Cómo hacer de la enfermedad parte de un camino espiritual

Enfermar es algo inherente a estar vivo, pues aunque podamos gozar de gran salud todos moriremos y viviremos la disminución de nuestras capacidades físicas. Esta es en parte la «tragedia» de estar vivos. Sin embargo, la enfermedad, que tiene una connotación generalmente totalmente negativa, no tiene que ser vista como algo malo, indeseable y desafortunado. De hecho gran parte del sufrimiento que produce la enfermedad, mayor que el mismo dolor físico, es la frustración y el rechazo que estar enfermos suele generar. Vivimos en un mundo en el que se tiene un culto a la salud, al cuerpo, al rendimiento y al placer y a menudo esto es lo que más nos hace sufrir cuando enfermamos: que no podemos participar de la misma manera en este mundo que exalta estas cualidades.

Para encontrar una mejor actitud para afrontar la enfermedad, uno debe mirar a las tradiciones religiosas y filosóficas de la humanidad, particularmente aquellas más antiguas. Quizá estas tradiciones son más fértiles puesto que vivían la muerte con mayor frecuencia y sobre todo de manera menos esquiva. La muerte era parte de la vida cotidiana. Y por supuesto porque tenían una visión del mundo menos materialista, en la que las cosas tenían propósito o telos. Más allá de que «comulguemos» o no con una visión en la que la naturaleza misma está viva, tiene sentido y expresa inteligencia -y esto ciertamente ayuda- de cualquier manera se pueden encontrar métodos psicológicos y perspectivas filosóficas muy útiles e interesantes para encarar la enfermedad.

En Occidente uno puede mirar al estoicismo, la corriente filosófica grecolatina que enseña a tomar las cosas con calma, puesto que ve en todo lo que sucede un orden, una inteligencia en la naturaleza que, si se le deja operar sin interferir demasiado, llega a buen puerto. Los estoicos ven en la naturaleza la acción del Logos o la razón universal. Encontramos estas ideas más tarde reflejadas en cosas como la terapia gestalt, que entiende que el cuerpo-mente tiene una tendencia homeostática, o una directriz hacia la salud, pero entendida de una manera más alta. Esto es, una salud que incluye los aspectos emocionales, psíquicos y físicos y su relación con el medio ambiente. Esto se puede observar en el término inglés «health», que es cognado del término «whole». (Otro cognado interesante es el de la palabra «meditación» y la palabra «medicina»). La salud es la integridad o la armonía con la totalidad. Así pues la enfermedad, como también la entendió el poeta Rilke, puede ser algo que nos lleva hacia una salud mayor, ayudándonos a ver los puntos de desequilibrio de nuestros sistema. Un instinto hacia la totalidad, hacia la integración.

Otra forma que puede ser muy útil para entender la enfermedad la encontramos en el budismo. El budismo enseña algo que para algunos puede ser difícil de asumir, pero que, sí se logra hacerlo, puede ser muy liberador. La enfermedad es resultado del karma. Esto significa que la enfermedad no es un accidente, no es una maldición, no es algo que nos ha acaecido sin razón. La enfermedad es la fruición de una serie de causas, esto es, de actos realizados por el individuo, los cuales necesitan también de condiciones para manifestarse. No se trata de un fruto solipsístico, sino de la relación entre los actos de una persona y las condiciones que se encuentran en el mundo (las cuales a su vez son resultado de los actos de las personas). Los actos no son meramente sucesos mecánicos, son movidos por una intención, por una cierta cualidad de la mente del agente. Esto nos lleva asumir la responsabilidad de nuestros actos.

Una frase muy citada entre budistas tibetanos dice «Si quieres saber lo que hiciste en el pasado, observa tu cuerpo en este momento. Si quieres saber lo que vivirás en el futuro, observa tu mente en este momento.»

Ahora bien, puede ocurrir que el saber que la enfermedad es resultado de nuestros actos simplemente nos hundamos en una sensación de culpa e impotencia. Más allá de que esto sería una forma incorrecta de entender la noción del karma (el cual no es un «destino»), el budismo ofrece una estrategia menos pesimista. La enfermedad en realidad es el resultado de karma que ha llegado a su fruición, de algo que ya existía en estado latente y que finalmente encuentra su desenlace. Así que en cierta forma debemos alegrarnos de la enfermedad, pues finalmente se hace manifiesto algo profundo con lo que de todas maneras debíamos de lidiar. Quizá, incluso, después de la enfermedad nos aguarde una gran paz. Lo importante, por supuesto, es no recibir la enfermedad con más acciones negativas, con estados de aflicción mental -como el odio, el enojo, y la envidia- que determinarían mayor sufrimiento en el futuro.

Gyalse Thokme Zangpo, uno de los grandes maestros del budismo tibetano, famoso por su texto corto Las 37 prácticas de un bodhisattva, escribió un pequeño texto sobre cómo tomar la enfermedad como parte de una sendero espiritual.  Gyalse Tokme inicia diciendo «Si este cuerpo ilusorio que poseemos los seres humanos se enferma, que así sea, en la enfermedad me regocijo.» En el budismo, el mundo y el cuerpo son entendidos como vacíos de existencia sustancial, son como sueños a los cuales uno no debe apegarse.  La enfermedad tiene un doble sentido positivo, por una parte «consumirá mi karma negativo del pasado» y por otra parte es la oportunidad de practicar dharma y purificar los oscurecimientos cognitivos, como el apego al cuerpo y a la identidad (al yo sustancial).

De tal manera que recuerda al estoicismo, Gyalse dice: «Si enfrento la pobreza que así sea, sin riqueza me regocijo.» «Si muero pronto que así sea. Al morir me regocijo-» No es esto un nihilismo obviamente, pues la muerte no es entendida como el final de la existencia, la mente continua existiendo, experimentando una realidad que surge en relación a sus actos pasados. La creencia esencial aquí es que los estados de la mente que están dominados por el amor, la alegría, la compasión y la ecuanimidad conducen a otros estados similares. Por lo cual incluso la enfermedad, desde esta actitud, es algo que merece el regocijo. «Así que, cualquier cosa que nos suceda, cultivemos siempre alegría,» concluye Gyalse Thokme. Esta es la manera de hacer de la enfermedad parte de un sendero espiritual. Y aunque pueda ser difícil tener esta actitud no hay duda de que si lo logramos -y a fin de cuenta lo que somos es sólo una serie de hábitos- los beneficios serán enormes.

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