En 2020, la industria del ‘sextech’ moverá 30.000 millones de dólares. Uno de cada cuatro hombres estará dispuesto a probarlo

Ya hablan como personas, se mueven como personas y trabajan como personas. Los robotscada vez son más inteligentes y tienen un aspecto más humano. En Estados Unidos, ya existe la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Robots, y neurobiólogos afirman que llegarán a tener derechos sociales como los animales. No es ciencia ficción. Nuestra futura convivencia con estas máquinas ha empezado y el debate ético… también.
Un desconocido le arrancó los brazos y lo decapitó. Su cabeza, de hecho, nunca apareció. El vídeo de la agresión causó una verdadera indignación en todo el mundo, aunque la víctima, el robot hitchBOT, no era más que una caja de cables, circuitos y placas solares. Este robot autoestopista, diseñado en 2014 por dos ingenieros canadienses, formaba parte de un experimento social para analizar las reacciones de los humanos ante los androides. HitchBOT se apostaba en los arcenes de las carreteras, siempre con el pulgar en alto, hasta que algún conductor se animaba a llevarlo en su vehículo. Su cara, dibujada en una pantalla salpicada de píxeles rojos, sonreía por defecto. HitchBOT estaba diseñado para resultar simpático, pero también para tener conversaciones sencillas con sus compañeros de viaje o sacar fotos de su aventura.


HitchBOT, el robot autoestopista tras el ataque de un desconocido

Así recorrió Canadá, Holanda y Alemania. Convertido ya en una pequeña celebridad, llegó a Filadelfia. Mientras esperaba a alguien que lo ayudara a continuar su viaje, un hombre aprovechó la oscuridad de una calle desierta para emprenderla a patadas con él. Allí acabó su viaje. O, mejor dicho, el experimento sobre el modo en que los seres humanos reaccionarían ante él.

En 2020, la industria del ‘sextech’ moverá 30.000 millones de dólares. Uno de cada cuatro hombres estará dispuesto a probarlo

Aunque películas como Her o Ex Machina han explorado los conflictos morales que plantea nuestra convivencia con los robots, estos escenarios han dejado de ser carne de ciencia ficción para convertirse en nuestra vida cotidiana. Sobre todo, desde que los asistentes de voz, como Amazon Echo o Google Home, entraron en nuestras vidas.

Y esto solo es el principio. «Su implantación es imparable –dice José Ignacio Latorre, catedrático de Física Teórica de la Universidad de Barcelona y autor de Ética para máquinas–. Se calcula que el 50 por ciento de las niñas que nacen hoy serán centenarias. Mientras tanto, la caída demográfica es espectacular y nadie sabe quién se ocupará de cuidar a esas ancianas. Pues ya te lo digo yo: los robots».
Lo que nos hace humanos

Los humanoides serán parte del personal en las residencias de ancianos, pero también en los hospitales, los museos o los colegios. Y en nuestros hogares. Por eso, nuestra actitud hacia ellos merece un debate ético. «Nuestra relación con los robots nos está haciendo reflexionar sobre lo que realmente nos hace humanos», explica Julie Carpenter, experta norteamericana en comportamiento humano y tecnologías emergentes. De hecho, cada vez más instituciones académicas se interesan por este tema. Para Kate Darling, investigadora del MIT de Massachusetts, el modo en que nos comportamos con los robots puede decir mucho sobre el tipo de personas que somos.


Robots cuidadores de ancianos
Abusos contra robots

El ataque a hitchBOT no es un caso aislado. Basta con darse una vuelta por YouTube para encontrar grupos de niños japoneses pateando a un androide en un centro comercial o ciudadanos rusos armados con bates de béisbol descargando toda su ira contra un robot indefenso. «La persona que hiere a un robot está probando los límites de la máquina, los suyos propios y los de quienes lo rodean para ver qué es aceptable y qué no. No es una manera elegante de crear normas sociales, pero desde luego es una manera muy humana de hacerlo», explica Julie Carpenter. Para Agnieszka Wykowska, experta en cognición social en la interacción humano-robot, esta forma violenta de antagonizarlos podría tener una explicación psicológica más profunda. «Si quieres destruir un robot, basta con cortarle los cables, pero eso no es lo que ocurre en este tipo de ataques. Lo que hacen es ‘antropomorfizar’ (conceder cualidades humanas) a los robots antes de destruirlos y deshumanizarlos. Es un comportamiento similar al bullying, que se usa para distanciarse, demostrar que eres diferente a ellos y dejar claro que el robot es un outsider. Eso también puede querer decir que existe cierto temor a que se incorporen a nuestro mismo grupo social».

Los humanoides, cuanto más realistas, más miedo nos dan. Por eso, los asistentes de voz han entrado en las casas con la forma de una caja negra de aspecto anodino

Darling cree que nuestra interacción con los robots puede alterar nuestra propia naturaleza. Y no precisamente para bien. «Tenemos que empezar a preguntarnos qué efectos puede tener en nosotros ser crueles con los robots. Puede que acostumbrarnos a este tipo de comportamientos nos convierta en seres humanos más crueles», explicaba Darling en la revista PCMag.
La inteligencia interior

Parece obvio que el aspecto y las habilidades de las diferentes formas de inteligencia artificial condicionan de manera decisiva nuestro comportamiento hacia ellas. «Cuando algo se mueve, parece que tiene una intención, un objetivo y que eso refleja una inteligencia interior. Los seres humanos estamos diseñados para pensar así y reaccionar ante eso. Es muy difícil desaprenderlo. De alguna manera, es luchar contra nuestra biología», asegura Julie Carpenter. Quizá por eso los asistentes de voz, inmóviles y confinados en sus asépticas cajas negras, nos resultan tan poco amenazantes que les hemos abierto las puertas de nuestros hogares sin prácticamente oponer resistencia.

