La historia del Buda y la tigresa: la máxima lección de desapego

A unos 40km del centro de Katmandú se encuentra Namo Buddha, un pequeño poblado que conmemora una de las más famosas historias de las vidas pasadas del Buda Shakyamuni ojatakas. En este lugar se erige también una stupa -que representa la mente iluminada del Buda- y el monasterio Thrangu Tashi Yangste, construido gracia a la iniciativa del maestro Khenchen Thrangu Rinpoche. El sitio es además un importante centro de peregrinación para budistas, al que han acudido reconocidos maestros a lo largo de los últimos siglos. Namo Buddha está enclavado en las afueras del valle de Kathmandú y en días despejados se alcanzan a ver desde allí los resplandecientes picos blancos de la cordillera de los Himalayas.

Según la leyenda, en una de sus vidas pasadas el que sería el Buda Shakyamuni, encarnó como el hijo de un rey, en una familia en la que tenía ademas dos hermanos. En una ocasión, el rey se detuvo en un lugar especialmente auspicioso a celebrar un festín en el bosque. Mientras el rey y su cortejo se agasajaban con licores y canciones, los tres príncipes se internaron en el bosque, queriendo explorar esta tierra exuberante.

Cuando vagaban en el bosque, los tres jóvenes se encontraron la guarida de una tigresa. Dos de los príncipes se preparaban para disparar su flechas a la tigresa, que yacía en el suelo, inmóvil, adolorida; presa fácil para sus diestros arcos. Pero el bodhisattva se interpuso y notando que la tigresa estaba herida y a un lado sus cachorros lloraban, totalmente indefensos, les rogó a sus hermanos que se adelantaran de regreso al campamento.

El bodhisattva pensó «Por mucho tiempo he dado vueltas en la existencia cíclica, gastando innumerables vidas, a veces presa de deseo excesivo, a veces de aversión, a veces de ignorancia. Pocas veces me he encontrado con una oportunidad como esta para acumular mérito. ¿Qué sentido tiene este cuerpo sino es el dharma. Esta vez seré realmente generoso.» Al acercarse más, el bodhisattva se percató de que la tigresa estaba tan exhausta que no podía siquiera abrir la boca para morder. Para facilitarle la acción, el bodhisattva cortó una rama y se la encajó en el brazo, con la intención de que la sangre estimulara el instinto de la tigresa. La tigresa lamió la sangre del bodhisattva, y recuperando la fuerza, finalmente pudo abrir la mandíbula y devorar al príncipe.

Poco después sus hermanos regresaron a la guarida de la tigresa y se encontraron solamente con los huesos, la sangre y jirones de la ropa de su hermano. El bodhisattva renacería en el cielo Tushita, encaminándose meritoriamente hacia su última reencarnación, en otro sitio en Nepal, en Lumbini, donde nacería del vientre de la reina Maya, en el clan de los shakya.

La historia -más allá de su función doxológica- es una lección sobre el desapego. La perfección de la generosidad es el desapego. No hay más desapego que la desidentificación del cuerpo y del yo mismo. El bodhisattva está seguro de que todo existe en interdependencia y está libre del error del nihilismo. Ofrece su cuerpo con la fe perfecta que ha alcanzado la claridad del conocimiento: sabe que éste es efímero e insustancial, como un sueño, como una gota de rocío en el amanecer… Está a punto de despertar a la eternidad.

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