se dieron cuenta de que estaban hechas un asco. De tanto remover la tierra, se habían puesto de barro hasta las orejas y todo para no conseguir nada. Como el cristalino estanque estaba cerca, se dieron cuenta de que era hora de bañarse en sus aguas.

La furia llegó hasta el borde del estanque y se quitó la ropa. Con mucha rabia se tiró al estanque, que en pocos minutos quedó turbio por tanto lodo que traía la furia. La tristeza, como era su costumbre, lo meditó un poco. Luego se aproximó al borde del estanque, pensando que el agua antes estaba linda, pero ya no. Y quedaría peor después de que ella se sumergiera. Lloró un poco al pensar en esto, sabiendo que no tenía alternativa. Así que también se quitó la ropa y se lanzó a las aguas.

Estanque

Según esta antigua leyenda zen, la furia se zambulló airadamente, lanzando agua a diestro y siniestro. La tristeza, por su parte, se quedó metida en un rincón. No le gustaba moverse y pensó que eso era suficiente para quitarse la mugre que llevaba encima. Lo cierto es que el agua se enturbió completamente. El líquido oscuro se le metió en los ojos a la furia, que salió furiosa a ponerse su ropa. Sin embargo, como no veía, por error tomó la ropa de la tristeza y se la puso.

Cuando la tristeza salió del estanque, encontró la ropa de la furia y se la puso. Al fin y al cabo a ella no le importaba nada. Desde entonces, la furia anda con la ropa de la tristeza y la tristeza con la de la furia. Dijeron los juglares del lugar que ninguna había sentido la ropa grande o pequeña porque la furia es solo un disfraz de la tristeza y la tristeza uno de la furia.

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