El ritmo del ser

por Rafael Redondo BarbaExtracto de: la radicalidad del zen
Rafael Redondo Zen

Donde no hay ninguna cosa allí está el Todo.
El ser propio, que llamamos YO, está vacío; como también está penetrado de vacío el mundo exterior, que llamamos mundo objetivo. La liberación del Zen alcanza su cenit cuando el ser humano llega a caer en la cuenta de la vacuidad que traspasa el universo, exterior e interior. Eso es la iluminación. Esa realización es la que nos libera del sufrimiento, de la angustia, problema básico de la existencia. La raíz de la paz verdadera se fundamenta en esa experiencia, en esa conciencia de que todo es Vacío. Es la única manera de trascender la vida y la muerte hacia una expansión ilimitada. En su Canto de Iluminación, el patriarca chino Yoka Daishi, lo expresa en el siguiente poema:

Cuando despertamos completamente al cuerpo Dharma,
Allí no hay nada,
En nuestro sueño vemos claramente los seis niveles de la ilusión;
Una vez despiertos, no hay ni una sola cosa.
Cuando caemos en la cuenta de la verdadera realidad,
Allí no hay sujeto ni objeto,
Y el sendero que nos hace caer en el infierno del mayor sufrimiento,
desaparece instantáneamente.
Cuando vemos verdaderamente, allí no hay nada.
No hay ninguna persona; no hay ningún Buda.

Es preciso saber escuchar la profundidad sonora del Vacío, para, pasado un tiempo, llegar a constatar de que en ese abismo no existe la nada sino la totalidad, la totalidad sin centro, sin norte o sur; la totalidad ilimitada y sin puntos cardinales; la totalidad que nada tiene que ver con lo conocido ni con lo poseído. La plenitud del Vacío.

En el Za-Zen, se nos brinda la oportunidad de vivenciar la nada, que es el Absoluto. Y lo único necesario es afinar la escucha, afinar los sentidos, afinar todo nuestro ser a fin de percatarnos de la plenitud liberadora que surge al despuntar del Ser. Así lo quise expresar yo en esta estrofa:

EL DESPUNTAR DEL SER

Rescatar la inocencia del asombro
en el desnudo eco del silencio.
Y escuchar la elocuencia de un poema
ajeno a labios, rimas y fonemas.
Intacta sinfonía de la Nada,
fondo mudo del lecho del Vacío
pugnando por abrirse a cada forma
acontecida por todo el Universo.
Y entre dos tiempos y dos pensamientos
se abre paso la vacua geometría
del asombro, en el cosmos sin costuras.
Relámpago de luces invisibles
que horada los espejos desfondados
por donde asoma el rostro del Origen

La alegría que sigue a la liberación, no tiene igual; yo creo que la misma palabra alegría resulta corta. Mejor cambiarla por la palabra paz. ¡Qué difícil es expresar por la palabra, por muy poética que sea, esa inefable experiencia! …

La inmensa, la honda paz que se desprende de la vivencia de que el Vacío traspasa cada objeto está más allá de cualquier descripción racional, y cuando uno es consciente de ese hecho cualquier problema pierde relevancia. Esa es la liberación del Zen. Esa es la comprensión de la Unidad: «… Las diez mil cosas se vuelven una…».

En el Za-Zen, podemos observar cómo todas las cosas emergen del Vacío. También la respiración.

Efectivamente, al sosegado ritmo de la respiración, el Vacío se apodera de nosotros, y acaba, lentamente, respirándonos; allá, donde nuestra propia intimidad ha dejado de ser propia.

Za-Zen es des-aparecer, paso a paso, en la quietud eterna del corazón del Ser; paso a paso, sin apenas dejar huella. Za-Zen es latir en los propios latidos de esa secreta dádiva que suave y quedamente, nos envuelve. Y caminar haciéndose uno con el paso. Paso a paso, paso a paso, paso a paso… hasta des-aparecer sin darnos cuenta.

Todo lo que las palabras no alcanzan a decir, lo dice, vibrando, el viento; lo dice el murmullo del arroyo, lo dice la quietud de las piedras del camino. Todo lo que las palabras no alcanzan a decir, lo expresa, sin quererlo el suave temblor de la amapola, lo expresa el aire peinando las avenas y lo expresa el eterno volar de los vencejos. Todo lo que las palabras no alcanzan a decir, lo afirma el corazón en sus latidos, lo afirma el vaivén de tu respiración. Todo lo que las palabras no alcanzan a decir, lo dice, sonando el gong, cuando su ruido se expande, imparable por el zendo.

