La presencia de Voltaire y su idea de la libertad

Diseño hecho a partir de una imagen de korpiri en Pixabay de la estatua de Voltaire en el museo Hermitage de San Petersburgo (Rusia).
Diseño hecho a partir de una imagen de korpiri en Pixabay de la estatua de Voltaire en el museo Hermitage de San Petersburgo (Rusia).

Figura relevante de la Ilustración europea, el pensamiento de Voltaire, que vivió entre 1694 y 1778, ilumina hasta nuestros días con lecciones que debiéramos tener muy presentes.

Por Rogelio Rodríguez M., académico chileno de la USACH, la Universidad Diego Portales y la Universidad Mayor

Tratado de la tolerancia, de Voltaire (Losada).

Su afán de comunicar sus ideas a través no solo de libros, sino también de periódicos, gacetas y, sobre todo, cartas (su correspondencia impresiona por volumen y contenido), lo convirtieron en el primer intelectual moderno, en el pensador que abandona la reflexión limitada a su gabinete o cátedra y sale a vocearla en los medios de comunicación. Sus dardos filosóficos contra el fanatismo y la injusticia y a favor de la libertad de expresión resultan siempre estimulantes y, hoy más que nunca, debieran inspirar a educadores, científicos y hombres de letras en todo el mundo para volcarse a las plataformas informativas y dar a conocer sus planteamientos ante tanta impostura, frivolidad y chapuza pseudocientífica que invaden canales de TV y demás tribunas comunicacionales.

Cuando ocurrió el bárbaro atentado a la revista francesa Charlie Hebdó cometido en nombre de Alá por terroristas islámicos, en enero de 2015, una de las reacciones posteriores fue el renovado interés por la lectura de obras de Voltaire. En Francia, sobre todo, sus libros —y, en especial, su Tratado de la tolerancia— alcanzaron el rango de verdaderos best seller. Asimismo, en respuesta al criminal asalto, la Societé Voltaire —club de académicos especialistas en el filósofo—  emitió muy prontamente el comunicado: «Hoy, Voltaire sería Charlie».

Sus dardos filosóficos contra el fanatismo y la injusticia y a favor de la libertad de expresión resultan siempre estimulantes

Sin duda, una afirmación acertada. Porque Voltaire no descansó jamás en su lucha contra el fanatismo, especialmente el religioso, y en defensa de la libertad de conciencia y de expresión. Y su figura se ha convertido en símbolo absoluto del resguardo racional de la tolerancia. La rehabilitación de acusados abusivamente tratados por la justicia clerical de la época y, más aún, la movilización pública para evitar la comisión de injusticias, fue su cruzada personal desde la solución que logró en el caso de Jean Calas, protestante injustamente acusado de asesinar a uno de sus hijos para evitar que se convirtiera al catolicismo y condenado a una muerte atroz.

Así, desde sus 68 años (en el año 1762) y hasta el final de sus días (dieciséis años más tarde), el Patriarca de Ferney —se le llamaba así a Voltaire por su residencia en su castillo de Ferney, ubicado en territorio francés, a pocas leguas de la frontera con Suiza— se convirtió, entonces, en una especie de última instancia de apelación para los que se sentían atropellados por las instituciones o arbitrariamente silenciados.

La memoria histórica de estos episodios en que, para triunfar en nombre de la razón, la justicia, la tolerancia y la libertad, había que tener a Voltaire al lado se reflejó en la primera manifestación que se hizo en Inglaterra en favor del escritor Salman Rushdie, injusta y dogmáticamente condenado por la fetua del ayatolah Jomeini. Entre los manifestantes que protestaban y exigían una reparación, no faltó un pequeño grupo que se paseaba con una pancarta que rezaba: «Avisad a Voltaire».

Voltaire nos enseñó que la tolerancia no es una actitud pasiva, resignada o indiferente ante lo que nos rodea, sino que implica una movilización de nuestras energías

Hoy, el espíritu de Voltaire sigue presente en el combate contra el fanatismo y la barbarie. Su lucha incansable por suprimir la influencia religiosa sobre leyes y autoridades no ha finalizado. En nuestra época, a pesar del desarrollo de la democracia y de la vigorosa extensión del laicismo en Occidente, siguen existiendo lamentables ejemplos de esta pretensión teológica absolutista de convertirse en referente unánime del sentido de la vida social (en este tiempo de pandemia los ejemplos apuntan a cultos cristianos evangélicos y de judíos ultraortodoxos cuyos pastores y rabinos no solo se pretenden superiores a las medidas sanitarias gubernamentales, sino a la misma naturaleza). Voltaire nos enseñó —y debemos recordarlo día a día— que la tolerancia no es una actitud pasiva, resignada o indiferente ante lo que nos rodea, sino que implica una movilización de nuestras energías, una militancia intelectual combativa, una puesta en ejercicio de la razón, las ideas, los argumentos y el juicio crítico contra la superstición, el dogmatismo y los comportamientos irracionales.

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