Goethe previó cómo la ciencia mecánica destruiría la naturaleza

Johann Wolfgang von Goethe fue uno de los últimos grandes polímatas, un hombre de una inteligencia enorme pero que además fue igualmente sensible e intuitivo a la naturaleza y al espíritu de las cosas. Conjugando como pocos la ciencia con la poesía, Goethe desarrolló su propio método de indagación del mundo natural al cual llamó «empiricismo delicado», un acercamiento al conocimiento que combina la empatía, la intuición, la imaginación, la paciencia y el reconocimiento de la otredad. Este método, pese a que a la luz de la crisis ecológica y de la influencia de las escuelas de Rudolf Steiner (quien aplicó la filosofía científica de Goethe) está gozando de un leve renacimiento, obviamente no fue el dominante en los últimos 2 siglos de ciencia, para nuestra desgracia ecológica.

El método que ha dominado en la ciencia es el método mecanicista, que toma sobre todo de Newton, Bacon y Descartes, y asume que la naturaleza es como una gran máquina inerte, o incluso una especie de mina que no tiene un valor (o propósito) en sí misma, sino que existe sólo para que el hombre pueda explotarla. Goethe famosamente llamó a este método de la ciencia newtoniana una «lúgubre, empírica-mecánica-dogmática cámara de tortura». El profesor de filosofía Michael Marin, en su libro The Submerged reality: Sophia, comenta: «[Goethe] estaba comprometido con contrarrestar los acercamientos cartesianos y newtonianos que tratan a la materia como una cosa a la mano, algo dispuesto para ser usado, una metodología similar a una violación». Para Goethe, nuestra relación con la naturaleza debía ser una relación de reverencia, e incluso una relación erótica. Para el poeta alemán, la naturaleza era el lugar de encuentro con lo divino, el locus donde el espíritu se hacía

manifiesto, el rostro visible de una divinidad que en algunas ocasiones imaginó bajo el arquetipo del eterno femenino. Esto hacía que su método fuera menos uno de extraer y explotar que uno de relacionarse, de una reciprocidad, de dejarse ser reclamado por los fenómenos que se revelan. Esto sugiere una conciencia de responsabilidad ecológica, la cual claramente ha faltado en nuestra civilización industrial. ¿Quién conversa hoy con la naturaleza y le pide permiso?

Goethe, además, entendió que esta actitud de la ciencia mecanicista destruiría también nuestra propia riqueza interior, nuestra vida subjetiva contemplativa. Como dice en su Teoría de los colores: «Los términos de la ciencia de la mecánica… siempre tienen algo poco refinado; destruyen la vida introvertida para sólo ofrecer algo externo como un sustituto insuficiente». Cuando la ciencia mecanicista domina nuestra forma de relacionarnos con el mundo y creemos que las cosas sólo pueden comprenderse a través de la cuantificación y la clasificación y no de la intuición y la reverencia, perdemos algo realmente incuantificable, algo sagrado.

El vehemente rechazo de Goethe a la ciencia de Newton, al igual que el de William Blake (quien habló de los «oscuros molinos satánicos» de la revolución industrial y fue un acérrimo crítico de Newton), pueden considerarse una alarma sonada, una visión preclara a la que no hemos atendido. Lo cual no significa que la ciencia sea maligna, obviamente, sino que el método científico materialista y mecanicista, al carecer de delicadeza y de conciencia holística, al asumir que la naturaleza está muerta y muda (como dijo Sartre), ha dejado de lado el hecho de que nuestra existencia está ligada estrechamente al mundo natural, a lo que hoy llamamos el medioambiente. La única manera de no destruir, al final de cuentas, ese «medio ambiente», es reconociéndolo como algo vivo y por lo tanto lleno de espíritu y significado, la vieja idea de la diosa Gaia o de la Madre Naturaleza (o, mejor aún, como dijo San Francisco de Asís, la hermana naturaleza). De otra manera es muy difícil que la naturaleza no sea vista como algo meramente utilitario, solamente como la materia y el mecanismo a través del cual producimos más cosas para hacer más dinero, en la ciega lógica del crecimiento económico infinito; e incluso, como algo que no nos cuesta «violar» o «torturar», pues no es alguien. Es esta mentalidad de explotación de la naturaleza la que subyace al método científico cuando no tiene una contraparte filosófica, poética y hasta religiosa, sin las cuales difícilmente puede poner una resistencia moral al capitalismo global imperante, que es todo menos delicado. Y actualmente somos víctimas de esta relación basada en el poder y no en el erotismo, pues pronto seremos nosotros los que padeceremos las consecuencias de nuestra violencia.

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