La esencia de la filosofía perenne

or Ken WilberExtracto de la Introducción al libro Después del Edén

Ken Wilber

Nada puede permanecer durante mucho tiempo alejado de Dios ni separado de ese Sustrato del Ser aparte del cual nada existe. Y la historia ―no como mera crónica de las hazañas de los individuos o de las naciones sino como el movimiento mismo de la conciencia humana― constituye la historia de los amoríos ―de los amores y desamores, de las separaciones y reconciliaciones― del hombre y la mujer con la Divinidad, la historia como pasatiempo y como solaz de Brahman.

El gran problema de la visión teológica tradicional de la historia no ha sido tanto confundir lo que es la historia como confundir lo que es Dios. Creer que la historia tiene algún sentido supone también creer que apunta hacia algo distinto a sí misma, es decir, que señala hacia algo ajeno a los hombres y mujeres de carne y hueso. En este sentido, se ha supuesto que Dios es un gran Otro, el Espíritu o la Esencia. Pero al considerar que Dios es otro, que está separado y que es completamente ajeno a los seres humanos, la historia ha terminado convirtiéndose en un pacto, una alianza o un compromiso entre Dios y su pueblo.

No podemos olvidar que, en Occidente, Dios y la historia son absolutamente inseparables, y que la gran importancia de Jesús para el pueblo cristiano, por ejemplo, no se deriva tanto de su condición de Hijo de Dios como del hecho de que fue un acontecimiento histórico, un testimonio de la intervención de Dios en el Proceso histórico, un pacto entre el hombre y la Divinidad. Moisés no sólo trajo consigo unos mandamientos éticos sino también un convenio entre Dios y su pueblo, un compromiso que debía ir cumpliéndose en el curso de la historia. Para el mundo judeocristiano ―es decir, para la mentalidad occidental― la historia consiste en el desarrollo de un pacto entre Dios y el hombre, una operación destinada, en última instancia, a reconciliar al ser humano con la Divinidad. […]

…Pero existe una visión mucho más sofisticada de la relación existente entre el ser humano y la Divinidad; una visión que ha sido sostenida por la mayor parte de los teólogos, filósofos, sabios, e incluso científicos, más dotados de todos los tiempos; una visión ―conocida con el nombre de «filosofía perenne» (el término fue acuñado por Leibnitz)― que descansa en el núcleo esotérico del hinduismo, del budismo, del taoísmo, del sufismo y del misticismo cristiano; una visión, por último, que fue abrazada, parcial o totalmente, por individuos como Spinoza, Albert Einstein, Schopenhauer, Jung, William James y Platón. Además, en su forma más pura esta visión no es tanto una anti-ciencia como una trans-ciencia ―o, mejor dicho, una ante-ciencia―, lo cual la capacita para convivir ―e incluso para complementar― los datos más duros que nos ofrecen las ciencias puras . Éste es el motivo, en mi opinión, por el cual muchos de los científicos más lúcidos ―como Einstein, Schrödinger, Eddington, David Bohm, Sir James Jeans e incluso Isaac Newton― hayan coqueteado ―y hasta hayan abrazado abiertamente― la filosofía perenne. En palabras de Albert Einstein:

La mística es la emoción más hermosa que podemos experimentar. La mística es el fundamento mismo de todo arte y de toda ciencia verdadera. Quien desconoce esta emoción… está muerto. El conocimiento de que lo que nos resulta impenetrable ―lo que con nuestras torpes facultades sólo podemos comprender de un modo muy rudimentario― realmente existe y se manifiesta como la más elevada de las sabidurías y la más resplandeciente de las bellezas constituye el fundamento mismo de la auténtica religiosidad. En este sentido ―y sólo en este sentido― puede considerárseme enrolado en las filas de los hombres devotamente religiosos.

O, según Louis Pasteur, el primer gran microbiólogo: Feliz aquel que lleva un dios en su interior y le obedece. Los ideales del arte y de la ciencia están iluminados por los reflejos del infinito.

La esencia de la filosofía perenne puede ser formulada sencillamente afirmando la existencia de algún tipo de Infinito, una especie de Divinidad Absoluta que trasciende la noción de un Ser colosal, un gran Padre o un gran Creador separado de sus criaturas, los objetos, los acontecimientos y los mismos seres humanos. Resulta mucho más adecuado concebirlo metafóricamente como el sustrato, la esencia o la condición misma de todas las cosas y de todos los acontecimientos. No se trata, pues, de una Gran Cosa ajena a todas las cosas finitas sino más bien de la realidad, de la esencia o del sustrato mismo de todas las cosas.

