La ilusión de la existencia

Por James Low Extracto de: Dzogchen – enseñanzas y meditación budistas

James Low

El Buda explicó muchas veces que las cosas son como una ilusión, como el reflejo de la luna en el agua, como un espejo, como un eco. Estemos tristes o felices, es sólo una ilusión. Una ilusión no significa que no haya nada; significa que no hay nada que sea inherentemente verdad, verdad de dentro afuera. Por ejemplo, sentimos que un encuentro de este tipo es algo útil, podemos incluso disfrutar estando aquí pero miramos por la ventana y vemos que en este pueblo hay muchas casas y que, a pesar de lo que nosotros pensamos, no ha venido nadie del pueblo. Por eso, esta noche nuestro deber sería salir, tocar a sus puertas y decirles, «amigos, por favor, venid y disfrutad» . Nos dirían que no seamos estúpidos; ¿no sabemos que se retransmite el mundial de fútbol? Es así. Si queremos estar aquí, es nuestra construcción. Es también una ilusión.

Todo es una ilusión. Puede que hayáis estado en un lago una hermosa noche de luna llena y hayáis visto el reflejo de la luna en sus aguas. Parece que la luna está en el lago pero no está. Si conducís durante el verano, a veces, la carretera parece agua, tiene la apariencia del agua, pero no hay agua en realidad. Es un espejismo. Es la naturaleza de nuestra experiencia aquí. No hay nada que asir. Eso no quiere decir que no haya nada de nada. Hay algo, pero no una entidad sólida que podamos construir o mantener. Y podemos aplicárnoslo a nosotros también.

Dentro del cuerpo sentimos los músculos tensos y relajados, notamos cómo cambia la respiración, cómo cambia la postura. Nuestro cuerpo es algo que se presenta ante nosotros, igual que lo hace ante la gente, y esta apariencia cambia en el tiempo. Nuestra piel parece diferente según la luz del día, si brilla el sol, si llueve o hay luz artificial. Nosotros y todo lo que vemos, es una experiencia que surge. Está ahí como experiencia pero nunca podemos cogerla. Normalmente no lo vemos porque estamos absortos en nuestros pensamientos, ocupados en «dar sentido» al mundo. Tenemos nuestras ideas de cómo son las cosas y a partir de ahí creamos una base de entidades sólidas duraderas. Sobre este fundamento, construimos una imagen compuesta por cosas externas e internas y trasladamos estas entidades seguras para crear el mundo que queremos. Pero todo el tiempo es una ilusión. Recuerdo cuando estaba en la escuela, siempre nos animaban a trabajar duro para pasar los exámenes. Y un mes después mandaban una carta por correo diciendo si había aprobado o suspendido. En cuanto abría el sobre y veía el resultado, bueno, la vida continuaba. En inglés hay un dicho «una tormenta en una taza de té». Es lo que ocurre cuando nos tomamos las cosas demasiado en serio.

Dzogchen: todo es ya perfecto

Dzogchen significa gran perfección o gran conclusión. Es decir, cualquier cosa que haya que hacer, ya se ha hecho; por eso la idea del error o fallo es incorrecta. El único error o fallo es pensar que hay error. Esto lo hace diferente de la mayoría de las religiones. La mayoría de las religiones comienzan con un tipo de caída en desgracia, cierta variación sobre las historias de haber dejado el Jardín del Edén, una entrada a la ignorancia. Estos mitos implican dos aspectos: uno, que se pierde el buen lugar, y dos, que la puerta para volver a entrar está cerrada.