Los humanoides son otro tema. «Cuanto más realistas son, más miedo nos dan. Es lo que en robótica conocemos como ‘la teoría del valle inquietante’ –cuenta José Ignacio Latorre–. Por eso, lo primero es conocerlos y comprenderlos. Saber programación, el lenguaje de las máquinas, ayudaría, por ejemplo, a desmitificarlas. Pero también tenemos que ser más pacientes con ellas. En Estados Unidos hay 30.000 muertes al año por accidentes de tráfico y no pasa nada. Un coche autónomo tiene un accidente y todo el mundo se vuelve loco. Hay que tener cierta tolerancia con sus errores».
Sin fobias, sin prejuicios, sin traumas

Lo siguiente será entender si necesitamos un protocolo especial para dirigirnos a ellos. ¿Convendría, por ejemplo, tratarlos de ‘usted’? ¿Bastaría con dictarles órdenes o habría que darles las gracias y pedirles las cosas ‘por favor’? ¿Serán relaciones de cortesía o de pura autoridad?

«No creo que necesitemos un código de etiqueta para relacionarnos con las máquinas. En esto no hay respuestas correctas ni incorrectas –dice Carpenter–. Hay quien es educado con Alexa y quien es muy grosero. De todos modos creo que con el tiempo crearemos categorías sociales para ellos, igual que hacemos con las personas. Yo no hablo igual contigo que con mi madre y ni siquiera tengo que hacerlo conscientemente. De manera similar, puede que un robot quirúrgico nunca tenga una categoría social porque el cirujano siempre lo vea como una simple herramienta. Pero quizá con los asistentes domiciliarios sí tenga sentido ser amable y educado».

“Proyectamos todos nuestros vicios y nuestras maldades en ellos. Estamos convencidos de que serán tan malos como nosotros”, dice un experto

Latorre va más allá: «Debería ser una relación basada en el respeto y, por qué no, en el afecto. Igual que ocurre con una mascota. Además, llegará un momento en el que la gente solo querrá estar entretenida y bien atendida. Les importará un bledo si están en presencia de una persona o un humanoide. De hecho, no hay que descartar que sean mucho más agradables que las personas: sin fobias, sin prejuicios, sin una mochila llena de traumas… Lo que ocurre es que proyectamos todos nuestros vicios y nuestras maldades en ellos. Estamos convencidos de que serán tan malos como nosotros».

Y, cuando ya nos hayamos acostumbrado a tratar con los asistentes de voz, los siguientes robots en llegar a nuestras casas serán mucho más difíciles de gestionar. Para empezar, porque ya no serán cacharros de aspecto anodino, sino humanoides terriblemente atractivos. Pero sobre todo porque vendrán a meterse en nuestras camas. La industria del sextech, que en 2020 moverá 30.000 millones de dólares, ya se prepara para la próxima fiebre del oro robótica.
El sexo de los robots

De hecho, varias empresas ya desarrollan humanoides (en su mayoría, de aspecto femenino) diseñados para satisfacer nuestros deseos sexuales, sean los que sean. Curiosamente, esa idea no genera tanta inquietud. Un estudio norteamericano descubrió que el 49 por ciento de los adultos cree que tener sexo con robots será una práctica habitual dentro de medio siglo; y uno de cada cuatro hombres confesaba que estaría dispuesto a probarlo. La misma encuesta planteaba otra cuestión clave: el 32 por ciento de los participantes consideraba que acostarse con un robot computaría como infidelidad; el 33 por ciento, en cambio, era más indulgente. Por eso, la pregunta parece pertinente: ¿cómo afectará el sexo con robots a nuestras relaciones personales? ¿Es o no es una forma de adulterio? ¿Romperá matrimonios o evitará divorcios?

El actor y presentador estadounidense Jimmy Fallon posa con una humanoide

José Ignacio Latorre contesta al dilema con otra pregunta. «¿Es el consumo de pornografía una infidelidad? No creo que haya una gran diferencia. Además, creo que es inevitable que suceda».
Problemas de pareja

«Depende del acuerdo al que haya llegado esa pareja –responde Julie Carpenter–. En muchos aspectos, un robot sexual puede ser simplemente una herramienta para masturbarse. Es decir, no es muy diferente a cualquier otro juguete sexual. Sin embargo, sería demasiado ingenuo plantearlo solo en esos términos. Si desarrollas un vínculo afectivo con ese robot y tu acuerdo con tu pareja no contempla eso, sí sería una infidelidad. Dependerá de si tienes una relación abierta o de si se lo ocultas como harías al tener una aventura. Será algo que las parejas tendrán que hablar y negociar».

Suena a futuro distópico y puede que pasen varias décadas hasta que se convierta en un problema real, pero el debate ya está sobre la mesa. Y no hay que descartar que lo que esté en juego sea nuestra propia humanidad.

 Ixone Díaz Landaluce

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