La no-dualidad, el ego y la (pr) esencia personal

por Vicente Merlo Extracto de: espiritualidad transreligiosa

Yin Yang Meditation

¿Cuál es el principal obstáculo para la comprensión, la experiencia y la realización de la no-dualidad? El ego. La identificación exclusiva con un aspecto de la realidad total, con el cual nos hallamos ligados y comprometidos de un modo particularmente intenso. ¿Qué es, pues, el ego? ¿Cuál es su naturaleza y su sentido? ¿Es el único tipo de «individualidad» que existe?

Preguntarse qué es el ego significa preguntarse al mismo tiempo qué es el ser humano, qué soy yo, cada uno de nosotros. Y si partimos de la concepción habitual, dominante hoy en día, lo primero que reconocemos es que somos un cuerpo físico, un organismo biológico, muy probablemente surgido a través de una larga evolución de especies anteriores. Es frecuente pensar que el ser humano no es más que un organismo biológico físico-material cuyo cerebro se ha desarrollado de manera extraordinaria y en él han emergido unas funciones que llamamos mentales y que le permiten tener pensamientos y un tipo de sentimientos que probablemente el resto de animales no poseen, si bien algunos primates genéticamente cercanos a nosotros podrían aproximarse a tales facultades.

En lo que podemos llamar una concepción materialista del ser humano, que asume un evolucionismo biologista, tal como se ha venido desarrollando en el último siglo y medio, con la muerte del cuerpo físico nada quedaría ya del ser humano, excepto sus componentes materiales, descompuestos ya de su forma anterior, un cúmulo de moléculas o átomos que se reintegran a la naturaleza de la que proceden, para pasar a formar parte de otros cuerpos, humanos o no. Lo que llamamos mente, lo que llamamos conciencia, no sería más que una función cerebral. Destruido el cerebro, cesan aquellas por completo.

Ahora bien, en una concepción que podemos llamar «espiritualista» del ser humano, este no es esencialmente su cuerpo, sino que su ser esencial es de orden espiritual. A su vez, dentro de las concepciones espiritualistas podemos distinguir distintas versiones. En lo que ahora nos interesa basta con distinguir dos de ellas. La primera es la que se asume muy frecuentemente como característica de buena parte del hinduismo y del budismo. Consiste en afirmar que más allá del cuerpo físico, estamos constituidos, en tanto que seres humanos, por un conjunto de elementos, que podemos concebir hoy como «campos de conciencia-energía» (los tres cuerpos y las cinco vestiduras del vedanta, o los cinco agregados del budismo), de los que cabe aceptar que tienen cierta independencia respecto al cuerpo físico y que sobreviven a la muerte de este, pero que en ellos no hay ningún yo espiritual auténtico. En todo caso cabe hablar de un «ego» como constructo psicológico, con el que nos identificamos y que constituye el error metafísico fundamental que nos impide reconocer nuestra verdadera realidad más profunda. El ego tendría que ser trascendido, en ocasiones se habla de «matar al ego», de eliminarlo, suprimirlo, desmontarlo, deconstruirlo. Hecho esto, anulado este intermediario fastidioso entre la Realidad no-dual y la existencia material, habiendo mostrado que todo lo existente por debajo de la Realidad no-dual no es otra cosa más que procesos energéticos en constante transformación y sin ninguna sustancialidad ni entidad propia, pues siempre están producidos por causas y condiciones determinadas, anulado el ego —decíamos— podría brillar la única Realidad verdaderamente real, algo para lo que no tenemos nombre, que resulta impensable, pero que podemos llamar brahman o dharmakaya, sat-chit-ananda o shunyata, Yo o No-yo, Ser o No-ser, pero que, en cualquier caso, constituye lo único verdaderamente Real, lo único por lo que merece la pena esforzarse, la única Identidad auténtica. La metáfora predilecta de esta versión de la no-dualidad es la de la gota de agua —o el río— que se sumerge en el océano, llega al fin de su carrera y desaparece en tanto que gota o río individual.

Esta versión del advaita (no-dualidad), que se puede formular con distintos matices, y que ha sido descrita como ilusionista, acosmista, impersonalista, incluso nihilista, no es la única versión posible de una concepción no-dualista. Veamos el papel del ego, de la individualidad espiritual y su relación con la conciencia no-dual, en esas otras versiones del no-dualismo. Si la primera podríamos relacionarla con dos nombres claves: Shankara y Nagarjuna, hindú el primero, budista el segundo, cada uno destacado exponente de sus respectivas tradiciones, la segunda podríamos relacionarla con Sri Aurobindo y con Almaas, el primero clasificable dentro del neohinduismo, y el segundo menos clasificable, por su enfoque por una parte muy personal y por otra en diálogo «sincretista» con múltiples tradiciones, tal como el signo de los tiempos actuales parece invitar a considerar en la espiritualidad transcultural que estamos vislumbrando. Algunos quizá tratarían de encuadrarlo en la tradición sufí, pero creo que sería limitar demasiado su enfoque. En ambos casos —Sri Aurobindo y A. Hameed Ali— estamos ante una experiencia personal muy amplia y profunda y ante una elaboración conceptual muy elevada y sofisticada. Por tanto, es totalmente secundario encuadrarlos en una tradición de manera más o menos estricta.

