La muerte del yo: la vía regia en todas las tradiciones espirituales

Entre las constantes que aparecen en las diferentes tradiciones místicas, la anulación del yo individual tiene un lugar preponderante en un sendero de sabiduría e integración.

Es común a las distintas religiones la idea de que al anularse la personalidad individual emerge la verdadera naturaleza divina (la unidad, al anular la multiplicidad, absorbe la individualidad en la totalidad). Particularmente las diferentes filosofías que nacen en la India enseñan que el ser verdadero no es el ser individual o ego. En el hinduismo, especialmente en las filosofías que se derivan de las Upanishad, fundamentalmente se enseña que el que se conoce a sí mismo conoce a Dios –atman es brahman-, por lo cual al investigar el yo individual uno descubre que este yo es ilusorio o solamente una manifestación o emanación del Ser Supremo, que es pura conciencia y que es Aquel que experimenta toda experiencia.

Ramana Maharsi, quizás el más grande santo indio del siglo XX, enseñaba que existen dos vías principales para lograr el estado de gnosis del Ser. La primera es el bhakti yoga, o devoción, en la cual el individuo se olvida a sí mismo a los pies de su maestro, en quien ve una manifestación del Ser, libre e iluminado, que según su creencia puede ser una imagen viva de Shiva, Vishnu, Brahma o incluso Buda. El otro método es la interrogación del Ser, un proceso de meditación analítica en la cual el individuo busca responder a la pregunta «¿quien soy yo?» utilizando el método de neti neti: esto no, esto tampoco. Al indagar el origen o base de su ser, este proceso de descarte –yo no soy mi cuerpo, no soy mis sentidos, no soy mis pensamientos y así sucesivamente– lo lleva a concluir que Él debe ser la totalidad del universo, el Ser mismo, Dios, el Absoluto, o como quiera llamarse. Maharsi dice:

Deja que averigüe de quién son los pensamientos. ¿De dónde surgen? Deben surgir del Ser consciente. Aprehenderlo aunque sea por un instante ayuda a extinguir el ego. De ahí en adelante se vuelve posible la integración de una única Existencia Infinita. En ese estado no hay individuos además de la Existencia Infinita. Por ello no hay pensamiento de muerte o sufrimiento.

Cuando el ego deja de tener prominencia y la mente se retira, con ello cesa la percepción del mundo como una realidad objetiva. Esta enseñanza está fundamentada en la noción de que una profunda indagación de la naturaleza del ser descubrirá que el origen de la mente y del «yo» es el Ser, que trasciende al individuo y sin embargo es su única intimidad. (Aquí se puede descargar esta meditación en su forma extensa como fue diseñada por Ramana Maharsi).

En el budismo, si bien la tradición ha interpretado que el Buda enseñó la doctrina del anatta (la inexistencia de un yo estable y de un alma individual inmortal), no debe confundirse esto con la noción nihilista de que el nirvana es la inexistencia o el no-ser o que la vacuidad (Shunyata) es la nada. El budismo enseña que la naturaleza esencial de todos los seres es Buda (la doctrina deltathagatagarbha o embrión de Buda) y que esta naturaleza no se experimenta conspicuamente sólo por ignorancia (avidya) e impureza. Enseña el budismo que existe un estado de conciencia más allá del yo que es igual al espacio, el cual es descrito como luminoso y gozoso; la inmanencia prístina y natural de todas las cosas es esta mente original que se despliega como los fenómenos que confundimos como separados y sustanciales. Para cultivar este estado de conciencia liberada del ego, el budismo mahayana tiene una serie de prácticas orientadas a cultivar el bodhicitta, la mente despierta, las cuales están fundamentalmente ligadas a la compasión, es decir al abandono del yo en beneficio de todos los seres sintientes.

Las tradiciones occidentales también tienen esta idea enraizada en sus doctrinas. Quizás la expresión más explícita de esta idea viene de Meister Eckhart, el místico alemán:

-En tu juicio, ¿qué es lo que ha hecho que hayas logrado alcanzar la verdad eterna?

-Es porque he abandonado mi yo tan pronto lo he hallado.

Y también:

Aquellos que no se han liberado temen la alegría de los corazones de aquellos que se han liberado. Nadie es rico en Dios, si no ha muerto enteramente para sí mismo.

E igualmente Eckhart, en lo que podría ser una definición teísta del nirvana o la extinción en lo incondicionado:

El reino de Dios es sólo para quienes han muerto totalmente.

Según San Juan (3:30), «hasta que el hombre no nazca otra vez, no podrá ver el reino de Dios». Para nacer otra vez hay que morir. San Juan también: «Ningún hombre ha ascendido al cielo más que aquel que descendió del cielo». Sólo existe un único hombre, que es el Dios encarnado en la multiplicidad. San Pablo dice a los Corintios: «lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes». Esta semilla muerta es vivificada por Dios que da «a cada semilla su propio cuerpo». Divinizarse, nos dice la religión esotérica, es posible, incluso inevitable, pero significa necesariamente dejar de ser individuos. Ningún individuo jamás podrá encaramarse sobre la Creación y gobernar, pero todos serán parte de la unicidad absoluta que es la esencia de lo real. Esto resuena con el juramento del bodhisattva que busca la iluminación para el beneficio de los demás y obtiene el bodhicitta sólo a partir de esta genuina y espontánea acción compasiva sin fines ulteriores. 

Dice el filósofo Ananda K. Coomaraswamy:

Eso que en «nosotros» es el Espíritu, y eso que en nosotros no es el Espíritu, se distinguen y se contrastan tajantemente; siendo el Espíritu eso que queda «cuando se han eliminado todos los demás factores de la personalidad compuesta de «identidad-y-apariencia», o de «alma-y-cuerpo».

El gran místico sufí murciano Ibn Arabi, en su Tratado de la unidad:

Por eso el Profeta ha dicho «Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor»… Debes saber que lo que tú llamas existencia, no es en realidad ni tu existencia ni tu no existencia. Debes comprender que tú no existes ni eres nada, que no eres distinto de lo que existe ni distinto de la nada. Tu existencia y tu inexistencia constituyen Su Existencia Absoluta, aquella de la cual no puede ni debe debatirse si Es o no Es. La sustancia de tu ser o de tu nada es Su existencia.

Manly P. Hall plantea una paradoja, inspirado en el misterio del Gólgota: quien vive para sí y busca perpetuarse, perecerá; quien se olvida a sí mismo y se entrega a los demás, vivirá por siempre. La mente no puede poseer la verdad ni encontrar su origen (de la misma forma que uno no puede verse los propios ojos); el corazón, sin embargo, tiene misteriosamente la capacidad inherente no de conocer la verdad sino de dejarse poseer por ella, en un estado de no-dualidad, de comunión, siendo la cueva o templo del Ser, según Hall.

Esta muerte del ego o renuncia del yo es lo que San Bernardo llamaba el curto y más alto estado del amor, en el que:

uno se vuelve divino. Como la copa de agua vertida en el vino se pierde a sí misma y toma el sabor y el color del vino; o como una barra de hierro cuando se calienta, se vuelve roja y como el fuego, olvidando su propia naturaleza; o como el aire, radiante con el Sol -brilla, y parece no estar iluminado sino ser la luz misma-. (…) Perder tu propio yo aunque sea por un instante, como si vaciaras y fueras engullido en Dios -ese no es amor humano, es amor celestial-.

Y añade San Bernardo que este es el significado de la oración que dice «hágase tu voluntad, así en la tierra, como en el cielo»

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