El modo no-dual de conocer

(1ª Parte)

por Ken Wilber

Ken Wilber

El hombre tiene a su alcance dos modos básicos de conocer, y es sumamente significativo el hecho de que la gran mayoría de científicos, filósofos, psicólogos y teólogos que han llegado a una comprensión plena y profunda de ambos modos hayan llegado a la conclusión unánime e ineludible de que sólo a través del modo no dual puede alcanzarse el «conocimiento de la realidad». En otras palabras, han llegado a la misma conclusión que los físicos cuánticos modernos, de cuyo trabajo hemos hablado ampliamente.

Sin embargo, esto resulta difícil de comprender para la mayoría de los occidentales, ya que nuestra civilización, nuestra identidad personal, nuestras filosofías y nuestras metas en la vida están tan arraigadas en el modo de conocer dualista, que cualquier sugerencia de que dicho dualismo genere una ilusión, en lugar de la realidad, produce un rechazo interior en la mayoría de nosotros. No obstante, también hemos señalado las dificultades intrínsecas del conocimiento simbólico-cartográfico [dualista].

Es dualista el hecho de dividir el universo en «observador» y «observado», «creando» de ese modo «dos mundos de uno solo» y convirtiendo así el universo en «falso consigo mismo». Este proceso de conocimiento se convierte en doblemente corrupto cuando el universo abstraído y simbolizado por él mismo se confunde con el universo auténtico, cuando el mapa se confunde con el territorio, y cometemos la falacia de la concreción desplazada.

Atrapados en dicha algarabía, equipados única y exclusivamente con las herramientas mencionadas, descubrimos al acercarnos a la realidad que nuestras teorías e imágenes del mundo se desintegran con la misma facilidad con que las elaboramos, que en la base del mundo físico no hallamos una promesa de certeza sino un principio de indeterminación, un teorema de la incompletud en la base del mundo mental y, en resumen, que toda «observación perturba la realidad». Esta es la naturaleza del conocimiento dualista y, sin embargo, parecemos menos dispuestos a examinar la idoneidad de dicho conocimiento que a buscar medios «innovadores» e «ingeniosos» ―principalmente a través de la tecnología (ya que la tecnología es una extensión natural de la «duología»)― que nos permitan incrementar su uso. En otras palabras luchamos encarnizadamente para defender la fuente de nuestras ilusiones.

Como declaró Eddington, … nosotros, que debemos resolver el problema, formamos parte del mismo, y el problema, en el sentido más estricto de la palabra, estriba en ser adictos al conocimiento dualista. Así pues ―afirma Alan Watts― no somos ni remotamente conscientes de lo peculiar de nuestra situación y nos resulta difícil reconocer el simple hecho de que, por otra parte, ha existido un único consenso filosófico de alcance universal. Del mismo son portadores hombres que hablan de las mismas introspecciones y predican esencialmente la misma doctrina, tanto en la actualidad como hace seis mil años, ya sea en Nuevo México, en el extremo Oeste, o en Japón, en el lejano Oriente.

Es probable que a la mayoría este tipo de afirmación nos parezca una enorme exageración, ya que cuando ni siquiera coincidimos en política, es mucho más difícil que lo hagamos en cuanto a la realidad absoluta. Qué duda cabe de que la visión de la realidad de un budista Ch’an de la antigua China debe ser muy diferente de la de un bioquímico moderno y bien formado, y de que su criterio será asimismo distinto del de un teólogo europeo del siglo XIV. Sin embargo, la respuesta no es tan simple, ya que debemos examinar la pregunta desde dos niveles distintos, porque, como hemos visto, existen dos modos diferentes de conocer la realidad. Enfocando así el problema, es demostrablemente cierto que la imagen del mundo presentada por el conocimiento simbólico-cartográfico ha variado enormemente de cultura en cultura, y habitualmente de persona en persona en una misma cultura a lo largo de la historia. Además, nuestra imagen mundial simbólica de la realidad seguirá cambiando conforme actualicemos y revisemos nuestras ideas científicas, económicas e históricas sobre la realidad.

Pero el modo de conocimiento no dual no admite en su «contenido» ninguna idea ni símbolo más que la propia realidad, una realidad idéntica en todo momento y en todo lugar, de forma que dicho modo de conocimiento se convierte en sí mismo en «un consenso filosófico único de alcance universal», una comprensión de la realidad «compartida por hombres que hablan de las mismas introspecciones y predican esencialmente la misma doctrina, tanto si viven en la actualidad como si lo hicieron hace seis mil años». Utilizando dicho modo, la realidad experimentada por el budista Ch’an, el teólogo europeo y el bioquímico moderno es exactamente la misma.

Así pues, el conocimiento simbólico-cartográfico puede generar numerosas imágenes distintas del mundo, mientras que el conocimiento no dual ni simbólico representa una sola imagen (o, mejor dicho, una comprensión, ya que dicho modo de conocimiento no es verbal y por consiguiente tampoco pictórico). A guisa de ejemplo rudimentario, imaginemos un común «banana split»; cabría describirlo, a través del conocimiento simbólico-cartográfico, de distintas maneras. Desde un punto de vista químico, se puede considerar como un compuesto de carbono, nitrógeno, hidrógeno, oxígeno, azufre, fósforo y ciertos elementos fundamentales. Desde un planteamiento económico, cabría describirlo en términos de las fluctuaciones del mercado, que determinan el coste de sus componentes. En un sentido cotidiano, se describiría simplemente como un helado con plátanos, nueces y salsa de chocolate. He aquí tres descripciones distintas de un mismo producto, ¿deducimos de las mismas que existen tres «banana splits» diferentes? No lo hacemos porque sabemos que en el fondo de dichas descripciones simbólicas hay un solo helado, que llegamos a conocer no por su descripción sino probándolo, experimentándolo por medios no verbales.