Yo diría que ambos coinciden en lo siguiente:

  1. Existe una Realidad no-dual, infinita, eterna, inefable. Coinciden pues en ello con los anteriores y no hace falta desarrollarlo más aquí.
  2. Existe una Manifestación múltiple de esa Realidad, extendida en el Espacio y el Tiempo. Y dicha manifestación es, aunque espacio-temporal, «real» y «valiosa».
  3. El ser humano es mucho más que su cuerpo y algo en él no deja de existir cuando este perece.
  4. Además del cuerpo físico y de la realidad no-dual (que, sin duda, se concibe como el Ser último de cada ser humano y de todo lo existente, nuestra naturaleza última) existe el «ego».
  5. El «ego» es un constructo psicológico, construcción de la naturaleza prakrítica en nosotros (Sri Aurobindo, Samkhya, Yoga de Patañjali) o construcción psicológica tal como la psicología del ego y del Self más reciente analiza (Almaas), pero que no es de «naturaleza espiritual». El ego constituye una cierta identidad personal provisional, se forma básicamente en los primeros años de vida y solemos identificarnos plenamente con él. La identificación plena con él, útil y necesaria en una etapa de nuestra «evolución», constituye el principal obstáculo para descubrir una identidad personal más amplia y profunda.
  6. Esa identidad personal más amplia y profunda es el «alma», el «ser anímico» (Sri Aurobindo), nuestra «esencia personal» (Almaas, 1993); este sí es nuestro «yo espiritual», no es un constructo de la naturaleza (prakriti) ni una mera configuración de elementos psíquicos, sino una «presencia espiritual».
  7. En ocasiones se distingue incluso entre el alma y el espíritu, el ser anímico y el jivatman (Sri Aurobindo), entre el alma y la mónada (Alice Bailey), entre el polo terrestre y el polo celeste de nuestra individualidad espiritual (Ibn-Arabí, Corbin). El primero, desciende a la manifestación y se compromete con la evolución personal, como una manera de recrear lo divino en la tierra. El segundo, permanece más allá de la manifestación, en unión y comunión permanente con lo Divino, Brahman, la Realidad no-dual. Dado que dicha dualidad (dualidad no implica dualismo, que hay dos en la manifestación no significa que estén divididos, ni separados, ni que sean radicalmente distintos) puede crear más confusión y en última instancia deberse a problemas de formulación mental-verbal, de esa presencia que está más allá del espacio y el tiempo, prefiero dejar de lado, provisionalmente, la distinción.
  8. Este yo anímico, este yo espiritual no cesa ni con la muerte del cuerpo físico ni con la trascendencia del ego. No puede ser entendido ni como una cosa material, corporal, espacial, ni como una realidad puramente mental, psicológica, temporal. Es nuestra «esencia personal» (Almaas, 1996) y quizá la noción de «presencia no-dual» evite un poco mejor la tendencia de la mente a cosificar y espacializar toda realidad.
  9. Esa «esencia personal», el alma, la presencia siempre presente en nosotros, vive en comunión permanente con la Realidad supraesencial. Es una faceta, un rostro, un nombre, una figura, un aspecto, un Hijo, del Absoluto, de la Realidad no-dual, del Padre-Madre, de la Unidad. Es más, vive en perfecta comunión no al modo de dos entes que se unen, de manera más o menos accidental o pasajera, sino que comulgan porque son siempre ya dos-en-Uno o Uno-en-dos, ilustrando el Misterio de la Unidad-en-la-multiplicidad. Es la misma Conciencia no-dual la que se ha diversificado (la que Es —en una de sus facetas— eternamente diversificada) en multitud de centros de conciencia individualizados, pero no como entes cosificados y separados entre sí, sino como presencias campales, campos presenciales, que se superponen, se funden, se diferencian, se distinguen, se reúnen, según las necesidades.
  10. La evolución en el campo de la manifestación tiene una realidad, un sentido y un valor, en tanto que expresión recreativa de la Inteligencia absoluta, del Amor desbordante, de la Voluntad libre. Esas «presencias anímicas» juegan en el campo de juego de la manifestación querida por el propio Absoluto (que ellas en el fondo son también) y es en dicho Campo donde tiene lugar la evolución, la transformación, la recreación.
  11. El Misterio último es la realidad tri-una: trascendente, universal e individual, simultáneamente. En tanto que «trascendente» es Realidad fontanal, origen y fin de todo, No-ser previo a la manifestación, Vacío cuántico, Vacuidad primordial, Padre eterno que estás en los Cielos. En tanto que universal es Conciencia cósmica, Inteligencia infinita, Amor absoluto, Espíritu Santo, Shakti primigenia, Madre cósmica, Matriz de todo lo existente, Materia prístina. En tanto que individual es Hijo de Dios, singularidad irrepetible, Presencia no-dual en cuyo corazón es universal, pero puede olvidarlo, en cuya corona es trascendente, pero puede olvidarlo. En realidad, no es la presencia no-dual individualizada quien puede olvidarlo, sino su reflejo, manifestación, expresión en tanto que ego. En el «juego» de la manifestación, la Presencia no-dual (individualizada, cosmicizada y trascendente) se autolimita voluntariamente para recrear la realidad desde una individualidad ignorante de su fondo, fondo oculto que late permanentemente y que guía secretamente todo movimiento de la individualidad, hasta que comienza el camino de vuelta, el retorno al Hogar, la unión con el Padre y la Madre, la ascensión a los cielos, la entrada en nirvana. O bien el descenso del cielo a la tierra, el estado de nirvana en el samsara, la voluntad del Padre cumpliéndose en la tierra, el espíritu hecho carne y la carne hecha espíritu, espíritu corporizado y carne espiritualizada. En todo ello, el Amor como clave de toda relación. Ya entre el Padre, la Madre/Espíritu Santo y el Hijo. Y como arriba, así es abajo. Y como adentro, así es afuera.
Fuente: Vicente Merlo, Espiritualidad Transreligiosa (Ediciones La Llave 2017)
https://www.nodualidad.info/textos/no-dualidad-ego-y-presencia-personal.html

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