Por qué es vital perder la idea de que la economía tiene que crecer

La idea económica fundamental que mueve a nuestra civilización es el crecimiento. El crecimiento a toda costa. Ya sean los CEOs de empresas multimillonarias o los políticos, lo fundamental para estas personas es simplemente entregar un resultado de crecimiento. Cada año o cada cuatrimestre, los números deben estar arriba -esto significa que seguimos progresando, que nuestra empresa humana sigue adelante-. Crecer, tener más ingresos o más ganancias, ha sido emparentado con la prosperidad, con el bienestar (pero esto es una crasa ilusión).

Más allá de que el crecimiento económico no se traduce en auténtico bienestar, hay actualmente una razón aún más importante para abandonar la idea de crecimiento económico a ultranza. Como explica Vaclav Smil, es muy simple: vivimos en un planeta finito, con recursos que se están agotando y con un nivel de consumo energético insostenible que está afectando todas las esferas biológicas.

Creo que el mensaje es primitivo y sumamente básico. Este es un planeta finito. Hay una cantidad finita de energía. Los animales y los cultivos tienen una eficiencia finita en su conversión de energía. Y existen ciertas sensibilidades en términos de ciclos biogeoquímicos, los cuales tienen un límite de tolerancia. Esto debería ser obvio para cualquiera que ha tomado biología nivel kinder.

Smil es profesor de la Universidad de Manitoba y uno de los científicos ambientales más influyentes del mundo. Se le molesta a veces llamándole «el científico de Bill Gates», pues el empresario estadounidense dice haber leído los 36 libros que ha publicado Smil. Es también famoso por decir las cosas sin tapujos y falsas amabilidades, sin preocuparse por herir a las buenas conciencias.

Vaclav Smil no cree que podamos solucionar la crisis climática sólo con nueva tecnología. Explica que el nivel al que están mejorando los convertidores para ahorrar energía es de cerca del 1-3% al año, y desarrollar una nueva y revolucionaria industria toma tiempo. Sostiene que la idea de «desmaterialización» o decremento de la intensidad de energía, aunque algo positivo, no es en ninguna medida la solución en el estado actual, pues si se quiere seguir produciendo a los mismos niveles se tiene que seguir consumiendo energía y materiales. En otras palabras, es imposible seguir creciendo de la misma manera en la que lo estamos haciendo. Inevitablemente, si queremos al menos prolongar el estado de nuestra civilización antes de un inminente colapso, es necesario limitar nuestro consumo, dejar de crecer. «La gente quiere tener SUVs y frambuesas de Nicaragua en Europa en enero», dice. Evidentemente, debemos renunciar a algunas cosas; y entre más nos apeguemos a ellas, más dura será la pérdida y más cosas tendremos que abandonar.

Vivimos en el llamado «antropoceno», la era en la que el ser humano modifica toda la vida en la Tierra, pero esta era debe ser también la era de la frugalidad, al menos si lo que nos interesa es la vida en la Tierra y no un escape al espacio o a una realidad virtual. Smil apunta sobriamente que simplemente consumimos cosas que no necesitamos y lo hacemos de maneras enormemente ineficientes. Gastamos enormes cantidades de comida perfectamente nutritiva: un 40% de todo lo que crecemos. Por ejemplo, no necesitamos frambuesas o fresas en enero, podríamos simplemente comer manzanas (el extra de vitamina C no es significativo) y ahorrar mucha energía. El caso de las SUVs es también significativo, como nota Smil: cuando estos autos fueron introducidos al mercado no había ninguna necesidad. «Pudimos haber ahorrado cientos de miles de millones de toneladas acumuladas de carbón desde 1985, simplemente no teniendo SUVs, que ahora se han convertido en el modo de transporte dominante en el mundo occidental». Esta es la locura del mundo en el que vivimos, adicto a la idea de crecimiento económico por una parte y por otra a la idea de que los bienes materiales pueden hacernos felices, a esta fantasía de que necesitamos más cosas y que las cosas nos darán seguridad, solvencia, poder, etc. Finalmente, todo esto no es más que un castillo de naipes.

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