Happycondríacos: coachers, influencers, bromistas.

«La publicidad se basa en una única cosa: la felicidad. […] Pero ¿qué es la felicidad? La felicidad es solo un momento antes de que quieras más felicidad.»
Don Draper (Mad Men).

«En el 2003, exceptuando el famoso caso de Bhutan, Chile fue uno de los primeros países en adoptar la iniciativa de recopilar datos estadísticos sobre la felicidad de sus ciudadanos. los siguientes fueron David Cameron en Reino Unido y Nicolas Sarkozy en Francia. La idea era introducir el concepto de felicidad nacional bruta (FNB) y otros conceptos como el «índice de bienestar económico», «dimensiones económicas del bienestar», «índice de bienestar sostenible, o el «índice de desarrollo humano».

Después de los mayores recortes presupuestarios del Reino Unido, David Cameron dijo que los británicos «no debían pensar solo en lo que permite meterse dinero en el bolsillo, sino en lo que les hace más felices».
Después de la crisis financiera de 2008, un número creciente de países se fue adhiriendo a esta iniciativa, y los foros e instituciones políticas y económicas comenzaron a recomendar la felicidad como indicador fiable del progreso social y político a escala nacional. Ejemplos como El Informe Mundial de la Felicidad de la ONU, o multinacionales como Coca Cola y su «Instituto de la Felicidad» con filiales por todo el mundo. O el V Congreso Mundial de Psicología Positiva de 2015 en Orlando, en Walt Disney World Resort, donde se trataron las relaciones entre la felicidad, el Big Data y la política. La Cumbre Mundial de Gobiernos celebrada en Dubái en 2017 también dedicó al tema un amplio espacio.

«Los isrelíes, por ejemplo, gustan de alardear de su excelente clasificación en el palmarés mundial de los países más felices, como si semejante ranking pudiera compensar el hecho de que el país sufre unas desigualdades sociales enormes (entre las más acusadas del mundo) y que vive en continua ocupación del territorio ajeno.» explican en «Happycracia» de Eva Illouz y Edgar Cabanas, socióloga y psicólogo.


Y resaltan que «el recurso de la felicidad ha demostrado ser enormemente conveniente. No parece necesario preguntar a los ciudadanos qué piensan de las medidas políticas de sus dirigentes, sino que bastaría con saber su puntuación en felicidad. Puesto que su enfoque pretende ser científico, este retrato del individuo feliz es neutro y objetivable, exento de connotaciones morales, éticas e ideológicas».

La felicidad es únicamente sinónimo de satisfacción individual: «Un sadomasoquista que fantasee con asesinatos en serie y obtenga con ello placer (…), un sicario que disfrute de sus fechorías y matanzas (…), o un terrorista que, atraído por Al Qaeda, secuestre un avión y lo estrelle contra las Torres Gemelas», todo placer o significado que se derive de la aplicación de nuestras propias virtudes y fortalezas debería llamarse felicidad, según el gurú de la ciencia de la felicidad Martin Seligman (Authentic happiness), y explica que la manera más natural de llevar una vida feliz consiste en perseguir de manera autónoma e individual los objetivos que uno se fije para sí mismo. Todas las personas tienen las mismas oportunidades para ser felices y exitosas, prescindiendo de sus circunstancias.

Por más que los científicos y expertos lo nieguen, esta noción y búsqueda de la felicidad que nos imponen no deja de ser utópica e ideológica: «demasiado a menudo al servicio de los valores impuestos por la revolución cultural neoliberal de la escuela de Chicago y retomada por numerosos economistas neoliberales. La propia Thatcher declaró en una entrevista para el Sunday Times en 1981: «Lo que me ha irritado de la política de los últimos treinta años es que siempre ha estado orientada hacia un modelo de sociedad colectivista. La gente se ha olvidado de que lo único importante son los individuos». La búsqueda de felicidad deja entonces de ser una búsqueda del bien colectivo para centrarse en una búsqueda individual.