Los científicos, que se mofan de la existencia del «Infinito» pero muestran una gran admiración por las «leyes de la Naturaleza (con N mayúscula)», están expresando ―aunque sea de modo inadvertido― sentimientos claramente religiosos o numinosos. Tengamos en cuenta que desde el punto de vista de la filosofía perenne puede hablarse simbólicamente del absoluto como Naturaleza de todas las naturalezas, como Condición de todas las condiciones (¿acaso no dijo Santo Tomás que Dios es natura naturans?). Pero también conviene advertir, no obstante, que, según la filosofía perenne, la Naturaleza no es algo ajeno a cualquier manifestación concreta de la vida; la Naturaleza no es algo separado de las montañas, las águilas, los ríos y las personas, sino algo que impregna por completo el entramado mismo de todas y cada una de las cosas existentes. De la misma manera, el Absoluto ―la Naturaleza de todas las naturalezas― no es algo ajeno a las cosas y a los eventos. El Absoluto no es Otro sino que, por así decirlo, está urdido en la misma trama de todo lo existente.

En ese sentido, la filosofía perenne declara que el absoluto es Uno, Total e Indiviso ―algo muy parecido a lo que Whitehead denominaba el tejido sin costuras del universo―. Pero adviértase que «sin costuras» no significa «sin rasgos distintivos». Decir que la Realidad es Una no supone decir que las cosas y los acontecimientos separados no existan. Cuando un científico afirma que todas las cosas obedecen a las leyes de la Naturaleza no está queriendo decir que, «por consiguiente, no existen», sino que todas las cosas subsisten en una especie de Totalidad equilibrada, una totalidad que él denomina Naturaleza y cuyas leyes intenta descubrir. Como primera aproximación, la filosofía perenne describe a lo Esencial como totalidad inconsutil, como Unidad integral que subyace ―pero, al mismo tiempo, incluye― toda multiplicidad. Lo último es anterior a este mundo pero no es distinto a él, de la misma manera que el océano es anterior a las olas pero no existe como algo separado de ellas.

Este concepto, sin embargo, no carece, como suelen argumentar los positivistas lógicos, de significado o de sentido o, dicho de otro modo, no tiene menos significado que las referencias de la ciencia a la Naturaleza, al Cosmos, a la Energía o a la Materia. Que lo último ―la Totalidad integral― no exista como entidad separada y perceptible no significa que sea algo inexistente. Nadie ha visto nunca a la Naturaleza, nosotros sólo vemos árboles, pájaros, nubes y hierba pero jamás hemos visto nada concreto que podamos aislar y llamar «Naturaleza». Del mismo modo, ningún científico ha visto jamás a la Materia. Los científicos sólo perciben lo que ellos denominan «formas de materia» pero nadie ―ni los científicos, ni los legos ni los matemáticos― han visto jamás el más pequeño fragmento de materia. Y, sin embargo, aunque sólo veamos madera, aluminio, zinc o plástico ―y nunca hayamos visto materia― dudo que ningún científico se atreviera a concluir que «por consiguiente, la materia no existe». Los científicos tienen una evidencia ―intuitiva y no científica, por cierto― que les lleva a afirmar la realidad de la materia. Y, de hecho, aunque jamás la hayan visto, tocado ni saboreado, para la mayor parte de los científicos la materia constituye la única realidad existente.

Obviamente, lo mismo podríamos decir con respecto a la Energía, porque masa y energía son términos intercambiables. Ningún científico ha visto nunca la energía y, sin embargo, los científicos hablan continuamente de «formas de energía», como la energía termodinámica, las energías de la fusión y de la fisión nuclear, etcétera. Y, no obstante, aunque nadie haya visto jamás a la energía pura, ningún científico osaría afirmar que «la energía no es real». Hace ya tiempo, el geólogo y filósofo Ananda Coomaraswaray demostraba la esencia de esta «creencia científica» afirmando: «En su intento por admitir únicamente la realidad de lo que puede ser apresado, los positivistas ―o «nadamasquistas»― (*) se encuentran en el aprieto de tener que atribuir «realidad» a entidades que no pueden ser aprehendidas porque, a pesar de sí mismos, no pueden acallar su impulso a postular la existencia de una entidad tan abstracta como la «Energía», un término que, a fin de cuentas, no es sino uno de los muchos nombres de Dios».»