Y el cuerpo, atravesado de silencio, diluido en las alas de su aliento, él mismo se ha hecho ausencia. Y se ha hecho soplo. Y se ha hecho viento; como un tilo en otoño al que sus propias hojas ya le pesan, y al que su propia desnudez ya le es ajena. Tan sólo permanece el frágil rumor del palpitar. El resto, el meditador incluido, ha perdido su volumen. Sólo queda eso: la meditación, sólo queda eso: la respiración.

En el ejercicio de la sentada en silencio del Za-Zen, ya lo hemos dicho, nos encontramos con la oportunidad de ponernos en contacto con nuestra verdadera naturaleza, con nuestro Ser esencial; es decir, con nuestro núcleo oculto, transpersonal, e incondicionado, La pregunta que aquí surge es ¿de dónde proviene ese conocimiento esencial que se sitúa más allá de la experiencia ordinaria de los objetos? Porque ¿no resulta, acaso, una arrogancia hablar del Absoluto o de lo sobrenatural vivido en el interior de nuestra interioridad? ¿No se trata de un conocimiento referente a la fe religiosa, a la Teología, o a la especulación filosófico-racional? ¿O, no será también un auto-engaño, un opio social, cuando no un mecanismo de evasión auto-inoculado para evadirnos de la angustia? Nada de eso: Ser esencial, como experiencia, es un derecho de nacimiento, ajeno a cualquier religión o corriente metafísica, al que puede acceder todo ser humano. Hablamos de Ser Esencial en virtud de experiencias acumuladas, y contrastables a lo largo de la historia de la humanidad. Aunque los occidentales, obnubilados por el predominio del discurso racional, lo hayamos olvidado:

«El concepto de Ser Esencial ―Dice Dürckheim― descansa sobre la base de un conjunto coincidente de experiencias de fenómenos y situaciones extraordinarias desde el punto de vista cualitativo. De las extraordinarias fuerzas que liberan, así como de las transformaciones que pueden suscitar, se desprenden que estas experiencias no son producto de meras fantasías, sino que tienen lugar en el marco de una realidad extraordinaria.»

Dürckheim, se refiere a ese fenómeno que Maslow llamó «experiencias cumbre», a esos momentos estelares propios de otra dimensión ajena al pensamiento ordinario, y que suelen frecuentemente acontecer cuando hemos llegado al límite tanto de nuestras fuerzas físicas naturales como de nuestra capacidad de entender y comprender. Una extraña fuerza que no sólo nos anima, sino que nos eleva más allá del desamparo existencial, de los sinsabores o contrasentidos y de la absurdidad, que ilumina nuestra mente, para ver con claridad más allá de las anteojeras sociales, y haciéndonos presentes a un orden del que participamos aun sin comprenderlo totalmente. Se trata de una inteligencia lúcida, ajena a cualquier fe o creencia externa. Se trata de una experiencia contundente, real, que no engaña, y que de modo imprevisto puede acceder en los momentos de mayor hundimiento. Entonces nos sentimos acogidos, rescatados del aislamiento y avisados de nuestra pertenencia a un Todo.

Puedo afirmar que lo que en esos momentos aparece se trata de una energía, que nos eleva sobre nuestras fuerzas ordinarias; una fuerza que nos faculta para poder soportar lo insoportable, o de afrontar peligros inquietantes, como el de mirar a la muerte cara a cara. Miles de personas, muchas de ellas en estados límite, han accedido y siguen accediendo a esas experiencias. Lo que ocurre es que nos han programado la conciencia para no tomar en serio nuestra propia liberación.

En el Za-Zen, procuramos afinar el instrumento de nuestra mente y nuestro cuerpo para que tales experiencias no sólo sean un hecho extraordinario sino el acceso transformante de todo nuestro ser hacia una nueva visión, a una nueva conciencia mas allá del pensamiento unidimensronal. El acceso a nuestra naturaleza verdadera. Eso es el Ser Esencial que se ofrece aquí y ahora. En el eterno presente.

EL ETERNO PRESENTE

Como un sol breve
que no se aferra al aire,
el eterno presente tiene alas
de una blanca mariposa inmóvil.
La frágil fortaleza del instante,
expande su insistencia estremecida
como una claridad que nos ocupa,
como una conciencia desbordada
que no tiene cabida en los sentidos.

Por eso en el Za-Zen insistimos siempre en el hecho de si en alguna parte puede hallarse la vida, esa parte es el momento presente, el instante. Él nos conduce a nuestro centro, a ese punto central de la conciencia donde yo soy lo que más soy.

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