«El neoliberalismo ha de entenderse como una filosofía individualista focalizada en el yo: todos somos actores independientes y autónomos unidos por el libre mercado. De esta manera, el trabajo se ha convertido en una cuestión de proyectos personales; la educación en una cuestión de competencias y talentos individuales; el amor en afinidades y compatibilidades personales; la identidad en personalidades individuales; la salud en una cuestión de hábitos y modos de vida», también propios y personales…
 

«No me importaba morir, pero la idea de hacerlo aferrada a un oso de juguete y con una dulce sonrisa en el rostro… para eso ninguna filosofía me había preparado» escribe Barbara Ehrenreich, bióloga y doctora en inmunología celular, en su libro «Sonríe o muere, la trampa del pensamiento positivo».
«Algo va mal cuando el pensamiento positivo «fracasa» y el cáncer se extiende o resiste al tratamiento. Porque entonces, la paciente solo se puede culpar a sí misma: no está siendo lo bastante positiva; posiblemente sea esa actitud suya, tan negativa, lo que de hecho atrajo el cáncer. Y llegados a este punto, la exhortación a pensar en positivo es una carga más para un paciente que ya está sobrepasado.»

Todo este pensamiento positivo tiene el efecto de convertir el cáncer de mama en un rito de paso (…) parece una de esas iniciaciones que tanto estudió Mircea Eliade. Primero hay que elegir las novicias (las tribus lo hacían por edad, pero aquí las elige una mamografía o un autoexamen). Luego, hay que pasar por una serie de duras pruebas obligatorias (escarificaciones o circuncisión en las culturas tradicionales; intervenciones quirúrgicas o quimio en nuestro caso). Y por fin, la novicia alcanza un estatus superior: ellos llegaban a adulto o guerrero, en el cáncer se llega a «superviviente».

Cuanto más convencidos estemos de que la solución a nuestros problemas pasa por una simple cuestión de resiliencia y esfuerzo personal, las posibilidades de imaginar y luchar de manera colectiva para efectuar cambios sociales se verán limitadas. En un mundo donde cada persona tiene la capacidad para convertir la adversidad en oportunidad y en florecimiento personal, hay poco espacio para la disconformidad, la protesta, la queja.

«Quitarse de encima a la gente que te «da bajón» significa correr el riesgo de quedarse solo o, peor aún, desconectado de la realidad.» explica Ehrenreich. «Si algo tiene de desafío la vida en familia, o la vida en compañía de cualquier tipo, es que hay que estar siempre pendiente del humor de los demás, haciéndoles caso cuando tienen razón y consolándoles cuando lo necesitan.
Pero, en el mundo del pensamiento positivo, los demás no están ahí para que los cuidemos, ni para darnos baños de realidad que no les hemos pedido. Solo tienen sentido si nos animan, nos reafirman y nos aplauden.»

En el campo laboral, son los trabajadores los que se tienen que ser flexibles y creativos (palabra que curiosamente no aparece en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española hasta 1984) y adaptarse a sus condiciones laborales: combatir el estrés, convertir los fracasos en oportunidades, ser más competitivos y productivos… Pero de ninguna manera cambiar esas condiciones. La psicología positiva, además, añade que el éxito laboral ya no determina la felicidad del trabajador. Al contrario: es la felicidad del trabajador lo que determina el éxito de su vida profesional. El trabajador ya no solo debe producir creatividad, sino ser él mismo un ser creativo y emprendedor, una marca o empresa en sí mismo, exitosa y positiva.

Para lograr este estado de felicidad costante en los empleados, cada vez más empresas contratan a coachers, un entrenador personal. «Este fenómeno surgió en la década de 1980» explica la bióloga, «cuando las grandes empresas empezaron a contratar los servicios de entrenadores deportivos de verdad para dar charlas en sus convenciones. Eran muchos los comerciales o gerentes que habían practicado un deporte de jóvenes, y de ahí que resultaran muy sensibles a un ponente que les recordaba sus mejores momentos en la cancha. (…) Y de pronto el tipo de individuos que hasta ese momento se consideraban a sí mismos «asesores» empezaron a llamarse «entrenadores», y a hacer negocio inculcándoles a personas normales, a ejecutivos sobre todo, una actitud positiva o ganadora, visualizando la victoria, o al menos el buen resultado, antes de jugar el partido.»

Se trata de «la premisa metafísica de que el éxito vendrá rodado si se lleva a cabo determinada intervención «actitudinal». Y, si aún así no llega, si sigues sin conseguir financiación o atrapado en un empleo sin horizontes, la culpa es tuya, no del entrenador. Ese tipo de metafísica que se difunde tiene una inconfundible parecido con los diversos tipos ancestrales de magia, sobre todo con la «magia simpática», basada en la idea de que lo semejante atrae a lo semejante. En este tipo de magia, se considera que un objeto fetiche o talismán puede atraer lo que se desea. En el caso del pensamiento positivo, esa idea positiva, o imagen mental de lo que uno anhela, actúa a modo de fetiche interno que hay que tener siempre en mente.»