La filosofía perenne no define a Dios como una Gran Persona sino como la Naturaleza de todo lo existente. En ese sentido, Coomaraswamy da de lleno en el blanco ya que no existe diferencia alguna entre afirmar que todas las cosas son formas de la Naturaleza, formas de la Energía o formas de Dios. Hay que subrayar también que no estoy intentando demostrar la existencia del Absoluto sino señalando simplemente que su existencia no es menos improbable que la existencia de la materia, de la energía, de la naturaleza o del cosmos.

Ahora bien, cuando alguien cree que lo último es una especie de Gran Padre que cuida a su progenie como un pastor a su rebaño, está sustentando una visión suplicatoria de la religión. El objetivo de tal religión es simplemente el de lograr la protección y bendición de ese dios y, a su vez, adorarle y darle gracias. Tal persona vivirá de acuerdo a las que él cree que son las leyes de ese dios y normalmente esperará, como recompensa, llegar a vivir eternamente en alguna especie de cielo. Dicho de otro modo, el objetivo de tal religión es el de ser salvado, salvado del dolor, salvado del sufrimiento, salvado del mal, salvado, en fin, de la muerte.

Yo no estoy en desacuerdo con todo esto. Lo único que ocurre es que esta visión de las cosas no tiene absolutamente nada que ver con la filosofía perenne y, por consiguiente, no es éste el punto de vista que estoy intentando sustentar. La «religión» propia de la filosofía perenne propone un ideal completamente diferente de salvación. Para ella, lo Último es una Totalidad integral y su objetivo no es el de alcanzar la salvación sino el de llegar a descubrir esa totalidad y, de ese modo, descubrirse uno mismo también total. Albert Einstein hablaba de la eliminación de la ilusión óptica de que todos nosotros somos individuos separados ajenos al Todo:

Los seres humanos formamos parte de esa totalidad llamada por nosotros «Universo», una parte circunscrita en el tiempo y en el espacio. Cada uno de nosotros se experimenta a sí mismo, a sus pensamientos y a sus sentimientos ―en una especie de ilusión óptica de la conciencia― como algo separado del resto. Esta ilusión constituye una especie de prisión que nos encierra en nuestros deseos personales y restringe nuestro afecto a unas pocas personas cercanas. Nuestra labor debe ser la de liberamos de esta cárcel.

Según la filosofía perenne, este «descubrimiento de la Totalidad», esta eliminación de la ilusión óptica de separatividad, no es una simple creencia o un dogma de fe. Si lo Ultimo es, en verdad, una Totalidad integral real, si forma parte integral de todo lo que es, también debe hallarse completamente presente en todo hombre y en toda mujer. Pero, a diferencia de lo que ocurre con las rocas, las plantas o los animales, los seres humanos ―precisamente porque son conscientes― tienen la capacidad potencial de llegar a descubrir esta Totalidad. Insistimos en que no estamos hablando de que puedan creer en ello sino de que pueden llegar a despertar a lo Último. Sería como si una ola llegara a ser consciente de sí misma y entonces descubriera que, dado que todas las olas están hechas de agua, es una con todo el océano y una con todas y cada una del resto de las olas. Éste es el fenómeno de la trascendencia, de la iluminación, de la liberación, moksha, wu o satori. A esto precisamente se refería Platón cuando hablaba de salir de la caverna de las sombras y descubrir la Luz del Ser y Einstein cuando mencionaba la necesidad de «escapar de la ilusión de separatividad»; éste es el objetivo de la meditación budista, del yoga hindú y de la contemplación mística cristiana. Esto, que no es nada misterioso, oculto ni extraño, sino, por el contrario, muy sencillo es, a fin de cuentas, lo que afirma la filosofía perenne.

(*) De «nada más que», neologismo con el que Coomaraswamy se refiere a cualquier tipo de reduccionismo (N. del T.)
Fuentes: Ken Wilber. Después del Edén (Kairós)
https://www.nodualidad.info/textos/esencia-filosofia-perenne.html

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