LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO COMO AMENAZA CONTRA LA DEMOCRACIA

Simone de Beauvoir, una de las pioneras de la ideología de género, escribió una tesis muy famosa en su libro “Le Deuxième Sexe” (El segundo sexo), escrito en 1949: “No se nace mujer: se llega a serlo”.

La comunista y feminista francesa (y defensora de la pedofilia) explicaba así esta afirmación: “Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino“. Así pues, según esta teoría, las diferencias de comportamiento entre hombres y mujeres se deberían a una cuestión exclusivamente cultural, sin ninguna influencia de la biología.

En línea con esa más que discutible tesis -aunque algunos la afirmen como si fuese un dogma incuestionable-, la idea de la igualdad que defendía Simone de Beauvoir no era la igualdad de oportunidades que defendieron las pioneras del feminismo, sino la supresión de toda diferencia sexual. Así lo explicaba refiriéndose a la Unión Soviética, gobernada entonces por el dictador y genocida Stalin y de la que Beauvoir era una ferviente admiradora: “Son las resistencias del viejo paternalismo capitalista las que impiden en la mayoría de los países que esa igualdad se cumpla concretamente: se cumplirá el día en que esas resistencias sean destruidas. Ya se ha cumplido en la URSS, afirma la propaganda soviética. Y cuando la sociedad socialista sea una realidad en el mundo entero, ya no habrá hombres y mujeres, sino solamente trabajadores iguales entre sí“.

Para comprobar si Simone de Beauvoir tenía razón al hacer esta afirmación basta con repasar los libros de historia: ningún régimen comunista consiguió eliminar las diferencias de comportamiento entre hombres y mujeres, y eso que hubo intentos para suprimirlas. Un caso conocido es el de la dirigente comunista soviética Alexandra Kollontai, impulsora de la legalización del asesinato prenatal en la Unión Soviética. En su obra “Comunismo y familia” (1920), Kollontai defendía la supresión de la familia: “el Estado obrero vendrá a reemplazar a la familia, la sociedad gradualmente asumirá todas las tareas que antes de la revolución caían sobre los padres individuales”. Además, Kollontai quería liquidar los vínculos materno-filiales: “La madre-trabajadora debe aprender a no diferenciar entre los tuyos y míos; debe recordar que sólo hay nuestros niños, los niños de la Rusia de los trabajadores comunistas”. El resultado de esta tesis fue que los niños pasaron a ser propiedad del Estado, e incluso se les instó a denunciar a sus padres, poniendo como ejemplo la figura de Pavlik Morózov, que a los 13 años denunció a su padre ante la policía política soviética, denuncia por la que fue enviado a un Gulag y después ejecutado.

Yoko Ono Shulamith Firestone y el engendro que perpe-
tró desde su desequilibrio mental (era esquizofrénica)

Décadas después de esos hechos, en 1970, otra comunista, la canadiense Shulamith Firestone, escribió un libro titulado “La dialéctica del sexo”, en la que afirmaba: “la meta definitiva de la revolución feminista debe ser, a diferencia del primer movimiento feminista, no simplemente acabar con el privilegio masculino, sino con la distinción de sexos misma: las diferencias genitales entre los seres humanos ya no importarían culturalmente“. Inspirándose en la obra de Karl Marx, Firestone escribió: “A menos que la revolución arranque de cuajo la organización social básica -la familia biológica, el vínculo a través del cual la psicología del poder puede siempre subsistir clandestinamente-, el germen parasitario de la explotación jamás será aniquilado”.

Cabe preguntarse en qué cabeza cabe que un sistema político pueda acabar con las diferencias sexuales a golpe de ley y de adoctrinamiento, basándose en la absurda idea de que las diferencias de comportamiento entre hombres y mujeres se deben exclusivamente al aprendizaje. Pero para comprender el propósito del marxismo al proponer ese disparate, hay que darle la vuelta: la única forma de justificar un adoctrinamiento tan atroz es negar toda influencia de la biología en las diferencias sexuales. Si se reconoce esa influencia, aunque sea mínimamente, todo el falso concepto de igualdad de esas ideólogas marxista se derrumba como un castillo de naipes. A esto hay que añadir que ese proyecto uniformista -porque no buscaban igualdad, sino uniformidad- implica necesariamente liquidar las libertades fundamentales, ya que nuestras propias decisiones, los riesgos que asumimos en la vida, acentúan nuestras diferencias con los demás. Para evitar que discrepemos surgen palabras-policía como “machismo” y “discurso de odio”. Se presenta al discrepante no como una persona que ejerce su derecho a disentir de una opinión discutible, sino como un ser perverso que odia a las mujeres. Es una manipulación típica de las dictaduras comunistas: convertir a cualquier disidente en enemigo de la sociedad.

Así pues, cada vez que los ideólogos de género consiguen imponer sus ideas en las leyes y en el sistema escolar, cada vez que se subvenciona la satanización del varón y la demolición de la familia, cada vez que un político o un medio de comunicación señala como “machista” al que discrepa de esa ideología, ante el silencio o incluso con el aplauso del público, la democracia cede terreno al totalitarismo. Es un proceso al que no debemos oponernos de forma parcial, rechazando sus ataques a la libertad de expresión pero no su adoctrinamiento escolar, o criticando la imposición de “leyes de género” pero evitando entrar a discutir sus disparates teóricos. Ante una ofensiva totalitaria como la impulsada por la ideología de género, la oposición tiene que ser en todos los frentes: el legal, el educativo, el político, el mediático y el teórico. No hacerlo así es dar a los totalitarios la oportunidad de seguir desarrollando un proyecto de ingeniería social cuyo fin es cada vez más evidente: quieren lograr con la ideología de género lo que no consiguieron con el marxismo clásico en Occidente: una sociedad totalmente controlada por el Estado, sin libertad para discrepar y sin libertad para educar. No podemos cruzarnos de brazos ante este ataque frontal contra la libertad: es una batalla de ideas en la que nos jugamos nuestra democracia.

(Fuente: http://www.outono.net/)

http://astillasderealidad.blogspot.com/2019/07/la-ideologia-de-genero-como-amenaza.html

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