Barbara Ehrenreich opina que el pensamiento positivo hunde sus raíces en el calvinismo.


«Los colonos blancos que llegaron a Nueva Inglaterra se traían el calvinismo, un sistema al que se podría describir como una depresión obligatoria. Su dios tenía un cielo, pero con escaso aforo, y los privilegiados que accedieran a él ya habían sido escogidos antes de nacer. Para los vivos, su deber era examinar sin cesar las terribles abominaciones de sus entrañas, y extirpar como pudieran los pensamientos pecaminosos, signo seguro de condenación. Todo lo que no fuera trabajo, físico o espiritual, era un pecado despreciable, por ejemplo vaguear tranquilamente o intentar divertirse. (…) Estos rasgos calvinistas, ya sin teología, persistieron e incluso florecieron en la cultura norteamericana hasta finales del siglo XX. El estar muy ocupado, fuera en lo que fuera, constituía un signo de estatus, que además les venía muy bien a los empresarios, sobre todo con las nuevas tecnologías, cuando desapareció la frontera entre trabajo y vida privada (..) Fue entonces cuando entraron en el léxico términos como «multitarea» o «adicto al trabajo».»

Así, «los calvinistas consideraban la pobreza una consecuencia de la dejadez y las malas costumbres; y los pensadores positivos la atribuyen a una incapacidad obstinada para abrazar la abundancia.»
«Si una de las mejores cosas que se pueden decir del pensamiento positivo es que consiguió erigirse en alternativa al calvinismo, una de las peores es que acabó manteniendo algunos de los rasgos calvinistas más tóxicos: la forma despiadada de juzgar, similar a la condena del pecado que hacía la religión, y la insistencia en hacer una constante labor de autoexamen. Para el que piensa en positivo, las emociones siguen siendo sospechosas, y uno debe pasarse el día supervisando atentamente su propia vida interior».

«Si las circunstancias juegan un papel menor en la felicidad humana, entonces la política es un ejercicio marginal. ¿Qué sentido tiene reivindicar las mejores laborales o educativas, la seguridad ciudadana, la cobertura sanitaria universal y demás puntos del credo progresista, si tales medidas apenas van a hacer a la gente un poco más feliz?»

«La riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, la salud y la enfermedad son fruto de nuestros propios actos. No hay problemas estructurales, sino solo deficiencias psicológicas individuales.» explican en el libro Happycracia.
«Uno siempre puede elegir entre sufrir y estar bien. No solo estamos obligados a ser felices, sino a sentirnos culpables por no ser capaces de superar el sufrimiento y de sobreponernos a las dificultades.»
Además, «al establecer la felicidad como un objetivo imperativo y universal pero cambiante, difuso y sin un fin claro, la felicidad se convierte en una meta insaciable e incierta que genera «buscadores de felicidad» y de «hipocondríacos emocionales» (happycondríacos) constantemente preocupados por cómo ser más felices, pendientes de sí mismos, ansiosos por corregir sus deficiencias, gestionar sus sentimientos y encontrar la mejor forma de florecer o crecer personalmente. Convierte la felicidad en una mercancía perfecta para un mercado que se nutre de normalizar esta obsesión con uno mismo y con el propio bienestar psicológico.»

El mercado define la autenticidad como el acto de elegir entre muchas opciones aquella que corresponde con lo que una/o es. La psicología positiva, mientras, alaba la autenticidad como un impulso natural a hacer y elegir aquello que a la persona le parece más auténtico y, por lo tanto placentero para sí mismo. La búsqueda de la satisfacción personal, caiga quien caiga: «si algo te hace sentir bien, hazlo!». La base del consumismo: quiero ese producto y lo quiero ya, se puede encontrar tanto en la publicidad («Just do it!» de Nike) como en eslóganes políticos (¡hagamos el Brexit ya!) o en un curso de coaching, autoayuda o sobre psicología positiva.

«Este aspecto queda muy bien reflejado en el fenómeno youtubers, o «influencers», ejemplos de cómo cultivar la marca personal con el fin de vender su imagen a millones de personas.»  «El principal producto que vende un youtuber es él mismo, su peculiar opinión, su persona, su carisma. La cultura positiva también tiene su movimiento de coachers compartiendo consejos y experiencias propias como vivos ejemplos de que es posible superar todas las adversidades», eso sí, siempre que uno se acepte tal cual es y adopte una visión más positiva de las cosas.

