El enemigo en común ya existe desde hace mucho, pero nos negamos a verlo

Una de las características perversas de la política –o de ciertos políticos que la capitalizan– es tener un enemigo en común contra el cual se puede unir a todo un pueblo. Parecería que solamente ante una amenaza –real o imaginada, pero que, de manera importante, se percibe como inminente– se pueden tomar decisiones fuertes y movilizar a una sociedad. El ser humano tiene una tendencia a pensar en su bienestar inmediato, difícilmente construye a futuro y suele distraerse rápidamente

Vivimos en un tiempo en el que existe una amenaza en común sumamente importante. No, no nos referimos al coronavirus, sino obviamente a la crisis climática y a la gran extinción de innumerables especies de animales y plantas, lo cual se encuentra en marcha y a una velocidad más bien intensa. Pero de alguna manera no logramos ver la seriedad del asunto. Una de las razones por las cuales esto sucede es porque estamos distraídos y no logramos enfocarnos. Es decir, estamos pensando todavía en explotar más recursos, en generar ingresos rápidos, en seguir creciendo o –si no es posible– en entretenernos mientras algún día llega el desastre. Ciertamente no ayuda la ausencia de líderes que tengan certeza y entereza, pero indudablemente esos líderes son reflejo del grueso de la sociedad, de nuestra tendencia, a fin de cuentas, al nihilismo. Pues es nihilista no hacer nada ante la posibilidad de la destrucción, cuando existe la posibilidad de evitar esto y de seguir evolucionando de una manera más pacífica.

El filósofo Bruno Latour notó hace un par de meses algo obvio pero muy significativo. Ante una amenaza como la covid-19, el mundo fue capaz de detenerse, de tomar medidas radicales. Medidas menos radicales pero quizá no menos importantes constantemente han sido exigidas por algunos científicos y por algunos movimientos de protesta respecto de la situación ambiental. En este caso, sin embargo, la respuesta de los políticos y en gran medida de la sociedad en conjunto ha sido una especie de sensación de inevitabilidad, de que el sistema es imposible de detener, fatalmente.

Algunos objetarán ahora, bajo la vieja lógica que han establecido los bancos, que el sistema económico, con sus grandes empresas que dictan la política, es demasiado grande para ser modificado (too big to fall, se decía como justificación para el rescate económico de los bancos en el año 2008), y la prueba es que justamente respecto de la pandemia, su efecto más nocivo será a final de cuentas económico. Detener la máquina global del capitalismo tiene efectos mortales.

La máquina global del capitalismo tiene efectos mortales, y no detenerla, ralentizarla radicalmente, acabará teniendo efectos finalmente mucho más graves de lo que estamos viendo. Alguien ha dicho que esto es apenas un pequeño ensayo para el Apocalipsis que viene. No debemos tomar esto literalmente, por supuesto, pero es casi seguro que en el futuro viviremos situaciones mucho más terribles de lo que estamos viviendo actualmente.Y, de hecho, los efectos que tiene este sistema económico, y sobre todo la ideología del nihilismo materialista tecnocentrista que lo subyace, ya empiezan a ser mortales para lo que antes se llamaba el alma, es decir, para la cultura, para el humanismo, para la educación moral de las personas, para su capacidad de encontrar sentido en la vida y vivir de una manera artística y espiritual.

La pandemia de la covid-19, como nota el Premio Nobel Muhhamad Yunus, es una gran oportunidad, en gran medida porque nos muestra lo que es posible hacer si encontramos unidad de propósito y acción. Yunus sugiere que esta es la oportunidad de dejar atrás la vieja normalidad. Varias personas se han pronunciado en este sentido, y sin duda miles más lo piensan, con razón y con optimismo. Lamentablemente, es poco probable que la inspiración para forjar cambios radicales dure mucho, pese a que dichos cambios parezcan urgentes e impostergables.

La pandemia actual pudo fácilmente ser evitada. Como notó Noam Chomsky, líderes como Donald Trump simplemente no prestaron atención a las señales que ya existían sobre el riesgo del esparcimiento global de un virus. Si colectivamente nos hubiéramos definido antes contra un «enemigo» en común –digamos, evitar epidemias– quizá habría sido más o menos sencillo erradicarlo (por ejemplo estudiando de manera intensa los virus similares al SARS-CoV-2, que causa la covid-19, cuyo riesgo ya había sido señalado por reportes científicos).

De hecho, existe un «enemigo» común contra el cual fácilmente nos podríamos «alinear»: el odio, la envidia, la ambición desenfrenada, el egoísmo, la injusticia, el sufrimiento. Sin embargo, estos son enemigos que parecen demasiado abstractos para el ser humano y ciertamente poco atractivos para el marketing. Pero son estos los únicos enemigos reales que existen y que merecen la acción concertada y constante.

https://pijamasurf.com/2020/07/el_enemigo_en_comun_ya_existe_desde_hace_mucho_pero_nos_negamos_a_verlo/

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