Desde el dzogchen, el estado natural o la base de nuestra existencia y la de todos los seres, no se pierde. Ni se pierde ni se gana. Ni se compra ni se vende. Está ahí siempre pero uno puede prestarle atención o no. Si lo damos por hecho, creamos una noción falsa de que somos realmente dependientes. Por ejemplo, cuando caminamos por la calle, caminamos calzados, los zapatos andan sobre la acera pero tanto los zapatos como la acera son invisibles mientras todo vaya bien. Si alguien echa aceite en la acera, hay una cáscara de plátano o caca de perro, inmediatamente somos conscientes de la acera y de los zapatos. La enorme facilidad de nuestra existencia hace que no miremos cuidadosamente lo que hay. La práctica de dzogchen es para evitar los extremos de dar perezosamente las cosas por supuesto o reaccionar ansiosamente ante una crisis. Más bien, prestamos atención a lo que pasa sin interpretar o sesgar.

En el Tíbet se dice que el dzogchen ya existía allí antes de que llegara el budismo e incluso antes de la religión bön. No es un sistema inventado ¡Pero es algo que estaba ya y está siempre ahí y al que todo el mundo tiene acceso en cualquier lugar y tiempo. Con los niños pequeños se tiene la sensación de que están en esa experiencia. Por supuesto, cuando los niños son pequeños, no hacen comentarios de qué hacen para que su vida, su experiencia, sea abierta e inmediata. Es maravilloso ver a la gente cuando se encuentra con un bebé; en general, algo se abre en su corazón y la cara se les ilumina. Son amigables e inmediatamente conectan con el niño. Es la apertura e indefensión del bebé lo que invita al adulto a entrar en ese mundo. Por supuesto, un bebé es bastante indefenso. Según crece y aprende a cuidar de sí mismo, pierde esa apertura. Es muy triste pues nos ha ocurrido a todos. Hubo un tiempo en que fuimos nosotros mismos, luego nos «desarrollamos», que es necesario para la adaptación social, y en el proceso nos perdimos. Nos convertimos en, o volvimos hacia, el ritmo del mundo, las demandas necesarias de la existencia. Si la niñez ha sido infeliz, ese proceso se vuelve aún más complicado.

Sin embargo, desde el punto de vista del dzogchen, la apertura está siempre ahí y la tarea en la meditación consiste en integrar nuestra capacidad para «estar en el mundo con otros» con la simplicidad de la base. La base de la práctica es despertar, estar completamente abierto a un estado que está ya aquí, pero que nuestra propia actividad lo oculta. Este último punto es muy importante pues significa que todo lo que necesitamos está ya aquí; la cuestión es cómo prestamos atención a nuestra existencia.

Si estáis familiarizados con el budismo, no es una presentación usual porque normalmente se describe que una situación surge debido a la ignorancia, es decir, que hemos perdido contacto con el verdadero conocimiento y que debemos reencontrar un camino a dicho conocimiento. Por tal razón, se reza y se hacen aspiraciones del tipo «pueda iluminarme para todos los seres», es decir, reconozco que mis intereses son pequeños y que principalmente me preocupo de mí mismo y quiero ampliarlo para que mi atención sea también hacia todos los seres. De esa manera me libraré de tal limitación siendo libre; así estaré más disponible para los demás.

Para hacerlo, tradicionalmente se dice que es necesario haber desarrollado «las dos acumulaciones de mérito y sabiduría», la base para obtener la iluminación. Se describe a menudo en términos de eliminar lo que deba eliminarse y obtener o desarrollar lo que deba desarrollarse. La palabra tibetana para «buda», sang-gye, abarca ambas actividades. Sang significa limpiar o purificar; gye acrecentar o desarrollar. Por eso, el estado de budeidad es aquel en el que todos los defectos, oscurecimientos y limitaciones se purifican y se logran y cumplen plenamente las buenas cualidades necesarias para el beneficio propio y ajeno. La budeidad se ve como el resultado de un proceso. En cuanto se accede a las cuatro escuelas de budismo tibetano, se pone mucho interés en estas dos actividades de eliminar obstáculos y desarrollar lo útil. Dicha actividad lleva muchas vidas. Sin embargo «los tantras superiores» enseñan cómo conseguirlo en una vida.

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