Porque, nos advierten, «en el proceso creativo, las emociones pueden resultar beneficiosas, pero también perjudiciales». En el libro «De la neurona a la felicidad» de la Fundación Botín (Banco Santander), nos cuentan una peculiar historia sobre cómo sobreponerse a las dificultades y sacar rendimiento de ello de manera positiva: «Josephine Cochrane sentía tal frustración cuando su empleada del hogar, al lavar los platos, rompía alguna de las valiosas piezas de su vajilla de porcelana, que decidió que si nadie inventaba un lavavajillas, lo haría ella. De este modo, lo que hizo en realidad fue transformar su frustración, hasta que finalmente ideó el primer lavavajillas viable. A otras personas, la frustración no les servirá como fuente de inspiración a la hora de identificar problemas importantes, sino que les generará enfado.»

La heroína en esta historia es la rica señora Cochrane y su frustración con su torpe empleada del hogar, cuyas emociones en esta historia carecen totalmente de importancia. Los bancos, las grandes corporaciones e instituciones hacen cada vez más uso del concepto de la ilusión y la creatividad y nos instan a utilizarlas para salir del atolladero socioeconómico que ellos mismos han creado. La creatividad y el emprendimiento únicamente para hacer tolerable lo intolerable con los afectos, para el beneficio y desarrollo del capital.
 

Que esta ciencia de la felicidad tacha de negativa, engañosa y hasta deshonesta a la crítica sociológica no es ningún secreto. Cabanas e Illouz apostillan que «la cuestión, sin embargo, no es simplemente aceptar que ya vivimos en el mejor de los mundos posibles, la cuestión es pensar SI VIVIMOS en el mejor de los mundos IMAGINABLES». «Cuestionar el orden de las cosas, desnaturalizar lo que se da por sentado y explorar los procesos, los significados y las prácticas que moldean nuestras identidades y comportamiento cotidiano son tareas fundamentales de la crítica social. Imaginar formas alternativas y más liberadoras de vivir, produciendo análisis críticos y constructivos».

Como escribe en su libro «La ilusión de la felicidad» Carl Cederström: «Intentar que la oficina sea un lugar más feliz no sería problemático si eso implicara atender cuidadosamente las necesidades de los empleados. Tampoco es perjudicial que las personas deseen trabajos gratificantes, siempre y cuando puedan ganarse la vida con esos trabajos. Y no es necesariamente nocivo disolver la línea entre el trabajo y la vida siempre y cuando uno tenga la suerte de hacer lo que quiere. Pero lo que experimentamos hoy, puesto que la felicidad en el trabajo se ha vuelto obligatoria, es algo completamente diferente. Los empleados deben sonreír de manera auténtica cuando saludan a los clientes; de no ser así, podrían perder sus trabajos.» Y aboga por imaginar nuevas formas de vivir y trabajar que no estén definidas únicamente por los valores del mercado: «Por si no te has dado cuenta, hay una guerra en curso. El campo de batalla es la imaginación humana.» escribió la periodista Laurie Penny en Bitch doctrine.

«Los seres humanos no dejan de jugar con el tiempo y el espacio para intentar existir simbólicamente, es decir, inventando sus propias vidas. Así, experimentan una satisfacción consciente de sus existencia singular y de su relación con los demás, englobando la evidencia íntima del cuerpo. Son esos momentos a los que llamo pequeñas alegrías». Marc Augé, antropólogo.

«Que sí, que sí, lo tengo que decir,
Así, asá, va todo como va
Que no, que no, no se lo digo yo,
Y basta ya, me quiero imaginar
Que estoy acá, la orquesta allá.
Y vamos ya, ¡va!¡ Felicidad, dá, dá!»

Fuentes:
«En los límites de lo posible: Política, cultura y capitalismo afectivo». Alberto Santamaría.
«Happycracia»Eva Illouz y Edgar Cabanas.
«Las pequeñas alegrías. La felicidad del instante». Marc Augé
«La ilusión de la felicidad». Carl Cederström.
«Sonríe o muere, la trampa del pensamiento positivo». Barbara Ehrenreich.
https://selenitaconsciente.com

http://unaantropologaenlaluna.blogspot.com/2019/11/happycondriacos-coachers-influencers.html

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