Asimismo, según lo afirma la mencionada tradición universal, existe una sola realidad, aunque susceptible de ser descrita de muchas maneras distintas utilizando diversos mapas simbólicos. Por consiguiente, a lo largo de la historia ciertos hombres han comprendido esta realidad única abandonando temporalmente el conocimiento simbólico-cartográfico y experimentando directamente esa realidad subyacente, ese único territorio en el que se basan todos nuestros mapas. En otras palabras, dejan de hablar de ello para, en su lugar, experimentarlo y es el «contenido» de esa experiencia no dual en lo que consiste, según se afirma universalmente, la realidad absoluta.

Como ya hemos señalado, la «prueba» definitiva no consiste en su demostración lógica, sino en el hecho experimental, y sólo emprendiendo el experimento para despertar el segundo modo de conocimiento descubriremos por nosotros mismos su veracidad. Más adelante describiremos dicho experimento, pero entretanto deberemos contentarnos con demostrar la plausibilidad de que ese segundo modo de conocimiento revele la realidad. Y no cabe duda de que plausible lo es, ya que se salta directamente las mutilaciones relacionadas con el modo dualista de conocimiento. No bifurca el universo, ni rasga su manto indivisible para despedazarlo y convertirlo en falso consigo mismo, así como tampoco lo fuerza por el colador de la lógica, para quedarse luego perplejo ante los confusos resultados. En palabras de Teilhard de Chardin:

Hasta ahora hemos observado la materia como tal, es decir, según sus cualidades en un volumen determinado, como si fuera permisible romper un fragmento y estudiar la muestra independientemente de lo demás. Ha llegado el momento de señalar que dicho procedimiento no es más que una simple evasiva intelectual. Considerado en su realidad física y concreta… el universo no se puede dividir a sí mismo ya que, como una especie de «átomo» gigantesco, constituye en su totalidad … lo único real indivisible… Cuanto más lejos y con mayor profundidad penetramos en la materia, gracias a métodos crecientemente poderosos, mayor es nuestra confusión ante la interdependencia de sus componentes. Cada elemento del cosmos está positivamente entrelazado con todos los demás… Es imposible fragmentar dicha red, aislar parte de la misma, sin que todos sus bordes se rasguen y deshilachen. A nuestro alrededor, hasta donde alcanza la vista, el universo se mantiene unido y sólo hay una forma realmente posible de considerarlo, es decir, en su conjunto, como una sola pieza.

 

Sin embargo, antes de proseguir, debemos aclarar un punto de suma importancia. Figurativamente, hemos afirmado que el «contenido» del modo no dual de conocimiento es la realidad absoluta, ya que revela el universo en su absoluta autenticidad, no como se encuentra convencionalmente dividido y simbolizado. No obstante, hablando con toda propiedad, no existe una cosa llamada realidad y otra denominada conocimiento de la realidad, que constituiría el colmo del dualismo, sino que el conocimiento no dual es la realidad, cuyo «contenido» es sí mismo. La única razón por la que seguimos hablando del conocimiento no dualista de la realidad, como si ambas cosas estuvieran de algún modo separadas, se debe a que nuestro lenguaje es tan dualista que resulta positivamente difícil definirlo de cualquier otro modo. Pero debemos tener siempre presente que el conocimiento y lo real forman una unidad en la experiencia primigenia.

Llegamos, por consiguiente, a una conclusión asombrosa. Dado que los modos de conocer corresponden a niveles de la conciencia y que la realidad es un modo particular de conocer, se deduce que la realidad es un nivel de la conciencia. Esto no significa, sin embargo, que el «material» de la realidad sea el «material de la conciencia», ni que los «objetos materiales» estén realmente formados por la conciencia, o que la conciencia sea una especie de masa nebulosa de viscosidad indiferenciada. Sólo significa (y aquí debemos recurrir temporalmente al lenguaje dualista) que la realidad es lo que se revela del nivel no dual de la conciencia que hemos denominado mente. El hecho de que se revele es un acto experimental, pero no se puede describir con precisión lo que se revela sin recurrir al modo simbólico de conocimiento. Por consiguiente, afirmamos que la realidad no es ideal, material, espiritual, concreta, mecanicista ni vital; la realidad es un nivel de la conciencia y sólo dicho nivel es real. […]

Por consiguiente, al afirmar que la realidad es un nivel de la conciencia, o que la realidad es sólo la mente, nos referimos ni más ni menos a un estado de concienciamiento en el que el observador es lo observado, y en el que el universo no está dividido en un estado que ve y otro que es visto. Si es la fragmentación mutiladora lo que convierte al universo en falso con respecto a sí mismo, la realidad sólo puede ser el estado anterior a dicha mutilación. Básicamente, es ese nivel de concienciamiento no dual lo que denominamos sólo mente, ya que dicho estado es el único real. […] El modo dualista de conocimiento limita la identidad al conocedor, mientras que todo lo demás, lo conocido, parece sustancialmente remoto y ajeno. Sin embargo, con el cambio al modo no dual de conocimiento, el conocedor se siente uno con lo conocido, de modo que su identidad cambia también del aislamiento individual al todo, ya que conocer la realidad equivale a identificarse con ella misma.

https://www.nodualidad.info/textos/modo-no-dual-de-conocer1.html

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