La naturaleza de la Consciencia

por Ramesh Balsekar

Ramesh Balsekar

El ser humano y la manifestación

¿Qué es la manifestación? No es más que una aparición repentina concurrente en la Consciencia, dentro de la Consciencia, provocada por la Consciencia. En esa manifestación, el ser humano no es más que un objeto. Realmente, en lo que se refiere a la manifestación, no hay diferencia entre el ser humano y el objeto inanimado. En lo que respecta a la manifestación, el ser humano es un objeto como lo es una roca. De modo que, ¿de dónde surge la individualidad? Surge porque en el objeto inanimado, la Consciencia no se manifiesta en forma de sensibilidad. El ser humano está dotado de sensibilidad, como cualquier otro animal. La sensibilidad permite el funcionamiento de los sentidos. El ser humano es básicamente un objeto inanimado dotado de sensibilidad, justamente igual que cualquier otro animal o insecto que tiene la sensación de estar presente, la sensación de presencia. Esto es la sensibilidad.

Además de esa facultad sensorial, que también poseen los insectos y otros animales, el ser humano está dotado de intelecto. El intelecto es lo que le permite discriminar e interpretar lo que capta, cosa que los animales no necesitan hacer. Es este poder del intelecto de discriminar e interpretar lo que captan los sentidos lo que confiere al ser individual su sentido de individualidad y le hace considerarse como algo especial en la manifestación. ¡Por si fuera poco, llega hasta el punto de creer que toda la manifestación ha sido creada para su propio beneficio! Por eso, siempre piensa: ¿De qué modo puedo beneficiarme explotando la naturaleza?. Todos podemos ver el alcance que tiene ese afán de «beneficiarse».

Volvamos al principio de que el ser humano es como cualquier otro objeto de la manifestación y que no es más que un personaje soñado con sentidos que le permiten percibir cosas, conocerlas, interpretarlas y discriminar entre lo que ve. Si ve impersonalidad en todo esto, que no es más que otro objeto en la manifestación, con ciertos atributos adicionales, como la sensibilidad animal más el intelecto, ése es el primer paso para percibir la impersonalidad de toda la manifestación. En la impersonalidad de esta manifestación hay el entendimiento inherente de que cualquier cosa que se haya manifestado no puede en modo alguno tener existencia independiente.

Por consiguiente, todo lo que se ha manifestado no es más que una especie de reflejo de ese magma básico, que denominamos Consciencia-en-reposo, Dios, o como queramos llamarle. Lo que realmente significa la iluminación es ver la unidad, no sólo en la manifestación, sino entre lo manifestado y lo inmanifestado. Cuando el individuo piensa bajo esta individualidad, olvidando la unidad, no sólo entre lo manifestado y lo inmanifestado, sino entre la manifestación en su totalidad, está empezando a pensar en su seguridad personal. Cuando empieza a pensar en su seguridad personal, crea una serie de problemas. En ese nivel, el primer paso que ha de dar el individuo en su entendimiento es aceptar el hecho de que no existe la seguridad individual, que el movimiento y el cambio son la esencia de la vida y de estar vivo. Por lo tanto, al buscar seguridad está buscando algo que no existe. Esa comprensión es el inicio de la comprensión de la vida y a través de la comprensión de la vida, regresamos a la impersonalidad. El niño, en sus primeras etapas, se percata de las cosas de una forma inherente. Experimenta la Realidad, de modo que no surgen preguntas. Pero cuando el intelecto se va expandiendo paulatinamente, el niño empieza a preguntar. Cuando el niño tiene su primera confrontación con el fenómeno de la muerte, ésta le suscita la idea de la vida. En el niño, la muerte y la desintegración desencadenan la idea de la vida y de la seguridad. A medida que el intelecto se desarrolla, la percatación natural intuitiva de la Unidad se va perdiendo, se va oscureciendo.

¿Qué es en realidad un ser humano?

El maestro zen Tung Shan expresó claramente este hecho básico cuando dijo: Enseño la verdad a los seres vivos y entonces dejan de ser seres vivos. La pregunta clave es: ¿Qué soy en realidad en estos momentos?. Básicamente, todos somos objetos. ¿Qué es este objeto, visto a través de un microscopio electrónico con su gran potencia de aumento? Incluso tal como existe en el presente y basándonos en una proyección inteligente, sobre lo que el microscopio ha revelado, el cuerpo no es nada más que vacío y sin duda no es un objeto sólido. Además, en lo más profundo de esta vacuidad, el físico subatómico nos dice que hay un núcleo que al ser un campo oscilante empieza a disolverse, mostrando otros campos más organizados: protones, neutrones e incluso partículas más pequeñas, cada una de las cuales se disuelve en el ritmo de la pulsación universal. En otras palabras, no existe la solidez, ni en el plano más sublime del cuerpo ni en el centro del universo. El núcleo compacto en el centro del átomo, no es sólido, sino un patrón dinámico individual de energía concentrada pulsando y vibrando a una velocidad increíble.

Este objeto, el cuerpo humano, se puede contemplar desde una perspectiva totalmente distinta e igualmente espectacular. Cuando observamos este objeto a una distancia cada vez mayor, se transforma primero en una casa, luego en una ciudad, un país, un continente, la Tierra como planeta, seguida por el sistema solar, el Sol, una galaxia, la Vía Láctea y, por último, por grupos de galaxias que quedan reducidas rápidamente a puntos de luz en una inmensa vastedad y que están a punto de desvanecerse todas juntas.

Así pues, las perspectivas interna y externa llegan ambas a la misma conclusión: el ser humano es prácticamente un espacio vacío y una ilusión absoluta. La pregunta es entonces: ¿Cuál es nuestra verdadera naturaleza? ¿Quiénes o qué somos realmente?. El noúmeno se ha convertido en la manifestación fenoménica, lo Absoluto se ha convertido en lo relativo, lo potencial se ha convertido en lo real y la energía potencial se ha convertido en energía activada. En ese escenario vacío se representa esta obra y en el lienzo en blanco aparece esta pintura. El origen de todas las cosas es la Nada potencial. Pero debido a nuestra percepción limitada, pensamos que lo perceptible para alguno de nuestros sentidos es real, mientras que lo real es lo que no pueden percibir nuestros sentidos.

Metafísicamente, volvemos a la pregunta: ¿Quién está buscando qué?. El «quién» tal como hemos visto, no es más que vacío, por lo tanto no puede haber un «quién» real. No puede haber un «quién» sólido. No puede haber una entidad individual sólida que sea el buscador. También hemos visto que lo que buscamos tampoco es nada. El «qué» que se está buscando no es algo que pueda verse con el ojo, oírse con el oído, olerse con la nariz, saborear con la lengua o tocar con los dedos. De modo que ese algo que se está buscando no es nada en absoluto.

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